Read La velocidad de la oscuridad Online
Authors: Elizabeth Moon
Nunca había oído hablar a Linda tanto tiempo. Su cara está más sonrosada ahora en las mejillas; sus ojos deambulan menos.
—No sabía que te gustaran las estrellas —digo.
—Las estrellas están muy separadas unas de otras. No tienen que tocarse para conocerse. Se brillan unas a otras desde muy lejos.
Empiezo a decir que las estrellas no se conocen, que las estrellas no están vivas, pero algo me detiene. Leí en un libro que las estrellas son gas incandescente y en otro libro que el gas es una materia inerte. Tal vez el libro estaba equivocado. Tal vez son gas incandescente y están vivas.
Linda me mira directamente a los ojos.
—Lou... ¿te gustan las estrellas?
—Sí. Y la gravedad y la luz y el espacio y...
—Betelgeuse —dice ella. Sonríe, y de repente hay más luz en el pasillo. No sabía que estuviera oscuro. La oscuridad estaba allí primero, pero la luz la alcanza—. Rigel. Antares. Luz y todos los colores. Longitudes de onda...
Su mano ondea en el aire y sé que se refiere a la pauta de las longitudes de onda y la frecuencia.
—Binarias —digo yo—. Enanas marrones.
Su cara se retuerce y se relaja.
—Oh, eso es antiguo —dice ella—. Chu y Sanderly han recalificado muchas de esas... —Se detiene—. Lou... creía que pasabas todo el tiempo con los normales. Jugando a ser normal.
—Voy a misa. Voy a un club de esgrima.
—¿Esgrima?
—Espadas —digo yo. Su expresión preocupada no varía—. Es... una especie de juego. Intentamos pincharnos unos a otros.
—¿Por qué? —Todavía parece desconcertada—. Si te gustan las estrellas...
—Me gusta la esgrima, también.
—Con personas normales.
—Sí, me gustan.
—Es difícil... —dice ella—. Yo voy al planetario. Intento hablar con los científicos que vienen, pero... las palabras se enmarañan. Noto que no quieren hablar conmigo. Actúan como si fuera estúpida o estuviera loca.
—Las personas que conozco no son demasiado malas —digo. Me siento culpable al decirlo, porque Marjory es más que «no demasiado mala». Tom y Lucía son mejores que «no demasiado malos»—. Excepto una que trató de matarme.
—¿Trató de matarte? —dice. Me sorprende que no lo sepa pero recuerdo que no se lo he dicho nunca. A lo mejor no ve las noticias.
—Estaba enfadado conmigo.
—¿Porque eres autista?
—No exactamente... bueno... sí.
¿Cuál era el núcleo de la furia de Don, después de todo, sino el hecho de que yo, un simple incompleto, una persona-falsa, tenía éxito en su mundo?
—Eso es repugnante —dice Linda, con énfasis. Se encoge de hombros y se da media vuelta—. Estrellas —dice.
Entro en mi oficina, pensando en la luz y la oscuridad y las estrellas y el espacio intermedio lleno de la luz que emiten. ¿Cómo puede haber oscuridad en el espacio con todas las estrellas que existen? Si vemos las estrellas, eso significa que hay luz. Y nuestros instrumentos que ven lo que no es luz visible la detectan como una gran mancha: está en todas partes.
No comprendo cómo la gente habla del espacio como algo frío y oscuro, nada acogedor. Es como si nunca salieran de noche y alzaran la cabeza. Sea lo que sea la oscuridad real, está más allá del alcance de nuestros instrumentos, lejos en la linde del universo, de donde vino primero la oscuridad. Pero la luz la alcanza.
Antes de que yo naciera, la gente creía cosas aún más equivocadas sobre los niños autistas. He leído al respecto. Más oscuro que la oscuridad.
No sabía que a Linda le gustaran las estrellas. No sabía que quisiera dedicarse a la astronomía. Tal vez quería salir al espacio, como yo quería. Como sigo queriendo. Si el tratamiento funciona, tal vez yo pueda... La idea me deja inmóvil, petrificado de deleite, y entonces tengo que moverme. Me levanto y me desperezo, pero eso no es suficiente.
Eric está bajándose del trampolín cuando entro en el gimnasio. Ha estado saltando al ritmo de la
Quinta Sinfonía
de Beethoven, pero es demasiado fuerte para lo que yo quiero pensar. Eric asiente y cambio la música, repasando las posibilidades hasta que algo me parece bien.
Carmen
. La suite orquestal. Sí.
Necesito esa excitación. Necesito esa cualidad explosiva. Salto más y más alto, sintiendo la maravillosa caída libre antes de sentir la igualmente maravillosa compresión, las articulaciones apretándose, los músicos trabajando para impulsarme a un salto mayor. Los opuestos son lo mismo en direcciones diferentes. Acción y reacción. Gravedad... no conozco ningún opuesto de la gravedad, pero la elasticidad del trampolín crea uno. Números y pautas corren por mi mente, formándose, rompiéndose, volviéndose a formar.
Recuerdo haber tenido miedo del agua, de los inestables e impredecibles cambios y burbujeos cuando me tocaba. Recuerdo la alegría explosiva de nadar por fin, la comprensión de que a pesar de que era inestable, a pesar de que no podía predecir la presión cambiante de la piscina, podía mantenerme a flote y moverme en la dirección que elegía ir. Recuerdo haber tenido miedo de la bicicleta, de su temblorosa impredecibilidad, y la misma alegría cuando descubrí cómo manejarla, cómo usar mi voluntad para superar su caos intrínseco. De nuevo tengo miedo, más miedo porque comprendo más: podría perder todas las adaptaciones que he conseguido y no tener nada, pero si puedo cabalgar esta ola, esta bicicleta biológica, entonces tendré incomparablemente más.
A medida que mis piernas se van cansando, salto más bajo, más bajo, más bajo y, finalmente, me detengo.
Ellos no nos quieren estúpidos e indefensos. No quieren destruir nuestra mente: quieren utilizarla.
No quiero que me utilicen. Quiero usar mi propia mente, yo mismo, para lo que quiera.
Creo que a lo mejor quiero probar este tratamiento. No tengo por qué. No necesito hacerlo: estoy bien como estoy. Pero creo que estoy empezando a querer porque tal vez, si cambio, y si es idea mía y no de ellos, entonces tal vez pueda aprender lo que quiero aprender y hacer lo que quiera hacer. No una sola cosa: todas las cosas a la vez, todas las posibilidades.
—No seré lo mismo —digo, apartándome de la cómoda gravedad, saliendo de la certeza para caer en la incertidumbre de la caída libre.
Cuando me marcho, me siento ligero en ambos sentidos, todavía en menos que la gravedad normal y todavía más lleno de luz que en la oscuridad. Pero la gravedad regresa cuando pienso en decirles a mis amigos lo que voy a hacer. Creo que no les gustará más que a la abogada del Centro.
El señor Aldrin viene a decirnos que la compañía no está de acuerdo en proporcionarnos el tratamiento TodaUnaVida en este momento, aunque puede (recalca que es sólo una posibilidad) ayudar a aquellos de nosotros que quieran someterse al tratamiento TodaUnaVida después del otro tratamiento, si tiene éxito.
—Es demasiado peligroso seguirlos juntos —dice—. Aumenta el riesgo, y si algo sale mal duraría más tiempo.
Creo que él debería decirlo claramente: si el tratamiento resulta perjudicial quedaremos peor y la compañía tendrá que mantenernos más tiempo. Pero sé que las personas normales no dicen las cosas claramente.
No hablamos entre nosotros cuando se marcha. Los demás me miran todos, pero no dicen nada. Espero que Linda siga el tratamiento, de todas formas. Quiero hablarle más de las estrellas y la gravedad y la velocidad de la luz y la oscuridad.
En mi oficina, llamo a la señora Beasley, de Ayuda Legal, y le digo que he decidido seguir el tratamiento. Ella me pregunta si estoy seguro. No estoy completamente seguro, pero sí lo bastante. Luego llamo al señor Aldrin y se lo digo. Él también me pregunta si estoy seguro.
—Sí —digo, y entonces pregunto—: ¿Va a seguirlo su hermano? —Me he estado preguntando por su hermano.
—¿Jeremy? —Parece sorprendido por mi pregunta. Creo que es una pregunta razonable—. No lo sé, Lou. Depende del tamaño del grupo. Si lo abren a gente de fuera, me plantearé preguntárselo. Si pudiera vivir por su cuenta, si pudiera ser más feliz...
—¿No es feliz?
El señor Aldrin suspira.
—Yo... no hablo mucho de él —dice. Yo espero. No hablar mucho sobre algo no significa que alguien no quiera hablar sobre eso. El señor Aldrin se aclara la garganta y entonces continúa—. No, Lou, no es feliz. Es... muy deficiente. Los médicos... mis padres... toma mucha medicación y nunca ha aprendido a hablar muy bien.
Creo que comprendo lo que no dice. Su hermano nació demasiado pronto, antes de los tratamientos que me ayudaron a mí y a los demás. Tal vez no recibió el mejor tratamiento, ni siquiera los tratamientos disponibles en su época. Pienso en las descripciones de los libros; imagino a Jeremy atascado donde yo estaba cuando era niño.
—Espero que el nuevo tratamiento funcione —digo—. Espero que funcione para él también.
El señor Aldrin hace un sonido que no comprendo; cuando vuelve a hablar, su voz es ronca.
—Gracias, Lou. Eres... eres un buen hombre.
No soy un buen hombre. Soy sólo un hombre, pero me gusta que piense que soy bueno.
Tom y Lucía y Marjory están todos en el salón cuando llego. Están hablando sobre el nuevo torneo. Tom me mira.
—Lou... ¿lo has decidido?
—Sí. Lo haré.
—Bien. Tendrás que rellenar este impreso de participación...
—Eso no —digo. Me doy cuenta de que él no sabía que estoy hablando de otra cosa—. No combatiré en este torneo.
¿Volveré a participar en otro torneo? ¿Querrá practicar la esgrima el futuro yo? ¿Se puede practicar la esgrima en el espacio? Creo que sería muy difícil en caída libre.
—Pero dijiste... —dice Lucía; entonces su cara cambia, parece aplanarse por la sorpresa—. Oh, quieres decir... ¿vas a seguir el tratamiento?
—Sí —respondo. Miro a Marjory. Ella está mirando a Lucía y luego me mira a mí, y luego otra vez a Lucía. No recuerdo haber hablado con Marjory sobre el tratamiento.
—¿Cuándo? —pregunta Lucía antes de que yo tenga tiempo de pensar en cómo explicárselo a Marjory.
—Empezaré el lunes. Tengo un montón de cosas que hacer. Tengo que trasladarme a la clínica.
—¿Estás enfermo? —dice Marjory; su cara está pálida ahora—. ¿Te pasa algo?
—No estoy enfermo. Hay un tratamiento experimental que puede volverme normal.
—¡Normal! Pero, Lou, tú estás bien como estás. Me gusta como eres. No tienes que ser nadie más. ¿Quién te ha estado diciendo eso?
Parece enfadada. No sé si está enfadada conmigo o con alguien que me ha dicho que necesito cambiar. No sé si debería contarle la historia completa o sólo parte. Se lo diré todo.
—Empezó porque el señor Crenshaw en el trabajo quería eliminar nuestra unidad —digo—. Conocía ese tratamiento. Dijo que ahorraría dinero.
—Pero eso... eso es coacción. Está mal. Va contra la ley. No puede hacer eso...
Está realmente enfadada ahora, el color viene y se va de sus mejillas. Eso hace que quiera agarrarla y abrazarla. Eso no es adecuado.
—Así es como empezó —digo—. Pero tienes razón: no podía hacer lo que dijo que iba a hacer. El señor Aldrin, nuestro supervisor, encontró un modo de detenerlo.
Todavía estoy sorprendido por esto. Estaba seguro de que el señor Aldrin había cambiado de opinión y que no nos ayudaría. Sigo sin comprender qué hizo el señor Aldrin para detener al señor Crenshaw y conseguir que perdiera su empleo y fuera escoltado hasta la salida por guardias de seguridad con sus cosas en una caja. Les cuento lo que dijo el señor Aldrin y luego lo que dijeron los abogados en la reunión.
—Pero ahora quiero cambiar —digo, al final.
Ella inspira profundamente. Me gusta verla respirar así: la parte delantera de su ropa se tensa.
—¿Por qué? —pregunta con voz más tranquila—. ¿No será por... por... nosotros, quiero decir? ¿Por mí?
—No. No es por ti. Es por mí.
Sus hombros se hunden. No sé si es alivio o tristeza.
—¿Entonces ha sido Don? ¿Te obligó a hacer esto, te convenció de que no estabas bien como estabas?
—No ha sido Don... no sólo Don...
Es obvio, creo, y no sé por qué ella no lo ve. Estaba allí cuando el guardia de seguridad del aeropuerto me detuvo y se me atascaron las palabras y ella tuvo que ayudarme. Ella estaba allí cuando tuve que hablar con el agente de policía y se me atascaron las palabras y Tom tuvo que ayudarme. No me gusta ser el que siempre necesita ayuda.
—Es por mí —repito—. No quiero tener problemas en el aeropuerto y a veces con otras personas cuando es difícil hablar y tener a la gente mirándome. Quiero ir a sitios y aprender cosas. No sabía que pudiera aprender...
Su cara vuelve a cambiar, suavizándose, y su voz pierde parte de su tono emocional.
—¿Cómo es el tratamiento, Lou? ¿Qué sucederá?
Abro el paquete que he traído. Se supone que no podemos hablar del tratamiento porque es propiedad privada y experimental, pero creo que eso es una mala idea. Si las cosas salen mal, alguien de fuera debería saberlo. No le dije a nadie que iba a sacar este paquete, y no me detuvieron.
Empiezo a leer. Casi de inmediato, Lucía me para.
—Lou... ¿entiendes este material ahora?
—Sí. Creo que sí. Después de Cego y Clinton, pude leer con bastante facilidad las revistas on-line.
—¿Por qué no me dejas leerlo, entonces? Lo entiendo mejor si veo las palabras. Luego podemos hablar al respecto.
En realidad, no hay nada de lo que hablar. Voy a hacerlo. Pero le tiendo a Lucía el paquete, porque siempre es más fácil hacer lo que Lucía dice. Marjory se acerca a ella y ambas empiezan a leer. Miro a Tom. Él alza las cejas y niega con la cabeza.
—Eres valiente, Lou. Lo sabía, pero esto... No sé si yo tendría agallas para dejar que nadie juegue con mi cerebro.
—Tú no tienes que hacerlo. Eres normal. Tienes un trabajo fijo. Tienes a Lucía y esta casa.
No puedo decir el resto de lo que pienso, que está cómodo con su cuerpo, que ve y oye y saborea y huele y siente lo que hacen los demás, de modo que su realidad cuadra con la de ellos.
—¿Crees que volverás con nosotros?
—No lo sé —respondo—. Espero que siga gustándome la esgrima, porque me divierte, pero no lo sé.
—¿Tienes tiempo para quedarte esta noche?
—Sí.
—Entonces vamos fuera.
Se levanta y se encamina hacia la sala donde está el equipo. Lucía y Marjory se quedan leyendo. Cuando llegamos a la sala del equipo, él se vuelve hacia mí.