Libros de Luca (31 page)

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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Libros de Luca
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—Vamos a utilizarlo en la activación —dijo Katherina; luego sacó otro libro y cerró la vitrina.

—¿Éste? —preguntó Jon sorprendido—. Pensé que sería un grueso volumen de exorcismos y fórmulas mágicas.

La chica esbozó una sonrisa.

—Las palabras no son lo importante. Lo que cuenta es la energía y las emociones que el texto transmite. —Colocó la mano libre sobre el volumen que Jon sostenía—. Éste es muy fuerte. ¿Puedes sentirlo?

Jon apoyó la palma sobre el libro, rozando los dedos de Katherina, que los retiró con rápidez. Él cerró los ojos, tratando de sentir la energía de la que ella hablaba.

Paw se rió a sus espaldas.

—¿Puedes sentir algo, Jon? —preguntó sarcásticamente.

—No, nada de nada —admitió, volviendo a abrir los ojos.

Katherina se encogió de hombros.

—Bueno, todavía no has sido activado. Esto, por lo general, ayuda, pero incluso después de la activación, no siempre puede sentirse.

Ella le lanzó una mirada a Paw, cuya sonrisa se congeló al instante.

—Entonces, ¿estáis listos? —oyeron decir a Iversen, que entró en la biblioteca en ese momento.

Todos confirmaron que estaban listos, y el anciano cerró la puerta. Katherina le entregó el libro, y se sentaron en las sillas colocadas en torno a la mesa. Hubo un momento de silencio. Las llamas de las velas dejaron lentamente de parpadear.

El corazón de Jon comenzó a latir más rápido, y el sudor le humedeció las manos, así como el libro que sujetaba. Iversen estaba sentado frente a él, Katherina a su derecha y Paw a la izquierda.

El librero cogió un libro. Estaba encuadernado en piel, al igual que el que Jon sostenía, pero un punto de lectura blanco sobresalía entre sus páginas.

—Éste es el texto que vamos a utilizar para la activación. Es el mismo que el que tienes en tus manos, y el proceso no implica más que una lectura conjunta. Comenzaré leyendo en voz alta, y luego tú harás lo mismo. Es importante que sigamos el mismo ritmo; una vez que lo conseguimos, por regla general, no se presentan problemas.

Iversen guardó silencio y miró expectante a Jon, quien con una seña precisa le confirmó que había comprendido.

—No leo en voz alta desde hace mucho tiempo —dijo, sintiéndose inseguro—. Por lo menos, obras de ficción.

—Todo irá bien, ya verás. Katherina nos ayudará a mantener el ritmo sostenido —explicó Iversen—. A partir del proceso de lectura, se intensificarán o atenuarán las emociones que emerjan. No tengas miedo, sólo relájate y concéntrate en la lectura y el ritmo. Sumérgete en la historia y la atmósfera del libro. Cuanto más relajado estés, más sencilla resultará la activación.

Jon volvió a asentir y dejó escapar un profundo suspiro.

—Estoy listo.

Iversen abrió el libro en el lugar señalado por el punto de lectura.

—Página cincuenta —dijo.

Jon hojeó su copia en busca de la página.

El anciano comenzó a leer. Su voz era clara y el ritmo, lento. Jon siguió con la mirada la lectura del texto, y después de algunos párrafos se unió a la lectura. Se aclaró la voz un par de veces durante el primer párrafo, y realmente tuvo que concentrarse para seguir de cerca la voz de Iversen. El siguiente párrafo fue mejor, y tuvo menos dificultades para seguirlo. Juntos aumentaron un poco la velocidad, de modo que la lectura ya no tuvo ese ritmo artificialmente lento del comienzo. Pasaron la página, y Jon echó un vistazo rápido a Iversen. Él se inclinaba hacia atrás en su silla, con toda su atención puesta en el libro. Todo su rostro irradiaba una tensa concentración que le hacía fruncir el ceño.

La lectura prosiguió; Jon sintió que el ritmo y la velocidad se habían estabilizado; ya no debía hacer grandes esfuerzos por mantenerlo. Las letras y las palabras ante sus ojos se le ofrecían espontáneamente, alentándolo a pronunciarlas, como si ellas hubiesen estado esperando años este momento. Poco a poco, la voz de Iversen se hizo más débil, hasta que finalmente dejó de oírlo y Jon sólo escuchó la suya. Tenía la sensación de estar en una canoa, flotando en el agua, descendiendo a lo largo de un río a una velocidad tranquila y constante. La superficie sólo se veía disturbada por la embarcación, que era llevada por una invisible corriente submarina. Jon no vacilaba ni siquiera cuando dio la vuelta a la página. Sentía como si pudiese ver lo que estaba escrito en la página siguiente, de tal modo que podía seguir leyendo sin interrupciones.

Tenía la impresión de que tanto los caracteres como las palabras se hacían más nítidos y claros en relación con el fondo blanco, que también, a su vez, parecía haber cambiado. En la superficie gruesa y pálida de antes, en la que se intuía la estructura de la pulpa del papel, el fondo parecía más pulido, con una superficie más brillante, como si fuera un helado cristal esmerilado sobre el que fueron impresos los tipos. Detrás del cristal pudo distinguir algunas siluetas que aparecían y desaparecían, como un teatro de sombras chinescas desenfocadas.

Jon casi no se daba cuenta de que leía en voz alta. La lectura proseguía casi mecánicamente, mientras él era capaz de admirar los efectos creados por la interacción entre las letras y el fondo. Se concentraba en las sombras cuando ellas aparecían, y al cabo de un rato tenía la impresión de que eran ellas quienes seguían con la historia. Cuando el texto mencionó a dos hombres a caballo, él pudo sentir que había dos jinetes en sus cabalgaduras detrás del cristal blanco, y cuando el texto describió un molino de viento, distinguió sus aspas girando para cortar el aire detrás de la niebla albina.

Este descubrimiento lo indujo a concentrarse aún más en las sombras, y justo en el momento en que el personaje principal intentaba golpear las aspas del molino, el cristal blanco se rompió y miles de fragmentos cayeron, revelando la escena que había detrás.

Jon se estremeció, pero la lectura continuó sin que el ritmo se modificase, aunque las palabras ahora se filtraban misteriosamente en el aire, delante de la escena con el protagonista y el molino de viento. Parecía una película subtitulada, pero en este caso la lectura de las palabras conducía las imágenes hacia delante y no viceversa. Podía sentir cómo su corazón palpitaba más rápido, su pulso se rebelaba.

La lectura continuaba inexorablemente, como si no fuese él el encargado de controlarla, y pudiese disfrutar así de las imágenes que se formaban. Éstas se hicieron cada vez más nítidas a medida que leía, hasta tener la sensación de que casi podía traspasar los paisajes visibles detrás del texto. Los colores de las imágenes eran recargados y luminosos, pero algo los hacía parecer artificiales, similar a una película en blanco y negro coloreada por ordenador. Le recordaba el control de color de un televisor que se hubiese estropeado, y el resultado eran las imágenes saturadas de colores, amenazando con mezclarse, como las acuarelas en la paleta del pintor. Los contornos de los personajes y el entorno parecían velados, y Jon intentó estabilizarlos concentrándose en fijarlos con intensidad. Sintió una resistencia leve, como si girara un picaporte oxidado, pero, de repente, tuvo la impresión de haber podido penetrar en otra parte y descubrió que era capaz de ajustar la agudeza de las imágenes como una máquina fotográfica. Asombrado, se permitió jugar con este nuevo instrumento. Dejó que los contornos se difuminaran por completo, y le dio la sensación de que la escena se desarrollaba en medio de una niebla espesa, y luego ajustó el foco al máximo, tan bruscamente que los personajes parecían haber sido recortados de una cartulina con un cúter. También podía ajustar el contraste. Podía aclarar u oscurecer una escena, y regular la intensidad bañándola en una suave luz amarillenta. Como un niño, experimentó todas las posibilidades, encontrando límites externos y varias combinaciones. Notó que algunos ajustes se resistían, pero si se concentraba con fuerza, podía superar aquel umbral e imponer a la escena la atmósfera deseada.

También la velocidad en la lectura tenía un efecto importante. Si leía despacio, tenía más tiempo para cargar la escena de emociones y humor, mientras que si le imprimía mayor velocidad, restringía el impacto de los matices a las sensaciones más fuertes. Jon se dio cuenta de que al leer con mayor intensidad, el pulso aumentaba su frecuencia, los latidos de su corazón se intensificaban, haciéndose irregulares, y comenzaba a sudar corno cuando hacía algún ejercicio físico. Trató de calcular cuál era la máxima velocidad de lectura, pero nuevamente tuvo la impresión de estar entretenido en otra cosa, frenado por algo que le impidiera experimentar el resto de la escala. Algo irritado, comenzó a leer de forma espasmódica, como un delantero que buscara sortear un obstáculo, pero sintió de improviso que su cuerpo se sacudía y era cogido por una mano gigantesca que lo mantenía apretado. Trató de escapar, pero cuanto más luchaba, más asfixiado se sentía, como el prisionero de una boa, de modo que no le quedó más opción que hacer más lenta la lectura. La opresión aún no había cedido, y pudo sentir que los pulmones ya no eran capaces de conseguir aire.

Jon interrumpió la lectura.

Completamente incapaz de percibir algo en torno suyo, cerró los ojos y su cabeza cayó hacia delante, contra el pecho. En tan sólo unos pocos segundos, comenzó a percibir el sótano otra vez.

Lo primero en regresar fueron los sonidos, muy lentamente, dando la sensación de que alguien había elevado el volumen. Podía sentir la conmoción alrededor, los ruidos de pasos y muebles moviéndose. Voces nerviosas intercambiaban frases entre sí, aunque él no podía distinguir lo que decían, y un crujido cortó el aire por encima de su cabeza. Luego, de golpe, sintió olor a humo; un olor incisivo y picante, como a lana y plástico quemado, se insinuó en su nariz. Al fin, Jon abrió los ojos.

Ante él se desarrollaba un espectáculo tan irreal que lo primero que pensó fue que era un sueño, o bien que todavía estaba sumergido en la historia. La sala estaba casi completamente llena de humo, varias de las velas habían sido derribadas, la silla a su izquierda había caído hacia atrás, y por el impacto, volaban chispas y descargas eléctricas de los adornos luminosos. Iversen y Paw corrían por todas partes tratando de apagar las llamas, que habían alcanzado la alfombra y los muebles. Paw utilizaba su jersey mientras Iversen había cogido una manta.

Katherina estaba sentada a la derecha de Jon, observándolo con una expresión vacía. Dos finos hilillos de sangre corrían desde su nariz para unirse sobre los labios, y luego desembocaban en la barbilla. Sus manos apretaban el reposabrazos de la silla con tal fuerza que tenía los nudillos completamente blancos.

Entonces Jon pensó que la librería había sido nuevamente atacada.

—¿Qué ha pasado? —logró tartamudear, notando la garganta completamente seca.

En su camino al interruptor que se encontraba cerca de la puerta, donde una explosión lanzó una llamarada sobre el marco, Paw le echó una mirada a Jon.

—¡Eh!, ya ha vuelto —le gritó a Iversen, mientras con la mano izquierda arrojaba su jersey contra el fuego que brotaba del interruptor—. Lo conseguimos.

Jon notó que el brazo derecho de Paw colgaba lánguidamente pegado a su cuerpo.

—¿Jon? —Iversen se le acercó—. Jon, cierra el libro. ¿Me oyes? Jon se giró hacia Iversen, que se estaba acercando más, con la manta envuelta en un brazo. Estaba a punto de bajar la mirada hacia el libro, cuando el viejo comenzó a gritar:

—¡Jon, mírame! Cierra el libro de inmediato. ¡Mírame, y cierra el libro!

El rostro y la voz de Iversen estaban dominados por el miedo.

Jon lo miró a los ojos mientras cerraba lentamente el libro.

Una evidente expresión de alivio se reflejó en la cara de Iversen.

—¿Qué ha pasado? —volvió a preguntar.

—Has sido tú, Jon —respondió Iversen en el mismo instante que notaba que nuevas llamas comenzaban a elevarse por detrás de la silla de Jon.

De inmediato, se precipitó para golpear el fuego con la manta. Mientras tanto, Paw había logrado extinguir las llamas que surgían del interruptor de la luz y observaba vigilante la sala por si aparecía un nuevo foco. Del jersey que sostenía en la mano se elevaba una pequeña columna de humo.

Katherina había reclinado la cabeza y su barbilla descansaba sobre el pecho. Las manos, unidas sobre el regazo como si estuviese rezando, le temblaban ligeramente.

Jon intentó levantarse, pero de inmediato sufrió un vértigo y volvió a caer en la silla. Sintió la mano de Iversen en su hombro.

—Quédate donde estás, Jon. Pronto habrá terminado todo.

Jon hubiese querido darse la vuelta y mirar a Iversen para pedir una explicación, pero antes de lograrlo, perdió el conocimiento.

Capítulo
21

—¡Eso ha sido una locura!

Katherina escuchó la voz excitada de Paw como si fuera una radio que hubiera sido súbitamente encendida demasiado cerca. Sonaba como si estuviera en la propia librería. A juzgar por el cuero que notaba debajo de ella, debía de estar sentada en el sillón detrás del mostrador, con la cabeza inclinada a un lado.

¿Por qué estaba sentada allí? Se sentía tan exhausta que no podía ni siquiera abrir los ojos. ¿Qué había ocurrido?

Escuchó a Iversen que le respondía a Paw en un tono algo más apagado, con voz sumamente grave.

—Las cosas podrían haber salido muy mal —señaló—. Y todavía no sabemos cómo están. ¿Y tú? ¿Cómo está tu brazo?

—Está bien —respondió Paw, sin darle importancia—. Sólo siento un ligero hormigueo, como si lo tuviera dormido. Aunque, ¡diablos!, vaya si me dolió cuando me soltó la descarga. ¿Cómo lo hizo?

—No lo sé, Paw —admitió Iversen con un tono de cansancio.

—Si son así todas las activaciones, tendríamos que hacerlas más a menudo —observó Paw con firmeza.

—Esto ha sido completamente inaudito —comentó Iversen con énfasis—. Nunca he visto algo semejante.

Katherina pudo percibir cierto nerviosismo en la voz de Iversen. Estaba atemorizado. ¿Por qué? Trató de hacer memoria. Habían estado abajo, en el sótano. Jon también estaba con ellos. La activación.

Dio un respingo al recordar.

—¿Está despierta?

Katherina sintió que alguien se inclinaba sobre ella.

—No —respondió Iversen muy cerca—. Ha sido sólo un espasmo.

Quería mantenerlos alejados de ella un poco más. Primero tenía que comprender lo que había ocurrido.

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