Los hijos de Húrin (13 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

BOOK: Los hijos de Húrin
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Pero Túrin no dio muestras de alegría al escuchar las nuevas, y se quedó sentado largo tiempo en silencio; porque al escuchar las palabras de Beleg una sombra había caído otra vez sobre él. —Dejemos que transcurra esta noche —dijo por fin—. Luego decidiré. Sea como fuere, hemos de abandonar mañana esta guarida; porque no todos los que nos siguen nos desean el bien.

—No, ninguno —dijo Andróg, y echó a Beleg una mirada torcida.

A la mañana, Beleg, que se había curado pronto de las heridas como sucedía a los Elfos de antaño, habló aparte con Túrin.

—Esperaba más alegría de mis nuevas —dijo—. ¿Volverás sin duda a Doriath?

Y rogó a Túrin que lo hiciera; pero cuanto más insistía, más se oponía Túrin. No obstante interrogó a Beleg con detalle acerca de la sentencia de Thingol. Entonces Beleg le dijo todo lo que sabía y por fin Túrin dijo:

—Entonces ¿Mablung demostró que era mi amigo, como pareció serlo una vez?

—Amigo de la verdad, sobre todo —dijo Beleg—, y eso fue lo mejor al fin y al cabo. Pero ¿por qué, Túrin, no le dijiste que Saeros te había atacado? Muy diferentes habrían sido las cosas entonces. Y dijo mirando a los hombres que yacían tendidos frente a la caverna —mantendrías el yelmo todavía en alto, y no habrías caído en esto.

—Es posible, si lo llamas caída —dijo Túrin—. Puede ser. Pero así sucedió todo; y las palabras se me trabaron en la garganta. Me miraba con aire de reprobación, sin hacerme preguntas, por un hecho que yo no había cometido. Mi corazón de Hombre era orgulloso, como lo dijo el rey Elfo. Y todavía lo es, Beleg Cúthalion. No soporto la idea de regresar a Menegroth y ser mirado con piedad y perdón como un niño descarriado que ha vuelto a la buena senda. Yo tendría que conceder el perdón, en lugar de recibirlo. Y no soy ya un niño, sino un hombre, según ocurre con mi especie; y un hombre endurecido por el destino.

Entonces Beleg se sintió perturbado.

—¿Qué harás entonces? —pregunto.

—Ir en libertad —dijo Túrin—, como me deseó Mablung al despedirnos. La gracia de Thingol no se extenderá hasta abarcar a los compañeros de mi caída; pero no me separaré de ellos ahora, si ellos no quieren separarse de mí. Les amo a mi manera, aun a los peores de entre ellos, un poco. Son de mi propia especie, y en cada uno de ellos hay un cierto bien que podría fructificar. Creo que se quedarán conmigo.

—Ves con ojos diferentes de los míos —dijo Beleg—. Si tratas de separarlos del mal, te abandonaran. Dudo de ellos, de uno sobre todo.

—¿Cómo ha de juzgar un Elfo a los Hombres? —dijo Túrin.

—Como juzga todos los hechos, no importa quien los ejecute —respondió Beleg, pero ya no dijo más, y no habló de la malicia de Andróg, principal responsable del maltrato a que había sido sometido; pues al advertir el estado de ánimo de Túrin temió que no le creyera y dañar así la vieja amistad que había entre ellos, empujándolo a recaer en malas acciones.

—Ir en libertad, Túrin, mi amigo —dijo—, ¿qué quiere decir?

—Conduciré a mis propios hombres y haré la guerra a mi propio modo —respondió Túrin—. Pero en esto, cuando menos, ha cambiado mi corazón: me arrepiento de todos los golpes que hemos dado, salvo los asestados contra el Enemigo de los Hombres y de los Elfos. Y, sobre todo, querría tenerte junto a mí. ¡Quédate conmigo!

—Si me quedara contigo, el amor sería mi guía, no el tino —dijo Beleg—. El corazón me advierte que deberíamos volver a Doriath. En cualquier otro lugar hay una sombra ante nosotros.

—No obstante, no iré allí —dijo Túrin.

—Lo lamento —respondió Beleg—, pero como un padre cariñoso que concede un deseo a su hijo en contra de su instinto, me pliego ante tu voluntad. Si me lo pides, me quedaré.

—¡Eso está verdaderamente bien! —exclamó Túrin. Entonces, de repente, guardó silencio, como si él mismo fuera consciente de la sombra, y luchó con su orgullo, que no le dejaba volverse atrás. Durante mucho tiempo permaneció sentado, meditando sobre los años pasados.

Saliendo de golpe de sus pensamientos miró a Beleg, y dijo:

—La doncella Elfo a la que te referiste: le estoy en deuda por su oportuno testimonio; sin embargo, no la recuerdo. ¿Por qué vigilaba mis idas y venidas?

Entonces Beleg lo miró de un modo extraño.

—¡Por qué, en verdad! —dijo—. Túrin, ¿has vivido siempre con tu corazón y la mitad de la mente ausentes? Andabas con Nellas por los bosques de Doriath cuando eras un niño.

—Eso fue hace mucho —dijo Túrin—. O así de distante me parece mi infancia ahora, y una neblina envuelve todo, salvo el recuerdo de la casa de mi padre en Dor-lómin. Pero ¿por qué habría yo andado con una doncella Elfo?

—Para aprender lo que ella pudiera enseñarte, quizá —dijo Beleg—. ¡Ay, hijo de los Hombres, hay otras penas en la Tierra Media que las tuyas, y hay heridas que no abren las armas! En verdad, empiezo a pensar que los Elfos y los Hombres no deberían conocerse ni mezclarse.

Túrin no dijo nada, pero miró largo rato el rostro de Beleg. como si quisiera descifrar en él el enigma de sus palabras. Nellas de Doriath no volvió a verlo, y la sombra de Túrin se alejó de ella.

Beleg y Túrin volvieron a otros asuntos, debatiendo dónde habrían de vivir.

—¡Regresemos a Dimbar, en las fronteras septentrionales, donde antaño caminamos juntos! —propuso Beleg ansioso—. Allí nos necesitan. Últimamente, los Orcos han descubierto una ruta para bajar de Taur-nu-Fuin, a través del Paso de Anach.

—No recuerdo ese paso —dijo Túrin.

—No , nunca nos alejamos tanto de las fronteras —le explicó Beleg—. Pero sí has visto las cumbres de las Crissaegrim en la lejanía, y al este los oscuros muros de Gorgoroth. Anach se encuentra entre ellos, por encima de las altas fuentes del Mindeb. Es un camino difícil y peligroso, y sin embargo muchos llegan ahora a través de él. Dimbar, antes en paz, está cayendo bajo la Mano Oscura, y los Hombres de Brethil están perturbados. ¡A Dimbar te convoco!

—No, no retrocederé en la vida —se opuso Túrin—. Y tampoco puedo llegar fácilmente a Dimbar ahora. El Sirion se interpone, sin más puentes ni vados que los de debajo del Brithiach, lejos, al norte; es peligroso atravesarlo. Salvo por Doriath. Y ya te he dicho que no entraré en Doriath, ni usaré el permiso y el perdón de Thingol.

—Has dicho que te has convertido en hombre duro, Túrin. Tienes razón, si por duro querías decir terco. Ahora es mi turno de elegir. Con tu permiso, me iré en cuanto pueda, separándome de ti. Si en verdad deseas tener a Arcofirme a tu lado, búscame en Dimbar.

Túrin se quedó en silencio.

Al día siguiente, Beleg partió, y Túrin lo acompañó un corto trecho desde el campamento, pero sin decir nada.

—¿Es esto un adiós, pues, hijo de Húrin? —preguntó Beleg.

—¡Si deseas mantener tu palabra y quedarte a mi lado búscame en Amon Rûdh! —respondió Túrin, yendo en pos de su destino y sin saber lo que le aguardaba—. De lo contrario, ésta es nuestra última despedida.

-Tal vez sea lo mejor —dijo Beleg, y prosiguió su camino.

Se dice que Beleg regresó a Menegroth, y se presentó ante Thingol y Melian y les contó todo cuanto había ocurrido, excepto el maltrato sufrido por parte de los compañeros de Túrin.

Thingol suspiró, y dijo:

—Recibí al hijo de Húrin como hijo propio, y eso no puede cambiarse ni por odio ni por amor, a menos que regrese el mismo Húrin el Valiente. ¿Qué más podría hacer por él?

Entonces Melian intervino:

—Un regalo te daré ahora, Cúthalion, para ayudarte, y honrarte, pues nada de más valor tengo para dar. —Y le entregó una ración de lembas, el pan del camino de los Elfos, envuelto en hojas de plata; y las hebras que las ataban llevaban en los nudos el sello de la reina, un óvalo de cera blanca con la forma de una flor de Telperion, porque, según las costumbres de los Eldalië, sólo a la reina correspondía guardar y dar este alimento. Este pan del camino, Beleg —prosiguió—, te será de ayuda en las tierras salvajes y en invierno, y ayudará también a aquellos a quienes tú escojas. Pues esto te encomiendo, que lo distribuyas como tú desees en mi lugar.

Con ningún otro presente hubiera podido mostrar Melian mayor favor a Túrin que con este regalo; porque los Eldar nunca antes habían permitido que los Hombres consumieran el pan del camino, y rara vez volvieron a hacerlo.

Beleg partió entonces de Menegroth y regresó a las fronteras septentrionales, donde tenía su casa y numerosos amigos; pero cuando llegó el invierno y la guerra se apaciguó, sus viejos compañeros lo echaron de menos de repente. Beleg no volvió con ellos nunca más.
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7
De Mîm el Enano

A
hora la historia vuelve a Mîm, el Enano Mezquino. Los Enanos Mezquinos llevan mucho tiempo olvidados, puesto que Mîm fue el último. Poco se sabía de ellos, incluso en los Días de Antaño. Nibin-Nogrim los llamaban los Elfos de Beleriand tiempo atrás, pero no les tenían simpatía; y, por su parte, los Enanos Mezquinos no amaban a nadie salvo a sí mismos. Odiaban y temían a los Orcos, pero también odiaban a los Eldar, sobre todo a los Exiliados, porque los Noldor, decían, les habían robado sus tierras y hogares. Los Enanos Mezquinos fueron los primeros en hablar y empezar a excavar Nargothrond, mucho antes de que Finrod Felagund llegara desde el otro lado del Mar.

Provenían, decían algunos, de los Enanos que habían sido expulsados de las ciudades Enanas del este en los Días Antiguos. Mucho antes del retorno de Morgoth habían viajado hacia el oeste. Como no tenían señor y eran escasos en número, les resultaba difícil conseguir metales, y sus trabajos de herrería y provisiones de armas disminuyeron, por lo que se acostumbraron a llevar una vida de sigilo, y hasta su estatura menguó un tanto respecto a sus parientes del este, puesto que caminaban con los hombros inclinados y pasos rápidos y furtivos. No obstante, como todos los Enanos, eran mucho más fuertes de lo que indicaba su altura, y podían aferrarse a la vida en caso de gran apuro. Pero con el tiempo, habían ido siendo cada vez menos hasta desaparecer de la Tierra Media, todos salvo Mîm y sus dos hijos; y Mîm era viejo incluso para la cuenta de los Enanos, viejo y olvidado.

Tras la partida de Beleg (que tuvo lugar en el segundo verano después de que Túrin huyera de Doriath),
[13]
no les fue bien a los proscritos. Hubo lluvias fuera de estación, y los Orcos, más numerosos que nunca, venían desde el norte y a lo largo del viejo Camino del Sur sobre el Teiglin, causando problemas en todos los bosques de las fronteras occidentales de Doriath. Los proscritos tenían poca seguridad y descanso, y eran más veces perseguidos que perseguidores.

Una noche, mientras acechaban, sin fuego, en medio de la oscuridad, Túrin pensó en su vida, y le pareció que podía mejorarse. «He de encontrar algún refugio seguro —pensó—, y reunir provisiones para el invierno.» Pero no sabía adonde dirigirse.

Al día siguiente condujo a sus hombres hacia el sur, más lejos de lo qué habían estado nunca del Teiglin y de las fronteras de Doriath, y al cabo de tres días de viaje se detuvieron en la linde occidental de los bosques del Valle del Sirion. Allí, a medida que empezaba a ascender hacia las llanuras pantanosas, la tierra era más seca y desnuda.

Poco después, cuando la luz grisácea menguaba, Túrin y sus hombres se refugiaron en un matorral de acebos, tras el que se extendía un espacio vacío, sin árboles, con grandes piedras erguidas, apoyadas unas en otras, o bien caídas en el suelo. Todo estaba en silencio, excepto por el sonido de las gotas de lluvia sobre las hojas.

De pronto, uno de los hombres que estaba de guardia dio la alarma y, saliendo de su refugio, vieron tres figuras encapuchadas, vestidas de gris, que andaban furtivas entre las piedras. Cada una de ellas cargaba un gran saco, pero a pesar de ello se movían ligeros. Túrin les dio el alto, y sus hombres corrieron tras ellos como sabuesos. Sin embargo, los encapuchados siguieron su camino, y aunque Andróg les disparaba flechas, dos de ellos se desvanecieron en el crepúsculo. Pero uno quedó rezagado, pues era más lento o cargaba un peso mayor, y pronto fue alcanzado y derribado, y sujetado por muchas manos fuertes mientras se debatía y mordía como una bestia. Cuando llegó Túrin reprendió a sus hombres.

—¿Qué tenéis ahí? —preguntó—. ¿Qué necesidad hay de ser tan feroces? Es viejo y pequeño. ¿Qué mal puede haceros?

—Muerde —respondió Andróg, mostrándole una mano que sangraba—. Es un Orco, o de la especie de los Orcos. ¡Matadlo!

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