Las palabras y las cosas (37 page)

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Authors: Michel Foucault

BOOK: Las palabras y las cosas
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Este viraje tiene una gran importancia. Es verdad que Adam Smith analiza aún, como sus predecesores, este campo de positividad que el siglo XVIII llamó "las riquezas"; y con este término también él entendía los objetos de la necesidad —así, pues, los objetos de una cierta forma de representación— representándose a sí mismos en los movimientos y procesos del cambio. Pero en el interior de esta duplicación y para dar la ley, las unidades y las medidas del cambio, formula un principio de orden irreductible al análisis de la representación: saca a luz el trabajo, es decir, la pena y el tiempo, esta jornada que recorta y usa a la vez la vida de un hombre. La equivalencia de los objetos del deseo no se establece ya por mediación de otros objetos y de otros deseos, sino por un paso a lo que les es radicalmente heterogéneo; si existe un orden en las riquezas, si esto puede comprar aquello, si el oro vale dos veces más que la plata, no es ya porque los hombres tengan deseos comparables; no es porque a través de sus cuerpos experimentan la misma hambre o porque el corazón de todos obedezca a los mismos prestigios; es porque todos están sometidos al tiempo, a la pena, a la fatiga y, llegado el límite, a la muerte misma. Los hombres intercambian porque experimentan necesidades y deseos; pero
pueden
cambiar y
ordenar
estos cambios porque están sometidos al tiempo y a la gran fatalidad externa. Por lo que respecta a la fecundidad de este trabajo, no se debe tanto a la habilidad personal o al cálculo de los intereses; se funda en condiciones que también son exteriores a su representación: progreso de la industria, aumento de la división de tareas, acumulación del capital, partición del trabajo productivo y del improductivo. Vemos así cómo, con Adam Smith, la reflexión sobre las riquezas empieza a desbordar el espacio que se le había asignado en la época clásica; se la alojaba entonces en el interior de la "ideología" —del análisis de la representación—; desde ahora se refiere como de paso a dos dominios que escapaban, tanto uno como otro, a las formas y a las leyes de la descomposición de las ideas: por una parte, apunta ya hacia una antropología que pone en duda la esencia del hombre (su finitud, su relación con el tiempo, la inminencia de la muerte) y el objeto en el que invierte las jomadas de su tiempo y de su pena sin poder reconocer en él el objeto de su necesidad inmediata; y por la otra, indica aún en el vacío la posibilidad de una economía política que no tendría ya por objeto el cambio de riquezas (y el juego de representaciones que la fundamenta), sino su producción real: formas de trabajo y de capital. Se comprende cómo, entre estas positividades formadas nuevamente —una antropología que habla de un hombre convertido en extraño para sí mismo y una economía que habla de mecanismos exteriores a la conciencia humana— la Ideología o el Análisis de las representaciones se reducirá, muy pronto, a no ser más que una psicología, en tanto que frente a ella y en contra de ella se abre y la domina con toda su altura la dimensión de una historia posible. A partir de Smith, el tiempo de la economía no será ya aquel, cíclico, de los empobrecimientos y los enriquecimientos; tampoco será el aumento lineal de políticas hábiles que, al aumentar de continuo ligeramente las especies en circulación aceleran la producción con una rapidez mayor que la elevación de los precios; será el tiempo interior de una organización que crece de acuerdo con su propia necesidad y se desarrolla de acuerdo con leyes autóctonas —el tiempo del capital y del régimen de producción.

3. LA ORGANIZACIÓN DE LOS SERES

En el dominio de la historia natural, las modificaciones que pueden comprobarse entre los años 1775 y 1795 son del mismo tipo. No se pone en duda lo que está al principio de las clasificaciones: éstas tienen siempre como fin el determinar el "carácter" que agrupa los individuos y las especies en unidades más generales, que distingue estas unidades unas de otras y que, por último, les permite ajustarse de tal manera que formen un cuadro en el que todos los individuos y todos los grupos, conocidos o desconocidos, puedan encontrar su lugar. Estos caracteres son tomados de la representación total de los individuos; son el análisis de ella y permiten, al representar estas representaciones, constituir un orden; los principios generales de la taxinomia —los mismos que habían dirigido los sistemas de Tourne- fort y de Linneo, y el método de Adanson— siguen teniendo el mismo valor para A. L. de Jussieu, Vicq d'Azyr, Lamarck, Candolle. Y, sin embargo, la técnica que permite establecer el carácter, la relación entre la estructura visible y los criterios de identidad se han modificado del mismo modo en que las relaciones de la necesidad y el precio fueron modificadas por Adam Smith. Todo a lo largo del siglo XVIII, los clasificadores establecieron el carácter por medio de la comparación de estructuras visibles, es decir, mediante la relación de elementos que eran homogéneos, ya que cada uno de ellos podía servir, de acuerdo con el principio ordenador que se hubiera elegido, para representar todos los demás: la única diferencia residía en que, para los sistematizadores, los elementos representativos estaban fijados de antemano y, para los metódicos, se desprendían poco a poco a partir de una confrontación progresiva. Pero el paso de la estructura descrita al carácter clasificador se hacía por completo en el nivel de las funciones representativas que lo visible ejercía con respecto a sí mismo. A partir de Jussieu, Lamarck y de Vicq d'Azyr, el carácter o, más bien, la transformación de la estructura en carácter, va a fundamentarse en un principio extraño al dominio de lo visible —un principio interno irreductible al juego recíproco de las representaciones. Este principio (al que, en el orden de la economía, corresponde el trabajo) es la
organización
. En cuanto fundamento de las taxinomias, la organización aparece de cuatro maneras diferentes.

1] Primero, bajo la forma de una jerarquía de caracteres. En efecto, si no se despliegan las especies unas al lado de otras y en su mayor diversidad, sino que se acepta, a fin de delimitar de golpe el campo de investigación, los grandes agrupamientos que impone la evidencia —las gramíneas, las compuestas, las cruciferas, las leguminosas, por lo que respecta a las plantas; o, por lo que respecta a los animales, los insectos, los peces, las aves, los cuadrúpedos—, se ve que ciertos caracteres son absolutamente constantes y no faltan en ningún género, en ninguna de las especies que pueden reconocerse: por ejemplo, la inserción de los estambres, su situación en relación con el pistilo, la inserción de la corola cuando en ella están los estambres, el número de lóbulos que acompañan al embrión en la semilla. Otros caracteres son muy frecuentes en una familia, pero no alcanzan el mismo grado de constancia; esto se debe a que están formados por órganos menos esenciales (número de pétalos, presencia o ausencia de corola, situación respectiva del cáliz o del pistilo): son los caracteres "secundarios subuniformes". Por último, los caracteres "terciarios semiuniformes" son unas veces constantes y otras variables (estructura monofila y polifila del cáliz, número de celdas en el fruto, situación de las flores y de las hojas, naturaleza del tallo): estos caracteres semiuniformes no permiten definir las familias o los órdenes —no porque no sean capaces, si se los aplica a todas las especies, de formar entidades generales, sino porque no se refieren a lo que hay de esencial en un grupo de seres vivos. Cada una de las grandes familias naturales tiene requisitos que la definen y los caracteres que permiten reconocerla son los más cercanos a las condiciones fundamentales: así, dado que la reproducción es la función mayor de la planta, el embrión será su parte más importante, y se podrá dividir a los vegetales en tres clases: acotiledóneas, mono- cotiledóneas y dicotiledóneas. Los otros caracteres pueden aparecer e introducir distinciones más finas sobre el fondo de estos caracteres esenciales y "primarios". Vemos que el carácter no se destaca ya sobre la estructura visible y sin más criterio que su presencia o su ausencia; se basa en la existencia de funciones esenciales para el ser vivo y sobre relaciones de importancia que no surgen sólo de la descripción.

2] Los caracteres están, pues, ligados a funciones. En un sentido, se vuelve a la vieja teoría de las signaturas o marcas que suponía que los seres llevaban, en el punto más visible de su superficie, el signo de lo que en ellos era lo más esencial. Pero aquí las relaciones de importancia son relaciones de subordinación funcional. Si el número de los cotiledones es decisivo para clasificar los vegetales, esto se debe a que desempeñan un papel determinado en la función de la reproducción y a que están ligados, por ello mismo, a toda la organización interna de la planta; indican una función que domina toda la disposición del individuo.
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Así, por lo que respecta a los animales, Vicq d'Azyr ha demostrado que las funciones alimenticias son, sin duda alguna, las más importantes; ésta es la razón por la que "existen relaciones constantes entre la estructura de los dientes de los carnívoros y la de sus músculos, sus pezuñas, sus uñas, su lengua, su estómago, sus intestinos".
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Así, pues, el carácter mismo no es establecido por una relación de lo visible consigo mismo; en sí, no es más que la punta visible de una organización compleja y jerarquizada en la que la función desempeña un papel esencial de dominio y de determinación. Un carácter no es importante por ser frecuente en las estructuras observadas, al contrario, se le encuentra con frecuencia por ser funcionalmente importante. Como lo señalará Cuvier, resumiendo la obra de los últimos grandes metódicos del siglo, a medida que nos elevamos hacia las clases más generales, "las propiedades que siguen siendo comunes son también constantes; y dado que las relaciones más constantes son las que pertenecen a las partes más importantes, los caracteres de las divisiones superiores se sacan de las partes más importantes… Así, el método será natural, ya que tiene en cuenta la importancia de los órganos".
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3] Se comprende cómo, en estas condiciones, la noción de vida pudo hacerse indispensable para la ordenación de los seres naturales. Se convirtió en indispensable por dos razones: primero, era necesario poder apresar, en la profundidad del cuerpo, las relaciones que ligan los órganos superficiales a aquellos cuya existencia y forma oculta aseguran las funciones esenciales; de esta manera, Storr propone clasificar los mamíferos de acuerdo con la disposición de sus pezuñas, pues tal disposición está ligada a sus modos de desplazamiento y a las posibilidades motrices del animal; ahora bien, estos modos están, a su vez, en correlación con la forma de alimentación y los diferentes órganos del sistema digestivo.
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Además, es posible que los caracteres más importantes sean los más ocultos; ya en el orden vegetal ha podido comprobarse que no son las flores ni los frutos —las partes más visibles de la planta— los elementos significativos, sino el aparato embrionario y órganos como los cotiledones. Este fenómeno es más frecuente aún entre los animales. Storr consideraba que era necesario definir las grandes clases por las formas de la circulación; y Lamarck, que no practicaba la disección, rechaza un principio de clasificación para los animales inferiores que no se funda más que sobre la forma visible: "La consideración de las articulaciones del cuerpo y de los miembros de los crustáceos ha hecho que todos los naturalistas los consideren como verdaderos insectos y yo mismo seguí durante mucho tiempo la opinión común al respecto. Pero como se reconoce que la organización es la más esencial de todas las consideraciones para guiar en una distribución metódica y natural de los animales, lo mismo que para determinar las verdaderas relaciones entre ellos, resulta que los crustáceos, que respiran sólo por medio de branquias a la manera de los moluscos y que, como éstos, tienen un corazón muscular, deben ser colocados inmediatamente después de ellos y antes de los arácnidos y de los insectos que no poseen una organización semejante".
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Así, pues, clasificar no será ya referir lo visible a sí mismo, encargando a uno de sus elementos la representación de los otros; será relacionar lo visible con lo invisible, como con su razón profunda, en un movimiento que hace girar el análisis, y después subir a partir de esta arquitectura secreta hasta los signos manifiestos de ella que se dan en la superficie de los cuerpos. Como decía Pinel, en su obra de naturalista, "el atenerse a los caracteres externos que asignan las nomenclaturas no equivale a cerrarse la fuente más fecunda de instrucciones y a rehusarse, por asi decirlo, a abrir el gran libro de la naturaleza que, sin embargo, se propone uno conocer".
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De ahora en adelante, el carácter vuelve a tomar su viejo papel de signo visible que señala hacia una escondida profundidad; pero lo que indica no es un texto secreto, una palabra velada o una semejanza demasiado preciosa para ser expuesta; es el conjunto coherente de una organización que retoma lo visible, en la trama única de su soberanía, tanto como lo invisible.

4] El paralelismo entre clasificación y nomenclatura es desatado por el hecho mismo. En tanto que la clasificación consistía en un recorte progresivamente ajustado del espacio visible, era muy bien concebible que la delimitación y la denominación de estos conjuntos pudieran cumplirse a la vez. El problema del nombre y el problema del género eran isomorfos. Pero ahora, cuando el carácter sólo puede ser clasificado refiriéndose de inmediato a la organización de los individuos, no se "distingue" ya según los mismos criterios y las mismas operaciones con que se "denomina". Para encontrar los conjuntos fundamentales que reagrupan los seres naturales, es necesario recorrer este espacio en profundidad que va de los órganos superficiales a los más secretos, y de éstos a las grandes funciones que aseguran. En cambio, una buena nomenclatura continuará desplegándose en el espacio plano del cuadro: será necesario llegar, a partir de los caracteres visibles del individuo, al casillero preciso en el que se encuentra el nombre de este género y de su especie. Existe una distorsión fundamental entre el espacio de la organización y el de la nomenclatura: o, mejor dicho, en vez de cubrirse exactamente son ahora perpendiculares uno a otro; y, en su punto de unión, se encuentra el carácter manifiesto que indica una función en profundidad y permite reencontrar un nombre en la superficie. Esta distinción, que en unos cuantos años va a volver caducas tanto la historia natural como la preeminencia de la
taxinomia
, se debe al genio de Lamarck: en el "Discurso preliminar" de la
Flore française
, opone, como radicalmente distintas, las dos tareas de la botánica: la "determinación" que aplica las reglas del análisis y permite encontrar un nombre por el simple juego de un método binario (o bien tal carácter está presente en el individuo que se examina y es necesario tratar de situarlo en la parte derecha del cuadro; o bien no está presente y es necesario situarlo en la parte izquierda; y esto hasta llegar a la última determinación); y el descubrimiento de las relaciones reales de semejanza, que supone el examen de toda la organización de las especies.
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El nombre y los géneros, la designación y la clasificación, el lenguaje y la naturaleza dejan de estar entrecruzados con pleno derecho. El orden de las palabras y el orden de los seres no se recortan ya sino en una línea artificialmente definida. Su vieja pertenencia, que fundó la historia natural en la época clásica, y que había llevado, con un solo movimiento, la estructura hasta el carácter, la representación hasta el nombre y el individuo visible hasta el género abstracto, empieza a deshacerse. Se comienza a hablar de cosas que tienen
lugar
en un espacio distinto al de las palabras. Al hacer, y muy pronto, tal distinción, Lamarck cierra la época de la historia natural y entreabre más bien la de la biología, de una manera más cierta y radical que al retomar, unos veinte años después, el tema ya conocido de la serie única de las especies y de su transformación progresiva.

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