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Authors: Paul Hoffman

Tags: #Fantástico, Aventuras

Las cuatro postrimerías (15 page)

BOOK: Las cuatro postrimerías
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Por mis investigaciones y experimentos he descubierto que las mujeres inflaman la razón del hombre no sólo con sus encantos y caricias, sino con un secreto líquido que fluye de su vesícula.

Tal como hemos hecho muchas veces con cerdos y ovejas, criando a unos para que nos den mejor carne, y a las otras para obtener de ellas mejores lanas, por diversos medios yo he instruido a las mujeres que aquí he tenido recluidas en todo lo que es voluptuoso, preocupadas únicamente con la sensación física que atañe al placer de la belleza, de la delicadeza de la piel y el cabello, y en todos los modos en que los órganos de la sensación inmediata pueden crecer y exagerarse. Han sido instruidas desde muy jóvenes en todo lo referente al deleite de los hombres, de tal manera que (más aún que las mujeres ordinarias) no piensan en otra cosa que en dar placer a los hombres, para que los hombres en correspondencia encuentren placer y solaz tan sólo en su compañía y no en seguir a Dios. Por estos medios, he estimulado en gran medida su matriz de manera que rezume leche uterina con tal intensidad y fuerza que, estrangulada y espesada por sus propios excesos, se ha aglutinado y convertido en algo tan sólido como el ámbar o la brea (que es más apta para ser sustancia del infierno). Con mis industrias, e inspirado por Dios y por el Ahorcado Redentor, he descubierto y extraído esas resinas para averiguar que tienen el poder, reducidas a un polvo y mezclado éste con santo crisma, de proveer al hombre con esa bondad original de la amistad de la hembra que tan rápidamente ellas arrancaron de los hombres y de ellas mismas. Con esa mixtura elaborada, que he llamado «Óleo del Redentor», no sólo los hombres podrán resistirse a las mujeres liberándose de su lujuria, sino que incluso los redentores que se han extraviado en la locura y espantosos accesos podrán recuperar la felicidad y la camaradería y rescatarlas de la furia del pene y de la tristeza de la ausencia de la hembra que a tantos aflige.

Se abrió la puerta y apareció Bosco, que regresaba.

—¿Habéis terminado?

—Aún no.

—Dejadme ver.

Cale señaló la última frase que había leído, pues cuesta erradicar los viejos hábitos. Lo hizo antes de poderse refrenar.

—Bueno —dijo Bosco, recordando con desagrado su propio pasado—. Podéis leer más tarde lo que os falta. ¿Cuál es vuestra opinión?

—Demasiada furia del pene.

Bosco sonrió.

—Desde luego. A su modo Picarbo estaba tan poseído por las mujeres como cualquier fornicador. Si pensáis que lo que acabáis de leer es una locura, os puedo adelantar que el manifiesto continúa exponiendo sus planes para montar una granja especial en la que sus criaturas serían criadas para producir esa resina en cantidad suficiente para calmar al mundo entero. Pero si no hubiera sido por esto, vos no habríais abandonado nunca el Santuario, y por tanto el imperio Materazzi seguiría dominando las cuatro partes del mundo. ¿No es extraño el modo en que resultan las cosas?

—¿Qué haréis con esas muchachas?

—No lo sé. Pueden quedarse donde están.

—Serán una trampa para alguno.

—Justamente. ¿Os gustaría conocerlas?

Es justo decir que Cale se quedó pasmado.

—¿Serán una trampa para mí?

—Hay muchas trampas tendidas para vos, pero ninguna por mí. Yo soy vuestro seguro servidor.

—Sí... Quiero decir que sí, que claro que quiero verlas.

—Lo tendré todo dispuesto para cuando volváis del Veld. Picarbo puede haber sido un lunático, pero su obra era muy interesante.

Una semana después, Cale estaba en la colina baja del Vado del Zopenco, rodeado por Guido Hooke y por los purgatores, que se encontraban recelosos, esperanzados, cautelosos y resentidos, todo al mismo tiempo. Cale había pensado que podría haber una batalla por el control del Vado, especialmente si los folcolares que lo dominaban se daban cuenta de que no había más que doscientos treinta redentores para ofrecerles resistencia. Según resultaron las cosas, para cuando ellos llegaron, los folcolares ya se habían desvanecido en las pampas.

—Mirad a vuestro alrededor —gritó Cale—. Si sois tontos, moriréis aquí. Si sois inteligentes, moriréis aquí. Si utilizáis todas las importantes habilidades que habéis adquirido, moriréis aquí. Dejadme que os diga una cosa: si no os convertís en
niños
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, moriréis aquí.

—¡Hablad más alto! —gritó un redentor que estaba de los últimos. Cale le lanzó una mirada a Gil, que en compañía de dos guardias se colocó tras el redentor que había gritado—. Le hicieron un gesto para que se adelantara. El redentor dio un paso al frente con paso arrogante, y se colocó delante de Cale, mirándolo con unos ojos que tenían el color de los restos de espuma que quedan en una jarra de cerveza.

—¿Qué dijisteis? —preguntó Cale.

—Dije que hablarais más...

Cale avanzó contra el hombre y le dio un golpe con la frente en pleno rostro. El redentor cayó al instante al suelo, aferrándose la nariz rota. Cale regresó entonces a la peña de superficie plana desde la que había estado hablando.

—Si sois duros de oído... moriréis aquí.

Les dijo que se dieran la vuelta, y entonces bosquejó los diversos modos en que se había defendido el Vado del Zopenco, señalando aquel sistema de trincheras de allí, el otro de más allá, y cómo habían reforzado la colina, cubriendo todo el campo de alcance de las armas para prevenir un ataque.

—Lo que todas las tácticas tienen en común —dijo cuando hubo terminado de plantear las características del campo de batalla— es que todos los que las planearon y todos los que las llevaron a cabo están muertos. Vosotros os colocaréis en cohortes de quince. Elegiréis un jefe de cohorte, además de un segundo y un sargento. Aprenderéis juntos o moriréis. Tenéis un día para recorrer el lugar, y cada cohorte presentará un plan para conservar la vida durante los tres días que tardarán en llegar los refuerzos. No necesito amenazaron diciéndoos que si os derrotan os mandaré al Santuario para que os hagan inmediatamente un Acto de Fe, porque los folcolares se encargarán de vosotros en ese caso. Volved aquí una hora antes de la puesta de sol.

Cale esperaba que señalando por qué habían fracasado los anteriores proyectos de defensa, mostrándoles la disposición del campo de batalla, no en mapas sino sobre el terreno, fijándose y ateniéndose a todos los detalles reales, los purgatores comprenderían que su salvación residía en un determinado punto. Pero Cale comprobó que las cohortes diseñaban un plan desastroso tras otro; y que aunque se puede lograr casi todo mediante el miedo, el miedo no podía lograr que la gente pensara por sí misma.

Al día siguiente, Cale reunió a los purgatores junto al vado propiamente dicho, por donde se cruzaba el río. Sacó un huevo y lo puso sobre la plana superficie de una gran peña.

—Si alguno de vosotros puede poner este huevo en equilibrio sobre el extremo más fino, conseguirá el puesto más seguro del batallón: será el que se encargue de llevar los mensajes a la retaguardia. Y tan pronto como aparezcan los folcolares, se irá hacia esa retaguardia.

Hubo unos veinte intentos durante los minutos siguientes hasta que los purgatores se dieron por vencidos, si bien estaban seguros de que Cale se guardaba un as en la manga. Y efectivamente, se lo guardaba. Cuando todos desistieron, él avanzó hacia la roca, cogió el huevo y le dio unos golpecitos para romperlo ligeramente y dejarlo plantado sobre su extremo más fino.

—No nos dijisteis que lo pudiéramos romper.

—Yo no dije nada. Sois vosotros los que imaginasteis esa norma, no yo. —Señaló entonces el vado en el río—. Éste es un mal sitio para cruzar desde el punto de vista de los defensores. Quiero que penséis cómo trasladarlo.

—Eso es imposible.

—¿Estáis seguros?

—¿Cómo podría hacerse tal cosa?

—Tenéis razón: es imposible. Entonces, ¿por qué todos vuestros planes os meten en las trincheras para defenderlo, estando tan cerca que podríais echarlos luchando cuerpo a cuerpo? Si tuvierais un arco que pudiera disparar a veinte kilómetros de distancia, ésa sería la distancia a la que podríais colocaros. Si podéis caminar por el campo de batalla tanto como si no podéis, tenéis que hacer el esfuerzo de pensar como un niño. Imaginaos realmente en cada lugar, y de todas las maneras posibles. Poneos en la mente de vuestro enemigo y después caminad por el campo de batalla realmente o bien dentro de vuestra cabeza. Haced de vuestra mente un modelo del mundo real, montando a caballo y después en una trinchera. Sometedlo todo a la prueba de lo real, porque no tendréis tiempo de aprender de los errores.

Los condujo entonces a las trincheras, donde había muerto en el último ataque la mayor parte de los redentores.

—A ver, ¿dónde está el frente?

Para entonces los purgatores estaban empezando a comprender.

—No sirve de nada ocultarse. Cometed los errores ahora, cuando tan sólo estoy yo para aprovecharme de ellos.

Uno de los hombres apuntó al Vado, delante de la trinchera.

—Error. No hay frente ahí. La dirección del ataque es por el lateral, por detrás y por delante de vosotros. Todo eso es el frente. ¿Qué campo deberíais tomar?

—La parte elevada.

Esta respuesta surgió de los purgatores tan automática como la respuesta al sacerdote en la misa matinal. Se elevó un murmullo casi regocijado ante la familiaridad de la pregunta y de la respuesta, un regocijo causado por el recuerdo de algo compartido por todos, algo que les hacía reconocerse como pertenecientes a un grupo y no parias.

—Un nuevo error. El campo que deberíais tomar es el mejor. Normalmente es la parte elevada, pero no lo es aquí. Os aseguro que si hacéis lo que normalmente es correcto, normalmente terminaréis muertos.

Señaló la curva en forma de U que trazaba el río. Cada una de las orillas era tan irregular como si hubiera sido cortada por un hacha gigante a base de repetidos hachazos.

—Emplead la tierra que tenéis a vuestro alrededor. Esos tajos del río pueden ser profundizados y preparados, pero observad bien: la mayor parte del trabajo ya está hecha. Ése es el mejor lugar para ponerse a cubierto en treinta kilómetros a la redonda.

—Esperad, señor —repuso uno de los purgatores—. Dijisteis que no necesitábamos estar cerca del vado, puesto que nadie puede apropiárselo. Este plan nos coloca ahora justo encima de él.

—Si no fuera porque he empleado el último huevo fresco, os lo daría a vos. He cambiado de opinión porque no quería pensar en ceder el lugar más elevado. Igual que el resto de vosotros. —Señaló al matorral, más allá de la U que trazaba el río—. El vado podría ser defendido muy bien desde allí, pero a fin de cuentas los barrancos de la orilla son mejores. O será mejor que lo penséis así. Además, recordad que en este lugar no hay frente ni retaguardia. Voy a colocaros a algunos en el terreno elevado. Si los folcolares intentan penetrar en nuestras filas, quedarán atrapados por ambos lados. —Miró a su alrededor, al grupo—. ¿Hay entre vosotros algún arquero de la Sodalidad?

La mayoría de los arqueros redentores eran empleados en masa, para lo que no se requería una puntería especialmente afinada, pero allí donde se hacía necesaria una buena puntería se recurría a los arqueros de la Sodalidad, que estaban especialmente entrenados. Había seis entre los purgatores. Les dijo que cogieran comida y agua para tres días, y mientras lo hacían, mandó a la mayoría de los purgatores a cavar en los barrancos de cada orilla del río para mejorar lo que la naturaleza ya les ofrecía. Otros treinta se pusieron a cavar trincheras.

—Aseguraos de que caváis un hueco lo bastante grande en el fondo de la trinchera para ocultaros de las flechas que llegan de arriba.

Le dio nuevas instrucciones a Gil, y a continuación partió, corriendo a la meseta que había delante de la U en compañía de los seis arqueros de la Sodalidad. Mientras cavaban, los redentores hablaban. Los amigos del sacerdote al que Cale había derribado por fingir que no le podía oír, no paraban de murmurar.

—Hace unos meses cualquiera de nosotros le habría sacado las tripas a ese mocoso si se le hubiera ocurrido tan sólo tocarnos a uno de nosotros.

—Mejor que no lo intente conmigo, o...

—¿O qué...? —preguntó otro—. Los días en que podíamos hacerle lo que quisiéramos a quien quisiéramos han quedado atrás. Ese muchacho está ungido por Dios: se le nota en la voz y en lo que dice.

—Y en la manera en que lo dice.

—Ése no es más que un acólito envalentonado. He visto lo mismo en anteriores ocasiones: de vez en cuando uno de ellos asegura que ha visto a la Santa Madre, y de pronto todos lo veneran hasta que se le descubre la mentira.

Hubo murmullos de aprobación a estas palabras. No era nada extraordinario que los acólitos aseguraran que habían visto imágenes de tal o cual santo profetizando una cosa o la otra, con lo que causaban un revuelo general hasta que, a menos que fueran muy muy listos, terminaban pillándolos y daban un escarmiento con ellos.

—Bueno —comentó otro—, será mejor que os equivoquéis, porque él es todo lo que se interpone entre nosotros y un cuchillo romo. Yo quiero creer en él, y lo haré. Podéis oírlo en su voz. Todo lo que dice tiene sentido en cuanto lo ha explicado. El hecho de que no sea más que un niño todavía es otra prueba más. Sólo Dios podría haber puesto semejante sabiduría en la cabeza de un niño.

—Cerrad la bocaza y seguid cavando —dijo Gil al pasar por allí. Para él aquellos hombres no eran más que purgatores, aunque su cerebro compartía con ellos la misma mezcla de duda y respeto reverencial hacia Cale.

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