Las cuatro postrimerías (18 page)

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Authors: Paul Hoffman

Tags: #Fantástico, Aventuras

BOOK: Las cuatro postrimerías
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Dos de los folcolares, que habían visto que su pastor moría a manos del muchacho que lanzaba los bramidos, se dirigieron inmediatamente hacia él impulsados por el deseo de venganza. Pero sólo uno lo consiguió, pues el otro fue atrapado por los purgatores, que habían recuperado el valor. El hombre lanzó un golpe que habría cortado a Cale por la mitad de haberlo alcanzado. Pero cada vez más frío, Cale veía a su oponente como un hombre que juega con niños a la lucha, propinando golpes torpes, desgarbados y burdos. Las flechas caían cerca, y una casi le alcanza. Al atrapar su atención, le hizo perder por un instante la conciencia de lo que tenía entre manos. El ruido de los metales, gritos y gañidos lo acercaron a la tierra, y lo abandonó la destreza de la lucha.

Entonces, al ver que se encontraba ante un muchacho que fla queaba y no un ángel, el hombre ganó confianza y le lanzó un puntapié.

La patada pasó al lado de Cale, que le sacudió otra a su vez dirigida al pie en que se sostenía, y a continuación lo agarró por la cintura y lo tiró sobre la arena, cayendo con él. Fue inmensamente largo el segundo durante el cual Cale, tomándose su tiempo y torciéndolo hacia atrás, cogió su cuchillo. Lucharon ahogando gritos y lanzando suaves gruñidos. Cale desplazó su peso para agarrarlo mejor. Entonces reunió fuerzas y asestó el golpe.

El jefe tembló, y seguía temblando cuando Cale se puso en pie y echó un vistazo para calibrar el peligro, que le pareció tan escaso como pudiera ser en una batalla. Los folcolares habían perdido empuje con la muerte de su Predikant, y retrocedían. Las flechas volvían a caer desde la colina. Los purgatores presionaban. Al cabo de cinco minutos, todos los que no habían huido estaban muertos. En cuanto a los detalles de la matanza, ni siquiera el Predikant Viljoen había descrito los dolores del infierno de manera tan vívida. Las moscas ya ponían sus huevos en las bocas de muertos y moribundos.

Y de este modo, en una colina de mierda, una escaramuza entre menos de doscientos hombres en un lugar que no tenía nombre hasta que se lo dieron los repetidos fracasos de los redentores, todo un mundo cambió en menos de lo que tarda uno en tomarse una taza de té.

Para los folcolares las cosas fueron de mal en peor. Cale no fue el único en cometer un error garrafal en el Vado del Zopenco. El folcolar Maister, observando desde el oeste, no podía ver el ataque de Cale, pero sí podía ver el comienzo de la carga colina abajo ordenado por el centenario en su apoyo. La información más reciente que le habían llevado decía que sus hombres se preparaban para tomar la colina, y que el éxito era seguro. Los redentores que podía distinguir agrupados sobre la cima, así como los que no podía ver, estaban, por lo que a él le parecía, inmersos en un intento desesperado y suicida de recobrar una posición ya perdida. Ansioso de aprovechar la ventaja de lo que de modo completamente razonable él veía como un terrible error, el folcolar Maister ordenó a sus tropas cru zar el río delante de la colina y atacar el Vado desde dentro de la U. En cuanto el centenario retiró sus tropas y Cale estableció una nueva defensa más abajo, los folcolares atacantes descubrieron que se las estaban viendo con otro tipo de redentores. Las flechas, provenientes de la colina que creían que ya estaría tomada para entonces, los pillaron por la retaguardia y desde lo alto, de modo que constituían un blanco muy fácil. Los pocos que se refugiaron en las trincheras con los falsos redentores no sobrevivieron mucho tiempo. Luchar en las trincheras era el tercer punto fuerte de los redentores. Los folcolares recibieron tanta compasión como la que habían mostrado con los redentores hasta entonces.

Sufriendo pérdidas tan importantes, y desconcertados por el peculiar modo en que los redentores luchaban, los folcolares se replegaron e intentaron emplear los morteros situados en un lateral del cerro para cubrir su retirada. Fue entonces cuando entraron en juego los padres arqueros que Cale había colocado en la cumbre del cerro. Desde aquel punto que ya era completamente seguro, los arqueros liquidaron a la mitad de los artilleros antes de que a éstos les diera tiempo a comprender que ni podían defenderse ni llevarse de allí los morteros. Abandonándolos allí, huyeron para unirse al resto de los folcolares que habían escapado.

Cale había tornado aquel día todas las decisiones correctas, salvo una que habría hecho completamente innecesarios su brillantez y su valor. Era una especie de lección, pero no sabía bien de qué tipo: tal vez lo único que cabía aprender es que no había que cometer ningún error nunca.

Se subió caminando a la cima de la colina, donde lo aguardaba Gil. De todas partes surgían vítores y bendiciones. Provenían de hombres a los que despreciaba, pero a los que ahora había salvado arriesgando su vida. Dependían completamente de él tanto como, ahora lo comprendía, él dependía de ellos.

Gil se inclinó ante él levemente, pero de tal forma que Cale pudo notar un cambio profundo.

—Os habéis granjeado su veneración —le dijo—. A los hombres, por muy degenerados que sean, les resulta difícil no amar a alguien que los ha salvado dos veces.

—Bueno, estamos casi igualados.

Cale se metió en la trinchera y miró la colina desde allí. Cuando había elegido el emplazamiento se encontraba a lomos del caballo, a más de dos metros de altura del suelo, desde donde tenía una clara perspectiva de toda su longitud. Sin embargo, al nivel del suelo era evidente que había un bulto en mitad del terreno dentro del alcance de las armas, un bulto que significaba que incluso a veinte metros de distancia había suficiente cobertura para poder atacar la trinchera a resguardo de las flechas. Se sorprendió de su propia torpeza. ¿Cómo era posible, cuando había acertado tanto en todo lo demás, haber metido la pata de aquel modo en aquel detalle?

—Se merecen que les pida perdón —le dijo a Gil, y pese a todo su odio hacia los purgatores, lo decía de verdad.

—¡Punto en boca! —dijo Gil con firmeza, y a continuación, preocupado por su propio atrevimiento, añadió humildemente—: Señor.

—Los purgatores se dan cuenta de mi equivocación.

—Los purgatores se dan cuenta de que organizasteis el campo de batalla de tal manera que han podido conservar la vida, y también de que acudisteis en su ayuda cuando las cosas se pusieron feas. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que todos ellos salieron triunfantes de una empresa. Han vencido. Ahora son vuestros. Vos cometisteis un error y lo enmendasteis, ¿qué más puede hacer un general?

—No recuerdo que fuerais tan indulgente en el campo de entrenamiento de los Mártires.

—«Entrenamiento duro, lucha blanda».

—Entonces, ¿todo aquello era sólo por mi bien?

—Estáis vivo y habéis resultado vencedor, así que yo diría que sí.

—He enviado exploradores para asegurarme de que los folcolares no regresan. Tendréis que hablar con ellos.

—No: hablaréis vos.

—No, señor.

Y de ese modo, diez minutos después Cale se colocaba sobre una peña, en el centro de la U, tratando de impedir que su voz tras luciera nada del odio y del resentimiento que le inspiraban aquellos hombres. Pero ellos no necesitaban mucho. Él había arriesgado su vida por ellos y ellos habían sobrevivido a una muerte cierta.

Para entonces, Hooke había descendido a pie de la elevación y había escuchado los vítores de los redentores y las reluctancias del muchacho al que estaban deseando adorar. Todos sus deseos estaban puestos en lo que para ellos era la pizarra en blanco de Thomas Cale. En cuanto hubo terminado de hablar, Cale le dijo de mal humor a Hooke que inspeccionara los morteros que en esos momentos traían de la montaña y le llevara un informe en una hora. Hooke inclinó la cabeza de modo un poco burlón.

—Yo no me preocuparía por ser fiel a la gente que uno odia. Hay muchos tipos distintos de lealtad, señor Cale —le dijo—. Está la lealtad, por ejemplo, que el porquero le debe al cerdo.

Y como estas palabras dejaron mudo a Cale, Hooke se dio la vuelta para bajar a inspeccionar los morteros.

Una hora después, Hooke presentaba su informe. Tenía en la mano una enorme asta de un metro aproximadamente de largo. Alrededor del asta, habían atado cuidadosamente diez dardos más pequeños.

—Las ataduras están hechas con cordel ordinario trenzado con goma. ¿Sabéis lo que es la goma, señor Cale?

—No.

—No me sorprende. Condamine pretendió mostrársela al Papa en Aviñón, pero el arzobispo quiso arrestarlo por brujería, porque decía que repelía el agua de manera antinatural.

—¿Y qué tiene que ver con esas ataduras?

—Nada. Pero la goma también se estira.

Tiró de un trozo de cordel y lo alargó un poco, lo suficiente para demostrar lo que decía.

—Una vez prendida por el mortero, una hebra sujeta con cera a la saeta suelta el cordel de goma y éste se desenreda, según me parece, en cosa de unos cinco segundos. Los diez dardos simplemente se desprenden siguiendo la trayectoria hacia el suelo de la saeta principal. Hay algún detalle más, pero el principio básico es ése.

—¿Podríais reproducirlo?

—No veo ninguna dificultad...

—Entonces hacedlo.

... Salvo una.

¿Sí...?

—No es cuestión de ingeniería, sino de teología. Al Papa no le gusta la goma. No ha habido ningún infalible veto pontificio urbi et orbi concerniente a la goma como tal, pero hay muchos recelos sobre las sustancias flexibles, a las que consideran no naturales. El intento de arrestar a Condamine supone que en el derecho canónico común el uso de goma puede ser
prima facie
evidencia de prácticas de brujería.

—¿Estáis seguro?

—Estoy seguro de que no estoy nada seguro; y además estoy seguro de que yo no correría el riesgo si pudiera evitarlo. Vos, sin embargo, estáis en mejor posición. Tal vez Bosco pueda emitir algún tipo de resolución temporal. Aunque creo que él y el Cardenal Parsi están enfrentados.

Cale lanzó un suspiro.

—¿Cómo estáis tan bien enterado?

—¿Cómo no lo estáis vos?

—Si estáis tan bien informado, señor Hooke, ¿cómo es que me necesitasteis a mí para salir de prisión?


Touché
, señor Cale. Sin embargo, hay más de una manera de desollar un gato.

—¡No me digáis...!

—He estado trabajando en una máquina que es un proyecto muy querido.

—Pensé que eran las máquinas las que os habían llevado a la Casa del Propósito Especial.

—Así es.

—Por tanto, si estáis dispuesto a correr el riesgo de ser acusado de sacrilegio, ¿por qué teméis la acusación de brujería?

—Porque no me importa morir por esa máquina, pero sí hacerlo por un hilo de goma. Si voy a afrontar la muerte, me gustaría obtener algo a cambio.

—¿Algo a cambio? Bosco me explicó que el castigo prescrito por construir máquinas sacrílegas era ser despellejado en vida y a continuación introducido en un tonel de vinagre.

—La mera suma de años a la vida no constituye vida.

—Intentaré recordarlo. Pero vos recordad esto: me debéis hasta los dientes, señor Hooke.

—Y no soy desagradecido.

—¿Eso quiere decir que sois agradecido?

—Está dentro de la naturaleza humana que cada uno luche por su propio interés, no importa lo en deuda que esté con los demás.

—Bueno, veamos, ¿para qué sirve esa máquina?

—Como tal, no sirve para nada. Es una máquina que estoy haciendo por motivos de filosofía natural. Me interesa descubrir la naturaleza de las cosas. Pero antes de que me reprendáis, os diré que esta especulación natural tiene al menos un uso práctico que se desprende de la pura investigación. ¿Me estáis escuchando?

—¿Tenéis amigos, señor Hooke?

—Ninguno con el poder suficiente.

—Si pienso que estáis tratando de tomarme el pelo, me desharé de vos.

—Me parece bien, señor Cale.

Cale sonrió y le hizo un gesto para que se sentara. Hooke lo hizo así, pero además se inclinó hacia delante para dibujar un círculo en la tierra.

—Imaginaos este círculo, pero de sesenta metros de diámetro y consistente en un tubo completamente cerrado hecho de bronce endurecido. Yo estoy convencido de que toda la materia está compuesta de una sola partícula, un átomo, que es como lo he llamado, del que se componen todas las cosas (la tierra, el aire, el fuego y el agua), y que la única diferencia en las materias estriba en los diversos modos en que la naturaleza combina esos átomos. Pero de ahí se sigue, si mi idea es correcta, que una gran fuerza podría deshacer la obra de la naturaleza en la disposición de los átomos. Mi propósito es encontrar una manera de fabricar la sustancia más pura de la tierra y formar dos bolas de esa sustancia para dirigirlas una contra la otra desde los extremos opuestos de este tubo circular, y con tal energía que cuando esas dos bolas colisionen se rompan una a la otra en los átomos que forman su materia y la materia de todas las cosas.

—¿Cómo sabéis que existen los átomos, si necesitáis eso para demostrarlo?

—¡Ah! —exclamó Hooke—. Vos no sois sólo un general de habilidad muy precoz. Sois un muchacho sumamente inteligente.

—Ese amigo del que os he hablado me dijo que cuando uno se pone a halagar a alguien, es mejor cargar las tintas. ¿No lo conoceréis por un casual?

—No todos los halagos son insinceros, señor Cale.

—Proseguid.

—He llegado a la existencia de los átomos a través de especulaciones matemáticas. —Cale lo miró—. Veo que no dejáis de sorprenderos. Sin embargo, yo tengo la fe y los números a mi favor. Pero incluso si estuviera equivocado, eso no importaría. El problema que estoy afrontando y aún tengo que resolver es cómo juntar las dos bolas de sustancia pura con tal fuerza que se escinda lo que está unido por naturaleza. Fue la búsqueda de un medio de propulsar un objeto pesado a una velocidad muchas veces superior a la de una flecha lo que me llevó a la Casa del Propósito Especial y me puso tan cerca de esa sórdida muerte de la que, lo admito de buen grado, sólo vos me habéis salvado.

—Suficiente.

—Me había pasado cerca de dos años trabajando sobre una fórmula de un polvo explosivo originario de China. Sólo tenía una pizca de esos polvos, la mayor parte de los cuales me vi obligado a utilizar para asegurarme de que funcionaba. Pero la fórmula era muy burda, y sólo incluía los ingredientes y unas leves pistas de cómo podían combinarse, poca cosa. Hice muchísimas pruebas sin obtener resultado, pero unos meses antes de ser arrestado, coseché cierto éxito. Conseguí una mezcla que producía grandes destellos, con mucho humo y luz, pero poca fuerza. Sin embargo, fue suficiente para aterrorizar a mis ayudantes, que se fueron de la lengua y hablaron ante personas que tenían mucho interés en escuchar. Vinieron los redentores y encontraron los polvos y..., bueno, también una o dos cosas más difíciles de explicar a gente de esa calaña.

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