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Authors: Schätzing Frank

Límite (143 page)

BOOK: Límite
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En ese momento, el avión avanzaba en línea recta. Podrían haber tenido delante todo un desfile de ovnis, pero ellos en ese momento no les habrían prestado atención. Su atención estaba fija en el monitor.

—Y ahora pasemos a otra pregunta: ¿dónde se halla la bomba en este instante? ¿En el satélite todavía? ¿O fue soltada mientras el cohete portador la trasladaba al espacio? En la Tierra no se ha producido ninguna explosión nuclear, pero, en fin, tampoco tiene por qué haber estallado. Por otra parte, ¿sería una estupidez poner en órbita una bomba para luego enviarla de nuevo a la Tierra? Creo que puedo dar a ello una respuesta parcial. Porque también tuvimos la posibilidad de echar un vistazo, por encima del hombro, a lo que hacían los hombres de Kenny en la sala de control. Bajo el nombre de «DISCONNECT_SAT» encontrarán material fílmico que no sólo muestra cómo el satélite ocupa su posición en la órbita, sino también cómo, poco después, algo se desprende de él y continúa vuelo en una órbita propia. No cabe duda de lo que se trata, lo único que no sabemos es hacia adonde viaja la
mini-nuke
después de desacoplarse. Pero eso también es fácil de responder: al lugar al que, oficialmente, no se podría trasladar una bomba atómica. ¿Y para qué? Pues para destruir algo que no se podría destruir tan fácilmente desde la Tierra. El objetivo está en el espacio.

Vogelaar juntó los dedos de las manos.

—Les dejaré un último enigma para el camino. Se refiere a la circunstancia de que, ahora, mientras hablo a la cámara, estamos en el año 2024. No pretendo aburrirlos con temas relacionados con mi destino personal, nuestro bonito y pequeño Estado está en la ruina, ya nadie se disputa nuestro petróleo, Mayé empieza a perder los nervios, y, para serles sincero, yo no había imaginado mi puesto en el gobierno, de algún modo, como un sostén para él. Pero da igual. Piensen únicamente que la rampa empezó a construirse hace dos años, y la empresa debió de ser planeada, con toda seguridad, mucho antes. El uso de esa bomba es algo planificado desde hace tiempo. Ahora la bomba está ahí arriba. ¿Cuándo explotará? Lo que es seguro es que el objetivo tiene que existir desde hace años, o por lo menos se sabía que ya existiría para el momento en que se lanzara el satélite. Como he dicho antes, no soy un experto en temas del espacio, alrededor de la Tierra y de la Luna hay varios objetivos potenciales, pero sólo uno quedará terminado y será inaugurado próximamente, y es muy probable que sea este mismo año. Es un hotel, planeado desde hace mucho tiempo, y su posición es la Luna; el constructor, Orley Enterprises. ¿No dice algo eso? ¡Por supuesto! Julian Orley, el gran adversario de Zheng, al que los chinos deben su eterno rezago...

Vogelaar levantó su vaso y brindó a su salud. Tras él, Guinea Ecuatorial se ahogaba en un torrente tropical.

—Les deseo que lo pasen bien esclareciendo todo este asunto. No pude reunir más pruebas, el resto tendrán que encontrarlo ustedes mismos. Y vengan a visitarme, si llegan a saber dónde está mi tumba. Nyela y yo nos alegraremos.

La grabación terminó. Ahora sólo se oía el zumbido de las turbinas. Despacio, como en trance, Yoyo volvió la cabeza y miró primero a Jericho y luego a Tu Tian. Sus labios dieron forma a dos palabras.

—Edda Hoff.

—Sí. —Tu asintió con expresión feroz—. ¡Y tiene que ser de prisa!

La advertencia

30 de mayo de 2025

MESETA DE ARISTARCO, LA LUNA

El transbordador de gran capacidad llamado
Ganímedes
era un aparato de vuelo del género Hornet, dotado de propulsión iónica y pesadas turbinas que le permitían desarrollar impulso en cualquier dirección deseada. Por su aspecto, era como un helicóptero de transporte grotescamente hinchado y sin aspas, del tipo Eurocopter-HTH, pero que, en cambio, reposaba sobre unas patas cortas y gruesas y ofrecía en su interior el confort de un jet privado. Los treinta y seis asientos podían transformarse en tumbonas con tan sólo apretar un botón, y cada sitio disponía de una consola multimedia propia. Había una cocina diminuta, con un equipamiento exorbitante y en la que sólo faltaba el alcohol, fiel a la disposición de que lo mejor era embriagarse durante el día con las nuevas impresiones.

En la actualidad, el Gaia disponía de dos transbordadores Hornet, el
Ganímedes
y el
Calisto.
Esa tarde, al unísono, ambos cruzaban el vacío a más de mil cuatrocientos kilómetros de distancia el uno del otro: el
Calisto,
en dirección a Rupes Recta, una colosal falla situada en el Mare Nubium, con doscientos cincuenta metros de altura y tan larga que a uno le parecía que rodeaba la Luna entera; y el
Ganímedes,
por su parte, en vuelo directo hacia la meseta de Aristarco, un archipiélago de cráteres en medio del océano de las Tormentas. Pocas horas antes, el
Calisto,
conducido por Nina Hedegaard y ocupado por los Ögi, los Nair, los Donoghue y Finn O'Keefe, había visitado la llanura de chatarra que rodeaba el Descartes, donde todavía dormitaba al sol el tren de aterrizaje del
Apolo 16,
y donde un vehículo lunar averiado transmitía cierto carisma nostálgico; en ese tiempo, el
Ganímedes
se había acercado al cráter Copérnico. Desde las alturas de su anillo, los pasajeros habían podido admirar su agreste montaña central, habían penetrado hasta su anchuroso interior y se estremecieron al pensar en cómo sería el coloso que habría caído allí del cielo unos ochocientos millones de años antes.

La Luna era un vasto montón de piedra, pero también era mucho más.

La suave estructura ondulada de sus llanuras hacía olvidar que los
maria
no eran mares verdaderos, y que los fondos de los cráteres no eran lagos. Curiosas estructuras creaban la apariencia de haber estado pobladas en otros tiempos, como si los héroes de H. G. Wells que viajaban por el espacio se hubiesen topado allí realmente con selenitas de aspecto de insecto y con rebaños de reses lunares, antes de que los secuestraran para llevarlos al universo mecánico del subsuelo lunar. Eso era lo que hasta entonces habían visto ese día Carl Hanna, Marc Edwards y Mimi Parker, Amber y los Locatelli, Evelyn Chambers y Oleg Rogachov —cuya esposa se había quedado en el polo en un estado lamentable—, pero Julian afirmaba que el punto culminante estaba aún por llegar. En el noroeste aparecieron los primeros aledaños de la meseta. Peter Black hizo volar el transbordador por encima del cráter Aristarco, que parecía fundido en luz.

—El anfiteatro de los espíritus —susurró Julian con tono misterioso y una sonrisa infantil en las comisuras de los labios—. Es el puesto de observación de misteriosos fenómenos lumínicos. Algunos están convencidos de que Aristarco está habitado por demonios.

—Interesante —comentó Evelyn Chambers—. Tal vez deberíamos dejar a Momoka un rato aquí.

—Eso sería el fin de esos misteriosos fenómenos —replicó Momoka Omura secamente—. A más tardar al cabo de una hora en mi compañía, el último demonio querría largarse a Marte.

Locatelli enarcó las cejas, lleno de admiración por la coquetería con que su mujer se regodeaba ante el espejo de la autocrítica.

—¿Y puedes decirnos algo acerca de las causas? —preguntó Rogachov.

—Sí. Como sabéis, se ha debatido intensamente sobre el tema. Durante siglos se han observado en repetidas ocasiones fenómenos luminosos en Aristarco y en otros cráteres; no obstante, algunos astrónomos ultraortodoxos se negaron hasta hace pocos años a reconocer la existencia de esos
Lunar Transient Phenomena.

—¿Serán volcanes, tal vez? —conjeturó Hanna.

—De ello estaba convencido Wilhelm Herschel, un astrónomo de finales del siglo dieciocho, un hombre, por cierto, muy popular en su época. Fue uno de los primeros que vio puntos rojos en la noche lunar, muchos de ellos en este lugar. Herschel supuso que se trataba de lava ardiente. Más tarde, sus observaciones se confirmaron, otros observadores reportaron la presencia de una niebla de color violeta, nubes oscuras y amenazantes, relámpagos, llamas y chispas, todo extremadamente misterioso.

—Para escupir lava, la Luna tendría que tener un núcleo líquido —dijo Amber—. ¿Lo tiene?

—¿Lo ves? Ése es el inconveniente —sonrió Julian—. En general se parte de la idea de que lo tiene, pero, de ser así, está a tanta profundidad que es preciso descartar las erupciones volcánicas como explicación del asunto.

Omura miró con recelo a través de la ventana en dirección a las fauces abiertas de Aristarco.

—Bueno, no nos tengas en vilo —dijo Chambers al cabo de un rato.

—¿No preferís creer en los demonios?

—A los demonios no consigo sacarles nada romántico —dijo Parker—. Eso significaría que el diablo habita en la Luna.

—Bueno, ¿y qué? —repuso Locatelli encogiéndose de hombros—. Mejor que viva aquí y no en California.

—No se debe bromear sobre el diablo.

—De acuerdo —dijo Julian, alzando las manos—. Hay un poco de actividad volcánica aquí arriba. Es cierto que no hay ríos de lava, pero se ha comprobado que los fenómenos siempre se manifiestan cuando la Luna está más próxima a la Tierra y la fuerza de gravedad tira de ella de un modo particular. La consecuencia son los terremotos lunares. Cuando éstos ocurren, se ensanchan los poros y las grietas, y los gases calientes suben a la superficie desde las regiones más profundas, se disparan hacia arriba debido a la alta presión, revolviendo el regolito; en la abertura de salida se incrementa el albedo, y de pronto tienes ante ti una nubecita luminosa.

—Entiendo —asintió Omura—. La Luna tiene que tirarse un pedo.

—Deberías dejar de revelar todos los trucos —dijo Amber echando una mirada de reojo a Parker—. Los demonios me parecían más interesantes.

—¿Y qué es eso de allí? —dijo Edwards, entornando los ojos al tiempo que señalaba hacia el exterior.

Algo imponente serpenteaba al noroeste del cráter, a lo largo de la planicie cubierta de surcos y agujeros de impacto. Parecía una culebra enorme o, mejor dicho, el molde de una culebra, un animal de dimensiones míticas. El embudo de la cabeza se unía a un cuerpo que se torcía varias veces y se iba haciendo cada vez más estrecho, hasta que desembocaba, como un hilo muy fino, en la llanura colindante. Parecía tratarse de Ananta Shesha, la serpiente universal del hinduismo, la que sostiene la Tierra y el universo, el trono escamoso y jadeante del dios Vishnú.

—Y eso —dijo Julian— es el valle de Schröter.

Black pasó a gran altura por encima de la formación, para que pudieran admirar las proporciones colosales del valle más grande de la Luna, como les explicó Julian, con cuatro mil millones de años de antigüedad. De hecho, su forma de serpiente ya había llamado la atención de otros. A aquel cráter con cabeza, con seis kilómetros de diámetro, lo llamaban también la Cabeza de la Cobra, una serpiente que se retorcía a lo largo de ciento sesenta y ocho kilómetros hasta el borde del Oceanus Procellarum. Sobre una meseta que descollaba en el nordeste sobre la Cabeza de la Cobra, pudo verse una explanada rodeada de hangares y colectores. Una torre de antena brillaba bajo la luz del sol. Black descendió un poco más, enfiló hacia la pista de aterrizaje y posó el
Ganímedes
sobre sus patas de abejorro.

—Es el puerto espacial Schröter —dijo el piloto, y sonrió a Julian con complicidad—. Bienvenidos al reino de los espíritus. Son pocas las posibilidades de que veamos a alguno, pero, señores, manténganse alejados de agujeros y grietas de aspecto sospechoso. Hay que ponerse la armadura, los cascos. Como esta mañana, entraremos a la esclusa en grupos de cinco. Julian, Amber, Carl, Oleg y Evelyn serán los primeros; los seguiremos Marc, Mimi, Warren, Momoka y yo. Y ahora, adelante, por favor.

En contraste con el módulo de aterrizaje del
Charon,
en un transbordador Hornet no era necesario aspirar el aire de la cabina, sino que se bajaba con un ascensor que era, a su vez, una esclusa. Black hizo subir el aparato. Los demás sacaron sus armaduras para el pecho de las estanterías y se ayudaron mutuamente a ponerse los voluminosos trajes, mientras Julian intentaba espantar la sombra que despojaba su estado de ánimo del brillo habitual. Lynn estaba cambiando, eso no podía negarlo. Mostraba síntomas de ensimismamiento, tenía unas ojeras poco atractivas y le salía al encuentro con una agresividad cada vez mayor y sin motivo. En su consternación, se había desahogado con Hanna, tal vez un error, aunque no sabía decir por qué. El canadiense era un buen tipo. Sin embargo, desde hacía poco se sentía algo inhibido ante él, como si tuviera que analizarlo más detenidamente, y, en ese caso, aflorarían ciertas inquietantes conexiones trigonométricas entre él, Lynn y aquel tren fantasma. Cuanto más cavilaba sobre ello, tanto más seguro se sentía de que la solución estaba desde hacía mucho tiempo a la vista. Veía la verdad, pero se negaba a reconocerla. Era un detalle de banal fuerza probatoria, pero mientras el proyeccionista de películas de su mente durmiera el sueño de los justos, no conseguiría acercarse a esa verdad.

En compañía de los demás, entró en la esclusa y se puso el casco. A través de la ventana de visión pudo observar el interior de la nave mientras succionaban el aire. Vio a Locatelli dando una perorata, a Omura ayudando a Parker a colgarse la mochila de supervivencia; entonces la cabina dio un tirón hacia abajo, se desplazó por el vientre del
Ganímedes
a través del hueco del ascensor y se abrió al llegar bien pegada al asfalto de la pista de aterrizaje. Una rampa brotó del suelo de la cabina, y a través de ella salieron al exterior. No estaba previsto que los transbordadores aterrizaran en otra cosa que no fuera una superficie sólida y pavimentada, pero en caso de que fuera necesario, también se pretendía llevar al mínimo el contacto de la cabina con el polvo fino del regolito, pues, de lo contrario...

Julian se quedó perplejo.

De repente, fue como si el proyeccionista se hubiera despertado y frotado los ojos. Bostezando, se incorporó y bajó al archivo en busca del rollo de película que se había extraviado.

Acababa de verla de nuevo: la verdad.

Y una vez más, no la entendía.

Algo ansioso, vio cómo el segundo grupo abandonaba la esclusa. Black les hizo señas para que se acercaran a uno de los hangares cilíndricos. Tres todo terrenos abiertos estaban allí aparcados, sorprendentemente parecidos a los históricos vehículos lunares, pero con tres ejes, ruedas más grandes y concebidos cada uno para seis personas. La estructura, ahora mejorada, explicó Black, permitía un avance más rápido que en los comienzos del automovilismo lunar, y era, además, apropiada para superar terrenos extremadamente accidentados. Cada una de las suspensiones de las ruedas podía girar, en caso de necesidad, en una vertical de noventa grados, lo que bastaba para pasar por encima de grandes rocas que hubiera en el terreno.

BOOK: Límite
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