Jon sintió que la furia brotaba en su interior. Con un destello luminoso las nubes que estaban sobre ellos se oscurecieron otra vez, y un rayo atravesó el cielo con un furioso chasquido.
Remer miró inquieto hacia las nubes.
—¿Quién lo hizo? —preguntó Jon con los dientes apretados.
—¿Qué importa eso ahora?
—¿Quién mató a mi padre? —gritó Jon, acompañado por otro trueno en las alturas.
—Patrick Vedel, el receptor —respondió Remer con indiferencia—. Fue necesario.
—Patrick Vedel —repitió Jon.
No hacía ni una hora que habían viajado juntos en el mismo coche para acudir a la biblioteca. Su furia se hizo más intensa y sabía que Vedel podía sentirla, porque la mano que continuaba sobre su hombro pareció perder fuerza por un momento, pero luego apretó más todavía. Vedel seguía reteniendo a Jon dentro del relato, y era prudente hacerlo.
—Luca se enteró de nuestras actividades aquí —continuó Remer—. Creo que se dio cuenta de que estaba fuera de su alcance.
—¿Mi padre estuvo aquí? —quiso saber Jon.
La idea de que Luca se alejara tanto de la librería parecía poco probable.
—El podría haber sido un buen detective —reconoció Remer—. Igual que usted, pero de todas maneras creo que estaba demasiado impresionado. —Sacudió la cabeza—. Un hombre dominado por el pánico es capaz de cualquier cosa. Había que detenerlo.
—Entonces lo mató.
—Él podía haber recurrido a las autoridades. Lo cual habría sido perjudicial también para su novia y sus compañeros de lectura. No habría sido bueno para ningún Lector, para ninguno de nosotros.
Las figuras detrás de Remer habían adquirido su forma definitiva y permanecían allí mirando asombrados a su alrededor. Uno de ellos era Poul Holt.
Remer sonrió.
—Entonces, Campelli, ¿qué hacemos?
A Katherina le costaba respirar. El aire en la sala de lectura parecía estar cada vez más cargado y el humo estaba haciéndole daño en los pulmones. Grandes chispas seguían saltando por todos lados para chocar contra las vigas de arriba, contra las columnas y contra cualquier otro objeto que se interpusiera en su camino. Algunas tropezaban con Lectores que huían y eran derribados al suelo y permanecían donde caían o trataban de continuar arrastrándose.
La energía en la habitación era más fuerte que cuando habían llegado. Al principio parecía una nube suspendida sobre el recinto, pero en ese momento había cambiado y se percibía como un río en movimiento, violento, furioso y abrumador.
Katherina se había colocado junto a una columna para poder observar tanto a Jon como a Remer. En la corriente de imágenes que recibía de Jon, había podido percibir la de un hombre pelirrojo. Lo reconoció como uno de los sujetos que la habían perseguido en el mercado y a juzgar por las emociones que Jon le atribuía a las imágenes no se trataba tampoco de un amigo suyo precisamente. La ira que lo acompañaba era enorme y cuando empezaron a mezclarse breves imágenes de Luca comprendió por qué.
El hombre de pelo rojo era el receptor que había matado a Luca.
La concentración de Jon se debilitó debido a su cólera, y Katherina tuvo que dejar de lado su propia ira para ayudarlo. Aunque le dolía hacerlo, silenció las emociones en las imágenes para apoyar el relato lo mejor que podía. Lentamente Jon recuperó su concentración y comenzó a abrirse camino en el texto. Ella no podía darse cuenta exactamente de qué era lo que estaba ocurriendo en el lugar en el que él se encontraba, pero era indudable que algo sucedía, y era algo que iba más allá de las palabras y los párrafos del texto, como si cada letra del alfabeto fuera un paisaje en y desde sí misma.
Katherina se acercó al podio y a Jon. No tuvo que andar mucho, pero se sentía mejor estando un poco más cerca de él. Nada podía verse en su rostro, ninguna emoción ni expresión que ella pudiera interpretar.
Sintió que tiraban de su capucha. Una mano aterrizó sobre su hombro y ella se dio la vuelta lentamente. Allí estaba el pelirrojo del mercado, el hombre al que Jon acababa de señalar como el asesino de Luca.
—Tú no deberías estar aquí. Debes de haberte equivocado al doblar en alguna calle —dijo con una sonrisa de triunfo.
El corazón de Katherina latió con fuerza y no podía respirar. Sin la protección de su capucha se sentía indefensa. Eran cien contra uno, y no había ningún lugar a donde pudiera escapar. Había fracasado.
—Será mejor que vengas conmigo —dijo el pelirrojo. Las imágenes de él que había recibido de Jon aparecieron de nuevo, pero coloreadas por su propia rabia.
Katherina respiró hondo.
Con un fuerte empujón envió hacia atrás al hombre, que dio algunos pasos vacilantes antes de caer de espaldas con un aullido. Varias personas se giraron hacia Katherina con gritos de sorpresa. Ella empezó a gritar con todas sus fuerzas y a empujar a todos los que estaban junto a ella. Los que estaban primero se apartaron asustados, pero ella siguió empujando a la gente y chocando contra cualquiera que se le cruzara en el camino. Logró agarrar algunos libros que arrancó de las manos de sus asombrados dueños para arrojarlos lo más lejos que pudo. No había ninguna posibilidad de que nadie acudiera en su ayuda, pero por lo menos podía interrumpir la concentración de aquella multitud, tal vez durante el tiempo suficiente para que Jon pudiera dejar de leer.
La gente empezó a comprender lo que estaba ocurriendo y empezaron a extender las manos hacia ella. En varias ocasiones logró escapar de quienes la detenían, pero aquella muchedumbre amenazaba con ponerse cada vez más violenta y voces agitadas la atacaban con palabras en varios idiomas. Se defendió lo mejor que pudo, hasta que alguien la golpeó con un libro en la cara y acalló sus gritos.
Alguien alzó la voz, dejándose oír por encima de todos los ruidos. Era uno de los vigilantes encapuchados, que se abría paso entre los excitados participantes hablándoles en tono autoritario. Aferró a Katherina y el resto se fue apartando. El guardián llevó a la joven hacia la puerta. Los Lectores le abrían paso, mirándola furiosos. Casi todos estaban atentos a la conmoción mientras Jon seguía leyendo, pero otros, próximos al estrado, parecían no haberse dado cuenta de nada. La desesperación se apoderó de Katherina. Casi no tenía fuerzas para mantenerse en pie, pero el vigilante la arrastraba consigo sin piedad. Cuando casi habían llegado a la puerta, hizo un último esfuerzo para soltarse, pero el guardián la apretó con más fuerza.
—Tranquilízate, maldición —susurró en inconfundible danés—. Soy yo, Muhammed.
Jon percibió el momento justo en que desapareció el apoyo de Katherina.
Los colores del entorno perdieron repentinamente su fuerza y los detalles a su alrededor se desdibujaron. Tuvo que esforzarse mucho más para mantener la escena intacta. Las características propias del cementerio se debilitaron y la atmósfera no era tan palpable como antes.
En ese mismo momento se produjo una conmoción violenta en el campo de la energía. En lugar de ser un soporte unificado que reforzara la intensidad de la escena, la fuerza en ese momento fluctuaba en períodos más breves o más largos. Era como la señal de un transistor que recorría todas las frecuencias.
Remer también se había dado cuenta, pero en lugar de tambalearse, sonrió.
—No preste atención a eso —dijo con confianza—. No lo necesitamos.
Alzó los brazos e inclinó la cabeza hacia atrás para mirar las nubes en el cielo.
Los colores cambiaron, empezando desde arriba y fluyendo hacia abajo, como si alguien estuviera echando pintura sobre el paisaje. Todo lo que era pálido y pastel se volvió tan intenso y brillante que hacía doler la vista. Las lápidas regresaban a su sitio y adquirían detallados adornos, incluyendo gárgolas y criaturas míticas.
Jon no podía aguantar el ritmo. Había perdido el control de la escena. La pelota estaba en el campo de su adversario.
—No está mal —admitió, tratando de disimular su preocupación.
¿Qué habría ocurrido con Katherina? Ya no tenía fuerzas para seguir resistiendo solo durante mucho más tiempo. Tal vez había escapado. Lo deseó con todas sus fuerzas. ¡Cómo le gustaría poder estar seguro de que ella estaba a salvo! ¡Cómo le gustaría poder sacar la cabeza y ver si ella estaba bien!
Tres secuaces más de Remer hicieron su aparición.
Parecía que estaba derrotado. Sin el apoyo de Katherina, y cada vez más rodeado por la gente de Remer que estaba siendo reactivada, no podía resistir más. Se daba cuenta de que su energía se estaba diluyendo, pero, aun así, no podía dejar de leer. La influencia de Patrick Vedel había desaparecido, aunque había otros receptores que seguían manteniendo cautivos a todos en el texto.
El personaje principal situado ante la tumba dejó de hablar, cerró los ojos y bajó la cabeza. Se inclinó lentamente hacia delante hasta que su frente tocó la piedra.
Oscuridad. Estaban otra vez dentro del coche. Los laterales y el techo lo oprimían tanto que no podía moverse. Escuchó gritos detrás de él, dentro del vehículo, amortiguados, como si alguien estuviera gritando dentro de una colcha, pero insistentes e imposible de ignorar. Un fuerte olor a gasolina hizo toser al personaje principal. Un estremecimiento recorrió su cuerpo y un fuerte dolor en las piernas le hizo soltar un grito.
A Jon el cambio de escena lo pilló desprevenido, pero rápidamente se recuperó. La oscuridad limitó las posibilidades de manipular el entorno, lo que le permitió relajarse. Trató de reunir fuerzas, aunque sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que la escena cambiara otra vez.
—¿Está usted bien? —preguntó una voz junto a la puerta del vehículo.
El personaje principal no pudo hacer otra cosa que gritar.
Se oyeron otros ruidos. El ruido de metal contra metal, caras que se acercaban inclinándose y luego desaparecían, el chasis del coche que chirriaba y crujía. Los vapores de la gasolina le llenaban los pulmones y le hacían toser. Sintió que alguien lo agarraba. El dolor era insoportable. Gritó. Alguien tiraba con fuerza de su cuerpo. Repentinamente sintió agua sobre la cara. Lluvia. Vio la silueta del coche mientras era arrastrado. Vio el techo aplastado y el capó arrugado. Vio una chispa azul que salía de la parte trasera del vehículo.
Entonces sintió el calor que lo envolvía.
Muhammed y Katherina salieron al pasillo y cuando creyeron que ya no podían ser vistos se abrazaron.
—¿Qué ha pasado con vosotros dos? —preguntó Katherina.
—No ha resultado nada fácil entrar —respondió Muhammed—. Y además tuvimos que convencer a un par de guardianes para que nos prestaran sus togas, ya te imaginarás cómo.
—¿Dónde está Henning?
—Está allí —informó Muhammed, haciendo un gesto hacia las escaleras—. Ha empezado a leer otro libro que encontramos.
Subieron velozmente la escalera para regresar a la sala de lectura. En ese nivel no se habían retirado las mesas y las sillas. Estaban alineadas cuidadosamente, en fuerte contraste con el caos de abajo. Henning estaba sentado con un libro en las manos, más o menos en el centro, a un par de metros del borde de la barandilla. Al acercarse pudieron oír su voz clara mientras leía.
—Ten cuidado —dijo Katherina, reteniendo a Muhammed. Una chispa atravesó las páginas del libro que Henning estaba leyendo—. Está siendo reactivado.
—¿Eso es bueno? —quiso saber Muhammed.
—No tengo ni idea —respondió Katherina, suspirando.
Se acercó a Henning y examinó su rostro. Miraba el libro, pero parecía estar viendo más allá de las simples letras y palabras. Algunas gotas de sudor perlaban su frente y tenía las mejillas enrojecidas.
—Está totalmente fuera de sí —dijo Muhammed.
—Déjalo tranquilo.
Katherina se acercó a la barandilla.
Estaban justo encima del estrado y podían ver todo el piso de abajo. Jon todavía permanecía allí, leyendo, sin prestar la menor atención al hecho de que a su alrededor había cuerpos en el suelo junto a las velas y los libros caídos. Las descargas de los aparatos eléctricos seguían enviando continuas lluvias de chispas por todo el recinto y saltaban rayos entre Jon y los otros ocho Lectores que habían sido reactivados y permanecían alrededor del podio. Era como si se estuvieran alimentando mutuamente con energía, a veces en estallidos aleatorios, a veces pasando de una persona a la otra como un testigo en una carrera de relevos.
—Mierda —exclamó Muhammed junto a ella—. ¿Qué diablos está ocurriendo?
Antes de que Katherina pudiera responder, escucharon un ruido estrepitoso detrás de ellos. El cuerpo de Henning se había estirado para curvarse como un arco en la silla donde había estado sentado. De las comisuras de los labios le salía espuma yun horrible siseo había reemplazado su voz. Katherina corrió hacia él, pero no se atrevió a tocar su cuerpo, que empezó a temblar con violencia. Sus ojos ya no miraban al libro, sino que estaban fijos en el techo con una expresión vacía y congelada. Una gota de sangre corría desde su nariz hasta sus labios.
—¡Henning! —gritó—. ¿Puedes oírme?
No hubo reacción alguna en su cara.
Katherina no supo qué hacer. Quería envolverlo con sus brazos y apretarlo con fuerza, pero no se atrevió. De sus ojos comenzaron a brotar lágrimas. Dio un paso hacia atrás, sin apartar la mirada de la cara de Henning.
De pronto su cuerpo dejó de temblar y sus facciones volvieron a parecer humanas. Luego cerró los ojos y se desplomó en la silla.
Muhammed dio un paso vacilante hacia el Lector y observó atentamente su cara antes de colocar dos dedos en su cuello.
Al cabo de un par de segundos retiró la mano y suspiró.
—Está muerto —anunció.
Estaba lloviendo en el cementerio. Después de la oscuridad de la escena en
flashback
, la lluvia le proporcionó un respiro, un poco de aire fresco. El olor a gasolina había sido reemplazado por el perfume de la hierba mojada y de las flores.
—Ahhhh… —exclamó Remer—. Agradable interludio.
Otra nube gris apareció y empezó a tomar forma.
Remer sonrió.
—Abandone, Campelli. Ahora somos ocho contra uno.
Entonces su sonrisa se congeló y frunció el ceño.
El recién llegado era Henning, que miraba alrededor asombrado.
—¡Henning! —gritó Jon con alivio.
Henning tardó un momento en orientarse y luego vio a Jon.