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Authors: Schätzing Frank

Límite (177 page)

BOOK: Límite
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—Fui absuelta —repuso Winter, casi alegremente—. No pudieron probar nada.

Un nuevo temblor recorrió el cráneo de Gaia, y esta vez pareció no tener fin. Rogachova gimió y se aferró al muslo de O'Keefe.

—¡Lynn! —gritó Tim—. ¿Qué pasa con vosotros?

—¿Tim? —Lynn. «¡Por fin!»—. Resistid. Estoy en camino. Vamos a rescataros.

Lynn había insistido en dejar el Gaia cerrado. En el torbellino de su razón, cada vez más deteriorada, se había abierto paso el descubrimiento de que Lawrence de algún modo hacía trampa y de que no habría sido buena idea dejar que volara sola con Hedegaard. Efectuar el desalojo y el salvamento de una sola vez le parecía el modo de proceder más eficiente, era como poner en orden las últimas cosas. Con altivez, tomó nota de la ira que Lawrence disimulaba con esfuerzo, de su odio rabioso. Fue sintiéndose extrañamente segura y, al mismo tiempo, impulsada por el deseo de reír a carcajadas, pero era probable que si comenzaba a hacerlo no pudiera detenerse después.

Entraron en el fornido cuerpo del
Calisto
y Hedegaard abrió la escotilla de popa y puso en marcha las toberas. Subieron verticalmente a la cúpula circense salpicada de estrellas, bajo la cual se habían presentado como público, en actos de magia y de
clowns,
pero ahora debían ejecutar allí la mortal acrobacia del salvamento de sus vidas.

—Eh, vosotros, ahí arriba —dijo Hedegaard—, ¿todavía estáis ahí?

—No por mucho tiempo —profetizó Heidrun.

—Podemos olvidar la esclusa del transbordador. Está demasiado cerca de los motores, y yo debo mantener derecho el contraimpulso para no perder altura. Me acercaré de espaldas con la escotilla de popa abierta, ¿está claro? Trataré de no tocar la cabeza, así que preparaos para hacer flexiones.

—Flexiones, volteretas, piruetas, lo que quieras.

Ascendieron más. La espalda de Gaia se veía a través de la cabina del transbordador, después se vio la nuca con la desnuda columna vertebral de acero, y Lynn tuvo que pensar en lo que representaba Gaia a los ojos de Julian: la imagen magnificada de sí misma. Y, de hecho, se iban pareciendo cada vez más. Dos reinas a punto de perder sus cabezas.

Lentamente, el
Calisto
se elevó por encima de la comba del cráneo, alejándose.

O'Keefe ayudaba a los demás a sostenerse. Agolpados entre la pared de la esclusa y el suelo de la terraza, se mantenían agarrados unos a otros y hacían señas a las siluetas con casco tras el cristal de la cabina de pilotaje. La nave comenzó a girar en el lugar, primero volvió hacia ellos el costado, después la escotilla abierta con el acceso de carga dispuesto abajo.

—¡Más cerca! —gritó Tim.

Un impacto estremeció la cabeza. Ögi perdió pie y fue recogido por Heidrun. El
Calisto
hizo girar dos de sus toberas. Con extrema precisión, Nina Hedegaard movió hacia atrás la enorme nave. La superficie de carga se adelantó, acercándose cada vez más, demasiado...

—¡Para!

El transbordador quedó inmóvil en el espacio vacío.

—¿Podéis llegar? —preguntó Hedegaard.

O'Keefe alzó ambas manos, agarró el borde y se izó con un fuerte impulso hasta el acceso de carga. enseguida se tumbó boca abajo y estiró los brazos.

—¿Nina? ¿Puedes hacer que este pájaro descienda un poco más?

—Lo intentaré.

Su mano derecha rozó las puntas de los dedos de Heidrun. El
Calisto
descendió un metro más, ahora flotaba a la altura del casco de los otros.

—Más no se puede —dijo Hedegaard—. Tengo miedo de rozar la cabeza.

—Así está bien.

Heidrun trepó hacia O'Keefe, al acceso de carga. A su derecha se estiraba Ögi, que se puso en cuclillas para recibir a Olympiada, a quien le habían hecho llegar desde abajo. Se extendieron manos hacia Winter y Tim para ayudarlos a subir.

—Hecho —susurró Olympiada.

Y acto seguido se le doblaron las rodillas cuando su tibia fracturada se quebró al fin. Con un grito, rodó sobre el borde del acceso de carga y cayó hacia atrás, entre la terraza y la esclusa.

—¡Olympiada!

Ya casi arriba, Winter se dejó caer, se acercó a la rusa y la sostuvo por las axilas.

—No..., no...

—¿Estás loca? Vamos, arriba, no pienso dejarte aquí tirada.

—No sirvo para nada —gimió Rogachova.

—Pero ¿qué dices? Eres una tía genial, sólo que no lo sabes.

Sin esfuerzo, Winter levantó a la menuda mujer hacia O'Keefe, quien la recogió en el acceso de carga y se la entregó a Tim.

—¡Sí! —gritó Miranda—. ¡Larguémonos de aquí!

Rió y extendió los brazos. O'Keefe quiso agarrarla, pero las manos de ella quedaron repentinamente fuera de su alcance. Desconcertado, inclinó el torso hacia adelante. La mujer se le escapaba cada vez a mayor velocidad, tanto, que por un momento el actor creyó que Hedegaard había partido sin ella. Después se dio cuenta de que el transbordador permanecía en el mismo lugar.

¡La cabeza de Gaia se quebró!

—¡Miranda! —gritó.

En el casco de Finn pudo oírse un jadeo ahogado, como si ella estuviese muy cerca de él, mientras su figura tambaleante se encogía ante sus ojos. Winter hacía girar los brazos con ímpetu, lo que podía malinterpretarse de un modo cruel como señal de desenfado, tal cual la conocían, buena en eso hasta el límite de lo soportable. Pero cuando gritó el nombre de O'Keefe, su voz expresaba toda la temerosa desesperación de alguien que sabe que nada ni nadie puede salvarlo ya.

—¡Finn! ¡Finn...! ¡Finn!

—¡Miranda!

Y, entonces, cayó.

Su cuerpo se inclinó sobre el boquete de la cabina, refulgió con claridad a la luz del sol y desapareció tras la cabeza de la decapitada Gaia, que describió un medio giro y después pareció detenerse brevemente para, al final, caer por completo de los hombros y estallar en el enorme ventanal de arco románico de la pared del abdomen.

—¡Adentro, todos adentro! —gritó O'Keefe con la voz quebrada—. ¡Nina!

—¿Qué pasa, Finn?...

—¡Se ha despeñado! —dijo saltando al interior del espacio de carga—. Miranda se ha despeñado, tienes que ir hacia adelante, a la parte frontal.

—¿Estáis dentro?

Su mirada vagó en derredor. Tim caminó junto a él, tropezando, con la gimiente Rogachova en los brazos, y cayó de bruces en el suelo del espacio de carga.

—¡Todos, sí! ¡Pronto, por el amor de Dios, hazlo pronto!

Finn no esperó a que se cerrase la popa, sino que corrió como un loco hacia la escotilla de conexión, y en cuanto ésta estuvo entreabierta se introdujo por la fuerza, caminó trastabillando a lo largo del pasillo central, fue lanzado contra los asientos, con el ulular de los motores en los oídos cuando Hedegaard maniobró marcha atrás el
Calisto
sobre el despedazado muñón del cuello de la figura, se levantó ruidosamente y se apresuró hasta la cabina de pilotaje.

Miró hacia abajo.

La cavidad ventral, destruida. Bolas de fuego que en el momento de encenderse ya se apagaban. Llovían escombros cuando, piso tras piso, se derrumbó el tórax con las suites, mientras el poderoso y regio cráneo de Gaia, que sorprendentemente aún tenía intacto el acristalamiento de la cara, rodaba hacia el valle por la suave pendiente del muslo, casi vacilante pasaba de las rodillas y, doscientos metros más abajo, se estrellaba sobre la altiplanicie.

—¡Abajo! ¡Abajo!

El transbordador descendió, pero de Winter no se veía ni rastro, ni en la superficie del muslo, cubierta de esquirlas, ni en el suelo lunar alrededor.

—¡A la meseta! ¡Miranda ha sido arrastrada! Tienes que...

—Finn...

—¡No! ¡Busca! ¡Búscala!

Sin contradecirlo, Hedegaard hizo girar la nave, descendió y describió una curva sobre los dispersos restos de la cabeza. Entretanto, los demás rescatados se precipitaron también al espacio interior de la cabina.

—¡No puede haber desaparecido! —gritó O'Keefe.

—Finn...

Sintió la suave presión de una mano en su brazo y se volvió. Heidrun se había quitado el casco y lo miraba con los ojos enrojecidos.

—No puede haber desaparecido... —repitió él en voz baja.

—Está muerta, Finn. Miranda está muerta.

Él se la quedó mirando.

Después rompió a llorar. Cegado por las lágrimas, se dejó caer al suelo ante Heidrun. No recordaba haber llorado nunca antes de ese modo.

Lynn estaba sentada en la primera fila de asientos, con la mirada perdida, desinteresada. Una vez más había irradiado como antes, había unido al grupo al encenderse la estrella moribunda que era ella, los había unido y había brillado para ellos, había deslumbrado y hecho retroceder a Lawrence, su enemiga, pero el combustible de su energía vital se había agotado, el colapso era inevitable. Todo en su cabeza se movía con energía máxima y en desorden, impresiones, hechos, probabilidades de entrada. El saber confiable quedaba triturado ante las hipótesis. La interminable condensación de las impresiones provocaba su fragmentación en pequeñas y pequeñísimas partículas de ideas que ya no podían atribuirse a ningún tiempo, ningún nivel de percepción, ninguna historia. Fases de pensamiento cada vez más breves, polvo de pensamiento que zumbaba a la velocidad de la luz, intelecto que sucumbía en sí mismo, que colapsaba imparable sin la presión contraria de la voluntad, descenso del horizonte de memoria, no emisión, sólo recepción, compresión progresiva, el fin de todos los procesos, de todo contorno, de toda figura, estado puro, y también ese mísero resto de lo que alguna vez había sido Lynn Orley se despedazaría bajo la presión de sí misma y se evaporaría sin dejar otra cosa más que un espacio despoblado, imaginario.

Alguien había muerto. Tantos habían muerto.

Ella no se acordaba.

LONDRES, GRAN BRETAÑA

Yoyo, la supuesta desaparecida, reapareció puntualmente con las campanadas de las diez, justo cuando Diana emprendía la exhumación técnica de un presunto fallecido. Presunto, pues nadie había podido echar un vistazo al cadáver, ya que éste, como todos los objetos que se movían por órbitas desconocidas o poco previsibles, era algo huidizo.

—Víctor Thorn, alias Vic —dijo Jericho, sin dignarse preguntarle a Yoyo por qué los anunciados cinco minutos se habían convertido en tres horas y qué estaba haciendo Tu en su estado de ira.

—Perdona —repuso ella, titubeando. Parecía que tuviera un sapo atravesado en la garganta y pugnara por salir—. Ya lo sé, hace rato que quería volver, pero...

—Comandante de la primera tripulación de la base lunar. Un hombre de la NASA. En 2021 se pasó seis meses allí.

—Tian no es así realmente, ya lo conoces.

—Aparentemente, Thorn hizo muy bien su labor. Tan bien que en 2024 le encargaron otra misión de seis meses de duración.

—Para serte sincera, no hemos charlado mucho —dijo Yoyo casi chillando. El sapo se arrastró poco a poco fuera de su lengua—. Sencillamente, estaba muy enfadado. Al final, vimos una película, fingimos que todo iba bien, ya sabes, lo de silbar en el bosque para espantar a los fantasmas. Probablemente no fuese el momento más oportuno, pero no debes pensar que...

—Yoyo. —Jericho suspiró y se encogió de hombros—. Eso es cosa vuestra. No me concierne en absoluto.

—¡Al contrario, sí que te concierne!

Salida masiva de sapos.

—No, no me concierne. —Para su sorpresa, lo decía en serio. Aquella vieja humillación no superada que había estado tanto tiempo pegada a su ropa, como un mal olor, dio paso a la certeza de que ni Yoyo ni Tu tenían la culpa de su pésimo humor. Realmente no le importaba cuán amigos pudieran ser—. Es vuestra historia, vuestra vida. No tenéis por qué contarme nada.

Yoyo miró hacia el monitor con expresión desdichada. La situación dejaba mucho que desear en cuanto a la intimidad. Aquel sitio del centro de información estaba escasamente cubierto, por todas partes había gente trabajando; como microorganismos dentro de la barriga del Big O, digerían y procesaban la información, la clasificaban.

—¿Y si yo
quisiera
contarte algo?

—En ese caso, cualquier otro momento será más oportuno que éste.

—Muy bien —dijo ella, suspirando—. ¿Qué hay de ese tal Thorn?

—Pues lo siguiente: suponiendo que la explosión de la
mini-nuke
hubiese estado prevista de todos modos para el año 2024, debía de haber alguien allí arriba en ese momento que escondiese la bomba, la colocara y la hiciese detonar. O habrían elegido a alguien que viniera hasta aquí e hiciese esas cosas.

—Suena lógico.

—Pero no se registró ninguna explosión, y la gente del MI6 dice que depositar una
mini-nuke
durante tanto tiempo en el vacío podría implicar el riesgo de una desintegración prematura. Pero ¿por qué no la hicieron detonar?

Yoyo lo observó, había una pequeña y empinada arruga de reflexión entre sus ojos.

—Porque la persona designada no pudo hacerlo como estaba previsto. Porque algo sucedió.

—Exacto. Le he ordenado a
Diana
que busque. En la red encuentras información sobre todas las misiones espaciales de años anteriores, y fue así como di con Thorn. Un accidente con consecuencias fatales, en una misión en el exterior de la OSS, el 2 de agosto de 2024. Fue algo completamente inesperado, antes de que pudiese iniciar su misión en la base Peary, pero fue sobre todo, exactamente, tres meses después de que se lanzó el satélite de Mayé.

Yoyo se mordió el labio inferior.

—¿Y los chinos? ¿Los has verificado?

—No es posible verificar a los chinos —dijo Jericho—. Tienes que darte por satisfecho con las posturas oficiales y, según ellos, en 2024, no hubo ningún incidente.

—Salvo lo de la crisis lunar. El comandante de la base china fue arrestado por Estados Unidos.

—¡Por favor! ¿Primero mandan a la Luna una bomba atómica en una costosa maniobra de encubrimiento increíblemente sofisticada y, después, un par de
taikonautas
se adentran en la zona de extracción estadounidense y se dejan apresar tan mansos como palomas?

—Hum. —Yoyo frunció el ceño—. De modo que alguien subió con ese ascensor. Para eso deberían haber infiltrado a alguien en un equipo autorizado o...

—O sobornar a alguien que ya estuviese en ese equipo.

—Y Thorn ya
estaba
en el equipo.

—En una misión en la Luna totalmente oficial —asintió Jericho—. Y tenía el cargo de comandante absoluto, es decir, contaba con una casi ilimitada libertad de acción. Sobre todo conocía muy bien cómo funciona todo ahí arriba. Ya había estado antes allí.

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