Límite (172 page)

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Authors: Schätzing Frank

BOOK: Límite
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Una salida.

Era un agujero rectangular que desembocaba en un breve túnel horizontal. Oscuro y misterioso, descansaba sobre la pared, pero Borelius creyó saber hacia dónde conducía; era, además, lo suficientemente amplio como para que dos personas se arrastrasen al mismo tiempo a través de él. Con un poco de habilidad, se llegaría, a través de él, a las pasarelas de emergencia.

En ese momento, la cabina chirrió debajo de ella en sus raíles, rozando metal con metal. Mukesh Nair se incorporó en la escotilla, alzó la cabeza y miró desconcertado hacia los restos ardientes del E2.

—¡Dios mío! ¿Qué ha pasado aquí...?

—Todos fuera —gritó Borelius, que pasó por el lado del indio, empujándolo y gritando hacia abajo—: ¡Salid todos, de prisa! ¡Cuidado, aquí esto está repleto de restos en llamas!

—¿Qué tienes entre manos? —quiso saber Nair.

—¡Ayúdame!

El ascensor chirrió y descendió ligeramente, mientras que, desde arriba, una lluvia de chispas caía sobre ellos. A Borelius le dolían las pequeñas quemaduras que tenía en las manos y en los brazos. Había elegido para esa noche un top sencillo, sin mangas, y ahora maldecía la hora en que había tomado dicha decisión. Con la mayor de las prisas, Karla, Sushma y la aterrada Rebecca Hsu la ayudaron hasta que todos pudieron reunirse en el techo del elevador.

—Hay que desnudarse —dijo Borelius, quitándose el top por encima de la cabeza—. Usad cualquier prenda que llevéis: camisetas, blusas, camisas..., cualquier cosa con la que puedan envolverse las manos.

Sushma sacudió la cabeza.

—¿Y eso por qué?

—Porque se nos van a quemar las aletas si no las protegemos —dijo la alemana, señalando con la cabeza hacia el acceso—. Tenemos que llegar hasta allí. Cuando estéis al otro lado, pegaos a la pared. Hay unos travesaños entre los raíles del ascensor; podéis agarraros a ellos y caminar por encima. No miréis hacia abajo ni hacia arriba, sencillamente, avanzad. Al otro lado hay un paso, y supongo que éste nos lleva hasta los conductos de ventilación.

—No lo conseguiré jamás —susurró la asustada Sushma.

—Claro que lo conseguirás —le dijo Hsu con firmeza—. Todos los conseguiremos, tú también podrás hacerlo. Y discúlpame por lo de antes.

Sushma sonrió con los labios temblorosos. Sin dudarlo, Borelius arrancó la fina tela de su top, una prenda escandalosamente cara, pero eso no importaba en esos momentos; se enrolló los jirones alrededor de las manos y las muñecas y ayudó a Kramp a de-construir, mientras que Nair asistía a su esposa. Hsu, ahora en ropa interior, maldijo mientras sometía a aquel proceso de reciclaje su caro vestido de fiesta. Nair le regaló algunos jirones de su camisa.

—Bien —dijo Borelius—. Yo iré la primera.

La cabina del ascensor se sacudió. Borelius agarró el borde de la pared destrozada, se estiró hacia arriba y cruzó una pierna hacia el otro lado.

«¿No mirar hacia abajo? Eva, eso es más fácil decirlo que hacerlo.»

De repente, se sintió fatal, todo su valor se encogió. El remoto fondo del hueco del ascensor se perdía en una oscuridad que no prometía nada bueno. Ahora, de repente, aquel varillaje le parecía inquietantemente delgado. Se obligó a no levantar los ojos hacia la destrozada cabina del E2, entonces extendió una mano, agarró uno de los travesaños y sintió cómo el calor penetraba a través de la tela. Apretando los dientes, trepó hasta el lado opuesto y puso los pies sobre el acero ardiente.

Aquello no era precisamente un bulevar, pero estaba de pie.

Con decisión, se atrevió a dar un paso hacia un lado, avanzó a tientas, hasta que encontró la pared delantera de la caja del ascensor, venció el ángulo doblando la pierna y envió la punta del pie en busca de sostén. La parte superior de su cuerpo se inclinó hacia atrás, la tela de su improvisado vendaje resbalando en el acero del puntal. Por un momento creyó que perdería el equilibrio; con el corazón palpitando con fuerza, se aferró a él, alzó la cabeza involuntariamente y vio la parte inferior de la cabina en llamas. El E2 colgaba ahora directamente sobre ella, negro y amenazante, con los bordes incandescentes.

«Si ese chisme se viene abajo ahora —pensó—, ya no tendré que preocuparme más por si podré o no ponerme de nuevo la blusa de Louis Vuitton.» Entonces se acordó de que, hacía años, Rebecca Hsu había comprado la marca.

Si Rebecca se enteraba, ya se le ocurriría una de las suyas para sacarle partido, pensó, malhumorada.

Eva Borelius se agarró aún con más fuerza. Con un paso audaz, había llegado hasta el varillaje de la pared frontal. ¡Tenía que actuar de prisa! A través del vendaje, el calor empezaba a lacerarla, las ampollas estaban como preprogramadas. Aquello no podría aguantarse por mucho más tiempo; tenía, además, la sospecha de que el humo empezaría a desplazarse ahora hacia abajo. Con los pies colocados como una artista de ballet clásico, pasó junto al borde inferior de las puertas del ascensor y consiguió vencer el segundo ángulo. A su diestra, apenas a un metro de distancia, se abría la boca del acceso. Con cuidado, volvió la cabeza y vio a Karla a la altura de las puertas, seguida de cerca por Sushma, que mantenía el rostro vuelto hacia la pared a fin de evitar por todos los medios mirar hacia arriba o hacia abajo. Nair ya había conseguido llegar al otro lado, se agarraba con su mano derecha y, con la otra, ayudaba a Hsu a introducir su voluminoso cuerpo por el borde.

—Ocúpate de Sushma —le dijo Hsu, haciendo caso omiso de la mano extendida de Nair—. Me las arreglaré so...

Sus palabras se perdieron bajo un chirrido metálico. Con prisa, saltó sobre el borde. Entonces se oyó un crujido y un estruendo que se alejaba rápidamente hacia abajo: el ascensor del personal se había despeñado.

—¿Todo bien? —La voz de Nair reverberó en las paredes, y fue absorbida por el abismo.

Hsu asintió, temblando sobre el puntal metálico.

—Cielos. ¡Qué caliente está esto!

—Espera, ya voy.

—No, está bien. ¡Sigue, sigue!

Borelius respiró nuevamente y se coló a través del acceso. El pasaje estaba más alto de lo esperado, por lo que sólo podía mirar hacia adentro por encima del borde, pero, por suerte, habían fijado a la pared dos pequeños peldaños. Hizo una flexión y consiguió llegar al interior, se arrastró hacia adelante y casi de inmediato sus manos chocaron con una plancha de metal que bloqueaba el paso hacia la parte trasera. Al lado de ella había un pequeño panel de mando. Echándolo a suertes, oprimió un dedo contra él, y en ese mismo instante un escalofrío le recorrió el cuerpo.

¡La baja presión! ¿Qué sucedería si el fuego y el humo habían consumido demasiado oxígeno en el hueco del ascensor?

Para su alivio infinito, la plancha de metal se deslizó a un lado y le dejó ver otro hueco de acceso bien iluminado, con dos metros por dos metros de diámetro. Por el lado izquierdo había una escalera. Eva Borelius puso en ángulo brazos y piernas, hizo un giro, se arrastró un poco hacia atrás y le tendió ambas manos a Karla Kramp.

—Aquí dentro —gritó con voz resonante—. Aquí detrás está el conducto de ventilación.

Kramp se deslizó junto a ella en el pasaje.

—Baja por esa escalera —le indicó Borelius—. En alguna parte tiene que haber una forma de salir.

—¿Y tú?

—Voy a ayudar a los demás.

—De acuerdo.

Sushma volvió el rostro hacia ella. La esperanza y el miedo a la muerte luchaban por ganar la partida en su interior.

—Todo está bien, Sushma —le dijo Borelius, sonriente—. Ahora todo está bien.

Algo crujió ruidosamente en lo alto, luego se oyó un estampido metálico y una densa lluvia de chispas cayó sobre ellos.

Eva miró hacia arriba.

El resplandor del fuego salía a través de una rendija. ¿Eso estaba ahí antes? Era como si el suelo de la cabina empezara a desprenderse del resto del cuerpo.

«No —pensó—. Todavía no. ¡Por favor!»

También Hsu miró alarmada en dirección al techo, mientras luchaba todavía por vencer la segunda esquina. Sus rodillas temblaban con violencia. Sushma rompió a llorar. Rápidamente, Borelius tiró de la india para meterla en el conducto con la ayuda de Nair, que empujaba desde abajo, y se detuvo, sin saber si debía seguir los pasos de su esposa o ayudar a Hsu, que avanzaba a tientas, centímetro a centímetro.

—¡Entra! —le ordenó Borelius—. Yo me encargo de Rebecca. Vamos, ahora.

Nair obedeció, pasó junto a ella, muy apretados ambos, y desapareció en el conducto de ventilación. Una vez más, algo chirrió en lo alto. La lluvia de chispas se hizo más densa. Hsu dejó escapar un grito cuando las chispas cayeron sobre sus hombros desnudos. Se apretujó contra la pared, incapaz de moverse, paralizada por el miedo.

—¡Rebecca! —le gritó Borelius, estirando su torso hacia afuera.

—No puedo —gimió Hsu.

—Ya casi has llegado. —Eva Borelius extendió sus largos brazos en dirección a la taiwanesa, tratando de alcanzar alguna parte de su cuerpo.

—Las piernas no me responden.

—¡Sólo un trecho más! Agárrate a mí.

Unos golpes en ráfaga resonaron en el hueco del ascensor. El piso del E2 se estaba abombando, y reventaba simultáneamente en varios puntos.

«No —suplicó Borelius—. Éste no es un buen momento. Todavía no. ¡Por favor, no!»

La alemana estiró su cuerpo hacia afuera cuanto pudo. Sobre las paredes del hueco del ascensor, las llamas resplandecían en un reflejo fantasmagórico. La china superó su rigidez y también la esquina, hizo un esfuerzo enorme por dar un siguiente y temerario paso, quedó directamente debajo de ella, agarró la mano derecha de la alemana, extendida en su dirección, y alzó los ojos hacia Eva Borelius...

Luego miró hacia el techo.

El tiempo volaba.

Con un estampido, el suelo del ascensor se desplomó. Los rasgos de Hsu se deformaron en una mueca que reflejaba la conclusión de que había perdido, petrificándose. Durante un breve instante, en lo que su corazón latía una vez, sus ojos se clavaron en Borelius.

—¡No! —gritó Borelius—. ¡No!

La china soltó su mano. Como si quisiera darle la bienvenida a su final, extendió los brazos, se dejó caer y voló hacia abajo a lo largo del hueco del ascensor. Borelius reaccionó instintivamente. A la velocidad del rayo, retrocedió, protegió su cabeza y hundió la cara entre los pliegues de los codos. A pocos centímetros de ella, con estruendo, el suelo de la cabina pasó en su trayecto hacia el fondo, escupiendo un surtidor de chispas hacia el interior del conducto, chispas que le quemaron los antebrazos, las manos y los cabellos, aunque Eva no se percató de nada. Se sintió un golpeteo en el hueco del ascensor, estruendos, trastazos, un tableteo incesante. Sin poder creerlo, fuera de sí, se acercó al borde y vio cómo aquella nube de fuego se iba haciendo más pequeña y pálida, hasta el punto de que parecía implosionar mientras caía hacia el fondo.

Sería la tapa del ataúd de Rebecca.

—No —susurró Borelius.

Desde lo alto descendieron lengüetas de fuego. Eva retrocedió rápidamente hacia el conducto de ventilación. Sus pies encontraron por sí solos la escalera. Había un panel de mando idéntico al que había visto en el acceso. Con gesto mecánico, tocó algo, y la tapa se deslizó hacia un lado sin hacer ruido. Oyó unas voces provenientes de abajo, el resonar de los pasos sobre los escalones metálicos. Le parecía perdida toda idea de futuro. Yacía allí, en actitud apática, en medio del calor sofocante del conducto, que se había llenado con aquellas altas temperaturas que también buscaban una salida, pero sentía sacudidas en todos sus miembros, escalofríos, como si lo que estuviera bombeando su corazón fuera agua helada en lugar de sangre; no podía pensar con claridad, ni siquiera cuando las lágrimas empezaron a correrle por las huesudas mejillas.

—¿Eva? —oyó decir a Karla por debajo de ella—. Eva, ¿estás ahí?

En silencio, empezó el descenso; un descenso hacia alguna parte.

—¡Eh! —exclamó Heidrun, señalando hacia el panel de monitores con todo el diagrama lumínico de los ascensores. A través de un canal situado a la izquierda del E2 se movían unos puntos luminosos, que desaparecían brevemente, volvían a aparecer y cambiaban su posición—. ¿Qué es eso?

—¡Un conducto de ventilación! —dijo Lynn, apartándose el pelo sudoroso de la frente—. ¡Están en el conducto de ventilación!

Entretanto, el ascensor del personal había desaparecido de la pantalla. Según el ordenador, había caído, mientras que ya no ofrecía información alguna sobre el E2.

—¿Podrán salir de ahí sin ayuda de nadie? —preguntó Ögi.

—Eso depende. Si el fuego se ha propagado ya a los conductos de ventilación, el descenso de la presión podría bloquear las salidas.

—Si hubiese fuego en el conducto de ventilación, hace rato que estarían muertos.

—En el hueco del E2 también hay fuego; sin embargo, han conseguido cruzarlo y llegar al otro lado. —Lynn se frotó las sienes—. ¡Alguien tiene que ir al vestíbulo! ¡De prisa!

—Voy yo —dijo Heidrun.

—Bien. A la izquierda del E2 hay una pared revestida de bambú...

—Lo sé.

—El panel se desliza sobre un riel; sencillamente, apártalo hacia un lado. Detrás verás una escotilla con un panel de mando.

Heidrun asintió y se puso en movimiento.

—Te conducirá a un breve pasillo —le gritó Lynn a sus espaldas—. Es muy corto, tendrá unos dos metros, y luego encontrarás otra escotilla. Desde allí...

—... se llega al conducto de ventilación. Lo he entendido.

Con largos y elásticos saltos, llegó al vestíbulo, pasó por debajo de la maqueta del sistema solar y se dirigió a los ascensores, de los cuales, si acaso, sólo podía usarse uno. Luego puso manos a la obra con el panel de bambú, lo hizo rodar a un lado y vaciló. De repente, algo paralizó sus movimientos. A unos milímetros del interruptor táctil, las puntas de sus dedos se detuvieron, mientras que una sensación de miedo recorría su columna vertebral, el miedo de no saber qué podía haber detrás de aquella escotilla. ¿Brotarían llamas? ¿Sería ése su último momento consciente, su último recuerdo de una vida de integridad física?

El miedo cedió. Decidida, tocó la pantalla. La compuerta se abrió y un aire fresco le acarició la cara. Heidrun entró en el pasillo, abrió la segunda escotilla, metió la cabeza y miró hacia arriba. La perspectiva era irreal, surrealista. Paredes, escaleras y luces de emergencia fluían hacia un oscuro punto de fuga. En lo alto, vio gente caminando por los escalones.

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