Authors: John Scalzi
—No vamos a tener otro remedio, Jesse —explicó Harry amablemente—. Necesitamos esa tecnología. Si se difunde, todas las razas podrán detectar el movimiento colonial. En un sentido muy real, sabrán que venimos antes que nosotros mismos lo sepamos.
—Va a ser otra masacre —dijo Jesse.
—Sospecho que esta vez recurriremos bastante más a las fuerzas especiales.
—Hablando de eso —dije, y le conté a Harry mi encuentro con Jane la noche anterior, que estaba contándole a Jesse cuando él llegó.
—Parece que no planea matarte después de todo —comentó Harry cuando terminé.
—Debe de haber resultado extraño hablar con ella —reflexionó Jesse—. Aunque sepas que en realidad no es tu esposa.
—Por no mencionar que sólo tiene seis años de edad. Tío, sí, es muy raro —dijo Harry.
—Se le nota. Lo de los seis años. No tiene mucha madurez emocional. No parece saber qué hacer con las emociones cuando se enfrenta a ellas. Me lanzó al otro lado de la sala porque no sabía cómo manejar lo que estaba sintiendo.
—Bueno, lo único que le han enseñado es a combatir y matar —dijo Harry—. Nosotros tenemos una vida de memorias y experiencias para estabilizarnos. Incluso los soldados jóvenes en los ejércitos tradicionales tienen veinte años de experiencia. En un sentido real, estos soldados de las fuerzas especiales son niños guerreros. Éticamente, está en el límite.
—No quiero abrir ninguna vieja herida —dijo Jesse—, pero ¿ves algo de Kathy en ella?
Lo pensé un instante.
—Se parece a Kathy, obviamente —contesté—. Y creo que vi un poco del sentido del humor de Kathy en ella, y también un poco de su temperamento. Kathy podía ser impulsiva.
—¿Te lanzó alguna vez al otro lado de la habitación? —preguntó Harry, sonriendo.
Le devolví la sonrisa.
—Hubo un par de veces en que lo habría hecho de haber podido.
—Punto uno para la genética —dijo Harry.
Gilipollas cobró vida de pronto. Cabo Perry, decía el mensaje. Se requiere su presencia en la reunión con el general Keegan a las 1000 horas en el Cuartel General Operativo del Módulo Eisenhower de la Estación Fénix. Sea puntual. Leí el mensaje y se lo comuniqué a Harry y Jesse.
—Y yo que creía tener amigos en sitios interesantes —dijo Harry—. Nos has estado ocultando algo, John.
—No tengo ni idea de qué va esto —respondí—. Nunca antes he visto a Keegan.
—Tan sólo es el comandante del Segundo Ejército de las FDC. Estoy seguro que no es nada importante.
—Qué gracioso.
—Son las 0915, John —me avisó Jesse—. Será mejor que te pongas en marcha. ¿Quieres que te acompañemos?
—No, por favor, terminad el desayuno —dije—. Me hará bien caminar. El Módulo Eisenhower está sólo a un par de kilómetros. Llegaré a tiempo.
Me levanté, cogí un donut para comérmelo por el camino, le di a Jesse un beso amistoso en la mejilla y me marché.
En realidad, el Módulo Eisenhower estaba más lejos, pero mi pierna había crecido por fin, y quería hacer ejercicio. El doctor Fiorina tenía razón: la nueva pierna era mejor que nueva, y en general sentía que tenía más energía. Acababa de recuperarme de unas heridas tan graves que era un milagro que estuviese vivo. Cualquiera se sentiría con más energías después de eso.
—No te des la vuelta —me advirtió Jane, en voz baja, directamente detrás de mí.
Estuve a punto de atragantarme con el donut.
—Me gustaría que dejaras de aparecer de esa forma —dije, sin darme la vuelta.
—Lo siento. No intento asustarte adrede. Pero no debería hablar contigo. Escucha, esa reunión a la que vas…
—¿Cómo sabes eso?
—No importa. Lo que importa es que accedas a lo que te pidan. Hazlo. Es el modo de que estés a salvo para lo que va a venir. Tan a salvo como sea posible.
—¿Qué va a venir? —pregunté.
—Lo descubrirás muy pronto.
—¿Y mis amigos? —dije—. Harry y Jesse. ¿Tienen problemas?
—Todos tenemos problemas —respondió Jane—. No puedo hacer nada por ellos. Me esforcé por colocarte a ti. Hazlo. Es importante. —Hubo un rápido contacto de su mano sobre mi brazo, y entonces advertí que había vuelto a marcharse.
* * *
—Cabo Perry —dijo el general Keegan, devolviendo mi saludo—. Descanso.
Me habían conducido a una sala de conferencias en la que había gente que sumaba más galones que un velero del siglo dieciocho. Yo era, con diferencia, la persona de rango más bajo de la sala; el siguiente, por lo que pude ver, era un teniente coronel: Newman, mi estimado interrogador. Me sentí un poco inquieto.
—Parece un poco perdido, hijo —me dijo el general Keegan. Como todos los demás presentes en la sala, y todos los soldados de las FDC, aparentaba no tener más de veintitantos años.
—Me siento un poco perdido, señor.
—Bueno, es comprensible —convino Keegan—. Por favor, siéntese. —Señaló una silla vacía en la mesa. La cogí y me senté—. He oído hablar mucho de usted, Perry.
—Sí, señor —respondí, tratando de no mirar a Newman.
—No parece muy entusiasmado con ello, cabo.
—Intento no llamar la atención, señor —dije—. Sólo trato de hacer mi parte.
—Sea como sea, ha llamado la atención —me contradijo Keegan—. Cien lanzaderas consiguieron despegar hacia Coral, pero la suya fue la única que llegó a la superficie, en gran parte debido a sus órdenes de volar las puertas de la bodega y salir de allí pitando. —Señaló a Newman con el pulgar—. Newman, aquí presente, me lo ha estado contando. Cree que deberíamos concederle una medalla por eso.
Keegan podría haber dicho «Newman cree que debería aparecer en la actuación anual del ejército en Swan Lake», y no me habría sorprendido tanto. El general advirtió la expresión de mi cara y sonrió.
—Sí, sé lo que está pensando. Newman tiene la mejor cara de palo de todas las FDC, y por eso hace el trabajo que hace. Bien, ¿qué le parece, cabo? ¿Cree que merece esa medalla?
—Respetuosamente, no, señor —dije—. Nos estrellamos y fui el único superviviente. Difícilmente eso puede ser un servicio elogiable. Además, cualquier mérito por haber llegado a la superficie de Coral es de mi piloto, Fiona Eaton.
—La piloto Eaton ya ha sido condecorada a título póstumo, cabo —dijo el general Keegan—. Un pobre consuelo para ella, estando muerta como está, pero es importante para las FDC que esas acciones sean advertidas. Y, a pesar de su modestia, cabo, será usted condecorado también. Otros sobrevivieron a la batalla de Coral, pero fue por suerte. Usted en cambio tomó la iniciativa y mostró dotes de liderazgo en una situación adversa. Y ya ha mostrado su capacidad para pensar con la cabeza antes. La solución de fuego contra los consu. Su trabajo en su pelotón de instrucción. El sargento Ruiz recalcó especialmente su uso del CerebroAmigo en el último juego de guerra. Serví con ese hijo de puta, cabo. Ruiz no halagaría a su madre por haberlo traído al mundo, si sabe lo que quiero decir.
—Creo que sí, señor.
—Eso pensaba. Así que una Estrella de Bronce para usted, hijo. Enhorabuena.
—Sí, señor —dije—. Gracias, señor.
—Pero no le he pedido que viniera para eso —dijo el general Keegan, y luego avanzó junto a la mesa—. Creo que no conoce al general Szilard, que dirige nuestras fuerzas especiales. Descanso, no es necesario saludar.
—Señor —dije, haciendo un gesto con la cabeza en su dirección, al menos.
—Cabo —intervino Szilard—. Dígame, ¿qué ha oído sobre la situación en Coral?
—No mucho, señor. Sólo conversaciones con los amigos.
—¿De veras? —me espetó Szilard, con sequedad—. Pensaba que su amigo el soldado Wilson le habría hecho ya un buen resumen.
Empecé a darme cuenta de que mi cara de póker, que nunca fue muy buena, lo era aún menos últimamente.
—Sí, claro que sabemos lo del soldado Wilson —continuó Szilard—. Tal vez quiera decirle que sus fisgoneos no son tan sutiles como él cree.
—Harry se sorprenderá al oírlo —dije.
—Sin duda. Tampoco tengo duda de que le habrá informado sobre la naturaleza de los soldados de las fuerzas especiales. No es un secreto de Estado, por cierto, aunque no introducimos información sobre las fuerzas especiales en la base de datos general. Pasamos la mayor parte del tiempo en misiones que requieren secreto estricto y confidencialidad y tenemos muy pocas oportunidades de pasar algún tiempo con el resto de ustedes. Tampoco hay muchas ganas.
—El general Szilard y las fuerzas especiales llevarán la iniciativa en nuestro contraataque a los raey en Coral —explicó el general Keegan—. Aunque intentamos recuperar el planeta, nuestra preocupación inmediata es aislar su aparato detector de taquiones, desmantelarlo, sin destruirlo si es posible, pero destruirlo si es preciso. El coronel Golden también aquí presente —Keegan señaló a un hombre de aspecto sombrío sentado junto a Newman—, cree que sabemos dónde está. Coronel.
—Muy brevemente, cabo —dijo Golden—. Nuestra investigación antes del primer ataque contra Coral mostró que los raey desplegaban una serie de pequeños satélites en órbita alrededor de Coral. Al principio pensamos que eran satélites espía para ayudar a los raey a identificar el movimiento de las tropas en el planeta, pero ahora creemos que es un subterfugio diseñado para localizar las pautas de los taquiones. Creemos que la estación localizadora, que recopila los datos de los satélites, está en el planeta mismo, donde la desembarcaron durante la primera oleada de su ataque.
—Pensamos que está en el planeta porque creen que allí está más segura —aclaró el general Szilard—. Si estuviera en una nave, cabría la posibilidad de que una nave de las FDC la alcanzara durante el ataque, aunque sólo fuera por pura casualidad. Y, como sabe, ninguna nave más que su lanzadera consiguió acercarse a la superficie de Coral. Es una buena apuesta suponer que está allí.
Me volví hacia Keegan.
—¿Puedo hacer una pregunta, señor?
—Adelante —dijo Keegan.
—¿Por qué me están contando esto? —pregunté—. Soy un cabo sin escuadrón, pelotón ni batallón. No comprendo por qué necesito saber esto.
—Necesita saberlo porque es usted uno de los pocos supervivientes de la batalla de Coral, y el único que sobrevivió con algo más que suerte —dijo Keegan—. El general Szilard y su gente creen, y yo estoy de acuerdo, que su contraataque tiene más posibilidades de éxito si alguien que estuvo allí durante el primer ataque aconseja y observa el segundo. Ese es usted.
—Con el debido respeto, señor, mi participación fue mínima y desastrosa.
—Menos desastrosa que la de casi todos los demás —opinó Keegan—. Cabo, no le mentiré: preferiría que tuviéramos a otro en este papel. Sin embargo, tal como están las cosas, no lo tenemos. Aunque la cantidad de consejo y servicio que pueda darnos sea mínima, es mejor que nada. Además, ha demostrado usted capacidad para improvisar y actuar rápidamente en situaciones de combate. Nos será de utilidad.
—¿Qué haré? —pregunté. Keegan miró a Szilard.
—Se le destinará a la
Gavilán
—
dijo Szilard—. Representan a las fuerzas especiales con más experiencia en esta situación concreta. Su trabajo será asesorar al mando de la
Gavilán
sobre su experiencia en Coral, observar, y actuar como enlace entre las fuerzas regulares de las FDC y las fuerzas especiales si es necesario.
—¿Combatiré?
—Actuará usted de apoyo —respondió Szilard—. Lo más probable es que no se requiera su participación en combate.
—Comprenda que este nombramiento es muy inusitado —añadió Keegan—. Normalmente, debido a las diferencias de misiones y personal, los FDC regulares y las fuerzas especiales casi nunca se mezclan. Incluso en batallas donde las dos fuerzas se enfrentan contra un solo enemigo, ambos tienden a representar funciones separadas y mutuamente excluyentes.
—Comprendo —afirmé. Comprendía más de lo que sabían. Jane estaba destinada en la
Gavilán.
Mientras seguía mi cadena de pensamientos, Szilard habló.
—Cabo, tengo entendido que tuvo usted un incidente con uno de los míos… una oficial destinada en la
Gavilán.
Tengo que saber que no habrá más incidentes como ése.
—Sí, señor —aseguré—. El incidente fue debido a un malentendido. Un caso de identidad confundida. No volverá a suceder.
Szilard asintió a Keegan.
—Muy bien —dijo éste—. Cabo, dada su nueva función, creo que su rango no está a la altura de la tarea. Por tanto, queda ascendido a teniente, con efecto inmediato, y se presentará usted ante el mayor Crick, comandante de operaciones de la
Gavilán
,a las 1500. Eso debería darle tiempo suficiente para poner sus cosas en orden y despedirse. ¿Alguna pregunta?
—No, señor —dije—. Pero tengo una petición.
—No es habitual —comentó Keegan, después de que yo terminara de exponerla—. Y, en otras circunstancias, en ambos casos, diría que no.
—Comprendo, señor.
—Sin embargo, se hará. Quizá algo bueno pueda surgir de todo ello. Muy bien, teniente. Puede retirarse.
* * *
Harry y Jesse se reunieron conmigo en cuanto pudieron después de que les enviara mi mensaje. Les hablé de mi misión y mi ascenso.
—¿Crees que Jane
está
detrás de todo esto? —preguntó Harry.
—Sé que lo está. Me lo dijo. Tal vez al final yo sea útil de alguna forma, pero lo que es seguro es que ella sugirió algo. Me pondré en camino dentro de unas horas.
—Volvemos a separarnos —comentó Jesse—. Y lo que queda de nuestro pelotón también se separa. Nuestros compañeros han sido destinados a otras naves. Nosotros estamos a la espera de destino.
—Quién sabe, John —dijo Harry—. Probablemente volvamos pronto a Coral contigo.
—No, vosotros no —aseguré—. Le pedí al general Keegan que os sacara a ambos de infantería general y se mostró de acuerdo. Vuestro primer mandato de servicio se ha cumplido. Los dos habéis sido reasignados.
—¿De qué estás hablando? —quiso saber Harry.
—Se os ha reasignado al brazo de Investigación Militar de las FDC —dije—. Harry, sabían lo de tus indagaciones. Los convencí de que serías menos dañino para ti mismo y los demás de esta forma. Vas a trabajar con lo que traigamos de Coral.
—No puedo hacer eso —dijo Harry—. No tengo el nivel necesario de matemáticas.
—Estoy seguro de que eso no te detendrá —contesté—. Jesse, tú también vas a IR, como personal de apoyo. Es todo lo que pude conseguir con tan poco tiempo. No será muy interesante, pero puedes entrenarte para otras funciones mientras estás allí. Y los dos estaréis lejos de la línea de fuego.