Por fin, el prisionero quedó indefenso y preparado. Un líquido transparente brotó de un ojo y de la comisura de la boca. La servo bomba envió un fluido magnetizador por la intravenosa.
Otra alma liberada, otra nave androide preparada para conquistar el imperio humano.
Dev intentó hacer caso omiso del rostro húmedo y el inquietante temor del prisionero, y apoyó una esbelta mano morena sobre su hombro izquierdo.
—Todo irá bien —dijo con voz suave—. No duele. Le espera una sorpresa maravillosa.
Por fin, todos los prisioneros del día fueron tecnificados, salvo una hembra, que se liberó de los guardias p'w'ecks y se golpeó la cabeza contra una mampara antes de que Dev pudiera atraparla. Tras esforzarse varios minutos en revivirla, el maestro Firwirrung dejó caer la cabeza y la cola.
—Es inútil —silbó con pesar—. Una triste pérdida. Recicladla.
Dev limpió. La tecnificación era un trabajo noble, y se sentía orgulloso de su participación en el proceso, aunque su papel era el de un mero criado que calmaba a los sujetos mediante la Fuerza. Deslizó su ionizador en la parte inferior de una estantería, con la parte plana hacia arriba, y después introdujo su extremo puntiagudo en la vaina hasta que se oyó un clic. La nudosa culata, especialmente diseñada para su mano de cinco dedos, quedó colgando bajo la paleta.
Firwirrung condujo a Dev por espaciosos pasillos hasta sus aposentos, donde sirvió un ksaa tranquilizador para ambos. Dev bebió agradecido, sentado en la única silla del camarote circular. Los ssi-ruuk no necesitaban muebles. Firwirrung siseó complacido y descansó su cola y cuartos traseros sobre la cálida cubierta gris.
—¿Estás contento, Dev? —preguntó.
Sus líquidos ojos negros parpadearon sobre la taza de ksaa y reflejaron el amargo tónico rojo.
Era una oferta de consuelo. Siempre que la vida afligía a Dev, siempre que echaba de menos la sensación de totalidad que le acompañaba cuando la Fuerza de su madre se unía a él, Firwirrung le llevaba a presencia del Anciano Sh'tk'ith para una nueva terapia.
—Muy contento —contestó con sinceridad Dev—. Un buen día de trabajo. Muy agradable.
Firwirrung asintió.
—Muy agradable —repitió. Sus lenguas olfativas asomaron por las fosas nasales, para saborear y oler la presencia de Dev—. Proyéctate, Dev. ¿Qué ves esta noche en el universo oculto?
Dev sonrió levemente. El amo le había hecho un cumplido. Todos los ssi-ruuk eran ciegos a la Fuerza. Dev sabía ahora que era el único ser perceptivo, humano o no, que habían encontrado.
Gracias a él, los ssi-ruuk habían sabido la muerte del emperador pocos momentos después de que ocurriera. Porque la Fuerza existía en toda vida, había sentido la onda de choque energética que se había transmitido mediante el espíritu y el espacio.
Meses atrás, Su Potencia el Shreeftut había respondido de inmediato cuando el emperador Palpatine ofreció prisioneros a cambio de diminutos cazas androide de dos metros. Palpatine ignoraba cuántos millones de ssi-ruuk vivían en Lwhekk, aquel distante racimo de estrellas. El almirante Ivpikkis capturó e interrogó a varios ciudadanos imperiales. Averiguó que aquel imperio humano abarcaba pársecs. Sus sistemas estelares se extendían como fértiles arenas sembradas de nidos, ideales para plantar la semilla de la vida ssi-ruuvi.
Y entonces, el emperador murió. No habría trato. Los traidores humanos les habían abandonado para volver a casa como pudieron, casi agotada la energía de la flota. El almirante Ivpikkis se había adelantado con el crucero de batalla
Shriwirr
y una pequeña fuerza de avanzadilla compuesta por media docena de naves de combate, con equipos de apoyo tecnificados. La flota principal se mantuvo alejada, a la espera de noticias que confirmaran el éxito o el fracaso.
Si podían apoderarse de un planeta humano importante, aquel equipo de tecnificación, propiedad del maestro Firwirrung, les conseguiría el imperio humano. Cuando cayera Bakura, les proporcionaría la tecnología necesaria para fabricar docenas de sillas de tecnificación. Cada bakurano tecnificado significaría energía o protección para un caza de combate androide, o infundiría nueva vida a algún componente fundamental de un gran crucero. Con docenas de grupos de tecnificación adiestrados y equipados, la flota ssi-ruuvi podría conquistar los populosos planetas humanos del Núcleo. Había doce mil planetas que liberar. Una labor muy agradable.
Dev casi reverenciaba la valentía de sus amos al ir tan lejos y arriesgar tanto por el bien del imperio ssi-ruuvi y la liberación de las demás especies. Si un ssi-ruuvi moría lejos de un planeta natal consagrado, su espíritu vagaría por las galaxias por siempre jamás.
Dev meneó la cabeza y contestó.
—Afuera, sólo percibo los silenciosos vientos de la vida. A bordo del
Shriwirr
, dolor y confusión en tus nuevos hijos.
Firwirrung acarició el brazo de Dev, y sus tres garras oponibles apenas enrojecieron la suave piel sin escamas. Dev sonrió, solidario con su amo. Firwirrung no tenía compañeros de nido a bordo, y la vida militar significaba horas de soledad y peligros terribles.
—Amo —dijo Dev—, ¿algún día volveremos a Lwhekk?
—Es posible que tú y yo nunca volvamos a casa, Dev, pero pronto consagraremos un nuevo mundo natal en tu galaxia. Enviaremos a buscar a nuestra familias…
Mientras Firwirrung contemplaba el nido de dormir, una vaharada de acre aliento reptiliano azotó la cara de Dev.
Dev ni siquiera pestañeó. Estaba acostumbrado a aquel olor. Sus olores corporales mareaban a los ssi-ruuk, de modo que se bañaba y bebía disolventes especiales cuatro veces al día. En las ocasiones especiales, se afeitaba todo el vello.
—Un nido de tu especie —murmuró.
Firwirrung ladeó la cabeza y miró con un ojo negro.
—Tu trabajo me acerca más a ese nido, pero ahora estoy cansado.
—Te estoy manteniendo despierto —dijo Dev, arrepentido—. Ve a descansar, por favor. No tardaré.
Cuando Firwirrung se aovilló en su montón de almohadas, el cuerpo caliente gracias a los generadores situados bajo la cubierta y los párpados triples cubriendo sus hermosos ojos negros, Dev tomó su baño vespertino y bebió el medicamento desodorante. Para distraer su mente de los calambres abdominales que siempre le producían, acercó su silla a un largo escritorio/mostrador curvo. Sacó un libro de la biblioteca que había dejado sin acabar y lo cargó en su lector.
Durante meses, había trabajado en un proyecto que tal vez beneficiaría a la humanidad más que sus propios esfuerzos. De hecho, temía que los ssi-ruuk le tecnificaran en circuitos para completar su obra, y no en el androide de combate al que aspiraba.
Sabía leer y escribir antes de que los ssi-ruuk le adoptaran, tanto letras como música. Combinando aquellas simbologías, estaba diseñando un sistema para escribir ssi-ruuvi, destinado al uso de los humanos. En el aspecto musical, anotaba tonos. Los símbolos que había inventado equivalían a silbidos con toda la lengua, la mitad de la lengua y guturales. Las letras significaban vocales y combinaciones con un chasquido final.
Ssi-ruu
exigía toda una línea de datos: el silbido con media lengua se elevaba a una quinta perfecta, mientras la boca formaba la letra
e
. Después, un silbido labial con la boca fruncida, bajando a una tercera menor.
Ssi-ruu
era el singular. El plural,
ssi-ruuk
, finalizaba con un chasquido de garganta. El ssi-ruuvi era complicado pero hermoso, como el canto de los pájaros que Dev recordaba de su juventud, en el planeta G'rho.
Dev tenía un buen oído, pero la compleja tarea le abrumaba en la última hora de su tiempo libre. En cuanto los calambres y las náuseas cesaban, cerraba su lector y reptaba en la oscuridad hacia el olor algo fétido del lecho de Firwirrung. De sangre demasiado caliente, amontonaba almohadas para aislarse del calor procedente de los aposentos situados bajo la cubierta. Después se acurrucaba lejos de su amo y pensaba en su hogar.
Las habilidades de Dev habían llamado la atención de su madre desde una edad muy temprana, allá en Chandrila. Una aprendiza de Jedi que no había terminado su adiestramiento le había enseñado algunas cosas sobre la Fuerza. Dev lograba comunicarse con ella desde lejos.
Después, llegó el Imperio. Se produjo una purga de candidatos a Jedi. La familia huyó al aislado G'rho.
Apenas se habían instalado, cuando aparecieron los ssi-ruuk. El sentido de la Fuerza de su madre se desvaneció, y le dejó lejos de casa, solo y aterrorizado de las naves espaciales invasoras. El maestro Firwirrung siempre había dicho que sus padres habrían matado a Dev de haber podido, antes que dejarlo en manos de los ssi-ruuk. Una idea terrible: ¡su propio hijo!
Pero Dev había escapado a la muerte en ambos casos. Los exploradores ssi-ruuvi le encontraron escondido en un barranco erosionado. Fascinado por los gigantescos lagartos de redondos ojos negros, el diminuto niño de diez años había aceptado su comida y afecto. Le llevaron de vuelta a Lwehekk, donde vivió durante cinco años. Por fin, descubrió por qué no le habían tecnificado. Sus increíbles facultades mentales le convertirían en un explorador ideal para acercarse a los demás sistemas humanos. También le permitieron calmar a los sujetos tecnificados. Deseaba recordar lo que había dicho o hecho para revelar aquel talento.
Había enseñado a los ssi-ruuk todo cuanto sabía sobre la humanidad, desde las pautas mentales y las costumbres hasta la indumentaria (incluyendo los zapatos, lo cual les divertía). Ya les había ayudado a capturar varios puestos de avanzadilla humanos. Bakura sería el planeta clave… ¡y estaban ganando! Pronto, los bakuranos imperiales huirían de las naves de guerra y los ssi-ruuk podrían acceder a los centros poblados de Bakura. Una docena de naves de aterrizaje p'w'eck iban cargadas con botes paralizadores, dispuestos a ser lanzados.
Dev ya había anunciado a los bakuranos, mediante una frecuencia de comunicación corriente, la buena noticia de su inminente liberación de las limitaciones humanas. El maestro Firwirrung afirmaba que su resistencia era muy normal. Al contrario que los ssi-ruuk, los humanos temían a lo desconocido. La tecnificación era un cambio sin posibilidad de regreso.
Dev bostezó. Sus amos le protegerían del Imperio, y algún día le recompensarían. Firwirrung le había prometido estar a su lado y bajar el arco de captación en persona.
Dev se acarició la garganta. Las intravenosas se clavarían… allí. Y allí. Algún día, algún día.
Se cubrió la cabeza con los brazos y durmió.
L
as estelas de estrellas se encogieron en el mirador triangular de Luke cuando el
Frenesí
y sus siete naves de escolta salieron del hiperespacio. Una vez comprobados los escudos deflectores, giró en su silla para recibir el informe sobre el estado de los sistemas, suministrado por el ordenador principal, en tanto el oficial de comunicaciones de la capitán Manchisco analizaba las frecuencias de comunicación imperiales habituales. Luke se sentía mejor, siempre que se moviera con lentitud.
Los analizadores mostraron ocho planetas, ninguno en el punto de su órbita que el Navegante Principal de la Alianza había proyectado. Ahora se alegró de que Manchisco hubiera hecho caso omiso de su impaciencia, planeado la maniobra con toda cautela y salido del hiperespacio en el sistema exterior. La mujer le dirigió una mirada significativa. Se tocó una ceja a modo de saludo, y después asintió en dirección al navegante duro, que parpadeó con sus enormes ojos rojos y farfulló algo ininteligible.
—Dice que de nada —tradujo Manchisco.
Media docena de ovoides erizados de burbujas se habían congregado alrededor del tercer planeta del sistema, rodeados en sus pantallas por un enjambre de cazas pequeños. Todos habían encendido la luz roja de «amenaza», pero maniobraban locamente en la pantalla, rompían la formación y volvían a agruparse, se aproximaban y alejaban. Era obvio que no todos pertenecían al mismo bando. Miró a la niña de los ojos del general Dodonna, el Ordenador de Análisis de Batalla. Había accedido a traer un prototipo OAB, y ahora necesitaba datos para alimentarlo.
—Eso parece una fiesta, pequeñín.
Oyó a Han por el altavoz situado a su lado.
—Estoy de acuerdo —contestó Luke—. Hemos enviado una llamada a los imperiales. Es absurdo…
—Señor —le interrumpió el responsable de las comunicaciones.
—No cuelgue. —Luke se volvió con brusquedad y sufrió una rampa en la pierna. Casi se había curado—. ¿Ha captado algo?
El joven virgiliano de pecho ancho señaló una luz verde que parpadeaba en su consola. Alguien había dado el visto bueno a la transmisión. Luke carraspeó. Antes de abandonar Endor, Leia le había dado una lista de lo que podía decir. Pero no era su estilo.
Además, no iba a tratar con un político o un diplomático. Se trataba de un comandante enfrascado en una batalla, que sólo podía dedicar unos segundos a cada decisión.
—Marina Imperial —habló Luke—, al habla un grupo de combate de la Alianza. Hemos izado bandera blanca. Da la impresión de que necesitan ayuda. ¿Aceptarían la nuestra, como hermanos de raza?
Había alienígenas entre los rebeldes, por supuesto, además de Chewbacca y el navegante duro de Manchisco. Diecisiete mon calamari componían la tripulación de una Cañonera, pero los chovinistas humanos imperiales no tenían por qué saberlo… todavía.
El altavoz crepitó. Luke conectó con una frecuencia de la Alianza, e imaginó a un curtido veterano imperial examinando frenéticamente el procedimiento establecido para tratar con los rebeldes.
—A todos los cazas: mantengan la formación defensiva. Protéjannos. No sabemos qué van a hacer.
Fragmentos musicales y voces diversas resonaron en el puente del
Frenesí
.
—Grupo de combate de la Alianza, al habla el comandante Pter Thanas, de la Marina Imperial. Anuncien sus propósitos —se oyó a continuación; la voz poseía un timbre autoritario.
Durante los tres días pasados en el hiperespacio, Luke había vacilado entre fingir ignorancia y admitir la situación real. La capitán Manchisco enarcó una ceja, como si preguntara «¿Y bien?».
—Interceptamos un mensaje del gobernador Nereus a la flota imperial, que en estos momentos se encuentra, hum, dispersa, en su mayor parte. Tuvimos la impresión de que el problema era grave. Como ya he dicho, hemos venido en su ayuda, si es posible.