Authors: John Scalzi
—¿Qué demonios hacemos ahora? —chilló Bender mientras corríamos por todo el edificio.
«Usa el CerebroAmigo, capullo —envié, y doblé una esquina—. Revelarás nuestra posición.» Me acerqué a una pared de cristal y me asomé. Estábamos como mínimo a treinta metros de altura, demasiado lejos para saltar, incluso con nuestros cuerpos mejorados.
«Ahí vienen», envió Bender. De atrás nos llegó el sonido de lo que sospeché que eran varios whaidianos muy cabreados.
«Escóndete», envié, apunté con mi MP a la pared de cristal más cercana, y disparé. El cristal se quebró pero no se rompió. Cogí lo que supuse era una silla whaidiana y la arrojé por la ventana. Luego me escondí en el cubículo junto a Bender.
«Qué demonios… —envió Bender—. Ahora vendrán a por nosotros.»
«Espera —respondí—. Agáchate. Estate preparado para disparar cuando te lo diga. Automático.»
Cuatro whaidianos doblaron la esquina y se acercaron cuidadosamente a la ventana rota. Los oí borbotear entre sí; conecté el circuito de transmisión.
—… se fueron por el agujero en la pared —le decía uno a otro mientras se acercaban.
—Imposible —contestó el otro—. Está demasiado alto. Morirían.
—Los he visto saltar grandes distancias —dijo el primero—. Tal vez sobrevivirían.
—Ni siquiera esos [intraducible] pueden saltar 130 deg [unidad de medida] y vivir —dijo el tercero, acercándose a los dos primeros—. Esos [intraducible] comedores de [intraducible] siguen aquí, en alguna parte.
—¿Visteis a [intraducible: probable nombre personal] en la rampa? Esos [intraducible] [lo/la] destrozaron con sus granadas —dijo el cuarto.
—Subimos la rampa contigo —dijo el tercero—. Claro que [lo/la] vimos. Ahora callaos y registrad esta zona. Si están aquí, nos vengaremos del [intraducible] y lo celebraremos en el servicio.
El cuarto cubrió la distancia que lo separaba del tercer whaidiano, y extendió una gran zarpa hacia él, como compadeciéndolo. Los cuatro estaban ahora convenientemente delante del agujero en la pared.
«Ahora», envié a Bender, y abrí fuego. Los whaidianos se sacudieron como marionetas durante unos segundos y luego cuando la fuerza de los impactos los empujó contra la pared que ya no existía, cayeron por la ventana. Bender y yo esperamos unos segundos, luego nos volvimos hacia la rampa. Estaba libre excepto por los restos de [intraducible: probable nombre personal], que olía aún peor que sus compañeros francotiradores muertos del tejado. Hasta ahora, toda la experiencia en el planeta natal de Whaid había sido una bicoca. Volvimos a la primera planta y nos dirigimos hacia el sitio por donde habíamos entrado, pasando junto a los cuatro whaidianos a quienes habíamos ayudado a salir por la ventana.
—Esto no es lo que esperaba —dijo Bender, mirando los restos de los whaidianos.
—Y ¿qué esperabas? —pregunté.
—Lo cierto es que no lo sé —replicó él.
—Bueno, ¿entonces cómo puede no ser lo que esperabas? —dije, y conecté mi CerebroAmigo para hablar con Viveros. «Estamos abajo», envié.
«Ven para acá —respondió Viveros, y mandó la información sobre su situación—. Y tráete a Bender. No vais a creer esto.» Mientras lo decía, lo oí por encima del sonido de los disparos al azar y de las explosiones de las bombas: un canto grave y gutural que resonaba entre los edificios del centro gubernamental.
* * *
—A eso me refería —declaró Bender, casi alegremente, cuando despejamos la última esquina y empezamos a descender hacia el anfiteatro natural. En él se habían reunido cientos de whaidianos que cantaban, se mecían y agitaban bastones. A su alrededor, docenas de soldados de las FDC habían ocupado sus posiciones. Si abrían fuego, sería una matanza de patos en un barreño. Conecté de nuevo mi circuito traductor pero no conseguí nada: o bien los cánticos no significaban nada o estaban utilizando un dialecto del idioma whaidiano que los lingüistas no habían descubierto.
Localicé a Viveros y me acerqué a ella.
—¿Qué está pasando? —le grité, por encima del estrépito.
—Dímelo tú, Perry —respondió ella, también a gritos—. Aquí sólo soy una espectadora. —Señaló con la cabeza hacia la izquierda, donde el teniente Keyes conferenciaba con otros oficiales—. Están tratando de decidir qué hacemos.
—¿Por qué no ha disparado nadie? —contestó Bender.
—Porque ellos no nos han disparado a nosotros —contestó Viveros—. Nuestras órdenes eran no disparar a los civiles a menos que fuera necesario. Parece que éstos son civiles. Todos llevan bastones pero no nos han amenazado con ellos: tan sólo los agitan cuando cantan. Por tanto, no es necesario matarlos. Pensaba que te alegrarías de ello, Bender.
—Y me alegro —dijo él, y señaló, claramente entusiasmado—. Mirad, ése es el que guía a la congregación. Es el feuy, un líder religioso. Es un whaidiano de gran importancia. Probablemente escribió el cántico. ¿Tiene alguien una traducción?
—No —contestó Viveros—. No usan ningún lenguaje que conozcamos. No tenemos ni idea de lo que están diciendo.
Bender se adelantó un paso.
—Es una oración por la paz —dijo—. Tiene que serlo. Deben de saber lo que le hemos hecho a su planeta. Pueden ver lo que le hemos hecho a su ciudad. Cualquier pueblo a quien se haya hecho algo así debe llorar.
—Oh, estás tan lleno de mierda —replicó Viveros—. No tienes ni puñetera idea de qué están cantando. Podría ser un cántico sobre cómo van a arrancarnos la cabeza y nos van a destrozar cuello abajo. Podrían estar cantando a su muerte. Podrían estar cantando la puñetera lista de la compra. No lo sabemos. Ni tú tampoco.
—Te equivocas —dijo Bender—. Durante cinco décadas he estado en primera línea de la batalla por la paz en la Tierra.
Sé
cuándo un pueblo está preparado para la paz.
Sé
cuándo están intentando establecer contacto. —Señaló a los whaidianos que cantaban—. Esta gente está preparada, Viveros. Puedo
sentirlo.
Y voy a demostrártelo.
Bender soltó su MP y echó a andar hacia el anfiteatro.
—¡Maldita sea, Bender! —gritó Viveros—. ¡Vuelve aquí ahora mismo! ¡Es una orden!
—¡Ya no voy a «seguir órdenes», cabo! —replicó Bender, y entonces echó a correr.
—¡Mierda! —gritó Viveros, y corrió tras él. Intenté cogerla, pero se me escapó.
A esas alturas, el teniente Keyes y los otros oficiales se dieron la vuelta y vieron a Bender correr hacia los whaidianos con Viveros detrás. Oí a Keyes gritar algo y a Viveros detenerse de pronto; Keyes debió de haber enviado su orden también a través del CerebroAmigo. Si asimismo le había ordenado a Bender que se detuviera, éste ignoró la orden y continuó su carrera hacia los whaidianos.
Finalmente se detuvo en el borde del anfiteatro, y se quedó allí de pie, en silencio. Al cabo de un rato el feuy, el que lideraba el cántico, advirtió al humano que esperaba al borde de su congregación y dejó de cantar. La congregación, confusa, perdió el ritmo y pasó más o menos un minuto antes de reparar también en Bender, entonces todos se volvieron hacia él.
Ése era el momento que Bender estaba esperando. Debió de pasar el tiempo previo a que los whaidianos advirtieran su presencia preparando lo que iba a decir y traduciéndolo al whaidiano, porque cuando habló, lo hizo intentando hablar en su idioma, y lo hizo razonablemente bien.
—Amigos míos, mis amigos en búsqueda de la paz —empezó a decir, extendiendo las manos hacia ellos, con las palmas vueltas hacia adentro.
Los datos recogidos del acontecimiento acabarían por demostrar que no menos de cuarenta mil diminutos proyectiles en forma de aguja que los whaidianos llaman
avdgur
se clavaron en el cuerpo de Bender en el espacio de menos de un segundo, disparados desde los bastones, que no eran bastones en absoluto, sino armas tradicionales para disparar, con la forma de una rama de árbol sagrada para ellos. Cuando cada lasca de
avdgur
penetró su unicapote y su cuerpo, cortando la solidez de su forma, Bender literalmente se derritió. Todos estuvimos de acuerdo luego en que fue una de las muertes más interesantes que ninguno de nosotros había visto nunca.
El cuerpo de Bender cayó produciendo una extraña salpicadura y los soldados de las FDC abrieron fuego contra el anfiteatro. Fue en efecto una matanza de patos; ni un solo whaidiano consiguió salir de allí ni logró matar o herir a ningún otro soldado de las FDC aparte de Bender. Todo duró menos de un minuto.
Viveros esperó la orden de alto el fuego, se acercó al charco que era todo lo que quedaba de Bender, y empezó a darle patadas con furia.
—¿Qué te parece ahora la paz, hijo de puta? —gritó mientras los órganos licuados de Bender manchaban sus zapatos.
* * *
—Bender tenía razón, ¿sabes? —me dijo Viveros camino de la
Modesto.
—¿En qué? —pregunté.
—En que las FDC se utilizan demasiado y demasiado rápido —respondió Viveros—. En que es más fácil combatir que negociar. —Hizo un gesto en dirección al planeta natal whaidiano, que se perdía tras nosotros—. No teníamos por qué hacer esto. Echar a patadas a esos pobres hijos de puta del espacio y obligarlos a pasar el siguiente par de décadas sufriendo de hambre y muriendo y matándose unos a otros. Hoy no hemos matado civiles… bueno, aparte de esos que mataron a Bender, pero durante mucho tiempo, morirán de otras cosas y se asesinarán unos a otros; no pueden hacer mucho más. No ha sido más que un genocidio. Nos sentimos mejor porque no estaremos presentes cuando ocurra.
—Nunca estuviste de acuerdo con Bender antes —comenté.
—Eso no es cierto. Lo que dije es que no tenía ni puta idea, y que su deber era hacia nosotros, pero no que estuviera equivocado. Tendría que haberme escuchado. Si hubiera seguido sus malditas órdenes, ahora estaría vivo. En cambio, yo tengo que limpiarlo de mis pies.
—Probablemente diría que murió por lo que creía.
Viveros hizo una mueca.
—Por favor —contestó—. Bender murió por Bender. Mierda. Acercarte a un puñado de gente cuyo planeta acabamos de destruir y actuar como si fuera su
amigo.
Qué gilipollas. Si yo hubiera sido uno de ellos, también le habría disparado.
—Puñetera gente real, que se interpone en el camino de los ideales pacíficos —dije.
Viveros sonrió.
—Si Bender hubiera estado realmente interesado en la paz en vez de en su propio ego, habría hecho lo que yo estoy haciendo, y lo que tendrías que hacer tú también, Perry —añadió—. Seguir las órdenes. Permanecer con vida. Cumplir nuestro tiempo de servicio en infantería. Unirse a la formación de oficiales y ascender. Convertirse en la gente que da las órdenes, no sólo las sigue. Así es como haremos la paz cuando podamos. Y así es como puedo vivir con lo de «sólo cumplo órdenes». Porque sé que un día haré que esas órdenes cambien.
Se echó hacia atrás, cerró los ojos y durmió el resto del viaje de regreso a nuestra nave.
Luisa Viveros murió dos meses después en una bola de mierda llamada Estercolero. Nuestro escuadrón cayó en una trampa en unas catacumbas naturales, bajo la colonia hann'i que teníamos que despejar. En la batalla, nos acorralaron en una caverna que tenía cuatro túneles adicionales, todos rodeados por la infantería hann'i. Viveros nos ordenó que volviéramos a nuestro túnel y ella empezó a disparar contra su boca, derrumbándolo y sellándolo. Los datos del CerebroAmigo muestran que se dio la vuelta y abrió fuego contra los hann'i. No duró mucho. El resto del escuadrón consiguió volver a la superficie; no fue fácil hacerlo, considerando cómo nos habían acorralado allí, pero desde luego fue mejor que morir en una emboscada.
Viveros recibió una medalla por valentía a título póstumo; a mí me ascendieron a cabo y me dieron el mando del escuadrón. La cama y la taquilla de Viveros fueron a parar a un tipo nuevo llamado Whitford, que era bastante decente, tal como estaban las cosas.
La institución había sustituido una pieza del engranaje. Y yo eché de menos a la que se había ido.
Thomas murió a causa de algo que tragó.
Lo que ingirió era tan nuevo que las FDC no tenían todavía nombre para ello, en una colonia tan nueva que tampoco tenía nombre, sino tan sólo una designación oficial: Colonia 622,47 Osa Mayor (las FDC continuaban usando designaciones estelares basadas en la Tierra por el mismo motivo que continuaban usando días de veinticuatro horas y años de trescientos sesenta y cinco días: porque era más fácil hacerlo de esa forma). Como medida de funcionamiento regular, las nuevas colonias transmiten una recopilación diaria de todos los datos de la colonia a una nave robot, la cual regresa a Fénix para que así el gobierno colonial pueda seguir la pista de los asuntos coloniales.
La colonia 622 había estado enviando esas naves desde que desembarcaron, seis meses antes; aparte de las discusiones, rencillas y roces habituales que acompañan a la fundación de cualquier nueva colonia, no se informaba de nada importante, a excepción del hecho de que una especie de moho local lo estaba cubriendo todo, metiéndose dentro de las máquinas, los ordenadores, los corrales e incluso las viviendas. Un análisis genético del material se envió a Fénix con la petición de que alguien creara un fungicida que, literalmente, les quitara el moho del pelo a los colonos. Después de eso, empezaron a llegar naves robot en blanco, sin ninguna información más de la colonia.
Thomas y Susan estaban destinados en la
Tucson
,que fue enviada a investigar. La
Tucson
intentó contactar con la colonia desde la órbita: no hubo suerte. Las imágenes de los edificios no mostraban ningún movimiento en ellos: ni gente, ni animales, nada. Sin embargo, los edificios en sí mismos no parecían dañados. El pelotón de Thomas fue enviado a explorar.
La colonia estaba cubierta de porquería, una capa de moho de varios centímetros de grosor en algunos lugares. Recubría los cables de energía y todo el equipo de comunicaciones. Era una buena noticia: era posible que el moho simplemente hubiera estropeado la capacidad de transmisión del equipo. Este momentáneo estallido de optimismo se cortó en seco cuando el escuadrón de Thomas llegó a los corrales y encontró que todo el ganado estaba muerto y muy descompuesto gracias al afanoso trabajo del moho. Encontraron a los colonos poco después, en el mismo estado. Casi todos ellos (o lo que quedaba de ellos) estaban en sus camas o cerca de ellas; las excepciones eran las familias, que a menudo fueron encontradas en los dormitorios de los niños o en los pasillos que conducían a ellos; y los miembros de la colonia encargados del cementerio, que fueron encontrados en sus puestos o en las inmediaciones. Lo que quiera que los hubiese matado, lo había hecho tan de repente, que los colonos no tuvieron tiempo de reaccionar.