El niño parpadeó y estuvo a punto de dejar caer la flauta.
—De bardo… ¿qué queréis decir? ¡Habladme claro!
Viviana lo miró a los ojos.
—Ha llegado el momento, Gwydion. Eres un druida nato y desciendes de dos estirpes reales. Se te ofrecerán las enseñanzas antiguas y la sabiduría secreta de Avalón, para que algún día puedas enarbolar el estandarte del dragón.
Gwydion tragó saliva, absorbiendo aquello. Morgause comprendió que la idea de una sabiduría secreta lo atraía más que cuanto hubieran podido ofrecerle.
—Habéis dicho dos estirpes reales —tartamudeó Gwydion.
Niniana iba a intervenir, pero Viviana cabeceó ligeramente La joven se limitó a decir:
—Lo comprenderás con claridad cuando llegue el momento, Gwydion. Si vas a ser druida, lo primero que tienes que aprender es a callar y no hacer preguntas.
Se quedó mudo: Morgause se dijo que tanto trabajo había valido la pena, siquiera para verlo, por una vez, impresionado hasta la mudez. Claro que Niniana era hermosa; se parecía mucho a Igraine cuando era joven, sólo que era rubia en vez de pelirroja.
La Dama del Lago dijo, en voz baja:
—Por ahora, lo único que puedo decirte es que la madre de la madre de tu madre fue Dama del Lago, descendiente de una larga estirpe de sacerdotisas. Igraine y Morgause llevan, además, la sangre del noble Taliesin, y también tú. Si eres digno te espera un gran destino. Pero no es sólo la sangre real lo que hace a un rey, sino también el valor, la sabiduría y la previsión. Te digo, Gwydion, que quien porte el dragón puede ser más rey que quien ocupe un trono, pues éste se puede obtener por la fuerza de las armas, por astucia o por haber nacido en la cama adecuada. Pero el Gran Dragón sólo se conquista por el propio esfuerzo.
—¡No comprendo! —dijo Gwydion.
—¡Por supuesto que no! Es un misterio que los sabios druidas sólo comprenden tras estudiarlo durante muchas existencias. Eso no significa que no puedas entenderlo si escuchas y aprendes a obedecer.
El niño bajó la cabeza y se sentó a los pies de Niniana, que le sonreía, escuchando en silencio. Morgause pensó: «¡Tal vez lo que necesita es el aprendizaje de los druidas!»
—Sé desde hace años que el hijo de Morgana no podía terminar sus días entre pastores y pescadores —dijo—. ¿Dónde, sino en Avalón, podía estar su destino? Pero no creo que hayáis viajado tanto para decirme esto. Os lo ruego, reveladme el resto.
Kevin abrió la boca, pero Viviana intervino ásperamente.
—¿Por qué he de revelarte todos mis pensamientos, Morgause, cuando pretendes torcer las cosas en tu favor y en el de tus hijos? En este momento Gawaine es quien está más cerca del trono, no sólo por sangre, sino por el afecto del rey. Y cuando Arturo se casó con Ginebra supe que no le daría hijos. Pensé que probablemente moriría de parto y que podríamos buscar una esposa más adecuada para él. Pero esto se ha prolongado mucho y Arturo ya no va a repudiarla, aunque sea estéril. Y tú sólo ves en eso una oportunidad para tu hijo.
—No creo que sea estéril, Viviana. —Había líneas amargas en la cara de Kevin—. Estuvo grávida antes de Monte Badon, durante cinco meses. Y es posible que Arturo traicionase a Avalón por la compasión que le inspiraba.
Morgause dijo desdeñosa:
—¿Es digno de gobernar el hombre que falta a un juramento por una mujer?
—Le oí decir que fue la Virgen María quien le dio la victoria para salvar su país… —agregó Kevin— y que el estandarte del Pendragón no era suyo, sino de su padre Uther.
—Aun así no tenía derecho a rechazarlo —dijo Niniana—. Arturo nos debe su trono.
—¿Qué importancia tiene un estandarte? —protestó Morgause impaciente—. Los soldados necesitan algo que los inspire…
—No lo comprendes —señaló Viviana—. Si no controlamos desde Avalón lo que vive en sus sueños y su imaginación, perderemos esta lucha contra Cristo y serán esclavos de un credo falso. ¡Tienen que tener siempre ante ellos el símbolo del dragón, para que la humanidad no piense en pecados y penitencias, sino en avanzar!
—Avalón siempre estará allí para quienes busquen el camino —observó Kevin con respeto, aunque también con firmeza—. Pero si no pueden hallarlo quizá sea señal de que no están preparados.
—¿Tengo que permanecer cruzada de brazos mientras Avalón se pierde en las brumas, como el país de las hadas? —inquirió Viviana—. ¡Lo mantendré dentro del mundo o moriré en el intento!
Se hizo una pausa en el salón, Morgause cayó en la cuenta de que estaba helada.
—Aviva el fuego, Gwydion —ordenó, mientras pasaba el vino—. Bebed, hermana. Y vos, maestro arpista.
Pero Gwydion permaneció inmóvil, como si estuviera soñando o en trance.
—Niño, haz lo que te ordeno… —insistió Morgause.
Kevin alargó una mano para que callara.
—El muchacho está en trance —dijo—. Habla, Gwydion.
—Todo es sangre —susurró—. Sangre, vertida como la sangre del sacrificio en los altares antiguos, sangre vertida sobre el trono…
Niniana tropezó. El resto del vino, rojo como la sangre cayó en cascada sobre Gwydion y sobre el regazo de Viviana. Ésta se levantó, sobresaltada. El niño parpadeó, sacudiéndose
—¿Qué…? —musitó, desconcertado—. Lo siento…, permitid que os ayude. —Y cogió la vasija de manos de la joven—. Uf, parece sangre. Voy a buscar un trapo.
Y salió a la carrera, como cualquier muchacho activo.
—Bueno, ahí tenéis vuestra sangre —dijo Morgause asqueada—. ¿También Gwydion tendrá que perderse en sueños y visiones enfermizas?
La Dama enjugó el vino pegajoso de su sayo.
—No desprecies el don ajeno sólo porque no lo tienes, hermana.
Gwydion volvió con el trapo, pero al inclinarse se tambaleó. Morgause llamó por señas a una criada para que secara la mesa y el hogar. El niño parecía descompuesto, pero se apartó rápidamente, como si estuviera avergonzado. Aunque habría querido mecerlo entre sus brazos, comprendió que no se lo agradecería, y bajó la vista a sus manos cruzadas. También Niniana alargó una mano, pero fue Viviana quien lo llamó, con ojos severos e implacables.
—Dime la verdad: ¿desde cuándo tienes el don de la videncia?
Gwydion bajó la vista.
—No lo sé. No sabía cómo llamarlo.
—Y lo ocultaste por orgullo y deseo de poder, ¿verdad? Ahora te ha dominado. Espero que no hayamos llegado demasiado tarde. ¿Te sientes inseguro de pie? Ven, siéntate y estate quieto.
Para asombro de su tutora, Gwydion se dejó caer silenciosamente a los pies de las dos sacerdotisas. Al cabo de un rato, Niniana le apoyó una mano en la cabeza y el niño se reclinó contra ella.
Viviana se volvió nuevamente hacia Morgause.
—Como te he dicho, Ginebra no dará hijos a Arturo, pero él no la repudiará, sobre todo por ser cristiano.
Su hermana se encogió de hombros.
—¿Y qué? Ha abortado al menos una vez y ya no es tan joven. La vida de una mujer es incierta.
—Sí, Morgause —dijo Viviana—. Ya trataste una vez de aprovechar lo incierto de la vida para que tu hijo heredara el trono, ¿verdad? Te lo advierto, hermana: no te entrometas en lo que los dioses han decretado.
Morgause dijo, conteniendo la ira:
—Pero los dioses no han querido que hicieras tu voluntad, Viviana…, si existen, de lo que no estoy segura. En cuanto a la estirpe real de Avalón, ya ves que la he cuidado bien.
—El niño parece fuerte y sano, pero ¿podrías jurar que no lo has malogrado por dentro, hermana?
Gwydion levantó bruscamente la cabeza:
—Mi madre adoptiva me ha tratado bien. La señora Morgana no se interesó mucho por el desarrollo de su hijo. ¡Ni una sola vez ha venido a ver si estaba vivo o muerto!
Kevin intervino con severidad.
—Se te ordenó hablar sólo cuando se te dirigiera la palabra, Gwydion. Y nada sabes sobre los motivos de Morgana.
Morgause miró con agudeza al bardo. «¿Es posible que Morgana se haya confesado con este pobre aborto, cuando yo tuve que descubrir sus secretos mediante hechizos?» Sintió un acceso de ira, pero Viviana dijo:
—Basta. Lo criaste bien mientras te convino, Morgause, pero no has olvidado que está un paso más cerca del trono que Arturo a su edad… y dos pasos más cerca que Gawaine. En cuanto a Ginebra, he visto que tiene un papel a desempeñar en el destino de la isla Sagrada. No carece del todo de videncia. Tal vez si tuviera un hijo por las artes de Avalón…
—Demasiado tarde para eso —indicó Kevin—. La verdad, no creo que esté muy cuerda.
—La verdad es que le tienes rencor, Kevin —dijo Niniana—. ¿Por qué?
El arpista bajo los ojos. Por fin dijo:
—Es cierto. No puedo ser justo con Ginebra. Pero aunque la amara seguiría diciendo que no es adecuada para un rey que debe mandar desde Avalón. Si tuviera un hijo lo atribuiría a la bondad de Cristo, aunque la misma Dama del Lago la asistiera en el lecho.
Morgause esbozó su sonrisa ladina.
—Las Sagradas Escrituras dicen que quien repudia a su mujer está condenado, salvo por adulterio. Y hasta aquí, en Lothian, se dice que la reina no es tan casta. Todo el mundo sabe cómo mira a vuestro hijo, Viviana.
—No conocéis a Ginebra —dijo Kevin—. Es devota hasta la insensatez. Y como Arturo es tan amigo de Lanzarote, no haría nada contra ellos a menos que los sorprendiera en su cama delante de toda la corte.
—Incluso eso se puede arreglar —aseveró Morgause—. Ginebra es demasiado bella para que las otras mujeres le tengan mucho afecto. Alguno de su círculo podría armar un escándalo para obligar a Arturo…
Viviana hizo una mueca de asco.
—¿Qué mujer traicionaría de ese modo a otra?
—Yo —contestó su hermana—, si estuviera convencida de beneficiar con eso al reino.
—Yo no —dijo Niniana—. Y Lanzarote es honorable Dudo que traicionara a su gran amigo Arturo por Ginebra. Si queremos hacerla a un lado, es preciso buscar otra solución.
—Hay algo más —añadió Viviana, con voz cansada—. Hasta donde sabemos, Ginebra no ha hecho nada malo. Si hay un escándalo tiene que ser sobre la verdad. Los de Avalón estamos comprometidos a defender la verdad.
—¿Y si hubiera un escándalo verdadero? —preguntó Kevin.
—En ese caso, que cargue con las consecuencias. Pero no seré yo quien participe en falsas acusaciones.
—Tiene, al menos, un enemigo más —reflexionó el druida—. Acaba de morir Leodegranz, su padre, y también su joven esposa con su última hija. Ahora Ginebra es la reina del País del Estío. Pero Leodegranz tenía un pariente que asegura ser su hijo, aunque no lo creo. Supongo que le gustaría poder proclamarse rey a la antigua usanza de las Tribus: acostándose con la reina.
Gwydion dijo:
—Menos mal que en la corte de Lot, más cristiana, no existe esa costumbre, ¿verdad? —Pero lo dijo en voz baja, para que todos pudieran fingir que no lo habían oído. Morgause se dijo: «Está enfadado porque no se le presta atención. No voy a enojarme por una dentellada de cachorro.»
—Según la antigua costumbre —dijo Niniana, con la bella frente arrugada en pequeñas líneas—, Ginebra no está casada con Arturo mientras no le haya dado un hijo varón. Y si otro hombre puede apartarla de él…
—Ésa es la cuestión —rió Viviana—: Arturo puede retenerla por la fuerza de las armas. Y lo haría, sin duda. —Luego se puso seria—. Lo único seguro es que Ginebra seguirá estéril. Si concibiera otra vez, hay encantamientos para que la criatura no llegue a nacer. En cuanto al heredero de Arturo… —Hizo una pausa para mirar a Gwydion, que mantenía una actitud soñolienta, con la cabeza apoyada en el regazo de Niniana—. Aquí tenemos un hijo de la estirpe real de Avalón… e hijo del Gran Dragón.
Morgause contuvo la respiración. Siempre había pensado que, si Morgana había concebido un hijo de su medio hermano, era sólo debido a la más desdichada casualidad. Al comprender el complejo plan de Viviana quedó abrumada ante su audacia: poner en el trono a un hijo de Avalón y de Arturo.
«¿Qué será del macho rey cuando el ciervo joven haya crecido?» Por un momento no supo si el pensamiento era suyo o si había surgido en su cabeza como eco de algo pensado por una u otra de las dos sacerdotisas presentes.
Gwydion, con los ojos muy abiertos, se inclinó hacia delante.
—Señora —susurró—, ¿es cierto… que soy hijo de… del gran rey?
—Sí —confirmó Viviana, apretando los labios—, aunque los curas jamás lo reconocerán. Para ellos, que un hombre engendre un hijo en la hija de su madre es el peor de todos los pecados. Se creen más santos que la Diosa, que es madre de todos nosotros. Pero así son las cosas.
Lenta y penosamente Kevin se arrodilló ante Gwydion.
—Príncipe y señor mío —dijo—, vástago de la estirpe real de Avalón e hijo del hijo del Gran Dragón: hemos venido para llevaros a Avalón, donde podréis prepararos para vuestro destino. Por la mañana debéis estar listo para partir.
«P
or la mañana debéis estar listo para partir…»
«Era como el terror de un sueño que hablaran así, abiertamente, de lo que yo había mantenido en secreto tantos años. Habría podido ir a la muerte sin decir a nadie que había tenido un hijo de mi hermano. Pero Morgause me había arrancado el secreto y Viviana lo sabía. Según un antiguo dicho; tres pueden guardar un secreto, siempre que dos estén en la tumba.
»Pero el sueño empezaba a disiparse y a ondular, como si lo viera bajo el agua. Me esforcé por retenerlo, por escuchar, pero Arturo estaba allí, con una espada en la mano, y avanzaba contra Gwydion, y el niño desenvainaba la
Escalibur
…»
Morgana se incorporó bruscamente en su cuarto de Camelot, aferrada a la manta. Era un sueño, sólo un sueño. «Ni siquiera sé quién se sienta en Avalón junto a Viviana; sin duda es Cuervo, no esa rubia tan parecida a mi madre que he visto en mis sueños, una y otra vez. No recuerdo haber visto a nadie como ella en la Casa de las doncellas.»
—Mirad —anunció Elaine desde la ventana—. Ya llegan algunos jinetes. ¡Y aún faltan tres días para el gran festín de Arturo!
Las otras se apiñaron a su alrededor para contemplar el prado, donde ya se veían tiendas y pabellones. Elaine dijo:
—Ahí está el estandarte de mi padre. Viene acompañado por Lamorak, mi hermano, que ya tiene edad de ser caballero del rey. Combatió en Monte Badon, aunque era muy joven…
—Entonces no dudo que Arturo hará de él uno de sus caballeros, aunque sólo sea para complacer a Pelinor —dijo Morgana—. Tienes que ayudar a la reina a vestirse. Y yo también tengo que darme prisa. Con un gran festín dentro de tres días, tengo mucho que hacer.