La velocidad de la oscuridad (45 page)

BOOK: La velocidad de la oscuridad
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—Lou, ¿estás seguro de que no vas a hacerlo porque estás enamorado de Marjory? ¿Porque quieres ser un hombre normal para ella? Eso sería muy noble, pero...

Siento que me acaloro de arriba a abajo.

—No es por ella. Me gusta. Quiero acariciarla y abrazarla y... cosas que no son adecuadas. Pero esto es...

Extiendo la mano y toco el extremo del mueble que contiene las espadas, porque de pronto estoy temblando y tengo miedo de caerme.

—Las cosas no se quedan siempre igual —digo—. Yo no soy el mismo. No puedo no cambiar. Esto es sólo... cambiar más rápido. Pero lo elijo yo.

—«Teme al cambio y te destruirá; abraza el cambio y crecerás» —dice Tom, con la voz que utiliza para las citas. No sé a quién está citando. Entonces, con su voz normal, con un poco de humor, dice—: Escoge tu arma, pues, si no vas a venir en una temporada, quiero asegurarme de que me desquito esta noche.

Tomo las espadas y la careta y me pongo la chaqueta de cuero antes de acordarme de que no he hecho los estiramientos. Me siento en el patio y me pongo a hacer los ejercicios. Aquí hace más frío; las losas están duras y frías bajo mi cuerpo.

Tom se sienta frente a mí.

—He hecho los míos, pero nunca vienen mal unos cuantos más cuando te haces viejo —dice. Puedo ver, cuando se inclina para llevarse la cara a la rodilla, que el pelo de su coronilla empieza a escasear, y que hay canas en él. Se pone un brazo sobre la cabeza y tira con el otro brazo—. ¿Qué harás cuando termines el tratamiento?

—Me gustaría ir al espacio.

—¿Tú...? Lou, nunca dejas de sorprenderme. —Pone el otro brazo por encima de su cabeza y tira del codo—. No sabía que quisieras ir al espacio. ¿Desde cuándo?

—Desde que era pequeño. Pero sabía que no podía. Sabía que no era adecuado.

—¡Cuando pienso en el despilfarro...! —dice Tom, inclinando ahora la cabeza hacia su otra rodilla—. Lou, por mucho que me haya preocupado por esto, ahora creo que tienes razón. Tienes demasiado potencial para quedarte atrapado por un diagnóstico el resto de tu vida. Aunque vaya a dolerle a Marjory que te apartes de ella.

—No quiero lastimar a Marjory. No creo que me aparte de ella.

—Lo sé. Te gusta mucho... no, la amas. Eso está claro. Pero, Lou... ella es una mujer agradable, pero como dices, estás a punto de hacer un gran cambio. No serás la misma persona.

—Siempre me gustará... siempre la amaré —digo. No había pensado que volverme normal hiciera eso más difícil o imposible. No comprendo por qué Tom lo piensa así—. No creo que ella fingiera que le gusto sólo para investigarme, por mucho que lo diga Emmy.

—Santo cielo, ¿a quién se le ha ocurrido eso? ¿Quién es Emmy?

—Alguien del Centro —digo. No quiero hablar de Emmy, así que me apresuro—. Emmy dijo que Marjory era investigadora y que sólo hablaba conmigo como sujeto, no como amigo. Marjory me dijo que su investigación trataba de desórdenes neuromusculares, así que supe que Emmy se equivocaba.

Tom se levanta, y yo me levanto también.

—Pero para ti... es una gran oportunidad.

—Lo sé. Quería... lo pensé una vez, casi le pedí salir, pero no sé cómo.

—¿Crees que el tratamiento te ayudará?

—Tal vez. —Me pongo la careta—. Pero si no me ayuda con esto, lo hará con otras cosas, creo. Y siempre me gustará.

—Estoy seguro de que sí, pero no será lo mismo. No puede ser. Es como cualquier sistema, Lou. Si yo pierdo un pie, puede que todavía pueda practicar esgrima, pero mis pautas serían diferentes, ¿verdad?

No me gusta pensar en Tom perdiendo un pie, pero comprendo lo que quiere decir. Asiento.

—Así que si produces un gran cambio en quien eres, entonces Marjory y tú estaréis en una pauta diferente. Puede que estéis más cerca, o puede que os distanciéis.

Ahora sé lo que no sabía hace unos minutos, que tenía un pensamiento profundo y oculto sobre Marjory y el tratamiento y yo. Pensaba que sería más fácil. Tenía la esperanza de que si yo fuera normal podríamos ser normales juntos, podríamos casarnos y tener niños y una vida normal.

—No será lo mismo, Lou —dice de nuevo Tom desde detrás de su careta. Veo el brillo de sus ojos—. No puede ser.

La esgrima es igual y no es igual. Las pautas de Tom están más claras cada vez que me bato con él, pero mi pauta se concentra y se desconcentra. Mi atención vacila. ¿Saldrá Marjory al patio? ¿Practicará? ¿Qué están diciendo Lucía y ella sobre los documentos de consentimiento? Cuando me concentro puedo tocar a Tom, pero luego pierdo la pista de dónde está en su pauta y él me toca. Van tres botonazos de cinco cuando Marjory y Lucía salen, y Tom y yo acabamos de detenernos a respirar. Aunque es una noche fría, estamos sudando.

—Bien —dice Lucía. Espero. No dice nada.

—A mí me parece peligroso —dice Marjory—. Jugar con la reabsorción neural y luego la regeneración. Pero no he leído la investigación original.

—Pueden salir mal demasiadas cosas —dice Lucía—. La inserción viral de material genético es cosa antigua, una técnica demostrada. Reparación nanotecnológica de cartílagos, mantenimiento de venas, control de inflamaciones, bien. Chips programables para las heridas de la espina dorsal, de acuerdo. Pero toquetear los interruptores genéticos... todavía no han resuelto todos los contratiempos. Ese lío con la médula en la regeneración ósea... claro que no son nervios y que fue con niños, pero de todas formas... —No sé de qué está hablando, pero no quiero otro motivo más para asustarme—. Lo que más me molesta es que todo queda en casa, en tu empresa, un jaleo incestuoso si alguna vez he visto uno. Si algo sale mal, no tienes ningún abogado que te defienda. Tu representante de Ayuda Legal no tiene la experiencia médica... Pero es tu decisión.

—Sí —digo. Miro a Marjory. No puedo evitarlo.

—Lou... —Sacude la cabeza, y sé que no va a decir lo que iba a decir—. ¿Quieres practicar?

No quiero. Quiero sentarme con ella. Quiero tocarla. Quiero cenar con ella y acostarme con ella. Pero eso es algo que no puedo hacer, todavía no. Me levanto y me pongo la careta.

Lo que siento cuando su hoja toca la mía no puedo describirlo. Es más fuerte que antes. Siento mi cuerpo tensarse, reaccionando, de un modo que no es adecuado, pero es maravilloso. Quiero que esto continúe y quiero detenerme y agarrarla. Me refreno, para no hacer contacto demasiado rápidamente, y para que esto dure.

Todavía podría preguntarle si quiere cenar conmigo. Podría hacerlo antes o después del tratamiento. Tal vez.

Jueves por la mañana. Hace frío y viento y unas nubes grises surcan el cielo. Estoy escuchando la
Misa en do mayor
de Beethoven. La luz parece pesada y lenta, aunque el viento se mueve veloz. Dale, Bailey y Eric ya están aquí... o están sus coches. El de Linda no está en su plaza todavía; ni el de Chuy. Mientras voy caminando del aparcamiento al edificio, el viento hace revolotear mis pantalones contra mis piernas; puedo sentir el ondular del tejido contra mi piel; parece como si fuera muchos dedos. Recuerdo haberle suplicado a mi madre que cortara las etiquetas de las camisetas cuando era pequeño, hasta que fui lo bastante mayor para hacerlo yo solo. ¿Seguiré advirtiendo eso después?

Oigo un coche detrás de mí y me vuelvo. Es el coche de Linda. Aparca en su lugar habitual. Sale sin mirarme.

En la puerta, inserto la tarjeta, pongo el pulgar sobre la placa y el cierre chasquea. Empujo la puerta para abrirla y espero a Linda. Ha abierto el maletero de su coche y está sacando una caja. Es como la caja que tenía el señor Crenshaw, pero sin marca.

No se me ha ocurrido traer una caja para guardar las cosas. Me pregunto si encontraré una durante la hora del almuerzo. Me pregunto si el hecho de que Linda haya traído una caja significa que ha decidido seguir el tratamiento.

Ella sujeta la caja bajo un brazo. Camina rápido, el viento le echa hacia atrás el pelo. Normalmente lo lleva recogido; no sabía que pudiera ondear de esa manera con el viento. Su cara parece distinta, despejada y vacía, como si fuera una talla sin ningún miedo ni preocupación.

Camina junto a mí sujetando la caja y yo la sigo al interior. Me acuerdo de tocar la pantalla para indicar que dos personas entran con una tarjeta. Bailey está ya en el pasillo.

—Llevas una caja —le dice a Linda.

—He pensado que alguien podría necesitarla. La traigo por si acaso.

—Yo traeré una caja mañana —dice Bailey—. Lou, ¿te marchas hoy o mañana?

—Hoy —digo yo. Linda me mira y sujeta la caja—. Podría usarla —digo, y ella me la tiende sin mirarme a los ojos.

Entro en mi oficina. Ya parece extraña, como si fuera la oficina de otra persona. Si la dejo, ¿parecerá así de extraña cuando vuelva? Pero como ya parece extraña ahora, ¿significa eso que ya estoy viviendo en parte después?

Muevo el pequeño ventilador que hace girar las espirales y los voladores y luego lo vuelvo a dejar como estaba. Me siento en la silla y miro de nuevo. Es la misma oficina. Yo no soy la misma persona.

Miro en los cajones de mi mesa y no veo más que el mismo montón de manuales. En el fondo del cajón (aunque no lo he mirado desde hace mucho tiempo) está el
Manual del empleado
. Encima están los distintos manuales de actualización del sistema. Se supone que no deben ser impresos, pero es más fácil leer cosas en papel porque las letras están absolutamente quietas. Todo el mundo usa mis manuales. No quiero dejar estas copias ilegales aquí mientras estoy en tratamiento. Los saco todos y le doy la vuelta al montón para que el
Manual del empleado
quede encima. No sé qué hacer con ellos.

En el cajón del fondo hay un viejo móvil que antes tenía colgado hasta que el pez más grande se dobló. Ahora la brillante superficie de los peces tiene manchitas negras. Lo saco, dando un respingo por el tintineo que hace, y froto una de las manchas negras. No se va. Parece feo. Lo meto en la cesta, dando un respingo de nuevo por el ruido.

En el cajón fino, bajo el tablero, tengo bolis de colores y un pequeño monedero de plástico con suelto para la máquina de refrescos. Me guardo el monedero en el bolsillo y pongo los bolis en la mesa. Miro los estantes. Información de proyectos, archivos, cosas de la compañía. No tengo que vaciar los estantes. Quito las espirales giratorias que no son mis favoritas primero, las amarillas y plateadas y la naranja y la roja.

Oigo la voz del señor Aldrin en el pasillo, hablando con alguien. Abre mi puerta.

—Lou... se me olvidó recordarle a todo el mundo que no sacara del campus ningún trabajo del proyecto. Si quieres guardar material relacionado con el proyecto, puedes marcarlo con una etiqueta que explique que debe ser almacenado en lugar seguro.

—Sí, señor Aldrin —digo. Me siento incómodo por los manuales de actualización del sistema que hay en la caja, pero no están relacionados con el proyecto.

—¿Estarás en el campus mañana?

—No lo creo —digo—. No quiero empezar algo y dejarlo sin terminar, y lo tendré todo despejado hoy.

—Bien. ¿Recibiste mi lista de preparativos recomendados?

—Sí.

—Bien, entonces. Yo... —Mira por encima del hombro y entonces entra en mi oficina y cierra la puerta. Siento que me tenso; el estómago me arde—. Lou... —Vacila, se aclara la garganta, aparta la mirada—. Lou, yo... quiero decirte que lamento que todo esto haya sucedido.

No sé qué respuesta espera. No digo nada.

—Nunca quise... si hubiera sido por mí, las cosas no habrían cambiado...

Se equivoca. Las cosas habrían cambiado. Don seguiría enfadado conmigo. Yo me habría seguido enamorando de Marjory. No estoy seguro de por qué dice esto; tiene que saber que las cosas cambian, le guste a la gente o no. Un hombre puede permanecer junto a un estanque semanas, años, pensando que el ángel va a venir, antes de que alguien lo detenga y le pregunte si quiere curarse.

La expresión del señor Aldrin me recuerda cómo me he sentido tan a menudo. Me doy cuenta de que está asustado. Normalmente está asustado de algo. Duele estar asustado durante mucho tiempo; sé que duele. Desearía que no tuviera esa expresión, porque me hace sentir que debería hacer algo al respecto y no sé qué hacer.

—No es culpa suya —digo. Su cara se relaja. He dicho lo que era adecuado. Es demasiado fácil. Puedo decirlo, ¿pero lo convierte eso en verdad? Las palabras pueden estar equivocadas. Las ideas pueden estar equivocadas.

—Quiero estar seguro de que realmente... de que realmente quieres el tratamiento —dice él—. De que no hay absolutamente ninguna presión...

Vuelve a equivocarse, aunque puede que tenga razón en que no hay ninguna presión por parte de la compañía ahora. Ahora que sé que vendrá el cambio, ahora que sé que este cambio es posible, la presión crece en mí, como el aire llena un globo o la luz llena el espacio. La luz no es pasiva; la luz en sí misma presiona sobre todo lo que toca.

—Es mi decisión —digo. Quiero decir que, acertado o equivocado, es lo que yo he decidido. Yo también puedo equivocarme.

—Gracias, Lou. Tú... todos vosotros... significáis mucho para mí.

No sé qué significa «significar mucho». Literalmente significaría que nosotros tenemos mucho significado, que él puede entender, y no creo que eso sea lo que está diciendo el señor Aldrin. No pregunto. Sigo sintiéndome incómodo cuando pienso en las veces que habló con nosotros. No digo nada. Después de nueve segundos y tres décimas asiente y se da media vuelta para marcharse.

—Cuídate. Buena suerte.

Yo entiendo «ten cuidado», pero no me parece que «cuídate» esté tan claro. No me voy a cuidar, tendrán que cuidarme. Tampoco digo nada. Después puede que ni siquiera piense en eso. Debería empezar ahora a pensar en cómo será después.

Advierto que él no dice «Espero que te cures». No sé si está siendo cortés y amable o si piensa que no saldrá bien. No pregunto. Su busca suena y él vuelve a salir al pasillo. No cierra mi puerta. No está bien escuchar las conversaciones de otras personas, pero no es amable cerrarle la puerta a alguien que tiene autoridad. No puedo evitar escuchar lo que dice, aunque no oigo lo que dice la otra persona.

—Sí, señor. Estaré allí.

Sus pisadas se alejan. Me relajo, inspiro profundamente. Quito mis espirales giratorias favoritas y suelto los voladores de sus peanas. La habitación parece desnuda, pero mi mesa está abarrotada. No sé si cabrá todo en la caja de Linda. Tal vez pueda encontrar otra caja. Cuanto antes empiece, antes terminaré. Al salir al pasillo, Chuy está en la puerta, esforzándose por mantenerla abierta y cargar varias cajas. Le sostengo la puerta.

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