La vida instrucciones de uso (28 page)

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Authors: Georges Perec

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BOOK: La vida instrucciones de uso
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Léon Marcia —como algunos otros vecinos de la casa— no ha salido de su cuarto desde hace varias semanas; ya sólo se alimenta con leche, galletas y bizcochos con pasas; escucha la radio, lee, o hace como que lee, revistas de arte ya antiguas; hay una en sus rodillas, el
American Journal of Fine Arts
, y otras dos a sus pies, una revista yugoslava,
Umetnost
, y el
Burlington Magazine
; en la portada del
American Journal
viene reproducida una antigua y espléndida estampa americana, deslumbrante de gualdas y rojos, de verdes y añiles: una locomotora de chimenea gigantesca, con grandes linternas de estilo barroco y un formidable parachoques, arrastrando sus vagones malva en la noche de la Pradera azotada por la tormenta y mezclando sus volutas de humo negro constelado de chispas con el oscuro vellón de las nubes prontas a reventar. En la portada de
Umetnost
, que tapa casi por completo la del
Burlington
, está fotografiada una obra del escultor húngaro Meglepett Egér: unas chapas de metal rectangulares fijadas unas con otras de tal manera que forman un sólido de once caras.

Léon Marcia permanece casi siempre callado e inmóvil, sumido en sus recuerdos: uno de éstos, surgido del fondo más remoto de su memoria prodigiosa, lo obsesiona desde hace varios días: es una conferencia que Jean Richepin había ido a dar al sanatorio poco antes de su muerte; el tema era la leyenda de Napoleón. Contó Richepin que, cuando era pequeño, abrían la tumba de Napoleón una vez al año y hacían desfilar a los inválidos para enseñarles el rostro del emperador embalsamado, espectáculo más propicio al terror que a la admiración, pues aquel rostro estaba hinchado y tenía un color verdoso; por eso, más tarde, se suprimió la apertura de la tumba. Pero Richepin tuvo, excepcionalmente, ocasión de verlo, encaramado en brazos de su tío abuelo, que había servido en África y para quien el comandante de los Inválidos había mandado abrir la tumba expresamente.

Capítulo XL
Beaumont, 4

Un cuarto de baño con el suelo cubierto de anchas baldosas cuadradas de color crema. En la pared un papel con flores plastificado. Ningún elemento decorativo ameniza el mobiliario puramente sanitario, excepto una mesita redonda con pie de hierro colado esculpido, cuyo tablero de mármol jaspeado, ceñido por un realce de bronce de un vago estilo Imperio, sostiene una lámpara de rayos ultravioleta de una modernidad agresivamente fea.

De una percha de madera torneada cuelga una bata de raso verde en cuya espalda está bordada una silueta de gato así como el símbolo que representa la
pica
en los naipes. Según Béatrice Breidel, esta bata, que aún usa de vez en cuando su abuela, fue el albornoz de combate de un boxeador americano llamado Cat Spade, a quien conoció su abuela cuando hizo su gira por Estados Unidos y que fue su amante. Anne Breidel está en desacuerdo completo con esta versión. Es exacto que hubo por los años treinta un boxeador negro llamado Cat Spade. Su carrera fue extremadamente corta. Vencedor en el torneo interarmas de boxeo en mil novecientos veintinueve, abandonó el ejército para hacerse profesional y fue vencido sucesivamente por Gene Tunney, Jack Delaney y Jack Dempsey, a pesar de hallarse éste al final de su carrera. Por tal motivo volvió a ingresar en el ejército. Parece dudoso que hubiera frecuentado los mismos círculos sociales que Véra Orlova, y, aunque se hubieran conocido, aquella rusa blanca de prejuicios tenaces jamás se hubiera entregado a un negro, ni siquiera tratándose de un soberbio peso pesado. La explicación de Anne Breidel es distinta, pero se basa igualmente en las numerosas anécdotas que cuentan la vida amorosa de su abuela: la bata, efectivamente, es regalo de uno de sus amantes, un profesor de historia del Carson College de Nueva York, Arnold Flexner, autor de una destacada tesis doctoral sobre
Los viajes de Tavernier y de Chardin y la imagen de Persia en Europa desde Scudéry hasta Montesquieu
y, con diferentes seudónimos —Morty Rowlands, Kex Camelot, Trim Jinemewicz, James W. London, Harvey Elliot—, autor también de novelas policiacas sazonadas con escenas, si no pornográficas, al menos bastante francamente libertinas:
Crímenes en Pigalle, Noche ardiente en Ankara
, etc. Se conocieron en Cincinnati, Ohio, donde Véra Orlova estaba contratada para cantar el papel de Blondine en
Die Entführung aus dem Serail
. Independientemente de sus connotaciones sexuales, que Anne Breidel sólo menciona de pasada, el gato y la pica aludían, según ella, a la novela más famosa de Flexner,
El séptimo crack de Saratoga
, historia de un ratero que actúa en los hipódromos, a quien su destreza y agilidad han valido el apodo de Gato y que, a pesar suyo, se ve mezclado en una investigación criminal que soluciona con astucia y brío.

La señora de Beaumont no está enterada de esas dos explicaciones; por su parte nunca ha hecho el menor comentario sobre el origen de su bata.

En el borde de la bañera, cuya anchura se previó suficiente para que pudiera servir de repisa, están colocados algunos frascos, un gorro de baño de goma ondulada azul celeste, un neceser de tocador en forma de bolsa, hecho con una materia esponjosa de un color rosado y cerrado con un cordón trenzado, y una caja de metal brillante que tiene forma de paralelepípedo y en cuya tapa hay una larga ranura por la que sale parcialmente un kleenex.

Anne Breidel está echada boca abajo delante de la bañera en una sábana de baño verde. Lleva una camisa de dormir de linón blanco subida hasta media espalda: sobre sus nalgas estriadas de celulitis reposa un cojín termo-vibro-masajeador eléctrico, de un diámetro de unos cuarenta centímetros, cubierto con un tejido plástico rojo.

Mientras que Béatrice, su hermana menor a la que lleva un año, es alta y delgada, Anne es rechoncha y está henchida de grasa. Con la preocupación constante de su peso, se impone unos regímenes alimenticios draconianos, que nunca tiene la fuerza suficiente para seguir hasta el final, y se inflige unos tratamientos de todo tipo que van de los baños de barro a las túnicas sudatorias, de las sesiones de sauna seguidas de flagelaciones a las píldoras anoréxicas, de la acupuntura a la homeopatía y del medicine-hall, del home-trainer, de las marchas forzadas, los saltos, los extensores, las paralelas y demás ejercicios extenuantes a todas las clases de masaje posibles: con guante de crin, con calabaza seca, con bolitas de boj, con jabones especiales, con piedra pómez, con polvos de alumbre, con genciana, con ginsén, con leche de pepino y con sal gorda. El que está soportando en este momento tiene sobre los demás una indudable ventaja: el paciente puede dedicarse simultáneamente a otras actividades; Anne, en el caso que nos ocupa, aprovecha estas sesiones diarias de setenta minutos, en el transcurso de los cuales el cojín eléctrico ejercerá sucesivamente su acción al parecer benéfica sobre sus hombros, espalda, caderas, nalgas, muslos y vientre, para hacer balance de su régimen alimenticio: tiene delante un folleto titulado
Cuadro completo del valor energético de los alimentos habituales
, según el cual hay que suprimir aquellos alimentos cuyo nombre va impreso con un tipo especial de letra, y compara sus datos —achicoria 20, membrillo 70, abadejo 80, solomillo 220, pasa 290, coco 620— con los de los manjares que comió la víspera y cuyas cantidades exactas apuntó en una agenda dedicada exclusivamente a este uso:

Té sin azúcar y sin leche

0

Un zumo de piña

66

Un yogur

60

Tres galletas de centeno

60

Zanahorias ralladas

45

Chuletas de cordero (dos)

192

Calabacines

35

Queso de cabra tierno

190

Membrillos

70

Sopa de pescado (sin pan tostado ni
rouille
34
)

180

Sardinas frescas

240

Ensalada de berros con limón verde

66

Queso Saint-Nectaire

400

Sorbete de arándanos

110

TOTAL

1.714

Este total, a pesar del Saint-Nectaire, sería más que razonable si no pecara gravemente por omisión; es cierto que Anne apuntó escrupulosamente todo lo que comió y bebió en el desayuno, el almuerzo y la cena, pero no tuvo para nada en cuenta las cuarenta o cincuenta incursiones furtivas que hizo entre cada comida a la nevera y a la alacena para intentar calmar su insaciable apetito. Su abuela, su hermana y la señora Lafuente, la asistenta que lleva más de veinte años sirviendo en la casa, lo han intentado ya todo para impedírselo, llegando incluso hasta vaciar todas las noches la nevera y encerrar con candado en un armario todo lo comestible; pero no servía para nada: Anne Breidel, privada de sus piscolabis, se ponía como una fiera y salía a satisfacer su irreprimible bulimia en un café o en casa de alguna amiga. Lo más grave del caso no es que coma entre las comidas, cosa que muchos dietéticos consideran incluso más bien beneficiosa; es que, siendo irreprochablemente estricta en lo tocante al régimen que sigue en las comidas, y que ha impuesto además a su abuela y a su hermana, se comporta con asombroso laxismo, así que acaba de comer; ella, que no admitiría que hubiera sobre la mesa no sólo pan o mantequilla, sino esos alimentos considerados neutros, como las aceitunas, las quisquillas grises, la mostaza o los salsifís, se levanta, en cambio, a media noche para ir a devorar sin el menor escrúpulo platos llenos de
copos de avena
(350),
rebanadas de pan untadas con mantequilla
(900),
tabletas de chocolate
(600),
bollos rellenos
(360),
bleu d’Auvergne
(320),
nueces
(600),
chicharrones
(600), gruyère (380) o
atún en aceite
(300). A decir verdad, está prácticamente picando todo el día y, mientras con la mano derecha hace su suma consoladora, roe con la izquierda una pata de pollo.

Anne Breidel sólo tiene dieciocho años. Vale tanto como su hermana para los estudios. Pero así como Béatrice es muy buena en letras —primer premio de griego en el Concours Général
35
— y piensa estudiar historia antigua y hasta tal vez arqueología, Anne se inclina por las ciencias: terminó el bachillerato a los dieciséis años y acaba de sacar el número siete en el examen de ingreso en la Escuela Central, siendo la primera vez que se presentaba.

Fue a la edad de nueve años, en 1967, cuando descubrió su vocación de ingeniero. Aquel año naufragó un petrolero panameño, el
Silver Glen of Alva
, frente a la Tierra del Fuego, con ciento cuatro personas a bordo. Sus llamadas de socorro, recibidas imperfectamente a causa de la tempestad que asolaba el sur del Atlántico y el mar de Weddell, no permitieron localizarlo con precisión. Los guardacostas argentinos y algunos equipos chilenos de protección civil, con la ayuda de los buques que cruzaban por aquella zona, registraron incansablemente durante dos semanas los numerosos islotes del cabo de Hornos y de la bahía de Nassau.

Con fiebre creciente leía Anne en el periódico todas las noches las noticias referentes a las operaciones de búsqueda: el mal tiempo las retrasaba considerablemente y, semana tras semana, iban disminuyendo las posibilidades de hallar supervivientes. Perdidas las esperanzas, saludó la gran prensa la abnegación de aquellos hombres que, en condiciones terribles, habían hecho lo imposible para socorrer a eventuales náufragos; pero varios comentaristas afirmaron, no sin razón, que el verdadero responsable de la catástrofe no era el mal tiempo, sino la falta, en la Tierra de Fuego, y de un modo general en todo el planeta, de receptores lo bastante potentes como para poder captar las llamadas emitidas por los barcos en peligro, independientemente de las condiciones atmosféricas.

Después de leer estos artículos, que recortó y pegó en un cuaderno especial, y que utilizó más tarde para una exposición oral en clase (estudiaba entonces primer curso de bachillerato), decidió que construiría el mayor radiofaro del mundo, una antena de ochocientos metros de altura que se llamaría la Torre Breidel y sería capaz de recibir cualquier mensaje emitido en un radio de ocho mil kilómetros.

Hasta cerca de los catorce años, dedicó la mayor parte de sus horas libres a dibujar los planos de su torre, calculando su peso y resistencia, comprobando su alcance, estudiando su emplazamiento óptimo —Tristan da Cunha, Crozet, las Bounty, el islote Saint-Paul, el archipiélago Margarita Teresa y, por último, las islas del Príncipe Eduardo al sur de Madagascar— y contándose a sí misma con todo detalle los salvamentos milagrosos que haría posibles. Su afición a las ciencias físicas y a las matemáticas se desarrolló a partir de aquella imagen mítica, aquel mástil fusiforme que emergía de las nieblas escarchadas del océano Índico.

Sus años de
hypotaupe
y de
taupe
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, así como el desarrollo de las telecomunicaciones por satélite, dieron al traste con su proyecto. No queda de él más que una fotografía de periódico que representa a Anne, a los doce años, posando delante de la maqueta que tardó seis meses en construir, una aérea estructura metálica hecha con más de 2.715 agujas de fonógrafo unidas por microscópicos puntos de pegamento, de dos metros de alto, fina como un encaje, ligera como una bailarina, que lleva en su cumbre 366 minúsculos receptores parabólicos.

Capítulo XLI
Marquiseaux, 3

Juntando la antigua habitación de los viejos Echard con el pequeño comedor y añadiéndole la porción correspondiente de recibidor, inútil ya, y un armario para guardar las escobas, Philippe y Caroline Marquiseaux obtuvieron una estancia más bien grande que han convertido en sala de reunión para su agencia: no acaba de ser un despacho, sino, inspirada en las más recientes técnicas de brain-storming y de grupología, una habitación que los americanos llaman una «Informal Creative Room», en abreviatura: I.C.R., y en lenguaje familiar
I see her
; los Marquiseaux, por su parte, la llaman su discutidero, su pensadero o, más bien, teniendo en cuenta el tipo de música que se encargan de promocionar, su
popería
; en ella se definen los grandes ejes de sus campañas, cuyos detalles se resolverán ulteriormente en las oficinas que ocupa su agencia en la planta diecisiete de una de las torres de la Défense
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.

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