La vieja guardia (31 page)

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Authors: John Scalzi

BOOK: La vieja guardia
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—Eso no está bien, John —dijo Jesse—. No hemos cumplido nuestro tiempo. Nuestros camaradas de pelotón van a volver a combatir mientras que nosotros estaremos sentados allí por algo que no hicimos. Tú vas a volver. Yo no quiero esto. Debería servir el tiempo que me corresponde.

Harry asintió.

—Jesse, Harry, por favor —les rogué—. Mirad. Alan está muerto. Susan y Thomas están muertos. Maggie está muerta. Mi escuadrón y mi pelotón, todos han caído. Todos los que he apreciado de por aquí han muerto menos vosotros dos. Tuve la oportunidad de manteneros con vida y la aproveché. No pude hacer nada por ninguno más, pero puedo hacer algo por vosotros. Necesito que estéis vivos. Sois todo lo que tengo aquí.

—Tienes a Jane —dijo Jesse.

—Todavía no sé lo que es Jane para mí. Pero sí sé lo que sois vosotros. Ahora sois mi familia. Jesse, Harry. Sois mi familia. No os enfadéis conmigo por querer manteneros a salvo. Sólo
estad a
salvo. Por mí. Por favor.

15

La
Gavilán
era una nave silenciosa. El transporte de tropas normal está lleno de sonidos de gente hablando, riendo, chillando y acompañando verbalmente todos los movimientos de sus vidas. Los soldados de las fuerzas especiales no hacen nada de eso.

El comandante de la
Gavilán
me lo dejó muy claro cuando subí a bordo.

—No espere que la gente hable con usted —dijo el mayor Crick cuando me presenté.

—¿Señor?

—Los soldados de las fuerzas especiales —aclaró—. No es nada personal, es que no les gusta mucho hablar. Cuando estamos solos, nos comunicamos casi exclusivamente por CerebroAmigo. Es más rápido, y no tenemos tendencia a hablar, como usted. Nacimos con CerebroAmigos. La primera vez que se dirigen a nosotros es con uno de ellos. Así que es la forma en que hablamos la mayor parte del tiempo. No se ofenda. De todas formas, le he ordenado a la tropa que hablen con usted si tienen necesidad de decirle algo.

—No es necesario, señor —dije—. También puedo usar mi CerebroAmigo.

—No podría mantener el ritmo —opinó el mayor Crick—. Su cerebro está preparado para comunicarse a una velocidad, y los nuestros a otra. Hablar con un realnacido es como hablar a media velocidad. Si ha conversado con alguno de nosotros durante bastante tiempo, se habrá dado cuenta de que parecen cortantes y bruscos. Es un efecto colateral de sentir que estás hablando con un niño retrasado. No se ofenda.

—No me ofendo, señor —dije—. Parece que usted se comunica bien.

—Bueno, como comandante paso mucho tiempo con fuerzas no especiales —dijo Crick—. Además, soy mayor que la mayoría de mi tropa. He conseguido desarrollar algunas habilidades sociales.

—¿Qué edad tiene usted, señor?

—Cumpliré catorce años la semana que viene —respondió—. Voy a convocar una reunión de mando mañana a las seis. Hasta entonces, acomódese, coma algo, y descanse un poco. Hablaremos más entonces. —Saludó y me despidió.

Jane me estaba esperando en mi camarote.

—Otra vez tú —dije, sonriendo.

—Otra vez yo —confirmó ella, simplemente—. Quería saber cómo te va.

—Bien. Considerando que llevo en la nave quince minutos.

—Todos hemos estado hablando de ti.

—Sí, lo he notado por el parloteo incesante —dije. Jane abrió la boca para hablar, pero yo alcé la mano—. Era un chiste. El mayor Crick me contó lo de los CerebroAmigos.

—Por eso me gusta hablar contigo —explicó ella—. No es como hablar con los demás.

—Me parece recordar que hablabais cuando me rescatasteis.

—Nos preocupaba que nos localizaran —explicó Jane—. Hablar era más seguro. También hablamos cuando estamos en público. No nos gusta llamar la atención cuando no es necesario.

—¿Por qué has hecho esto? —le pregunté—. Me refiero a conseguir que me destinaran a la
Gavilán.

—Eres útil para nosotros —contestó ella—. Tienes experiencia que podría ser útil, en Coral y para otra cosa que preparamos.

—¿Qué significa eso? —pregunté.

—El mayor Crick te lo contará mañana en la reunión —contestó Jane—. Yo estaré presente también. Dirijo un pelotón y hago trabajo de inteligencia.

—¿Esa es la única razón? —pregunté—. ¿Que soy útil?

—No —respondió Jane—, pero es la razón por la que vas en la nave. Escucha, no pasaré demasiado tiempo contigo, tengo demasiado que hacer preparando la misión. Pero quiero saber cosas de ella. De Kathy. Quién era. Cómo era. Quiero que me lo cuentes.

—Te hablaré de ella con una condición.

—¿Cuál? —preguntó Jane.

—Tienes que hablarme de ti.

—¿Por qué?

—Porque durante nueve años he estado viviendo con la idea de que mi esposa está muerta, y ahora tú estás aquí y me lo estás revolviendo todo por dentro —dije—. Cuanto más sepa de ti, más podré acostumbrarme a la idea de que no eres ella.

—No soy tan interesante —contestó Jane—. Y sólo tengo seis años. Apenas es tiempo suficiente para hacer nada.

—Yo he hecho más cosas en este último año que en todos los años anteriores —dije—. Confía en mí. Seis años es suficiente.

* * *

—Señor, ¿quiere compañía? —dijo el amable joven (probablemente cuatro años) de las fuerzas especiales mientras él y cuatro de sus colegas permanecían firmes, las bandejas en la mano.

—La mesa está vacía —contesté.

—Algunas personas prefieren comer a solas —dijo el soldado.

—Yo no soy una de ellas. Por favor, sentaos, todos.

—Gracias, señor —dijo el soldado, colocando la bandeja sobre la mesa—. Soy el cabo Sam Mendel. Estos son los soldados George Linrieo, Will Hegel, Jim Bohr y Jan Fermi.

—Teniente John Perry —dije.

—Bueno, ¿qué le parece la
Gavilán
,señor? —preguntó Mendel.

—Es bonita y silenciosa.

—Así es, señor —contestó Mendel—. Le estaba mencionando a Linneo que no creo que hayamos hablado más de diez palabras desde hace más o menos un mes.

—Acabas de romper tu récord, entonces.

—¿Le importaría zanjar una apuesta por nosotros, señor? —dijo Mendel.

—¿Implica tener que hacer algo difícil?

—No, señor. Sólo queremos saber su edad. Verá, Hegel apuesta a que su edad es el doble que las edades combinadas de todo nuestro escuadrón.

—¿Qué edad tenéis todos? —pregunté.

—El escuadrón tiene diez soldados, incluyéndome a mí —dijo Mendel—, y soy el mayor. Tengo cinco años y medio. Los demás están entre los dos y los cinco años. La edad total es de treinta y siete años y unos dos meses.

—Yo tengo setenta y seis —aclaré—. Así que tiene razón. Aunque cualquier recluta de las FDC le habría permitido ganar su apuesta. No podemos alistarnos hasta los setenta y cinco años. Y déjame deciros que hay algo profundamente perturbador en ser el doble de viejo que todo vuestro escuadrón combinado.

—Sí, señor —asintió Mendel—, pero por otro lado, nosotros llevamos en esta vida el doble que usted. Así que estamos igualados.

—Supongo que así es.

—Debe de ser interesante —dijo Bohr, sentado un poco más allá en la mesa—. Tuvo usted una vida entera antes que ésta. ¿Cómo fue?

—¿Cómo fue qué? —pregunté a mi vez—. ¿Mi vida, o haber tenido una vida antes que ésta?

—Ambas cosas —quiso saber Bohr.

De pronto me di cuenta de que ninguno de los otros cinco miembros de la mesa habían cogido siquiera sus tenedores para empezar a comer. El resto del comedor, que resonaba con el tableteo telegráfico de los utensilios golpeando las bandejas, también se había quedado en silencio. Recordé el comentario de Jane de que todo el mundo estaba interesado en mí. Al parecer, tenía razón.

—Me gustaba mi vida —dije—. No sé si sería excitante o incluso interesante para quien no la ha vivido. Pero para mí fue una buena vida. En cuanto a la idea de tener una vida antes que ésta, en realidad no lo pensé en su momento. Nunca pensé en cómo sería esta vida antes de estar en ella.

—¿Por qué la eligió, entonces? —preguntó Bohr—. Debía de tener alguna idea.

—No, no la tenía. No creo que ninguno de nosotros la tuviera. La mayoría nunca había estado en la guerra ni en el ejército. Ninguno de nosotros sabía que cogerían lo que éramos y lo pondrían en un cuerpo nuevo que sólo parcialmente sería lo que éramos antes.

—Eso parece un poco estúpido, señor —dijo Bohr, y recordé que tener dos años o la edad que tuviera, no te daba muchas oportunidades para adquirir tacto—. No sé por qué nadie elegiría enrolarse sin tener ni idea de dónde se metían.

—Bueno —dije—, tampoco has sido nunca viejo. Una persona sin modificar, a los setenta y cinco años está mucho más dispuesta a dar un salto de fe de lo que tú podrías estarlo.

—¿Qué diferencia puede haber? —preguntó Bohr.

—Hablas como un niño de dos años que nunca envejecerá.

—Tengo tres —dijo Bohr, un poco a la defensiva.

Alcé una mano.

—Mira —propuse—. Vamos a darle la vuelta un momento. Yo tengo setenta y seis años, e hice mi salto de fe cuando me uní a las FDC. Por otro lado, fue mi decisión. No tenía que hacerlo. Si te cuesta trabajo imaginar cómo debió de ser para mí, piénsalo desde mi punto de vista. —Me dirigí a Mendel—. Cuando tenía cinco años, apenas sabía atarme los zapatos. Si no podéis imaginar cómo era tener mi edad y enrolarte, imaginad lo difícil que es para mí imaginar ser adulto a los cinco años y no conocer nada más que la guerra. Al menos, tengo una idea de cómo es la vida fuera de las FDC. ¿Cómo es para vosotros?

Mendel miró a sus compañeros, que se lo quedaron mirando.

—No es algo en lo que solamos pensar, señor —respondió Mendel—. No nos parece que haya nada extraño. Todos los que conocemos «nacieron» de la misma manera. Desde nuestra perspectiva, los extraños son ustedes. Tener una infancia y vivir toda una vida antes de entrar en ésta, parece una forma ineficaz de hacer las cosas.

—¿No os preguntáis nunca cómo sería no estar en las fuerzas especiales? —pregunté.

—No puedo imaginarlo —dijo Bohr, y los otros asintieron—. Todos somos soldados. Es lo que hacemos. Es lo que
somos.

—Por eso le encontramos a usted interesante —dijo Mendel—. La idea de que esta vida sea una elección. La idea de que haya otra forma de vivir. Es extraño.

—¿Qué hacía usted, señor? —preguntó Bohr—. ¿En su otra vida?

—Era escritor —dije. Todos se miraron entre sí—. ¿Qué? —pregunté.

—Extraña forma de vivir, señor —dijo Mendel—. Cobrar por unir palabras.

—Había trabajos peores.

—No pretendíamos ofenderle, señor —se disculpó Bohr.

—No me siento ofendido. Tan sólo tenéis una perspectiva diferente de las cosas. Pero me hace preguntarme por qué lo hacéis.

—¿Hacer qué? —preguntó Bohr.

—Combatir —dije—. Veréis, la mayoría de la gente en las FDC son como yo. Y la mayoría de la gente de las colonias son aún más diferentes de vosotros que yo. ¿Por qué lucháis por ellos? ¿Y con nosotros?

—Somos
humanos,
señor —afirmó Mendel—. No menos que usted.

—Dado el actual estado de mi ADN, eso no es decir mucho.

—Usted sabe que somos humanos, señor —insistió Mendel—. Y nosotros también. Usted y nosotros estamos mucho más cerca de lo que cree. Sabemos cómo escogen a sus reclutas las FDC. Usted combate por unos colonos a quienes no ha visto nunca…, colonos que en un momento dado fueron enemigos de su país. ¿Por qué lucha por ellos?

—Porque son humanos y porque dije que lo haría —contesté—. Al menos, por eso lo hacía al principio. Ahora no lucho por los colonos. Quiero decir, lo hago, pero cuando se trata de hacerlo, lucho (o luchaba) por mi pelotón y mi escuadrón. Cuidaba de ellos, y ellos cuidaban de mí. Luchaba porque hacer menos habría sido dejarlos tirados.

Mendel asintió.

—Por eso luchamos nosotros también, señor —explicó—. Es algo que hace que todos seamos humanos unidos. Es bueno saberlo.

—Lo es —coincidí. Mendel sonrió y cogió su tenedor para comer y, al hacerlo, la sala cobró vida con el entrechocar de los utensilios.

Alcé la cabeza con el ruido, y desde un rincón lejano, vi que Jane me estaba mirando.

* * *

El mayor Crick fue directo al grano en la reunión de la mañana siguiente.

—Los servicios de inteligencia de las FDC creen que los raey son unos tramposos —dijo—. Y la primera parte de nuestra misión es averiguar si tienen razón. Vamos a hacer una pequeña visita a los consu.

Eso me despertó del todo. Al parecer, no fui el único.

—¿Qué demonios tienen que ver los consu con todo esto? —preguntó el teniente Tagore, que estaba sentado justo a mi izquierda.

Crick le hizo un gesto con la cabeza a Jane, que estaba cerca de él.

—A petición del mayor Crick y otros investigué algunos de los otros encuentros de las FDC con los raey para ver si ha habido alguna indicación de evolución tecnológica —explicó Jane—. A lo largo de los últimos cien años, hemos tenido doce encuentros militares significativos con los raey y varias docenas de choques menores, incluido un encuentro importante y seis choques más pequeños en los últimos cinco años. Durante todo este tiempo, la curva tecnológica de los raey ha estado sustancialmente por detrás de la nuestra. Ello es debido a una serie de factores, sin olvidar sus propias tendencias culturales contra los avances tecnológicos sistemáticos y su falta de relación positiva con razas tecnológicamente más avanzadas.

—En otras palabras, son retrógrados y palurdos —dijo el mayor Crick.

—En el caso de la tecnología de la impulsión de salto especialmente —añadió Jane—. Hasta la batalla de Coral, la tecnología de salto raey iba muy por detrás de la nuestra. De hecho, su comprensión de la física de salto se basa directamente en información proporcionada por las FDC hace poco más de un siglo, durante una misión comercial abortada ante los raey.

—¿Por qué fue abortada? —preguntó el capitán Jung desde el otro lado de la mesa.

—Los raey se comieron a un tercio de los delegados comerciales —contestó Jane.

—Ouch —exclamó el capitán Jung.

—El tema es que, dado quiénes son los raey y cuál es su nivel de tecnología, es imposible que puedan habernos adelantado tanto de golpe —dijo el mayor Crick—. La mejor suposición es que no lo hicieron… Simplemente consiguieron la tecnología para predecir el salto de alguna otra cultura. Conocemos a todos los que conocen los raey, y sólo hay una cultura que suponemos que tiene la capacidad tecnológica para hacer algo así.

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