Con el paso del tiempo el temor por su hijo Túrin, heredero de Dor-lómin ‚ oscurecía el corazón de Morwen; porque no veía otra esperanza para él que la de que se convirtiera en esclavo de los Hombres del Este. Por tanto, recordó las palabras intercambiadas con Húrin y su pensamiento se volvió otra vez hacia Doriath; y resolvió por fin enviar a Túrin allí en secreto, si le era posible, y rogarle al Rey Thingol que le diera albergue. Y mientras se estaba sentada y cavilaba cómo hacerlo, oyó claramente en su pensamiento la voz de Húrin que le decía:
—¡Ve de prisa! ¡No me esperes!
Pero ya el parto se avecinaba, y el camino sería duro y peligroso; cuantos mas fueran, menores serían las posibilidades de escapar. Y el corazón la engañaba todavía con esperanzas inconfesadas; y dentro de ella una voz le decía que Húrin no estaba muerto, y aguardaba el sonido de sus pasos en la insomne vela de la noche, o despertaba creyendo que había oído en el patio el relincho de Arroch, el caballo de Húrin. Además, aunque estaba dispuesta a que su hijo se criara en recintos ajenos, según la costumbre de la época, era una humillación para su orgullo vivir de la limosna aunque fuera la de un rey. Por tanto, la voz de Húrin, o el recuerdo de su voz, no fue escuchada, y así se tejió la primera hebra del destino de Túrin.
Ya terminaba el otoño del Año de la Lamentación antes que Morwen se resolviera, y entonces tuvo prisa; porque el tiempo en que era posible viajar era breve, pero temía que Túrin fuera atrapado si esperaba a que el invierno acabara. Los Hombres del Este merodeaban en derredor del patio enclaustrado y espiaban la casa. Por tanto, le dijo repentinamente a Túrin:
—Tu padre no viene. De modo que has de partir, y de prisa. Así lo habría deseado él.
—¿Partir? —exclamó Túrin—. ¿A dónde partiremos? ¿Por sobre las montañas?
—Sí —dijo Morwen—, por sobre las montañas, hacia el sur. El sur… quizá haya allí alguna esperanza. Pero no hablé de nosotros, hijo mío. Tú has de partir; yo me quedaré.
—¡No puedo partir solo! —dijo Túrin—. No te dejaré. ¿Por qué no podemos irnos juntos?
—Yo no puedo ir —dijo Morwen—. Pero no partirás solo. Enviaré a Gethron contigo, y también a Grithnir quizá.
—¿No enviarás a Labadal? —preguntó Túrin.
—No, pues Sador es cojo —dijo Morwen—, y el camino será duro. Y como eres mi hijo y éstos son días sombríos, hablaré sin rodeos: puede que mueras en el camino. El año ya está avanzado. Pero si te quedas, tu fin será peor todavía: te convertirás en esclavo. Si deseas ser un hombre, ahora que estás cerca de serlo, harás lo que te digo con valor.
—Pero ¿te dejaré sola con Sador y Ragnir el ciego y las viejas? —dijo Túrin—. ¿No dijo mi padre que era yo el heredero de Hador? El heredero ha de quedarse en La Casa de Hador, y defenderla. ¡Ojalá tuviera ahora mi cuchillo!
—El heredero tendría que quedarse, pero no puede hacerlo —dijo Morwen—. Pero puede retornar un día. Ahora ¡ánimo! Yo te seguiré si las cosas empeoran; si puedo.
—Pero ¿cómo me encontrarás, perdido en el desierto? —dijo Túrin; y de pronto el corazón le flaqueó y se echó a llorar abiertamente.
—Cuanto más lloriquees, más pronto te encontrarán —dijo Morwen—. Pero yo sé a dónde vas, y si llegas allí y allí te quedas, te encontraré, si puedo. Porque te envío al Rey Thingol de Doriath. ¿No prefieres ser huésped de un rey antes que un esclavo?
—No lo sé —respondió Túrin—. No sé qué es un esclavo.
—Te envío lejos para que no tengas que aprenderlo —respondió Morwen. Entonces puso a Turín delante de ella y le miró los ojos como si estuviera tratando de leer en ellos un acertijo—. Es duro, Túrin, hijo mío —dijo por fin—. No para ti solamente. Me es difícil en días tan sombríos decidir lo que más conviene. Pero hago lo que me parece bien; pues ¿por qué he de separarme de lo más caro de cuanto me queda?
Ya no hablaron más de esto, y Túrin estaba afligido y desconcertado. A la mañana fue en busca de Sador, que había estado cortando maderos para el fuego, pues no se atrevían a errar por los bosques, y tenían poca leña. Estaba ahora inclinado sobre la muleta y miraba la gran silla de Húrin, que había sido arrojada a un rincón, sin terminar.
—Tendré que destruirla —dijo—, pues en estos días sólo pueden atenderse las más extremas necesidades.
—No la rompas todavía —dijo Túrin—. Quizá vuelva a casa y le gustará ver lo que hiciste para él en su ausencia.
—Las falsas esperanzas son más peligrosas que el miedo —dijo Sador—, y no nos mantendrán abrigados en los días invernales. —Acarició las molduras de la madera y suspiró. —He perdido tiempo —dijo—, aunque las horas transcurrieron placenteras. Pero estas cosas tienen corta vida; y la alegría de hacerlas es su único fin verdadero, supongo. Y ahora daría igual que te devolviera tu regalo.
Túrin extendió la mano, pero la retiró de prisa.
—Los hombres no recuperan lo que regalan —dijo.
—Pero si es mío, ¿no puedo darlo a quien yo quiera? —dijo Sador.
—Sí —dijo Túrin—, salvo a mí. Pero ¿por qué querrías darlo?
—No tengo esperanzas de utilizarlo en tareas dignas —le dijo Sador—. No hay otro trabajo para Labadal, en los días por venir, que el trabajo de esclavo.
—¿Qué es un esclavo? —preguntó Túrin.
—Un hombre que fue un hombre, pero que es tratado como una bestia —respondió Sador—. Que es alimentado sólo para que se mantenga vivo, que es mantenido vivo sólo para trabajar, que trabaja sólo por miedo al dolor o a la muerte. Y de estos bandidos puede recibir el dolor y la muerte sólo por diversión. He oído que escogen a algunos de los mas ligeros de pies y les dan caza con perros. Han aprendido más de prisa de los Orcos que nosotros de la Hermosa Gente.
—Ahora entiendo mejor las cosas —dijo Túrin.
—Es una lástima que tengas que entenderlas tan temprano —dijo Sador; luego, viendo la extraña mirada de Túrin—: ¿Qué es lo que entiendes ahora?
—Por qué quiere alejarme mi madre —dijo Túrin con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Ah! —exclamó Sador, y musitó para sí—: ¿Por qué con tanto retraso? —Luego, volviéndose hacia Túrin, dijo:— No me parece ésa una noticia para derramar lágrimas. Pero no has de hablar en alta voz de los designios de tu madre con Labadal ni con nadie. Todas las paredes y los cercados tienen orejas en este tiempo, orejas que no crecen en nobles cabezas.
—¡Pero yo tengo que hablar con alguien! —dijo Túrin—, siempre te he contado cosas. No quiero dejarte, Labadal. No quiero dejar esta casa ni a mi madre.
—Pero si no lo haces —dijo Sador—, pronto La Casa de Hador habrá llegado a su fin para siempre, como tienes que entenderlo ahora. Labadal no quiere que te vayas; pero Sador, servidor de Húrin, se sentirá más feliz cuando el hijo de Húrin esté fuera del alcance de los Hombres del Este. Bien, bien, es imposible evitarlo: tenemos que decirnos adiós. ¿No quieres tomar mi cuchillo como regalo de despedida?
—¡No! —dijo Túrin . Voy con los Elfos, con el Rey de Doriath, dice mi madre. Allí tendré cosas como esa. Pero no podré enviarte regalos, Labadal. Estaré lejos y completamente solo. — Entonces Turín lloró; pero Sador le dijo:
—¡Vaya, pues! ¿Dónde está el hijo de Húrin? Porque no hace mucho le oí decir: Iré de soldado con un rey de los Elfos no bien pueda.
Entonces Túrin contuvo las lágrimas y dijo:
—Muy bien, si ésas fueron las palabras del hijo de Húrin he de ser fiel a ellas y me iré. Pero cada vez que digo que haré esto o lo otro, resulta muy diferente llegado el momento. Ahora me voy de mala gana. He de tener cuidado y no decir esas cosas.
—Sería mejor, en verdad —dijo Sador—. Así la mayoría de los hombres lo enseñan y pocos lo aprenden. Déjense en paz los días que aún no se ven. El de hoy es más que suficiente.
Ahora bien, Túrin se aprontó para el viaje y se despidió de su madre y partió en secreto con sus dos compañeros. Pero cuando éstos le dijeron que se volviera a contemplar la casa paterna, la angustia de la separación lo hirió como una espada, y gritó:
—¡Morwen, Morwen! ¿Cuándo te volveré a ver?
Pero Morwen, de pie en el umbral, oyó el eco de ese grito en las colinas boscosas y se aferró al pilar de la puerta hasta que los dedos se le desgarraron. Éste fue el primero de los dolores de Túrin.
A principios del año que siguió a la partida de Túrin, Morwen dio a luz a una niña y la llamó Niënor, que significa Luto; pero Túrin estaba ya Lejos cuando ella nació. Largo y penoso fue el camino de Túrin, porque el poder de Morgoth se había acrecentado; pero tenía como guías a Gethron y Grithnir, que habían sido jóvenes en los días de Hador, y aunque ahora eran viejos, eran valientes y conocían bien las tierras, porque habían viajado a menudo por Beleriand en otros tiempos. Así, ayudados por el destino y su propio coraje, cruzaron las Montañas Sombrías, y llegados al Valle del Sirion, penetraron en el Bosque de Brethil; y por fin, cansados y macilentos, llegaron a los confines de Doriath. Pero allí se desconcertaron, y se enredaron en los Laberintos de la Reina, y erraron perdidos entre los árboles sin senderos hasta que ya no tuvieron nada para comer. Allí no estuvieron lejos de la muerte, porque el invierno descendía frío desde el Norte; pero no era tan leve el destino de Túrin. Mientras yacían sumidos en la desesperación, oyeron el sonido de un cuerno. Beleg Arco Firme cazaba en esa región, porque vivía cerca de la frontera de Doriath, y era quien mejor conocía los bosques en aquel tiempo. Oyó sus gritos y acudió a ellos, y cuando les hubo dado de comer y de beber, se enteró de sus nombres y de dónde venían, y se llenó de asombro y de piedad. Y contempló con agrado a Túrin, porque tenía la belleza de su madre y los ojos de su padre, y era lozano y fuerte.
—¿Qué don querrías del Rey Thingol? —Le preguntó Beleg al muchacho.
—Ser uno de sus caballeros para cabalgar contra Morgoth y vengar a mi padre —dijo Túrin.
—Eso bien puede ser cuando los años te hayan fortificado —dijo Beleg—. Porque aunque eres todavía pequeño, tienes la actitud de un hombre valiente, digno hijo de Húrin el Inmutable, si ello fuera posible.
—Porque el nombre de Húrin era honrado en toda la tierra de los Elfos.
Por tanto, de buen grado Beleg sirvió de guía a los viajeros, y los llevó a la morada que compartía por entonces con otros cazadores, y allí recibieron albergue mientras un mensajero se encaminaba a Menegroth. Y cuando llegó la noticia de que Thingol y Melian recibirían al hijo de Húrin y a sus custodios, Beleg los condujo por caminos secretos al Reino Escondido.
Así llegó Túrin al gran puente que cruzaba el Esgalduin, y pasó por los portales de las estancias de Thingol; y, niño aún, contempló las maravillas de Menegroth que ningún Hombre mortal había visto antes, salvo Beren solamente. Entonces Gethron comunicó el mensaje de Morwen a Thingol y Melian; y Thingol los recibió con bondad y puso a Túrin sobre su rodilla en honor a Húrin, el más poderoso de entre los Hombres, y de Beren, su pariente. Y todos los que estaban presentes se maravillaron, porque era signo de que Thingol aceptaba a Túrin como hijo adoptivo; y eso no era cosa que hicieran los reyes por aquel entonces, ni lo hizo nunca otra vez un señor Elfo con Hombre alguno.
Entonces Thingol le dijo:
—Aquí, hijo de Húrin, estará tu hogar; y toda mi vida te tendré por hijo, aunque seas Hombre. Se te impartirá una sabiduría mucho mayor que la de los Hombres mortales, y las armas de los Elfos estarán en tus manos. Quizá llegue el tiempo que reconquistes las tierras de tu padre en Hithlum; pero reside ahora aquí en el amor de todos nosotros.
Así empezó la estadía de Túrin en Doriath. Durante un tiempo se quedaron con él Gethron y Grithnir, sus custodios, aunque anhelaban volver otra vez con su señora en Dor-lómin. Entonces la vejez y la enfermedad ganaron a Grithnir, y se quedó junto a Túrin hasta que murió; pero Gethron partió, y Thingol envió con él a una escolta que lo guiara y protegiera, y llevaban unas palabras de Thingol para Morwen. Llegaron por fin a la casa de Húrin, y cuando Morwen supo que Túrin había sido recibido con honor en las estancias de Thingol, tuvo menos pena; y los Elfos llevaban también ricos regalos de Melian, y un mensaje por el que se la invitaba a volver con el pueblo de Thingol a Doriath. Porque Melian era sabia y previsora, y esperaba de ese modo evitar el mal que se preparaba en el pensamiento de Morgoth. Pero Morwen no quiso abandonar su casa, porque su corazón no había cambiado, y conservaba todo su orgullo; además Niënor era una niña de pecho. Por tanto, despidió a los Elfos de Doriath con agradecimiento, y les dio como regalo las últimas pequeñas cosas de oro que aún conservaba, ocultando la pobreza que la afligía; y les pidió que le llevaran a Thingol el Yelmo de Hador. Pero Túrin esperaba ansioso el regreso de los mensajeros de Thingol; y cuando éstos volvieron solos, huyó a los bosques y lloró, porque conocía la invitación de Melian, y había tenido grandes esperanzas de que Morwen viniera. Éste fue el segundo dolor de Túrin. Cuando los mensajeros le comunicaron la respuesta de Morwen, Melian comprendió y se apiadó de ella; y vio que no era fácil evitar el hado que ella presentía.
El Yelmo de Hador fue puesto en manos de Thingol. Ese yelmo estaba hecho de acero gris y adornado de oro, y en él habían grabado las runas de la victoria. Tenía un poder que protegía a quien lo llevara de heridas y de muerte, porque la espada que en él diera se quebraría, y el dardo que le golpeara caería a un lado. Había sido hecho por Telchar, el renombrado herrero de Nogrod. Tenía una visera (como las que los Enanos usan en sus fraguas para cuidarse los ojos), y la cara de quien lo llevase metería miedo en el corazón de cuantos la vieran, pero en cambio estaría protegida del dardo y del fuego. En la cresta tenía montada la imagen dorada y desafiante de la cabeza de Glaurung el dragón; porque el yelmo había sido hecho poco después de que Glaurung saliera por primera vez de las puertas de Morgoth. A menudo Hador, y Galdor después de él, lo habían llevado en la guerra; y los corazones de las huestes de Hithlum se enardecían cuando lo veían sobresalir en medio de la batalla, y gritaban:
—¡De más valor es el Dragón de Dor-lómin que el gusano dorado de Angband!
Pero en verdad este yelmo no había sido hecho para Hombres, sino para Azaghâl, Señor de Belegost, que fue muerto por Glaurung en el Año de la Lamentación.
[4]
Azaghâl se lo dio a Maedhros como galardón por haberle salvado la vida y por el tesoro que había guardado cuando los Orcos lo atacaron en el Camino de los Enanos en Beleriand Oriental.
[5]
Maedhros lo envió luego como regalo a Fingon, con quien intercambiaba a menudo señales de amistad, al recordar cómo Fingon había hecho que Glaurung volviera rechazado a Angband. Pero en toda Hithlum no había cabeza ni hombros bastante robustos como para soportar él yelmo de los Enanos, salvo los de Hador y su hijo Galdor. Fingon, por tanto, se lo dio a Hador cuando éste recibió el señorío de Dor-lómin. Por mala suerte Galdor no lo llevaba cuando defendía Eithel Sirion, porque el ataque fue repentino y acudió con la cabeza descubierta a los muros y una flecha disparada por los Orcos le atravesó un ojo. Pero Húrin no podía soportar el yelmo con facilidad, y de cualquier modo desdeñaba llevarlo, pues decía: —Prefiero mirar a mis enemigos con mi propio rostro. No obstante, consideraba el yelmo entre las mayores heredades de su casa.