Límite (102 page)

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Authors: Schätzing Frank

BOOK: Límite
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Yoyo se frotó los codos.

—Yo no soy tú, Joanna.

—Nadie te ha dicho que vayas y te compres un Rolls-Royce a la primera. Sólo quiero que entiendas los principios de la causa y el efecto. La verdad es algo bueno, sobre todo cuando es agradable. Cuando es desagradable, refuerza los mecanismos de defensa.

—¿También la verdad ha reforzado los mecanismos de defensa de Owen?

Joanna sostuvo el pincel a contraluz y separó en abanico las cerdas con la uña.

—Tian me ha contado que estuvisteis juntos —se apresuró a añadir Yoyo—, antes de casarte con él.

—Sí, estuvimos juntos.

—De acuerdo. Podemos cambiar de tema.

—De ningún modo —dijo Joanna, colocando el pincel a un lado y dedicándole a la joven una radiante sonrisa—. Tuvimos una época bonita.

—¿Y por qué os separasteis? Es un tío muy simpático.

Era extraño que Yoyo dijera eso. ¿Le caía simpático Owen Jericho? Hasta el momento sólo había aparecido en situaciones relacionadas con armas de fuego, muerte y graves lesiones físicas. Por otro lado, le había salvado la vida. ¿Acaso a uno alguien le parecía simpático sólo porque le hubiera salvado la vida?

—Una pareja es un contrato que se puede rescindir en cualquier momento, corazón —dijo Joanna, cogiendo el segundo pincel—. No tiene plazos. Tú no dejas de acostarte con alguien seis semanas antes de que acabe el trimestre. Cuando las cosas ya no funcionan, tienes que marcharte.

—¿Y qué fue lo que no funcionó?

—Nada. El Owen que vino conmigo a Shanghai no se parecía en nada al que yo había conocido en Londres.

—¿Estuviste en Londres?

—¿Está convirtiéndose esto en una entrevista? —dijo Joanna, enarcando las cejas—. En ese caso, con mucho gusto la habría autorizado más tarde.

—No, me interesa de verdad. Quiero decir, nosotras nos conocemos desde no hace mucho, ¿no? Tian y tú lleváis..., ¿cuánto tiempo juntos?

—Cuatro años.

—Por eso, no hemos tenido muchas oportunidades de hablar.

—¿De mujer a mujer, quieres decir?

—No, qué chorrada. A Tian lo conozco desde hace una eternidad, de toda la vida, vamos, pero de ti...

—De mí no sabes nada —dijo Joanna, torciendo burlonamente las comisuras de los labios—. Y ahora estás preocupada por el bueno de Tian, porque no puedes imaginarte lo que puede querer una mujer atractiva y engreída de un viejo calvo, desaseado y con sobrepeso, que tiene dinero a montones pero que pega las patillas de sus gafas con cinta adhesiva y lleva la cintura del pantalón por las rodillas.

—Yo no he dicho eso —replicó Yoyo, furiosa.

—Pero lo has pensado. Y Owen también lo ha pensado. Pues bien, te contaré la historia. Es una pieza didáctica sobre economía del amor, y comienza en Londres, adonde me trasladé en el año 2017 para estudiar literatura inglesa, arte y pintura occidental; algo para lo que hay que estar muy loco, ser un idealista o muy rico desde la cuna. Mi padre era Pan Zemin...

—¿El ministro de Medio Ambiente?

—Viceministro.

—¡Oye! —exclamó Yoyo—. ¡Nosotros siempre admiramos a tu padre!

—A él le alegraría oírlo.

—Abordó un sinfín de problemas de manera honesta. —Un vivo entusiasmo inundó a Yoyo—. Un hombre jodidamente valiente. Y también están sus esfuerzos por invertir más dinero en la investigación solar para elevar la explotación energética...

—Sí, algo en gran medida ventajoso para la colectividad —respondió Joanna secamente—. Tampoco tuvo malos efectos el hecho de que una de las empresas que buscaban ese cambio le perteneciera. Ya lo he dicho, loco, idealista o rico de cuna. Por esa época, la comunidad china de Londres ya había rebasado las fronteras de Gerrard Street. Había infinidad de clubes en el Soho a los que acudían tanto chinos como europeos. En uno de ellos conocí a Owen. Eso fue en 2019. Aquel hombre me gustó. ¡Diría incluso que me gustó mucho!

—Sí, es atractivo.

—Digamos que es mono. Pero lo grandioso de él no era tanto su físico como el hecho de que no mostró ningún miedo ante mí. Era horrible, todos los hombres me tenían miedo, y a mí los perdedores me gustan... pero en el desayuno. —Joanna sonrió maliciosamente y removió otro pincel en el aguarrás—. Owen, en cambio, parecía decidido a no dejarse impresionar ni por mi aspecto, sin duda deslumbrante, ni por mi independencia financiera; además, consiguió estar dos horas sin mirarme todo el tiempo las tetas. Eso tenía su encanto. Y otra cosa, respetaba mi inteligencia llevándome la contraria. Era ciberpolicía en New Scotland Yard, donde no te vas cargado precisamente de oro, pero a mí el dinero no me interesaba. Owen podría haber estado durmiendo bajo el puente de Londres, que yo me habría tumbado a su lado. —Joanna hizo una pausa—. O digamos mejor que habría comprado el puente y me habría tumbado a su lado. Estábamos muy enamorados.

—¿Y cómo pudo romperse algo así?

—Eso, ¿cómo? —Joanna dejó escapar un breve suspiro de sonido agradable—. En el año 2020, mi padre sufrió un derrame cerebral, y fue tan considerado como para no volver a despertar. Dejó una fortuna considerable, una esposa probada en la paciencia, que soportó su deceso sin rechistar, del mismo modo que lo había soportado a él en vida, y dejó también tres hijos, de los cuales la mayor soy yo. Mamá estaba sola, y pensé que con la parte de la fortuna que había recibido, de un modo tan inesperado, no tenía necesidad de seguir contribuyendo a atiborrar las aulas universitarias londinenses. Así que decidí volver. Le pregunté a Owen lo que pensaba acerca de venirnos a vivir a Shanghai, y él, sin pensarlo dos veces, dijo que sí, que nos veníamos. Y, ¿sabes?, aquello fue extraño.

—¿Por qué? Era exactamente lo que tú querías.

—Ya, pero él no puso la más mínima objeción. Después de todo, sólo llevábamos juntos medio año. Pero bueno, eso es una cruz. Cuando los hombres hacen lo que les dices, se vuelven sospechosos; cuando se oponen, se vuelven ridículos. Pensé que era que me amaba mucho, lo que es algo positivo, pues mientras me amara, sólo se engañaría a sí mismo y no a mí. Pero ya por entonces yo empezaba a preguntarme cuál de los dos amaba más.

—Y él te amaba demasiado.

—No, él se amaba demasiado poco a sí mismo. Pero eso sólo lo vi claro cuando ya habíamos llegado a Shanghai. Inicialmente, todo fue genial. Él conocía la ciudad, le gustaba, pues había estado varias veces en ella a raíz de ciertos trabajos de investigación bilaterales. En New Scotland Yard se lo consideraba una especie de sinólogo del cuerpo; pues debes saber, además, que Owen no puede aprender otros idiomas sin el esfuerzo con que los aprenden el resto de los mortales; le basta con tragárselos y luego los devuelve bien digeridos en frases impecables. Le propuse que aceptara un trabajo en el Departamento de Delitos Cibernéticos de la policía de Shanghai, ya que allí lo conocían y lo apreciaban.

—La Cypol —resopló Yoyo.

—Sí, tus amigos. Ocupamos un piso en Pudong y nos propusimos ser felices para el resto de nuestras vidas. Y ahí empezó todo. Pequeñeces. Su mirada empezó a titilar cuando me hablaba. Me cortejaba. Claro, vivíamos en mi país, era mi gente la que frecuentábamos, entre ellos políticos, intelectuales y toda suerte de representantes de la vida pública, y cada uno de ellos me cortejaba. En los círculos que yo frecuento, la grandeza es el resultado de la genuflexión, pero las rodillas de Owen se fueron aflojando y aflojando cada vez más. Su maravillosa autoestima se derritió como la mantequilla bajo el sol, parecía estar degenerando, como si volviera a tener acné, y en una ocasión me preguntó, con un tono totalmente vacilante, si lo amaba. ¡Yo me quedé de piedra! Fue casi como si me hubiese preguntado si el Sol estaba brillando en un día azul y radiante.

—Tal vez le pareciera que ya no lo amabas como antes.

—Fue al revés, corazón. Las dudas llegaron con el dudoso. Owen no tenía el más mínimo motivo para desconfiar de mí, aunque probablemente a él se lo pareciera. Había dejado de confiar en sí mismo, ¡eso fue! El enamoramiento sólo puede tener lugar de igual a igual, pero cuando tu pareja se inclina ante ti, te ves obligado a mirarlo desde lo alto.

—¿Se volvió celoso?

—El celo, el vicio de los poco agraciados. Nada te hace más pequeño y horroroso. —Joanna se acercó a un depósito que estaba abierto y en el que había varios tubos dispuestos uno junto a otro—. Sí, se volvió celoso. Alguna vieja inseguridad se apoderó de él. Nuestra relación perdió el equilibrio. Yo soy una persona positiva, corazón, sólo puedo ser positiva, de modo que Owen, a mi lado, se fue volviendo como una planta de maceta a la que se le niega el agua. Mi optimismo lo secó. Cuanto peor se sentía él, tanto más disfrutaba yo mi vida, al menos vista desde su atalaya. ¡Un absoluto absurdo, por supuesto! Yo siempre había disfrutado de la vida, pero sólo antes junto con él. —Joanna sacó un tubo de bermellón y lo oprimió para verter un poco de pintura sobre la paleta—. Así que lo abandoné, para que él, por fin, pudiera encontrarse a sí mismo.

—Muy considerada —se mofó Yoyo.

—Está claro cómo lo ves tú —dijo Joanna, deteniéndose un momento—. Pero te equivocas. Yo podría haber envejecido con él, pero Owen había perdido la fe. El mundo es una ilusión, todo es ilusión, y el amor lo es por fe. Si dejas de creer en él, desaparece. Cuando dejas de sentir, el Sol se vuelve un grumo, y las flores, madeja. Ésa es toda la historia.

Yoyo caminó hasta un taburete y se dejó caer en él.

—¿Sabes qué? —dijo—. Siento lástima.

—¿De quién?

—¡Pues de Owen!

—Psss... —Joanna negó con la cabeza en gesto desaprobatorio—. Qué descortesía, habría esperado que le mostraras más respeto. Owen tiene talento, es inteligente, carismático, es atractivo. Podría ser lo que quisiera. Cualquiera lo sabe. Él es el único que lo ignora.

—Durante un tiempo tal vez lo creyó, antes, en Londres.

—Sí, pero sólo porque, a causa de la sorpresa al ver que lo nuestro funcionaba, se olvidó temporalmente de ser ese pequeño y lamentable apestado.

Yoyo la miró fijamente.

—Dime una cosa. ¿No tienes corazón o es que te gustas a ti misma en ese papel?

—Te seré sincera: me gusta no ser
kitsch
ni patética. ¿Qué prefieres? ¿Los sentimentalismos? Pues vete al cine.

—Vale. ¿Cómo sigue la historia?

—Por descontado que dejó el puesto que tenía. Yo me ofrecí para apoyarlo, pero él rechazó mi oferta. Al cabo de pocos meses dejó el trabajo, sólo porque yo se lo había conseguido.

—¿Y por qué no regresó a Inglaterra?

—Eso tienes que preguntárselo a él.

—¿Nunca hablasteis sobre ello?

—Sí, claro. Mantuvimos el contacto. El cese de transmisiones duró tan sólo unas pocas semanas, el tiempo en el que yo me enamoré de Tian, al que conocía de algunas fiestas. Cuando Owen se enteró de que estábamos liados, su imagen del mundo se vino abajo por completo. —Joanna miró a Yoyo—. Sin embargo, a mí me da igual cuán viejo sea un hombre, o cuán gordo y calvo esté. Nada de eso cuenta. Tian es auténtico, camina erguido y va de frente, ¡y ya se sabe cuánto aprecio esas cualidades! Es un luchador, una roca. Es ingenioso, culto, liberal...

—Rico —completó Yoyo.

—Rica soy yo también. Claro que me pareció estupendo que Tian buscara el reto, y que pasara con tanta rapidez de un éxito al otro. Sin embargo, no tiene nada que Owen no tenga también. Sólo que la existencia de Tian está marcada por una casi inamovible fe en sí mismo. Él se encuentra atractivo, y eso lo hace atractivo. Por eso lo amo.

La narración de Joanna había empezado a ejercer un efecto benéfico sobre Yoyo. De pronto le parecía que podía respirar mejor cuando se hablaba de los problemas de otra gente. En general, sentaba bien que otros tuvieran problemas. En realidad, podrían haber sido incluso un poquito más graves, así podían sofocar un poco el recuerdo de lo sucedido esa mañana.

—¿Y cómo continuaron las cosas con Owen? —quiso saber la joven.

Joanna prestó atención a la franja de óleo sobre su paleta y la removió con un pincel afilado hasta hacerla más cremosa.

—Pregúntale a él —dijo sin levantar la vista—. Yo te he contado mi historia. No soy responsable de la suya.

Yoyo se movió en su asiento de un lado para el otro, indecisa. El inesperado laconismo de Joanna no le gustaba. Había decidido insistir un poco más, cuando Tu entró en el estudio.

—¡Ah, estás aquí! —le dijo Tu a Yoyo, como si la joven estuviera obligada a informarle de dónde se encontraba.

—¿Pasa algo? —preguntó ella.

—Sí, Owen ha trabajado con aplicación. Ven conmigo al despacho, parece que ha encontrado varias cosas. Yoyo se levantó y miró a Joanna.

—¿Tú también vienes?

Joanna sonrió. De la punta del pincel cayó una gota de bermellón con aspecto de una sangre antigua y noble.

—No, corazón. Ve tranquila. Yo sólo haría preguntas estúpidas.

A las 19.20 horas, Tu, Jericho y Yoyo se sumergieron en la belleza de las montañas suizas. Sobre la pared multimedia de Tu Tian pudo verse una película en 3D de gran formato. Vieron una barca que partía de una pequeña y pintoresca ciudad y atravesaba desfiladeros y bosques de pinos en dirección a un precioso paso de montaña. Vieron también una edificación baja y de noble aspecto. El comentarista español la elogió como uno de los primeros hoteles de diseño en los Alpes, alabó las habitaciones por su confort y la cocina por sus albóndigas, para luego, de inmediato, acompañar a un grupo de excursionistas mientras cruzaban un prado. Las vacas se acercaban a curiosear. Una atractiva chica de ciudad vio aquel acercamiento con escepticismo, apuró el paso y empezó a correr en dirección al valle, donde unos burros de aspecto gris y cansado salieron de su cobertizo y la espantaron de nuevo en dirección a donde estaban las vacas. Algunos de los excursionistas rieron. La siguiente escena mostraba a un agricultor dándole una patada en el trasero a una vaca.

—Aquí arriba, las costumbres siguen siendo, en parte, bastante rudas y primitivas —explicaba el comentarista español con el tono de un etólogo que acaba de descubrir que los chimpancés no son tan inteligentes.

—Estupendo —dijo Yoyo.

Ni ella ni Tu entendían el español, lo que no importaba demasiado. Jericho dejó que la película siguiera rodando como si nada y esperó ansioso su gran momento.

—No es necesario que os explique cómo está estructurada una cinta como ésta —dijo el detective—. Además, ya conocéis los sellos de agua, así que...

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