La vieja guardia (27 page)

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Authors: John Scalzi

BOOK: La vieja guardia
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Esta vez no estaba flotando en una tina de moco. Miré y distinguí de dónde venía la voz.

—Harry —articulé lo mejor que pude a través de una mandíbula inmóvil.

—El mismo —contestó él, haciendo una leve reverencia.

—Lamento no poder levantarme —murmuré—. Estoy un poco jodido.

—«Un poco jodido», dice —se burló Harry, poniendo los ojos en blanco—. Cristo en patinete. En tu cuerpo faltaban más cosas que las que había, John. Lo sé. Los vi sacar lo que quedaba de ti de Coral. Cuando me dijeron que todavía estabas vivo, se me cayó la mandíbula al suelo.

—Muy gracioso.

—Lo siento —se disculpó Harry—. No lo he dicho con doble intención. Pero la verdad estabas casi irreconocible, John. Hecho una mierda. No te lo tomes a mal, pero recé para que te murieras. No podía imaginar que pudieran recomponerte así.

—Me alegro de haberte decepcionado.

—Me alegro de haberme decepcionado —dijo él, y entonces alguien más entró en la habitación.

—Jesse —saludé.

Ella rodeó la cama y me dio un beso en la mejilla.

—Bienvenido a la tierra de los vivos, John —dijo, y dio un paso atrás—. Míranos, otra vez juntos. Los tres mosqueteros.

—Dos mosqueteros y medio, por lo menos —puntualicé yo.

—No seas morboso. El doctor Fiorina dice que vas a recuperarte del todo. Tu mandíbula debería estar completamente bien mañana, y la pierna dentro de un par de días más. Estarás por ahí dando saltos en un santiamén.

Extendí la mano y me palpé la pierna derecha. Todavía estaba allí, o al menos lo que quedaba de ella. Retiré las sábanas para echar un vistazo y sí, allí estaba: mi pierna. Más o menos. Justo por debajo de la rodilla, había un bulto verde. Por encima del bulto, mi pierna parecía mi pierna; por debajo, parecía una prótesis.

Sabía lo que estaba pasando. Un miembro de mi escuadrón había perdido la pierna en una batalla y la habían recreado de la misma forma. Adjuntaban un miembro falso rico en nutrientes en el punto de amputación, y luego inyectaban un chorro de nanorobots en la zona de mezcla. Usando tu propio ADN como guía, los nanorobots convertían los nutrientes y materias primas del miembro falso en carne y hueso, conectándose con músculos, nervios, y venas ya existentes. El anillo de nanorobots se movía lentamente por el falso miembro hasta convertirlo en hueso y tejido muscular; cuando terminaban, migraban a través de la corriente sanguínea a los intestinos y los expulsabas.

No muy delicado, pero era una buena solución: no había ninguna intervención quirúrgica, ni había que esperar a crear partes clonadas, ni molestas partes artificiales pegadas a tu cuerpo. Y sólo hacían falta un par de semanas, dependiendo del tamaño de la amputación, para recuperar el miembro. Así era como me habían devuelto la mandíbula y, presumiblemente, el talón y los dedos del pie izquierdo, que ahora estaban allí sanos y salvos.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —pregunté.

—En esta habitación, un día —contestó Jesse—. Y en la tina una semana.

—Tardamos cuatro días en llegar aquí, y durante ese tiempo estuviste en un tubo, ¿lo sabías? —preguntó Harry. Yo asentí—. Y pasaron un par de días hasta que te encontraron en Coral. Así que has estado fuera de combate más o menos dos semanas.

Los miré a ambos.

—Me alegro de veros —dije—. No me interpretéis mal. Pero ¿por qué estáis aquí? ¿Por qué no estáis en la
Hampton Roads
?

—La
Hampton Roads
fue destruida, John —respondió Jesse—. Nos alcanzaron justo cuando salíamos del salto. Nuestra lanzadera a duras penas logró salir de la bodega y dañó sus motores al hacerlo. Fuimos los únicos. Pasamos a la deriva casi un día y medio antes de que la
Gavilán
nos encontrara. Estuvimos a punto de morir de asfixia.

Recordé haber visto una nave raey disparar contra un crucero cuando éste aparecía; me pregunté si habría sido la
Hampton Roads.

—¿Qué pasó con la
Modesto
? —
pregunté—. ¿Lo sabéis?

Jesse y Harry se miraron uno al otro.

—La
Modesto
cayó también —contestó Harry por fin—. John, murieron
todos.
Fue una masacre.

—No pueden haber muerto todos. Has dicho que a vosotros os recogió la
Gavilán.
Y también vinieron a por mí.

—La
Gavilán
llegó más tarde, después de la primera oleada —dijo Harry—. Saltó lejos del planeta. Fuera lo que fuese que usaron los raey para detectar nuestras naves, no lo hicieron con ella, aunque reaccionaron después de que la
Gavilán
se estacionara sobre el lugar donde caíste. Estuvo cerca.

—¿Cuántos supervivientes? —pregunté.

—Tú fuiste el único de la
Modesto

dijo Jesse.

—Otras lanzaderas escaparon.

—Todas fueron abatidas. Los raey dispararon contra todo lo que era más grande que una caja de zapatos. El único motivo por el que nuestra lanzadera sobrevivió fue porque nuestros motores ya estaban muertos. Probablemente no quisieron malgastar el misil.

—¿Cuántos supervivientes en total? —pregunté—. No puedo ser sólo yo y vuestra lanzadera.

Jesse y Harry guardaron silencio.

—No es posible —dije.

—Fue una emboscada, John —contestó Harry—. Cada nave que aparecía era alcanzada en cuanto llegaba al espacio de Coral. No sabemos cómo lo hicieron, pero lo hicieron, y siguieron cargándose cada lanzadera que pudieron encontrar. Por eso la
Gavilán
nos puso a todos en peligro para encontrarte: porque aparte de nosotros, tú eres el
único
superviviente. Tu lanzadera es la única que logró llegar al planeta. Te encontraron siguiendo la señal de baliza. Vuestra piloto la conectó antes de estrellarse.

Recordé a Fiona. Y a Alan.

—¿Cuántos hemos perdido? —pregunté.

—Sesenta y dos cruceros de batalla con sus tripulaciones completas —respondió Jesse—. Noventa y cinco mil personas. Más o menos.

—Tengo ganas de vomitar —dije.

—Lo que se llama una buena metedura de pata a la antigua usanza —prosiguió Harry—. De eso no cabe ninguna duda. Por eso seguimos aquí. No tenemos otro sitio adonde ir.

—Bueno, eso y porque siguen interrogándonos —añadió Jesse—. Como si supiéramos algo. Ya estábamos dentro de nuestra lanzadera cuando nos alcanzaron.

—Se morían de ganas de que te recuperaras lo suficiente como para hablar —me dijo Harry—. Sospecho que muy pronto recibirás una visita de los investigadores de las FDC.

—¿Cómo son? —pregunté.

—No tienen sentido del humor —respondió Harry.

* * *

—Nos perdonará si no estamos de humor para chistes, cabo Perry —dijo el teniente coronel Newman—. Cuando se pierden sesenta naves y cien mil hombres, no te quedan muchas ganas de reír.

Lo único que yo había hecho había sido responder «hecho trizas» cuando Newman me preguntó cómo me encontraba. Pensaba que un reconocimiento levemente irónico de mi estado físico no estaba del todo fuera de lugar. Supongo que me equivoqué.

—Lo siento —dije—. Aunque no estaba bromeando. Como puede que sepa, dejé una porción bastante significativa de mi cuerpo en Coral.

—Por cierto, ¿cómo llegó a Coral? —preguntó el mayor Javna, mi otro interrogador.

—Recuerdo haber subido a una lanzadera —contesté—, aunque la última parte la hice yo solo.

Javna miró a Newman, como diciendo: «Otra vez con los chistes.»

—Cabo, en su informe sobre el incidente, menciona que le dio a la piloto de su lanzadera permiso para volar las puertas de la bodega de la
Modesto.

—Así es —dije. Había rellenado el informe la noche anterior, poco después de la visita de Harry y Jesse.

—¿Bajo la autoridad de quién dio usted esa orden?

—De la mía propia —respondí—. La
Modesto
estaba siendo atacada con misiles. Calculé que un poco de iniciativa individual en ese momento no sería mala cosa.

—¿Es consciente de cuántas lanzaderas despegaron de toda la flota en Coral?

—No —dije—. Aunque parece que fueron muy pocas.

—Menos de cien, incluidas las siete de la
Modesto

me informó Newman.

—¿Y sabe cuántas consiguieron llegar a la superficie de Coral? —inquirió Javna.

—Tengo entendido que sólo la mía llegó tan lejos.

—Así es —dijo Javna.

—¿Y?

—Pues que parece que fue muy afortunado por su parte ordenar que volaran las puertas justo a tiempo de sacar su lanzadera para llegar vivo a la superficie —respondió Newman.

Miré a Newman sin pestañear.


¿Sospecha
usted algo de mí, señor? —pregunté.

—Tiene que admitir que es una interesante serie de coincidencias —intervino Javna.

—Y una mierda —contesté—. Di la orden
después
de que la
Modesto
fuera alcanzada. Mi piloto tuvo la habilidad y la entereza como para llevarnos a Coral y acercarnos lo suficiente a tierra; sólo por eso pude sobrevivir. Y, si lo recuerda, lo hice por los pelos: la mayor parte de mi cuerpo quedó desparramado por una zona del tamaño de Rhode Island. Lo único
afortunado
fue que me encontraran antes de morir. Todo lo demás fue habilidad o inteligencia, o bien mía o bien de mi piloto. Discúlpeme si nos entrenaron bien,
señor.

Javna y Newman se miraron el uno al otro.

—Sólo seguimos la línea de interrogatorio habitual —explicó Newman mansamente.

—Cristo. Piénselo. Si realmente hubiera planeado traicionar a las FDC, lo habría hecho de un modo que no implicara tener que arrancarme la jodida mandíbula. —Supuse que en mi estado podía gritarle a un oficial superior sin consecuencias.

Tenía razón.

—Continuemos —dijo Newman.

—Adelante.

—Mencionó que vio un crucero de batalla raey disparar contra un crucero de las FDC cuando éste saltaba al espacio de Coral.

—Correcto.

—Es interesante que consiguiera verlo —dijo Javna.

Suspiré.

—¿Va a ser así todo el interrogatorio? —dije—. Avanzaremos mucho más rápido si no intenta que en cada pregunta admita que soy un espía.

—Cabo, el ataque con los misiles —dijo Newman—. ¿Recuerda si los misiles fueron lanzados antes o después de que la nave de las FDC saltara al espacio de Coral?

—Creo que fueron lanzados antes —contesté—. Al menos eso me pareció. Sabían dónde y cuándo iba a aparecer esa nave.

—¿Cómo cree que
eso
sea posible? —preguntó Javna.

—No lo sé. Ni siquiera sabía cómo funciona la impulsión de salto un día antes del ataque. Sabiendo lo que sé, no me parece posible que se pueda conocer de antemano que una nave viene de camino.

—¿Qué quiere decir con eso de «sabiendo lo que sé»? —inquirió Newman.

—Alan, otro jefe de escuadrón —no quise decir que era un amigo, porque sospechaba que pensarían que era sospechoso—, dijo que la impulsión de salto funciona transfiriendo una nave a otro universo igual que el que dejamos atrás, y que tanto su aparición como su desaparición son fenómenos improbables. Si ése es el caso, no creo que se pueda saber cuándo y dónde va a aparecer una nave. Tan sólo lo hacen.

—Entonces ¿qué cree que sucedió en esta ocasión? —preguntó Javna.

—¿A qué se refiere?

—Como ha dicho, no debería haber ningún modo de saber que una nave está saltando —explicó Javna—. El único modo en que podemos explicar esta emboscada, es que alguien les diera el soplo a los raey.

—Volviendo a eso —dije—. Mire, aun suponiendo la existencia de un traidor, ¿cómo lo hizo? Aunque de algún modo consiguiera comunicar a los raey que una flota iba de camino, es imposible que pudiera haber sabido dónde iba a aparecer cada nave en el espacio de Coral: recuerde que los raey nos estaban esperando. Nos alcanzaron mientras saltábamos al espacio de Coral.

—Entonces, una vez más —insistió Javna—. ¿Qué cree que sucedió en esta ocasión?

Me encogí de hombros.

—Tal vez saltar no sea tan improbable como creíamos que era —dije.

* * *

—No te preocupes demasiado por el interrogatorio —me aconsejó Harry, ofreciéndome un vaso de zumo de fruta que había cogido para mí en la cantina del centro médico—. A nosotros nos dieron el mismo tratamiento de «es sospechoso que sobrevivieras».

—¿Cómo reaccionaste?

—Demonios, tuve que darles la razón —dijo Harry—. Es jodidamente sospechoso. Lo curioso es que no creo que tampoco les hiciera gracia esa respuesta. Pero en el fondo no se les puede reprochar. Las colonias se sienten como si acabaran de quitarles el suelo de debajo de los pies. Si no averiguamos qué pasó en Coral, tendremos problemas.

—Bueno, ahí va una pregunta interesante —anuncié—. ¿Qué crees que sucedió?

—No lo sé. Tal vez saltar no sea tan improbable como pensábamos. —Bebió su propio zumo.

—Qué curioso, es lo mismo que dije yo.

—Sí, pero yo lo decía con conocimiento de causa —replicó Harry—. No tengo el nivel de física teórica de Alan, que Dios lo tenga en su gloria, pero todo el modelo teórico sobre el que basamos nuestra comprensión del salto tiene que estar equivocado de alguna manera. Obviamente, los raey tienen un modo para predecir, con un alto grado de precisión, dónde van a aparecer nuestras naves. ¿Cómo lo hacen?

—No creo que se pueda —dije yo.

—Exactamente. Pero lo hacen. Así que resulta obvio que nuestro modelo de cómo funciona el salto está equivocado. La teoría sale volando por la ventana cuando la observación demuestra lo contrario. La cuestión ahora es qué está pasando realmente.

—¿Alguna idea?

—Un par, aunque en realidad no es mi campo —dijo Harry—. No tengo el nivel de matemáticas suficiente para comprenderlo.

Me eché a reír.

—¿Sabes?, Alan me dijo algo muy parecido no hace mucho.

Harry sonrió, y alzó su vaso.

—Por Alan —brindó.

—Por Alan —repetí yo—. Y por todos nuestros amigos ausentes.

—Amén —dijo Harry, y bebimos.

—Harry, dijiste que estabas presente cuando me subieron a bordo de la
Gavilán.

—Así es. Estabas hecho un asco. Y no es por ofender.

—No te apures —lo tranquilicé—. ¿Recuerdas algo del escuadrón que me trajo?

—Un poco. Pero no demasiado. Nos mantuvieron aislados del resto de la nave durante la mayor parte del viaje. Te vi en la enfermería cuando te llevaron allí. Nos estaban reconociendo.

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