Read Las palabras y las cosas Online
Authors: Michel Foucault
Todo el sistema de cambios, toda la costosa formación de los valores se remiten a este cambio desequilibrado, radical y primitivo que se establece entre los adelantos del propietario y la generosidad de la naturaleza. Sólo este cambio es absolutamente beneficioso y en el interior de esta ganancia neta pueden descontarse los gastos necesarios para cada cambio, en consecuencia, la aparición de cada elemento de riqueza. Sería falso decir que la naturaleza produce espontáneamente valores; pero es la fuente inagotable de los bienes que el cambio transforma en valores, no sin gastos ni consumo. Quesnay y sus discípulos analizan las riquezas a partir de lo que se da en el cambio —es decir, de ese excedente que existe sin valor alguno, pero que se convierte en valor al entrar en un circuito de sustituciones en el que deberá retribuir cada uno de sus desplazamientos, cada una de sus transformaciones, por salarios, alimentos, subsistencias, en breve, por una parte de este excedente al que él mismo pertenece. Los Fisiócratas inician su análisis por la cosa misma designada en el valor, pero que preexiste al sistema de las riquezas. Es lo mismo que hacen los gramáticos cuando analizan las palabras a partir de la raíz, de la relación inmediata que une un sonido y una cosa, y de las abstracciones sucesivas por medio de las. cuales esta raíz se convierte en un nombre dentro de un lenguaje.
El análisis de Condillac, Galiani, Graslin, Destutt, corresponde a la teoría gramatical de la proposición. Elige como punto de partida no lo que se da en un cambio, sino lo que se recibe: la misma cosa, a decir verdad, pero considerada desde el punto de vista de quien la necesita, la pide y acepta renunciar a lo que posee para obtener esta otra cosa que estima más útil y a la que concede un mayor valor. Los Fisiócratas y sus adversarios recorren de hecho el mismo segmento teórico, pero en sentido opuesto: los unos se preguntan en qué condiciones —y a qué precio— puede un bien convertirse en un valor dentro de un sistema de cambios; los otros, en qué condiciones puede transformarse un juicio de apreciación en un precio dentro de este mismo sistema de cambios. Se comprende por qué los análisis de los Fisiócratas y los de los utilitaristas están con frecuencia tan próximos unos de otros y a veces se complementan; por qué Cantillon pudo ser reivindicado por unos —a causa de su teoría de las tres rentas de la tierra y de la importancia que da a ésta— y por otros —debido a su análisis de los circuitos y del papel que hace desempeñar a la moneda;
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por qué Turgot pudo ser fiel al Fisiocratismo en
La Formation et la distribution des richesses
y estar tan cerca de Galiani en
Valeur et Monnaie.
Supongamos la más rudimentaria de las situaciones de cambio: un hombre que no tiene más que maíz o trigo y, frente a él, otro que no tiene más que vino o madera. No hay aún ningún precio fijo, ni ninguna equivalencia, ni ninguna medida común. Sin embargo, si estos hombres han recogido esta madera, han sembrado y recolectado el maíz y el trigo, es porque tienen un cierto juicio sobre estas cosas; sin tener que comprarlo con lo que fuera, juzgan que este trigo o esta madera podrían satisfacer una de sus necesidades: que les sería
útil
. "Decir que una cosa vale es decir que es o que la consideramos buena para cierto uso. Así, pues, el valor de las cosas se funda en su utilidad o, lo que viene a ser lo mismo, en el uso que podemos hacer de ellas."
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Este juicio fundamenta lo que Turgot llama "valor estimativo" de las cosas.
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Valor absoluto, dado que concierne a cada mercadería individualmente y sin comparación con ninguna otra; sin embargo, es relativo y cambiante ya que se modifica según el apetito, los deseos o las necesidades de los hombres.
No obstante, el cambio que se opera sobre la base de estas utilidades primeras no es la simple reducción de ellas a un común denominador. Es, en sí, creador de utilidad, ya que ofrece a la apreciación de uno lo que hasta entonces tenía, para otro, poca utilidad. En ese momento, existen tres posibilidades. O bien la "superabundancia de cada uno", como dice Condillac —lo que no se ha utilizado o no se piensa utilizar de inmediato— corresponde en calidad y cantidad a las necesidades del otro; todo excedente del propietario del trigo revela ser, en la situación del cambio, útil al propietario del vino y a la inversa; a partir de entonces lo que era inútil se convierte en totalmente útil, por una creación de valores simultáneos e iguales de cada lado; lo que para la estimación de uno era nulo, se convierte en positivo para la del otro; y como la situación es simétrica, los valores estimativos así creados resultan automáticamente equivalentes; utilidad y precio se corresponden sin residuo alguno; la apreciación se ajusta plenamente a la estimación. O bien el excedente de uno no es suficiente para las necesidades del otro y éste se guardará muy bien de dar todo lo que posee; se reservará una parte para obtener de un tercero el complemento indispensable de sus necesidades; esta parte que se descuenta —y que el compañero trata de reducir lo más posible ya que tiene necesidad de todo el excedente del primero— hace aparecer el precio: no se cambia ya la demasía de trigo por la demasía de vino, sino que, después de un altercado, se dan tantos barriles de vino por tantas fanegas de trigo. ¿Se dirá, pues, que quien da más pierde en el cambio parte del valor de lo que posee? No, dado que este excedente carece de utilidad para él o, en todo caso, ya que aceptó hacer el cambio, es porque considera que lo que recibe tiene más valor que lo que deja. Por último, tercera hipótesis, nada es absolutamente superfluo para nadie, ya que cada uno de los dos participantes sabe que puede utilizar, en un plazo más o menos largo, la totalidad de lo que posee: el estado de
necesidad
es general y cada porción de la propiedad se convierte en riqueza. Por consiguiente, los dos participantes pueden muy bien no cambiar nada; pero igualmente cada uno puede estimar que una parte de la mercancía del otro le sería más útil que una parte de la propia. Uno y otro establecen —cada uno para sí y, por tanto, según un cálculo diferente— una desigualdad mínima: tantas medidas de maíz que me hacen falta, dirá uno, valdrán para mí un poco más de tantas medidas de mi madera; tal cantidad de madera, dirá el otro, me será más precisa que tal otra de maíz. Estas dos desigualdades estimativas definirán para cada uno el valor relativo que acuerda a lo que posee y a lo que no tiene. A fin de ajustar estas dos desigualdades no existe otro medio que establecer entre ellas la igualdad de dos relaciones: así el cambio se hará cuando la relación entre el maíz y la madera para uno sea igual a la relación de la madera y el maíz para el otro. En tanto que el valor estimativo se define por el juego único de una necesidad y un objeto —así, pues, por un interés único en un individuo aislado—, en el valor apreciativo, tal como aparece ahora, "hay dos hombres que comparan y hay cuatro intereses que se comparan; pero los dos intereses particulares de cada uno de los dos contrayentes han sido comparados de antemano entre ellos y son los resultados los que después se comparan juntos, para formar un valor estimativo medio"; esta igualdad de la relación permite decir, por ejemplo, que cuatro medidas de maíz y cinco brazadas de madera tienen un valor de cambio igual. Pero esta igualdad no quiere decir que se cambie utilidad por utilidad en partes iguales; se cambian desigualdades, es decir, que de los dos lados —si bien cada elemento de mercado tiene una utilidad intrínseca— se adquiere más valor del que se poseía. En vez de dos utilidades inmediatas, se tienen otras dos que se considera satisfacen necesidades mayores.
Tales análisis muestran el entrecruzamiento del valor y del cambio; no se cambiaría si no existieran valores inmediatos —es decir, si no existiera en las cosas "un atributo que les es accidental y que depende únicamente de las necesidades del hombre, como el efecto depende de su causa".
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Pero el cambio, a su vez, crea el valor. Y lo hace de dos maneras. Primero convierte en útiles cosas que sin él tendrían poca utilidad o ninguna: ¿puede tener un brillante valor para hombres que tienen hambre o necesidad de vestido? Pero basta con que exista en el mundo una mujer que desee gustar y un comercio capaz de llevarlo a sus manos, para que la piedra se convierta en "riqueza indirecta para su propietario que no tiene necesidad de ella… el valor de este objeto es, para él, un valor de cambio";
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y podrá alimentarse vendiendo lo que no sirve sino para brillar: de allí la importancia del lujo,
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de allí que no haya diferencia, desde el punto de vista de la riqueza, entre necesidad, comodidad y adorno.
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Por otra parte, el cambio hace nacer un nuevo tipo de valor que es "apreciativo": organiza entre las utilidades una relación recíproca que duplica la relación del simple deseo. Y, sobre todo, la modifica: pues, en el orden de la apreciación y, por ello, de la comparación de cada valor con todos los demás, la menor creación nueva de utilidad disminuye el valor relativo de las que ya existen. El total de las riquezas no aumenta, a pesar de la aparición de nuevos objetos que pueden satisfacer las necesidades; toda la producción sólo da nacimiento a "un nuevo orden de valores con relación a la masa de las riquezas; los primeros objetos de la necesidad disminuirán de valor para hacer lugar, dentro de esta masa, al nuevo valor de los objetos de comodidad o de adorno".
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El cambio es, pues, lo que aumenta los valores (al hacer aparecer nuevas utilidades que, cuando menos indirectamente, satisfacen necesidades); pero es también lo que disminuye los valores (los unos en relación con los otros en la apreciación que se otorga a cada uno). Para el cambio, lo inútil se convierte en útil y, en esta misma proporción, lo más útil se hace menos útil. Tal es el papel constitutivo del cambio en el juego del valor: da un precio a cada cosa y baja el precio de cada una.
Vemos que los elementos teóricos son los mismos en los Fisiócratas y en sus adversarios. El cuerpo de proposiciones fundamentales les es común: toda riqueza nace de la tierra; el valor de las cosas está ligado al cambio; la moneda vale en cuanto representación de las riquezas en circulación: ésta debe ser tan simple y completa como sea posible. Pero estos segmentos teóricos son dispuestos por los Fisiócratas y por tos "utilitaristas" en un orden inverso; y, en consecuencia, por este juego de la disposición, lo que para unos tiene un papel positivo lo tiene negativo para los otros. Condillac, Galiani, Graslin, parten del cambio de utilidades como fundamento subjetivo y positivo de todos los valores; así, pues, todo aquello que satisface una necesidad tiene un valor, y toda transformación y todo transporte que permita satisfacer necesidades más numerosas constituye un aumento de valor: es este aumento el que permite retribuir a los obreros, dándoles el equivalente de su subsistencia, que se descuenta de este aumento. Pero todos estos elementos positivos que constituyen el valor descansan en un cierto estado de necesidad entre los hombres y, por ello, en el carácter finito de la fecundidad de la naturaleza. Para los Fisiócratas, debe recorrerse a la inversa la misma serie: toda transformación y todo trabajo sobre los productos de la tierra son retribuidos por la subsistencia del obrero; se inscriben, pues, en la disminución del total de bienes; el valor sólo nace donde hay consumo. Así, pues, para que el valor aparezca es necesario que la naturaleza esté dotada de una fecundidad indefinida. Todo lo que se percibe positivamente y como en relieve en una de las dos lecturas, se percibe en hueco, negativamente, en la otra. Los "utilitaristas" fundan en la
articulación
de los cambios la
atribución
de un cierto valor a las cosas; los Fisiócratas explican el
recorte
progresivo de los valores por la
existencia
de las riquezas. Pero tanto en unos como en otros, la teoría del valor, como la de la
estructura
en la historia natural, liga el momento que
atribuye
al momento que
articula
. Quizá fuera más sencillo decir que los Fisiócratas representan a los propietarios de la tierra y los "utilitaristas" a los comerciantes y empresarios. Que éstos, en consecuencia, creen en el aumento del valor cuando las producciones naturales se transforman o desplazan; que estaban, por la fuerza de las cosas, preocupados por una economía de mercado, en la que las necesidades y los deseos eran la ley. Que, en cambio, los Fisiócratas no creían más que en la producción agrícola y reivindicaban para ella una retribución mejor; que, siendo propietarios, atribuían a la renta de la tierra un fundamento natural y que, al reivindicar el poder político, deseaban ser los únicos subditos sometidos a los impuestos y, así, los detentadores de los derechos que éstos confieren. Y sin duda alguna, a través de la coherencia de intereses, se encuentran de nuevo las grandes opciones económicas de los unos y de los otros. Pero si la pertenencia a un grupo social puede explicar siempre que Fulano o Zutano haya elegido este sistema de pensamiento y no otro, la condición para que este sistema haya sido pensado no estriba nunca en la existencia de ese grupo. Hay que distinguir con todo cuidado entre dos formas y dos niveles de estudios. La primera sería una investigación de las opiniones para saber quién ha sido Fisiócrata en el siglo XVIII y quién ha sido Antifisiócrata; cuáles eran los intereses en juego; cuáles fueron los puntos y los argumentos de la polémica; cómo se desarrolló la lucha por el poder. La otra consiste, sin tomar en cuenta los personajes y su historia, en definir las condiciones que hicieron posible el pensar en formas coherentes y simultáneas, el saber "fisiócrata" y el saber "utilitarista". El primer análisis revelaría una doxología. La arqueología no puede reconocer ni practicar más que el segundo.
Ahora puede esbozarse en su conjunto la organización general de los órdenes empíricos.
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Se comprueba primero que el
análisis de las riquezas
obedece a la misma configuración que la
historia natural
y la
gramática general
. En efecto, la teoría del valor permite explicar (sea por la carencia y la necesidad, sea por la prolijidad de la naturaleza) cómo ciertos objetos pueden ser introducidos en el sistema de cambios, cómo, por el gesto primitivo del trueque, una cosa puede ser dada como equivalente de otra, cómo la estimación por la primera puede ser relacionada con la estimación de la segunda por una relación de igualdad (A y B tienen el mismo valor) o de analogía (el valor de A, poseído por mi compañero, es con respecto a mi necesidad lo que para él es el valor de B que yo poseo). Así, pues, el valor corresponde a la función atributiva que, según la
gramática general
, está asegurada por el verbo y que, al hacer aparecer la proposición, constituye el primer umbral a partir del cual hay lenguaje. Pero en tanto que el valor apreciativo se convierte en valor de estimación, es decir, en tanto que se define y se limita en el interior del sistema constituido por todos los cambios posibles, cada valor se encuentra puesto y recortado por todos los demás: desde ese momento, el valor afirma el papel articulatorio que la
gramática general
reconoce a todos los elementos no verbales de la proposición (es decir, a los sustantivos y a cada una de las palabras que, visible o secretamente, tienen una función nominal). En el sistema de cambios, en el juego que permite a cada una de las partes de la riqueza el significar las otras o el ser significada por ellas, el valor es, a la vez,
verbo y sustantivo
, poder de ligar y principio de análisis, atribución y recorte. El
valor
, en el análisis de las riquezas, ocupa, pues, exactamente la misma posición que la
estructura
en la historia natural: como ésta, une en una sola y misma operación la función que permite atribuir un signo a otro, una representación a otra y la que permite articular los elementos que componen el conjunto de las representaciones o de los signos que las descomponen.