La vida instrucciones de uso (25 page)

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Authors: Georges Perec

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BOOK: La vida instrucciones de uso
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Por último, al final y a la derecha, entre la pared y la puerta —enrejado de madera reforzado con hierro y cerrado con dos gruesos candados—, la zona de los productos de limpieza, los productos de tocador y los productos diversos: lotes de bayetas, tambores de polvos para lavar la ropa, detergentes, desincrustantes, desatascantes, lejía concentrada, esponjas, productos para parquets, cristales, dorados, plata, cristalería, baldosas y linóleos, cepillos de escobas, bolsas de aspirador, velas, reservas de cerillas, lotes de pilas eléctricas, filtros de cafetera, aspirinas vitaminadas, bombillas antorcha para arañas, hojas de afeitar, colonia barata a granel, pastillas de jabón, botellas de champú, algodón hidrófilo, bastoncitos para las orejas, limas esmeriladas, cargas de tinta para estilográfica, cera, botes de pintura, apósitos individuales, insecticidas, encendedores de cocina, bolsas para la basura, piedras de mechero, papel de secar.

Sótanos.

El sótano de los Gratiolet. Varias generaciones han apilado aquí desechos que nadie ha ordenado ni seleccionado nunca. Yacen, a tres metros de profundidad, bajo la guardia inquieta de un gatazo atigrado, que, encaramado en lo más alto, al otro lado del tragaluz, espía por entre los barrotes el inaccesible aunque no del todo imperceptible trotecillo de un ratón.

El ojo, acostumbrándose poco a poco a la oscuridad, acabaría reconociendo, bajo su fina capa de polvo gris, restos dispersos procedentes de todos los Gratiolet: el bastidor y los montantes de una cama antigua, unos esquíes de madera de hickory que han perdido desde hace tiempo toda su elasticidad, un casco colonial de una blancura antaño inmaculada, unas raquetas de tenis sujetas entre sus pesadas prensas trapezoidales, una vieja máquina Underwood, de la famosa serie de los
Cuatro Millones
que, debido a su tabulador automático, pasó en su época por uno de los objetos más perfectos que se han ideado en todos los tiempos; en ella François Gratiolet empezó a mecanografiar sus recibos, cuando decidió que debía modernizar la contabilidad; un viejo
Petit Larousse Illustré
que empieza con la mitad de la página 71 —ASPIC n. m. (griego
aspis
). Nombre vulgar de la víbora.
Fig. Langue d’aspic
, persona maledicente— y acaba en la página 1530: MAROLLES-LES-BRAULTS, cab. de cant. (Sarthe), distr. de Mamers; 2000 hab. (950 aglom.); una percha de hierro forjado de la que sigue colgado un capote de gruesa lana basta todo remendado con pedazos de colores y a veces hasta de tejidos distintos: el capote del soldado raso Olivier Gratiolet, hecho prisionero en Arras el 20 de mayo de 1940, liberado en mayo de 1942 merced a la intervención de su tío Marc (Marc, hijo de Ferdinand, no era tío de Olivier, sino primo hermano de su padre Louis, pero Olivier lo llamaba siempre «tío», igual que llamaba «tío» al otro primo de su padre, François); un viejo globo terráqueo de cartón, considerablemente agujereado; pilas y más pilas de periódicos desparejados:
L’Illustration, Point de Vue, Radar, Détective, Réalités, Images du Monde, Comedia
; en una portada de Paris-Match, Pierre Boulez, de frac, enarbola la batuta para el estreno de Wozzeck en la Ópera de París; en una portada de Historia se ve a dos adolescentes, uno con uniforme de coronel de húsares —pantalón de cachemir blanco, dormán azul oscuro con alamares gris perla, chacó con plumas— y el otro con levita negra, corbata y puños de encaje, arrojándose uno en brazos del otro, con la siguiente leyenda:
¿Se entrevistaron secretamente Luis XVII y el Aiglon
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en Fiume el ocho de agosto de 1808? ¡Aclarado por fin el mayor enigma de la Historia
! Una caja de sombreros repleta de fotografías abarquilladas, de esos clisés amarillentos o sepia que nunca se sabe a quién representan ni quién los tomó; tres hombres en una pequeña carretera rural; ese caballero fino y moreno, de bigote negro rizado con elegancia y pantalón a cuadros claros, será probablemente Juste Gratiolet, el bisabuelo de Olivier, el primer propietario de la casa, con unos amigos suyos que tal vez sean los Bereaux, Jacques y Emile, con cuya hermana Marie se casó Juste; y esos dos, delante del monumento a los caídos de Beyrut, ambos con la manga derecha vacía, y saludando con el brazo izquierdo la bandera tricolor, constelado de medallas el pecho, son Bernard Lehameau, un primo de Marthe, la mujer de François, y su viejo amigo el coronel Augustus B. Clifford, a quien sirvió de intérprete en el Gran Cuartel General de las Fuerzas Aliadas en Peronne, y que, como él, perdió el brazo derecho al ser bombardeado dicho G.C.G. por el Barón Rojo el 19 de mayo de 1917; y aquel otro, aquel hombre visiblemente présbita, que lee un libro en un atril inclinado, es Gérard, el abuelo de Olivier.

Al lado, amontonadas en una caja de hojalata cuadrada, conchas y piedras recogidas por Olivier Gratiolet en Gatseau, en la isla de Oléron, el tres de septiembre de 1934, día de la muerte de su abuelo, y, sujeto con una goma, un paquete de estampas de Epinal
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como las que se daban en la escuela primaria cuando se tenía una cantidad suficiente de puntos de buena conducta: la de encima representa el encuentro, en un buque de guerra, entre el zar y el presidente de la República francesa. Por todas partes, hasta perderse de vista, sólo se ven navíos cuyas humaredas desaparecen en un cielo sin nubes. Con grandes pasos acaban de avanzar el zar y el presidente uno hacia otro y se están dando la mano. Detrás del zar, como detrás del presidente, permanecen dos caballeros: en contraste con la alegría manifiesta en los rostros de ambos jefes, los suyos parecen graves. Las miradas de las dos escoltas se concentran en sus soberanos respectivos. Abajo —la escena se desarrolla visiblemente en la cubierta alta del navío—, medio cortadas por el margen de la imagen, se yerguen largas filas de marinos en posición de firmes.

Capítulo XXXIV
Escaleras, 4

Gilbert Berger baja las escaleras a la pata coja. Ya casi ha llegado al rellano del primer piso. Lleva en la mano derecha un cubo de la basura de plástico color butano del que emergen dos
bottins
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viejos, una botella vacía de jarabe de arce
Arabelle
y diversas mondaduras de hortalizas. Es un chico de quince años con una pelambrera de un rubio casi blanco. Lleva una camisa escocesa de lino y unos anchos tirantes negros con ramitos de muguete bordados. Luce en el anular izquierdo una sortija de hojalata como las que se suelen encontrar, acompañando un bubble-gum de sabor químico, en esas cajitas azules tituladas
Gozo de Dar, Gusto de Recibir
, que han sustituido los clásicos sobres sorpresa y que se adquieren por un franco en las máquinas automáticas instaladas junto a papelerías y mercerías. El chatón oval de la sortija presenta la forma de un camafeo cuya cabeza en relieve quiere representar a un joven de cabello largo que evoca remotamente un retrato del Renacimiento italiano.

Gilbert Berger se llama Gilbert, a pesar del efecto un tanto cacofónico que produce la repetición de la sílaba «ber», porque sus padres se conocieron en un recital que dio Gilbert Bécaud —del que ambos eran fanáticos— en 1956, en el
Empire
y durante el cual se destrozaron 87 butacas. Los Berger viven en el cuarto izquierda, al lado de los Rorschash, debajo de los Réol y encima de Bartlebooth, en un piso de dos habitaciones-cocina, donde en otros tiempos vivió la señora que salía al rellano en paños menores y que tenía una perrita llamada Dodéca.

Gilbert estudia tercero de bachillerato. En su clase, el profesor de lengua les hace redactar un diario mural. Cada alumno o cada grupo de alumnos se encarga de una sección y presenta textos, que la clase entera, reunida dos horas por semana en consejo de redacción, discute y hasta a veces rechaza. Hay secciones políticas y sindicales, páginas deportivas, comics, noticias del instituto, crucigramas, anuncios, información local, crónicas de sucesos, publicidad —generalmente solicitada por padres de alumnos que tienen algún comercio al lado del instituto— y varios apartados de juegos y bricolaje (consejos sobre cómo empapelar, cómo fabricar uno mismo su tablero de chaquete, cómo enmarcar correctamente, etc.). Con otros dos compañeros, Claude Coutant y Philippe Hémon, se ha encargado Gilbert de escribir una novela por entregas. Se llama
La picadura misteriosa
, y andan por el quinto episodio.

En el primer episodio,
Por el amor de Constance
, un actor famoso, François Gormas, le pide al pintor Lucero, que acaba de ganar el gran premio de Roma, que haga un retrato suyo en la escena que le ha valido su mayor triunfo, y en la que, encarnando a d’Artagnan, se bate en duelo contra Rochefort por el amor de la joven y bella Constance Bonacieux. Aunque Lucero considera que Gormas es un comicastro podrido de pretensiones e indigno de su pincel, acepta el encargo, confiando en una retribución principesca. El día fijado, llega Gormas al gran estudio de Lucero, se pone su traje de teatro y, florete en mano, adopta la pose indicada; pero no ha venido el modelo que Lucero tenía apalabrado desde hacía varios días para hacer de Rochefort. Gormas, para sustituirlo a última hora, manda llamar a un tal Félicien Michard, que es hijo de su portera y trabaja de encerador en casa del conde de Châteauneuf. Fin del primer episodio.

Segundo episodio:
La estocada de Rochefort
. La primera sesión puede empezar pues. Se sitúan los dos adversarios: Gormas simulando parar hábilmente in extremis la terrible estocada secreta que le tira Michard y que debe atravesarle la vena yugular. Entra entonces una abeja en el estudio y empieza a revolotear en torno de Gormas que, de súbito, se lleva la mano a la nuca y se desploma. Menos mal que vive un médico en la casa: Michard corre a llamarlo; llega el médico a los pocos minutos, diagnostica una picadura de abeja que ha afectado el bulbo raquídeo, provocando un síncope paralizador, y se lleva urgentemente al actor a un hospital. Fin del segundo episodio.

Tercer episodio:
El veneno que mata
. Gormas ha muerto durante su traslado al hospital. El médico, extrañado por el rápido efecto de aquella picadura, se niega a autorizar la inhumación. La autopsia demuestra, en efecto, que la abeja era inocente: Gormas ha sido envenenado con una cantidad microscópica de topacina que se hallaba en la punta del florete de Michard. Esta substancia, derivada del curare utilizado por los cazadores indios de América del Sur, que la llaman la
Muerte silenciosa
, posee una propiedad extraña: sólo resulta activa en individuos que han padecido en fecha reciente una hepatitis vírica. Ahora bien, Gormas acaba de salir precisamente de una enfermedad de este tipo. Ante este nuevo dato, que parece probar que ha habido asesinato con premeditación, se encarga la investigación a un detective, el comisario principal Winchester. Fin del tercer episodio.

Cuarto episodio:
Las confidencias a Ségesvar
. El comisario principal Winchester comunica a su ayudante Ségesvar las observaciones que le inspira el caso:

primero: el asesino ha de conocer muy bien al actor ya que sabía que hacía poco tiempo había tenido una hepatitis vírica;

segundo: tiene que haber podido procurarse

a minúscula: el veneno, y sobre todo

b minúscula: la abeja, ya que el hecho sucede en diciembre y no hay abejas en diciembre;

tercero: ha tenido que manipular el florete de Michard. Ahora bien, este florete, lo mismo que el de Gormas, procede del marchante Gromeck, que se los ha prestado a Lucero y cuya mujer se sabe que fue amante del actor. Hay, pues, seis sospechosos, todos con un móvil:

1. el pintor Lucero, que se siente humillado por tener que hacer un retrato a un hombre a quien desprecia; además, el escándalo que no dejará de provocar el asunto podría serle muy provechoso comercialmente;

2. Michard: en otro tiempo la señora Gormas madre invitó al pequeño Félicien a pasar unas vacaciones con su hijo; desde entonces no ha dejado de sufrir humillaciones por parte del actor, que dispone de él con todo descaro;

3. el conde de Châteauneuf, que es apicultor y que todo el mundo sabe que ha odiado siempre a la familia Gormas, pues Gatien Gormas, presidente del Comité de Salvación Pública de Beaugency, mandó guillotinar a Eudes de Châteauneuf en 1793;

4. el marchante Gromeck a la vez por celos y por motivos publicitarios;

5. Lise Gromeck, que no perdonó nunca a Gormas que la hubiera abandonado por la actriz italiana Angelina di Castelfranco;

6. por último, el propio Gormas, actor satisfecho pero productor incompetente y desafortunado, está en realidad completamente arruinado y no ha logrado obtener el aval bancario imprescindible para financiar su última superproducción: un suicidio disfrazado de asesinato es la única manera que le queda de abandonar dignamente la escena, dejando a sus hijos, gracias a un importante seguro de vida, una herencia en consonancia con sus ambiciones. Fin del cuarto episodio.

En este punto se halla por ahora la novela, cuyas fuentes inmediatas no es difícil identificar: un artículo de
Science et Vie
sobre el curare, otro de
France-Soir
sobre las epidemias de hepatitis, las aventuras del comisario Bougret y su fiel ayudante Charolles en
Rubriques á Brac
de Gotlib, varios artículos sobre los habituales escándalos financieros del cine francés, una lectura superficial del
Cid
, una novela policiaca de Agatha Christie titulada
La muerte en las nubes
, una película de Danny Kaye cuyo título inglés es
Knock on Wood
y su título francés
Un grain de folie
. Los cuatro primeros episodios han tenido una acogida entusiasta en toda la clase. Pero el quinto plantea problemas difíciles a sus tres autores. En efecto, en el sexto y último episodio acabará enterándose el lector de que el culpable es en realidad el médico que vive en la casa donde Lucero tiene su estudio. Es cierto que Gormas está al borde de la ruina. Un intento de asesinato del que saliera milagrosamente ileso le aseguraría bastante publicidad para poder continuar su última película, cuyo rodaje se interrumpió a los ocho días de iniciado. Se inventa, pues, ese enredo tortuoso con ayuda del médico, el doctor Borbeille, que no es otro que su hermano de leche. Pero Jean-Paul Gormas, hijo del actor, ama a la hija del doctor, Isabelle. Gormas se opone violentamente a la boda, que el médico, por el contrario, vería con buenos ojos. Por eso aprovecha el traslado de Gormas al hospital, yendo solo con él en la parte trasera de la ambulancia, para envenenarlo con una inyección de topacina, seguro de que culparán al florete de Michard. Pero el comisario principal Winchester, al interrogar al figurante al que Félicien Michard hubo de sustituir in extremis, descubrirá que, en realidad, había recibido dinero para retirarse, y, a partir de esta revelación, acabará reconstruyendo toda la trama. A pesar de algunos descubrimientos de última hora, que contradicen una de las reglas de oro de la novela policiaca, esta solución y sus consecuencias últimas constituyen un desenlace perfectamente aceptable. Pero los tres autores han de demostrar antes la inocencia de los demás sospechosos y no saben muy bien cómo hacerlo. Philippe Hémon ha sugerido que sean culpables todos, como en
Asesinato en el Orient-Express
, pero los otros dos se han negado rotundamente a ello.

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