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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

Libros de Luca (55 page)

BOOK: Libros de Luca
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Había otras dos personas en el coche además de Jon y Patrick Vedel. Poul Holt, que iba conduciendo, y Remer, que viajaba en el asiento del acompañante. Los cuatro llevaban puesto el mismo tipo de túnica; sólo la de Jon era negra, las de los otros eran blancas. Al principio Jon se había sentido un poco ridículo vestido de esa manera, pero después estuvo de acuerdo en que debían ser respetuosos con el ritual, y esta actitud se vio reforzada en el instante en que vio aquel magnífico escenario ante él. Al mismo tiempo, la túnica producía un efecto tranquilizador, otorgándole un fuerte sentido de comunión con los demás. De todas formas, notaba cierto nerviosismo, aunque no por ello estaba menos entusiasmado y ansioso por cumplir con su función lo mejor que pudiera. Reconoció esas sensaciones por haberlas experimentado cuando presentaba sus alegatos finales ante los tribunales, pero esta vez había mucho más en juego que el destino de su cliente o su propio orgullo.

Holt detuvo el vehículo exactamente delante de la biblioteca y los otros tres hombres bajaron. El viento hizo flamear sus túnicas y los tres apresuraron el paso hacia la entrada mientras el coche se alejaba con Holt al volante. La zona de entrada era de cristal; una vez dentro, una alfombra roja conducía al interior de la biblioteca. Detrás de las puertas de cristal se encontraban dos hombres de aspecto árabe, ataviados con el mismo tipo de túnica blanca, dando la bienvenida a los invitados que llegaban. Cuando vieron la túnica negra de Jon, hicieron una profunda reverencia y canturrearon algunas frases en árabe. Después, verificaron los amuletos de cada uno antes de permitirles atravesar las otras puertas de cristal.

El salón al que accedían se extendía diez metros hacia arriba y enormes columnas de arenisca de color claro se elevaban como troncos de árboles que terminaban en las vigas de metal del techo. Jon percibía la energía que envolvía a todo el lugar. Era diferente a la de Libri di Luca, no tan forzada, sino que estaba presente de una manera natural, como una radiación de fondo que se extendía por todo el espacio.

En el vestíbulo se habían reunido más de doscientas personas, todas con túnicas blancas, algunas con las capuchas levantadas, otras con la cabeza descubierta. Se escuchaba un murmullo de voces, producto de las animadas conversaciones entabladas en los pequeños grupos que se habían formado. Jon captó palabras de algunas de las diferentes lenguas que hablaban los participantes, pero cuando Remer y Jon se abrían paso las conversaciones cesaban hasta que habían pasado. Luego un gran murmullo los seguía.

Remer los condujo hasta un grupo de unas diez personas, que recibió a los tres hombres en lengua danesa. También presentó a Jon al grupo, que, según explicó, era el círculo íntimo de la sección danesa de la Orden.

Todos los miembros del grupo llevaban un libro idéntico al de Jon. Uno a uno, fueron adelantándose para presentarse y pronunciar unas adecuadas palabras de bienvenida. Jon respondió cortésmente a los saludos, pero no reconoció a ninguno de ellos. Sin embargo, a juzgar por sus expresiones y actitud amistosa, todos parecían saber quién era él.

—La ceremonia se realizará en la sala de lectura —anunció Remer, volviéndose hacia Jon.

—Es un lugar sorprendente —dijo una de las personas del grupo, y los demás respondieron con gestos de entusiasmo y comentarios de aprobación.

—Pero ¿cómo hace usted para que todo esto permanezca en secreto? —preguntó Jon, señalando a la multitud allí presente—. No es precisamente una reunión discreta.

Remer se rió.

—Tiene razón —reconoció—. Pero a veces la mejor manera de esconder algo es dejarlo a la vista. —Le hizo un guiño a Jon—. Por supuesto, nosotros no hemos anunciado lo que realmente hacemos aquí. Oficialmente es una reunión con fines benéficos y también hacemos una importante donación a los fondos de la biblioteca. Pero no se trata de puro altruismo. El personal está formado por nuestra gente, incluso los que trabajan aquí durante el día.

Mientras tanto, continuaban llegando grupos de Lectores. Jon calculó que ya había más de trescientas personas. Muchos de los presentes comenzaron a levantar sus capuchas, lo cual indicaba que estaban listos, y algunos dirigieron sus miradas llenas de curiosidad hacia él. Miró hacia el techo, a diez metros de altura, y de pronto tuvo la sensación de ser él quien lo sostenía, y no las enormes columnas.

Katherina temblaba a causa del nerviosismo. Estaba a poca distancia de la entrada a la biblioteca, observando a los participantes a medida que llegaban. Para su alivio, algunos de ellos ya se habían cubierto con las capuchas, de modo que ella hizo lo mismo. Eso facilitaba las cosas. Henning у Muhammed se habían separado de ella a una distancia prudente de la biblioteca. Ellos no tenían ni túnicas ni amuletos y tendrían que tratar de encontrar otra manera de entrar. Fuera como fuese, la entrada principal estaba cerrada para ellos. Katherina lo tuvo claro cuando vio a los dos vigilantes en la puerta. Llevaban túnicas al igual que los demás, pero debajo de su ropa se podía apreciar claramente sus poderosos músculos, y el bulto en sus caderas indicaba que también iban armados, con armas reales y no de juguete como la que había utilizado Muhammed para asustar a Paw.

Habían dejado a Paw amordazado y atado en el baño de la habitación en el hotel. Katherina lo consideraba un destino apropiado, pero, en realidad, había tomado esa decisión al considerar demasiado peligroso tratar de sacarlo de allí. Y había pocas probabilidades de que lo encontraran antes de que ella estuviera ya a salvo dentro de la biblioteca. Se había resistido con fuerza hasta que, finalmente, se convenció de que no iba a ser liberado a tiempo para la reactivación. La desesperación brilló en sus ojos y trató de escapar con frenéticos ataques de rabia. Eso hizo que Katherina se percatara de que aquella noche iba a tener lugar algo más que una agradable reunión de bibliófilos. Había mucho en juego, incluso las vidas de algunas personas. Incluyendo la de Jon.

Katherina respiró hondo y abrió una de las puertas de cristal. Fue recibida por un sonriente vigilante que le dio la bienvenida en inglés. La miró con interés. El corazón de ella empezó a latir con más fuerza todavía. ¿No se habría dejado engañar? ¿Tendría que pronunciar algún tipo de contraseña? ¿Se habrían dado cuenta de que su túnica era ligeramente más larga?

El vigilante se tocó el pecho y luego señaló con el dedo su cuello.

El amuleto.

Katherina miró hacia abajo y vio que el colgante había resbalado dentro de la túnica. Aliviada, lo sacó y murmuró una disculpa. El guardián se limitó a sonreír más abiertamente y luego le hizo un gesto en dirección a las puertas que daban acceso al interior.

Siguió adelante con rapidez, abriendo las puertas de cristal hacia el vestíbulo. La última vez que había estado allí, turistas con ropa llamativa y cámaras fotográficas invadían el espacio con colores, ruidos y destellos de luz. Pero en ese momento varios cientos de personas vestidas de forma idéntica se movían charlando unas con otras, como si estuvieran en una reunión social normal y corriente. ¿Cómo iba a encontrar a Jon entre aquella multitud?

Dos filas de velas cuadradas en candelabros de hierro forjado bordeaban el pasillo que conducía a la sala de lectura. Katherina comenzó a moverse en esa dirección, colocándose suficientemente cerca de un grupo de participantes como para que pareciera que estaba con ellos, pero suficientemente lejos como para no llamar su atención. Por las palabras que pudo escuchar, se dio cuenta de que eran franceses.

Muchos de los participantes, más de la mitad, ya se habían cubierto con sus capuchas, pero por aquellos que no lo habían hecho pudo darse cuenta de que había personas de muchos grupos étnicos diferentes. Cuando vio el libro negro que algunos llevaban consigo, sintió pánico por un instante, pues pensó que era otro elemento obligatorio para ser admitido, pero pronto se serenó al advertir que no todos lo llevaban. Además, los receptores no utilizaban libros para su activación.

A poca distancia, vio un grupo grande que atraía la atención de todos los demás, y después de observarlos durante un momento comprendió por qué. La túnica de uno de los miembros del grupo era negra en lugar de blanca. Estaba rodeado de otras personas, y ella apenas pudo vislumbrar un hombro, un brazo y una espalda cuando se movió hacia un lado. La capucha negra le impedía ver bien al individuo, de modo que se acercó discretamente.

Tenía que ser uno de los líderes. Tal vez el propio Remer. Katherina contuvo la respiración y se acercó un paso más. Sabía que era peligroso, ya que se separaba demasiado de los grupos que estaban a su alrededor.

La persona vestida de negro giró la cabeza, y sintió que la estaba mirando directamente a ella.

Era Jon.

Sus ojos parecían estar fijos en los suyos en medio de tanta gente, pero luego dejó que su mirada se deslizara por toda la multitud allí reunida, y pronto volvió a dirigir su atención hacia el grupo que estaba a su lado. Alguien debía de haber dicho algo divertido, porque sonrió e inclinó la cabeza hacia uno de sus acompañantes.

Katherina no podía apartar la vista de él. Se quedó allí, paralizada, viéndolo conversar y escuchar atentamente, como si estuviera entre buenos amigos. Le resultaba difícil mantener el control sobre sus emociones. Lo único que deseaba hacer era correr hacia él y abrazarlo con fuerza hasta que el verdadero Jon volviera a aparecer. Le resultaba muy extraño observar cómo se divertía en compañía de las personas que lo habían secuestrado en contra de su voluntad, y que incluso podrían haber asesinado a su familia.

A Jon le costaba acostumbrarse a ser el centro de tanta atención. Se sentía como si la gente estuviera observando cada uno de sus movimientos y tenía necesidad de congraciarse con quienes lo rodeaban para no parecer demasiado afectado porla situación. Uno de los participantes en particular lo había estado mirando con excesiva atención. Había tratado de ignorarlo, pero aunque lo tenía a sus espaldas podía percibir que esa persona lo observaba con insistencia. Se dio la vuelta para mirar por encima del hombro y vio que no se equivocaba. La persona estaba a unos veinte metros detrás de él, una mujer, a juzgar por la forma de su cuerpo. Estaba allí sola, observándolo por debajo de la sombra de su capucha.

Inclinó la cabeza hacia ella saludándola. Ella se sobresaltó y de inmediato salió de su campo visual. Jon frunció el ceño. ¿Había visto un mechón de pelo rojo cuando se dio la vuelta? No, eso era imposible. No podía ser ella. Nunca le habrían permitido el acceso a Katherina. ¿Y por qué razón iba a entrar? Además, tenía que haber muchos otros Lectores pelirrojos. Y era perfectamente natural que la gente lo mirara con atención; el simple hecho de llevar una túnica negra hacía difícil que pasara inadvertido.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Remer a su lado.

Jon dirigió su atención al empresario.

—Sí, por supuesto —respondió con una sonrisa—. Sólo me siento un poco tenso.

—Todos estamos un poco tensos —dijo otro de los miembros del grupo, soltando una risita—. Y no es de gran ayuda que nuestro guía también esté nervioso.

—No se preocupen —les aseguró Remer—. Campelli está totalmente preparado. Nada puede detenernos ahora.

Jon asintió con la cabeza.

—¿Cuándo empezamos?

—Muy pronto —aseguró Remer—. Permítanme solamente hablar con los vigilantes.

Se apartó del grupo y se dirigió hacia la entrada. Jon lo siguió con la mirada mientras mantenía una breve conversación con los hombres de la puerta, que consultaron sus relojes y asintieron con la cabeza.

—¿Es verdad que usted destruyó la cámara de pruebas en el sótano de la Escuela Demetrius? —preguntó un anciano a la derecha de Jon.

—Sí. No quedó mucho en pie —respondió Jon, lo que provocó cierta preocupación en los ojos del hombre—. Pero fue en una sesión no controlada. Hemos estado practicando desde entonces, y ahora puedo alcanzar el nivel correcto con gran precisión.

—Pero todos estamos en niveles diferentes —afirmó el hombre con preocupación—. ¿Cómo puede estar seguro de que el nivel que usted elija no será demasiado intenso para algunas personas?

—Comenzaremos muy suavemente —respondió Jon, tranquilizándolo—. El nivel probablemente será suficientemente bajo como para que puedan beneficiarse todos, pero si las cosas salen como está previsto, los más débiles serán elevados primero, y luego podemos incrementar la fuerza y elevar al resto.

El hombre asintió y pareció satisfecho con la respuesta, aunque Jon no estaba muy seguro realmente de cuál sería el resultado exacto. La reactivación era una teoría de Remer, y no había garantía de que funcionara o de que pudiera ser mantenida bajo control.

—Además, hay muchos receptores presentes y ellos pueden modular el efecto en caso de que haya algún problema —añadió Jon, con una expresión en su rostro que esperaba que resultara convincente.

—No va a haber ningún problema —aseguró Remer, que había regresado al grupo—. Y ya no falta mucho. Sólo estamos esperando a algunas personas más y luego podremos empezar. —Se colocó su capucha y apuntó hacia la sala de lectura—. ¿Entramos?

Todos se levantaron las capuchas para seguir a Remer, que caminaba lentamente por el pasillo entre las filas de velas. Jon hizo lo mismo, y el resto de la gente empezó a moverse también. Pronto todos los participantes de aquella asamblea se cubrieron la cabeza y cesó toda conversación. El único ruido perceptible fue el de los pasos sobre el suelo de piedra y el roce de las telas entre sí.

Desde el vestíbulo la procesión avanzó por el pasillo hacia el corazón de la biblioteca, la sala de lectura. La experiencia de pasar del corredor relativamente angosto al amplio espacio de la sala de lectura casi deja a Jon sin respiración. Un par de participantes cerca de él no pudieron evitar soltar unos grititos entrecortados al introducirse en el enorme espacio que se extendía siete pisos hacia arriba. Llegaron al nivel del cuarto piso y desde allí pudieron observar los niveles inferiores, que parecían cultivos en terrazas sobre la ladera empinada de una montaña. Los pisos estaban sostenidos por fuertes columnas y se prolongaban todavía más arriba para sostener el techo en forma de disco, que hasta ese momento Jon sólo había visto desde el exterior.

Las zonas de lectura habían sido vaciadas a partir de ese nivel, pero podían ver en las terrazas inferiores que las filas de mesas y sillas de madera clara formaban las áreas de trabajo para aquellos que utilizaban la biblioteca diariamente.

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