La velocidad de la oscuridad (46 page)

BOOK: La velocidad de la oscuridad
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—He traído una caja para cada uno —dice—. Ahorrará tiempo.

—Linda ha traído la que estoy usando.

—Tal vez alguien necesite dos —dice él. Suelta las cajas en el pasillo—. Puedes quedarte una si quieres.

—Necesito una. Gracias.

Escojo una caja más grande que la de Linda y vuelvo a mi oficina. Pongo los manuales en el fondo porque pesan. Los bolis de colores caben entre los manuales y un lado de la caja. Meto los voladores y las espirales giratorios encima y entonces me acuerdo del ventilador. Los saco y pongo el ventilador encima de los manuales. Ahora no habrá espacio para todo lo demás. Miro la caja. No necesito el
Manual del empleado
, y nadie se enfadará conmigo por tener una copia en mi oficina. Lo saco y lo dejo sobre la mesa. Meto el ventilador y luego las espirales giratorias y los voladores. Caben justo. Pienso en el viento que hace fuera. Son livianos y podrían salir volando.

En el último cajón encuentro la toalla que utilizo para secarme la cabeza cuando está lloviendo y vengo andando desde el coche bajo la lluvia. Cabrá encima de las espirales giratorias y los voladores e impedirá que salgan volando. Doblo la toalla, la coloco sobre las cosas de la caja y recojo la caja. Estoy haciendo lo que hacía el señor Crenshaw, sacando de la oficina mis cosas en una caja. Tal vez le parezca que hago lo que hacía el señor Crenshaw a alguien que me vea, excepto que no hay guardias de seguridad junto a mí. No somos iguales. Esto es decisión mía; no creo que marcharse fuera decisión suya. Cuando me acerco a la puerta, Dale sale de su oficina; me la abre.

Fuera, las nubes son más densas y el día parece más oscuro, más frío, difuso por los bordes. Puede que llueva un poquito. Me gusta el frío. Tengo el viento detrás y lo siento empujándome. Pongo la caja en la parte delantera del coche y la toalla empieza a revolotear. Le coloco la mano encima. Será difícil abrir la puerta del coche mientras sujeto la toalla. Empujo la caja hacia el asiento trasero del coche y coloco un pie encima. Ahora puedo abrir la puerta.

Una primera gota de lluvia helada alcanza mi mejilla. Pongo la caja en el asiento trasero, cierro la puerta y echo la llave. Pienso en volver a entrar, pero estoy seguro de que lo tengo todo. No quiero poner el trabajo del proyecto actual en una caja para que sea almacenado. No quiero volver a ver ese proyecto.

Pero sí quiero ver a Dale y Bailey y Chuy y Eric y Linda. Otra gota de lluvia. El viento frío es agradable. Sacudo la cabeza y vuelvo hacia la puerta, inserto mi tarjeta y coloco el pulgar. Todos los demás están en el pasillo, algunos con cajas llenas y otros simplemente de pie.

—¿Queréis comer algo? —dice Dale. Los otros miran en derredor.

—Sólo son las diez y doce —dice Chuy—. No es hora de almorzar. Todavía estoy trabajando.

Chuy no tiene caja. Linda no tiene caja. Parece extraño que las personas que no se marchan trajeran las cajas. ¿Querían que los demás nos marcháramos?

—Podríamos ir a comer una pizza más tarde —dice Dale. Nos miramos unos a otros. No sé en qué están pensando ellos, pero yo estoy pensando que no será lo mismo y a la vez será demasiado igual. Es fingir.

—Podríamos ir a algún sitio más tarde —dice Chuy.

—Pizza —dice Linda.

Lo dejamos ahí. Creo que no iré.

Es muy extraño conducir a plena luz un día laborable. Me voy a casa y aparco en el espacio más cercano a la puerta. Llevo la caja arriba. El edificio está muy tranquilo. Guardo la caja en el armario, detrás de los zapatos.

El apartamento está silencioso y limpio. He fregado los platos del desayuno antes de irme; lo hago siempre. Me saco el monedero del bolsillo y lo dejo encima de las cestas de la ropa.

Nos dijeron que lleváramos tres mudas. Voy a ocuparme de eso ahora. No sé qué tiempo hará ni si necesitaremos ropa para salir además de para andar por casa. Saco mi traje del armario y las tres primeras camisas de hilo de la parte superior del montón de mi segundo cajón. Tres mudas de ropa interior. Tres pares de calcetines. Dos pares de pantalones marrones y un par de pantalones azules. Mi sudadera azul, por si hace frío.

Tengo un cepillo de dientes, un peine, y un cepillo de reserva que guardo para las emergencias. Nunca he tenido una emergencia. Esto no es una emergencia, pero si lo guardo ahora no tendré que pensar más en eso. Meto el cepillo de dientes, un tubo nuevo de pasta, el peine, el cepillo, la maquinilla de afeitar, la crema y un cortaúñas en la bolsita con cremallera que cabe en mi maleta. Eso es todo. Tenso los elásticos de la maleta, luego cierro la cremallera y la guardo.

El señor Aldrin dijo que hablara con el banco, el encargado del apartamento y cualquier amigo que pudiera preocuparse. Nos dio una carta para el banco y el encargado del apartamento explicando que estaríamos fuera realizando un trabajo temporal para la compañía, que nuestra nómina seguiría siendo ingresada en el banco, y que el banco tenía que seguir pagando todos los gastos domiciliados. Le envío la carta al director de mi sucursal.

Abajo, la puerta de la encargada del apartamento está cerrada pero oigo una aspiradora gimiendo dentro. Cuando era pequeño, tenía miedo de la aspiradora porque parecía que lloraba: «ohhh... noooo... noooo», cuando mi madre la movía a un lado y a otro. Rugía y gemía y sollozaba. Ahora es sólo molesto. Pulso el timbre. El gemido para. No oigo pasos pero la puerta se abre.

—¡Señor Arrendale! —La señora Tomasz, la encargada, parece sorprendida. No esperaba verme a media mañana un día laborable—. ¿Está usted enfermo? ¿Necesita algo?

—Voy a trabajar en un proyecto para la compañía en la que trabajo —digo. He ensayado esto. Le tiendo la carta que nos dio el señor Aldrin—. He dicho en el banco que se encarguen de pagar el alquiler. Puede contactar usted con la compañía si no lo hace.

—¡Oh! —Mira el papel, y antes de tener tiempo de leerlo todo, me mira a mí—. Pero... ¿cuánto tiempo estará usted fuera?

—No estoy seguro. Pero volveré.

No lo sé con seguridad, pero no quiero que se preocupe.

—¿No irá a marcharse porque ese hombre le rajó los neumáticos en nuestro aparcamiento, no? ¿Porque intentó hacerle daño?

—No —digo. No sé por qué lo dice—. Es un trabajo especial.

—Me tenía usted preocupada, la verdad —dice la señora Tomasz—. Estuve a punto de subir a hablar con usted y expresarle... decirle que lo siento, pero ya sabe que es usted muy reservado, mucho.

—Me encuentro bien...

—Le echaremos de menos —dice ella. No comprendo cómo puede ser eso verdad cuando no me ve casi nunca—. Cuídese.

No le digo que no puedo hacerlo porque mi cerebro estará cambiando.

Cuando vuelvo arriba, ha llegado la respuesta automática del banco, diciendo que el mensaje ha sido recibido y que el director dará pronto una respuesta y que gracias por su confianza. Al pie dice: «Consejo de seguridad 21: nunca deje la llave de su depósito de seguridad en casa cuando salga de vacaciones.» Yo no tengo depósito de seguridad, así que no tengo que preocuparme.

Decido bajar a la panadería para almorzar: vi el cartel de que se podían pedir bocadillos cuando compré el pan. No hay mucha gente, pero no me gusta la música de la radio. Es fuerte y machacona. Pido un bocadillo de jamón de cerdo criado con dieta vegetariana y sacrificado bajo supervisión y los ingredientes más frescos y me lo llevo. Hace demasiado frío para comerlo en la calle, así que vuelvo al apartamento y me lo como en la cocina.

Podría llamar a Marjory. Podría llevarla a cenar esta noche, o mañana por la noche, o el sábado por la noche, si ella quisiera. Sé el número de su trabajo y el número de su casa. Uno es casi primo, y el otro es un múltiplo de agradable simetría. Cuelgo las espirales giratorias en mi apartamento, donde girarán con el aire que entre por las viejas ventanas. El destello de las luces de colores en las paredes es relajante y me ayuda a pensar.

Si la llamo y ella viene conmigo a cenar, ¿por qué sería? Tal vez le gusto, y tal vez está preocupada por mí, y tal vez lo siente por mí. No sé con seguridad si lo haría porque le gusto. Para que fuera lo mismo en direcciones opuestas, yo tendría que gustarle a ella como ella me gusta a mí. Cualquier otra cosa no sería una buena pauta.

¿De qué podríamos hablar? Ella no sabe más sobre el funcionamiento cerebral de lo que yo sé ahora. No es su campo. Ambos practicamos esgrima, pero no creo que pudiéramos hablar de esgrima todo el tiempo. No creo que le interese el espacio: como el señor Aldrin, parece pensar que es un despilfarro de dinero.

Si vuelvo (si el tratamiento funciona y soy como los otros hombres en el cerebro además de en el cuerpo), ¿le gustaré como ahora?

¿Es otro caso del estanque con el ángel...? ¿La amo porque es la única a quien puedo amar?

Me levanto y pongo la
Tocata y fuga en re
de Bach. La música construye un paisaje complejo, montañas y valles y grandes golfos de aire frío y ventoso. ¿Seguirá gustándome Bach cuando vuelva, si vuelvo?

Durante un momento el miedo se apodera de todo mi ser y caigo a través de la negrura, más rápido de lo que podría ir ninguna luz, pero la música se alza debajo de mí, me eleva como una ola oceánica y ya no tengo miedo.

Viernes por la mañana. Iría al trabajo, pero no hay nada que hacer en mi oficina y tampoco hay nada que hacer en mi apartamento. La confirmación del director del banco estaba en mi correo esta mañana. Podría hacer ahora la colada, pero hago la colada los viernes por la noche. Se me ocurre que si hago la colada esta noche como de costumbre y luego duermo con esas sábanas esta noche y la noche del sábado y la noche del domingo, tendré sábanas sucias en la cama y toallas sucias en el cuarto de baño cuando ingrese en la clínica. No sé qué hacer al respecto. No quiero dejar cosas sucias, pero si no tendré que levantarme temprano el lunes por la mañana y lavarlas.

Pienso en contactar con los otros, pero decido no hacerlo. En realidad no quiero hablar con ellos. No estoy acostumbrado a días como éste, aparte de en vacaciones, y no sé qué hacer con él. Podría ir a ver una película o leer libros, pero noto el estómago demasiado tenso para eso. Podría ir al Centro, pero no quiero hacer eso tampoco.

Friego los platos del desayuno y los guardo. El apartamento está demasiado silencioso, es demasiado grande y vacío de pronto. No sé adónde iré, pero tengo que ir a alguna parte. Me meto la cartera y las llaves en el bolsillo y salgo, sólo cinco minutos más tarde de la hora en que habitualmente salgo.

Danny está bajando también las escaleras.

—Hola, Lou,
comotevá
—dice de corrido. Creo que eso significa que tiene prisa y no quiere hablar. Sólo digo «hola» y nada más.

Fuera está nublado y hace frío, pero no llueve. No hace tanto viento como ayer. Me encamino hacia mi coche y subo. No pongo en marcha el motor todavía, porque no sé adónde ir. Es un despilfarro poner el motor en marcha innecesariamente. Saco el mapa de carreteras de la guantera y lo abro. Podría ir al parque estatal, río arriba, y mirar las cascadas. La mayoría de la gente va allí de excursión en verano, pero creo que el parque abre durante el día en invierno también.

Una sombra oscurece mi ventanilla. Es Danny. Abro la ventanilla.

—¿Te encuentras bien? ¿Algo va mal?

—No voy a ir a trabajar hoy —digo—. Estoy decidiendo adónde ir.

—Vale —dice él. Me sorprende, no sabía que estuviera tan interesado. Si está tan interesado, tal vez querría saber que me marcho.

—Me marcho —digo.

Su cara cambia de expresión.

—¿Te mudas? ¿Por ese acosador? No volverá a hacerte daño, Lou.

Es interesante que la encargada del apartamento y él hayan supuesto que podría marcharme a causa de Don.

—No —digo—. No me mudo, pero voy a estar fuera varias semanas al menos. Hay un nuevo tratamiento experimental; mi compañía quiere que lo siga.

Él parece preocupado.

—Tu compañía... ¿y

quieres? ¿Te están presionando?

—Es decisión mía. Decidí hacerlo.

—Bueno... muy bien. Espero que te asesoraran bien.

—Sí —digo yo. No digo quiénes.

—Entonces... ¿tienes el día libre? ¿O te marchas hoy? ¿Dónde van a aplicarte ese tratamiento?

—No tengo que trabajar hoy. Despejé mi mesa ayer —digo—. El tratamiento se hará en la clínica de investigación, en el campus donde trabajo, pero en un edificio distinto. Empieza el lunes. Hoy no tengo nada... creo que voy a ir a Harper Falls.

—Ah. Bueno, cuídate, Lou. Espero que salga bien. —Da un golpecito en la capota de mi coche y se marcha.

No estoy seguro de qué espera que salga bien. ¿El viaje a Harper Falls? ¿El tratamiento? Tampoco sé por qué ha dado ese golpecito en la capota de mi coche. Sé que ya no me asusta, otro cambio que he hecho por mi cuenta.

En el parque, pago la entrada y dejo mi coche en el aparcamiento vacío. Hay carteles que indican los diferentes senderos: A LAS CASCADAS, 290 METROS; PRADO FLORIDO, 1,7 KM; SENDERO JUVENIL, 1,3 KM. El sendero juvenil y el sendero plenamente accesible son superficies asfaltadas, pero el sendero a las cascadas es de piedra aplastada entre tiras de metal. Recorro este sendero, y mis zapatos rechinan en su superficie. No hay nadie aquí. Los únicos sonidos son sonidos naturales. Muy lejos oigo el firme ronroneo de la carretera pero más cerca sólo se oye el agudo gemido de los generadores que suministran energía a las oficinas del parque.

Pronto incluso eso se apaga; estoy bajo un saliente de piedra que bloquea el sonido de la carretera también. La mayoría de las hojas han caído de los árboles y están empapadas por la lluvia de ayer. Debajo de mí, veo las hojas rojas brillando incluso con esta luz mortecina, en los arces que sobreviven aquí, en las zonas más frías.

Noto que me relajo. A los árboles no les importa si soy normal o no. A las rocas y el verdín no les importa. No notan la diferencia entre un humano y otro. Qué descanso. No tengo que pensar en mí en absoluto.

Me detengo a sentarme en una roca y dejo las piernas colgando. Mis padres me llevaban al parque que está cerca del sitio donde vivíamos cuando era niño. También allí había un arroyo con su cascada, más estrecho que éste. La roca de allí era más oscura, y la mayoría de las rocas que asomaban eran estrechas y puntiagudas. Pero había una que había caído de lado de modo que la parte plana estaba arriba, y yo me ponía de pie o me sentaba en esa roca. Parecía amistosa, porque no hacía nada. Mis padres no comprendían eso.

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