Authors: Schätzing Frank
Daba igual. Allí al lado estaban en una trampa.
Con gesto sereno, Kenny Xin hizo que el arma realizara un giro hacia la izquierda. En
staccato,
el fusil clavó su carga en el hormigón, se abrió paso a través de un armario ya agujereado a medias y terminó de derribarlo. Los cráteres se alineaban muy pegados el uno al lado del otro, una zanja de destrucción que se fue multiplicando en dirección a la joven, que yacía en el suelo.
Yoyo lo miró fijamente. Presa del pánico, Yoyo intentó ponerse en pie, pero se movió con una lentitud ridícula. Sus ojos se abrieron de par en par cuando comprendió que iba a morir.
—Adiós, Yoyo —le dijo Xin con un siseo entre dientes.
Con las fauces de las turbinas por delante, la
airbike
se abría paso a través del ramaje, como si quisiera aplastar a Jericho y tragárselo al mismo tiempo.
¡Tenía que saltar!
De pronto, cesaron los ruidos de la madera astillándose. A menos de medio metro de distancia, el fuselaje de la máquina quedó encajado entre el ramaje y se detuvo con un traqueteo. Los trozos de corteza, las hojas y las ramas cayeron en una lluvia sobre él. Jericho miró las reventadas aspas de la turbina, se movió, colgado de las manos, en dirección al tronco y vio, debajo de él, una delgada rama sobre la que podría apoyar un pie.
Bien mirado, era inquietantemente delgada.
Demasiado delgada.
De nuevo, empezó la lluvia sobre él.
No tenía opción, de modo que se dejó caer, aterrizó sobre las dos piernas, sintió la madera ceder bajo su peso y rodeó el tronco con los brazos.
Xin oyó el grito, pero éste no provenía de Yoyo, sino del gigante, que había salido precipitadamente, contra todo pronóstico, de la habitación de al lado y se había lanzado sobre el trípode con la fuerza de una bola de demolición, provocando que cayera. Los impactos cambiaron de dirección y se dirigieron al techo, donde empezaron a desprender fragmentos de piedra del grueso de un puño. Xin oprimió la tecla de
«Stop»
y sacó su arma de fuego. Vio a Chen Hongbing correr hacia Yoyo, que en ese instante saltaba y arrancaba los restos de la puerta del piso.
En el momento en que le apuntaba, Daxiong le barrió las piernas.
Xin cayó de espaldas y rodó rápidamente hacia un lado. En el sitio donde había estado, el cuerpo de Daxiong apisonó el suelo. Xin alzó el arma, pero aquel mastodonte se incorporó con asombrosa destreza y se la derribó de un golpe. Xin le propinó una patada allí donde el pecho de armario de Daxiong limitaba con el cuello y que, de algún modo, debía de ser la laringe. La trabajada barba faraónica del joven se hizo añicos. El gigante se tambaleó y dejó escapar un estertor de asfixia. Con un salto veloz, Xin llegó donde estaba su pistola y consiguió incluso tocar la empuñadura, pero entonces sintió que lo agarraban y lo alzaban en peso, como a un niño. Lanzando golpes a diestro y siniestro, intentó librarse del agarre. El efecto de la patada no había durado mucho. Las garras de Daxiong lo sujetaban como las mordazas de un torno de banco mientras lo llevaban hasta lo que había sido la fachada de cristales.
Era evidente lo que se traía entre manos.
En un intento a ciegas, Xin dobló el brazo hacia atrás y disparó. Un grito de dolor reprimido le hizo suponer que había acertado, pero eso no le impidió a Daxiong alzarlo aún más y, con gran impulso, arrojarlo por una de las ventanas. No quedaban muchos cristales en los marcos. En otras circunstancias, el golpe habría significado una muerte segura, pero la herida le había arrebatado al gigante parte de su fuerza. Xin extendió los brazos y las piernas como un gato, buscó algo a lo que sujetarse y consiguió agarrar un puntal de madera que se había astillado bajo la lluvia de fuego. Su cuerpo describió un giro hacia afuera. Por un momento, vio el verde mar de hojas que se extendía debajo de él, tensó los músculos a fin de volver a entrar, pero entonces vio venir volando el puño de Daxiong y resbaló. Xin cayó.
Pero la caída fue breve.
Ver la voluminosa caja del aire acondicionado y estirar la mano fue una acción simultánea. Un tirón recorrió el cuerpo de Xin cuando sus manos se aferraron a la caja, que se encorvó con un crujido. Por debajo de él se oía el ruido de ramas partiéndose y astillándose, como si un animal enorme hiciera estragos entre las copas de los árboles.
¿Era Jericho? El detective se había despeñado por el mismo sitio.
Nada interesante. Tenía que regresar al piso. Haciendo uso de toda su fuerza, se irguió, pegó los pies a la pared y empezó a escalar.
Jericho se aferraba desesperadamente al tronco. Los pies se le resbalaban. No había ni una corteza donde clavarlos. A menos de tres metros sobre el suelo, decidió soltarse, se dejó caer y aterrizó sobre los dos pies, perdió el equilibrio, cayó de espaldas y vio la
airbike
que se le venía encima.
«Una moto cae de un árbol y mata a un detective.»
Había titulares que era preferible no imaginar.
Con todas sus fuerzas, se catapultó hacia un lado. Junto a él, la
airbike
golpeó el suelo con tal fuerza que temió que el arsenal de armas explotara. Sin embargo, no tuvo que vivir ese desastre. La moto yacía de lado, las dos turbinas y una parte del revestimiento se habían desprendido. De ese modo, el aparato había perdido toda aptitud como vehículo volador. Jericho miró hacia arriba, pero los árboles entorpecían la visibilidad hacia el piso de Chen. Cuando avanzó tambaleándose hasta la pared del edificio, creyó ver un pie desaparecer por el alféizar de la ventana; Jericho aguzó la vista, pero...
El pie ya no estaba.
El detective miró entonces a su alrededor, halló una puerta trasera, hizo girar el picaporte y se encontró con que estaba abierta. Detrás había un oscuro pasillo. Un aire frío llegaba desde la dirección opuesta. Jericho se deslizó en el interior y necesitó un momento para orientarse. Vio entonces que, más adelante, el pasillo describía un recodo; el detective siguió su curso. Tras unos pocos escalones se encontró junto al hueco del ascensor. Ante él se extendía el punto de fuga de la entrada hasta la puerta principal. Un violento estruendo se oyó en la escalera. Alguien se aproximaba en tropel, como un elefante. Jericho retrocedió, se mantuvo oculto tras el hueco del ascensor, y esperó a ver quién aparecía en el pasillo de la entrada.
Era Daxiong. El gigante tropezó contra la pared y se apoyó en ella. Sobre el omóplato derecho, la chaqueta estaba rasgada y cubierta de sangre. Con unos pocos pasos, Jericho salió a su encuentro.
—¿Qué sucede? ¿Dónde están Yoyo y Chen?
Daxiong se volvió, con el puño en alto, listo para golpear. Entonces reconoció a Jericho, lo dejó allí plantado y caminó hacia la puerta del piso dando tumbos.
—Ahí fuera —dijo en un resuello.
—¿Y Kenny?
—Ahí fuera.
Sus rodillas se doblaron. Jericho lo agarró por las axilas. —Apóyate —le dijo, jadeando. —Peso demasiado.
—Chorradas. He mecido a bebés más grandes que tú. ¿A qué te refieres con «ahí fuera»?
Daxiong clavó una de sus zarpas sobre el hombro de Jericho y desplazó todo su peso sobre el cuerpo del detective. Por supuesto que pesaba mucho. Demasiado. Era casi como arrastrar a un dinosaurio de mediano tamaño. Jericho tiró de las puertas y ambos salieron tambaleándose a la luz del sol.
—Lo he arrojado fuera —dijo Daxiong, entre jadeos—. Lo lancé por la ventana. Maldito cabrón.
—Creo que el cabrón ha conseguido entrar otra vez. —Jericho miró rápidamente a su alrededor. En una secuencia incoherente, vio pasar coches y motocicletas—. Deben de estar por aquí, en alguna... ¡Allí!
Entre los vehículos, Yoyo les hacía señas desde el otro lado de la calle. Estaba sentada sobre el sillín de una de las dos motocicletas con las que ella y Daxiong habían llegado hasta allí. A su lado, nervioso, Chen Hongbing cambiaba la postura de una pierna a la otra. Yoyo señaló la segunda moto y gritó algo.
—Exacto —gruñó Daxiong, que retiró la mano del hombro de
Jericho y empezó a caminar, tambaleándose—. Larguémonos de aquí.
La estructura del tejado del edificio, parecida a una pagoda, era achatada en la parte central. De esa parte plana del techo salía el hueco de la escalera. Xin había aparcado su
airbike
al lado, y desde allí había bajado hasta la cuarta planta; ahora salía de nuevo al aire libre, esta vez con el fusil en posición de tiro, cuyo dispositivo de bloqueo él había soltado a toda prisa, mientras sangraba a causa de las innumerables heridas. Corrió hasta el borde del tejado. La pagoda caía plana a sus pies y tapaba la mayor parte de la calle, pero podía ver los pilares de la vía, aferrados como dedos a la nada, y también veía el lado opuesto de la calle, con el parque.
Junto a un puente peatonal, divisó a Yoyo y a su padre.
Les apuntó, y cuando los tuvo en la mira, se dio cuenta de que el cargador estaba vacío. Con un grito de rabia, arrojó el arma bien lejos, corrió hacia su
airbike,
se sentó, la arrancó y dirigió la máquina en vertical hasta una altura donde pudiera ver la avenida a todo lo ancho. Por allí corrían Jericho y Daxiong. Habían cruzado la mediana y ya habían recorrido más de la mitad del puente. Por debajo de ellos pasaba una marea de tráfico. Desde el aire, se asemejaban a dos ratones en una pista de laboratorio, y uno de ellos, al parecer, estaba un poco cojo.
El gigante. Le había acertado.
Xin extendió la mano, la metió en el compartimento de las armas y extrajo una ametralladora de aspecto manejable. Acompañado por el alarido de las turbinas, se lanzó hacia abajo.
Jericho lo vio venir. Agarrando a Daxiong por la chaqueta, que corría encorvado delante de él, lo retuvo y señaló hacia lo alto. —Mierda —jadeó Daxiong.
El gigante alzó ambos brazos para llamar la atención de los demás sobre la moto, y suspiró hondamente. Su rostro se contrajo de dolor. Pero Yoyo también se dio cuenta de lo que se les venía encima, así que saltó de su motocicleta y echó a correr con todas sus fuerzas en dirección al parque, seguida de Hongbing.
—Daxiong —gritó Jericho—. Tenemos que dar media vuelta.
—¡No!
—No lograremos llegar al otro lado.
El detective le dio un empujón al gigante y lo llevó hasta donde la vía elevada cruzaba la mediana de la carretera. El puente colindaba con una de las imponentes estructuras que servían de pilar y sobre las que debería discurrir la línea del Maglev. A intervalos regulares, unos travesaños conducían hacia abajo. Jericho saltó la barandilla y bajó. Esperaba que Daxiong sacara las fuerzas necesarias para seguirlo. De ningún modo podría cargar al chico hasta abajo.
La
airbike
pasó disparada por encima del puente peatonal. Las balas impactaron ruidosamente. Daxiong perdió el sostén y cayó bruscamente sobre la hierba de la mediana. Jericho corrió hacia el gigante caído, que en ese momento ya se sentaba y emitía un rugido que ahogó sin esfuerzo el ruido de los coches. Para alivio de Jericho, Daxiong no gritaba de dolor, sino que soltó una cascada de insultos e improperios, los cuales, en su totalidad, tenían como contenido la muerte lenta y agonizante de Kenny.
—Levántate —lo increpó Jericho.
—¡No puedo!
—Claro que puedes. Ahora no estoy muy receptivo para las ballenas varadas.
Daxiong dirigió sus ojos hacia él.
—Lo abriré en canal —gritón—. ¡Le sacaré los intestinos! ¡Primero el intestino grueso, y luego el duodeno!
—Lo que quieras. Pero ¡ahora, levántate!
Xin tomó la curva y enfiló en dirección a Yoyo.
Al momento siguiente, ambos habían desaparecido bajo el frondoso y floreciente techo de árboles que rodeaban el parque. Xin descendió aún más y voló pegado al césped en dirección al grupo que practicaba
qi gong.
Con la cabeza erguida, los hombros bajos y el torso y la parte inferior del cuerpo en armonía, los ancianos extendían sus brazos, hacían girar las palmas de las manos y las llevaban lentamente hacia arriba, luego estiraban los miembros, los brazos, hasta que parecían sostener el cielo, evitando que éste se despeñara sobre Siping Lu. Entre plátanos y sauces llorones, Xin vio aparecer a los fugitivos y disparó, abriendo profundas heridas en la madera. Se vio a los primeros miembros del grupo de ancianos perder la consonancia. Olvidaron cruzar los dedos, respirar lentamente, y giraron las cabezas.
Un instante después, se dispersaban a la desbandada, mientras la
airbike
pasaba a toda velocidad por en medio de ellos.
Xin frenó la moto y se dirigió al bosquecillo en el que habían desaparecido Yoyo y su padre. No había rastro de ellos. Entonces alzó el morro de la moto y ganó altura rápidamente. Era posible que estuvieran esperando el momento oportuno para pasar al otro lado y llegar hasta sus motocicletas. Con las turbinas bramando, se dirigió hacia los dos vehículos. Dado que eran movidas por electricidad, no podían explotar, pero tras una fuerte salva de disparos, ninguna de las dos serviría para nada.
Entonces vio un movimiento en la mediana. ¡Ah! Eran Jericho y el coloso que había intentado arrojarlo por la ventana.
Tampoco estaba mal.
—¡Por ahí viene!
Daxiong asintió débilmente. Esperaron hasta el último instante y luego se ocultaron tras uno de los pilares de la vía, cuando los primeros disparos surcaron el aire y golpearon el hormigón. La
airbike
pasó volando junto a ellos y describió un rápido giro.
—Hacia el otro lado.
Otra vez se pusieron a cubierto. De ese modo podrían resistir los ataques de Kenny durante un tiempo, refugiándose tras la parte posterior de la columna que les ofreciera protección.
Por lo menos Jericho tenía la esperanza de que funcionara.
A su lado estaba apoyado Daxiong, empapado en sudor, con la respiración acelerada. Su cara, toda su cabeza, mostraban una inquietante palidez.
—No aguantaré esto mucho más —dijo el gigante, jadeando.
—No tienes por qué hacerlo —repuso Jericho, aunque cada vez tenía más miedo de que la última parte de su plan no saliera como esperaba.
Sus ojos escudriñaron el cielo. A ambos lados tronaba el tráfico en una frecuencia más relajada. El bufido de la turbina se alejó. Por un momento, el detective se ilusionó con la idea de que el asesino hubiera desistido. Pero entonces vio la
airbike
sobre ellos y comprendió lo que Kenny se proponía. Estando él a suficiente altura, el pilar ya no les serviría como escondite. Podían darle la vuelta a aquel chisme como liebres, pero, más tarde o más temprano, él los alcanzaría con un disparo.