—Cuando dé la señal, salta —ordenó Luke.
—Perderé los dedos, Luke.
—Suéltate —repitió Luke—. Perderás algo más que los dedos si te quedas ahí.
—¿Existe alguna posibilidad de que me bloquees un poco los nervios con tus capacidades Jedi? Me duele horriblemente.
La voz de Wedge sonó más débil. Encogió las piernas y se dispuso a soltarse.
En momentos como aquéllos, la granja del tío Owen en Tatooine no le parecía tan mal.
—Lo intentaré —dijo—. Enséñame los cristales. Míralos fijamente.
—De acueeerdo.
Wedge dio la vuelta para mirar al interior de la escotilla. Luke dejó que la espada derivara y buscó la presencia amiga de Wedge. Confió en que no se resistiera, en que le dejara…
A través de los ojos de Wedge, y mientras combatía el terrible dolor que sufría la mano del piloto, Luke divisó un par de joyas redondas y multifacetadas, una en su palma, mientras la otra, al extremo de un mecanismo de resorte, se clavaba en el dorso de su mano. Del tamaño de un puño, arrojaban reflejos dorados, producidos por la espada de luz, sobre el traje naranja de Wedge. Luke pensó que el guante de vuelo no bastaría para mantenerlas apartadas, de lo contrario habría indicado a Wedge que se desprendiera de él. Una breve despresurización no afectaba demasiado a las extremidades.
Si Wedge saltaba, Luke sólo contaría con un segundo, a lo sumo, para liberar un cristal, y muy poco tiempo más antes de que Wedge se desmayara. Wedge estaba conectado al cable y seguiría respirando, pero perdería mucha sangre. La visión era borrosa en los bordes.
Luke pellizcó la percepción del dolor de Wedge.
Demasiados malabarismos. Luke empezaba a perder el control sobre su propio dolor.
—Lo tengo —gruñó.
—¿Qué? —preguntó Wedge con voz desmayada.
—El panorama. Salta cuando cuente tres. Salta con fuerza. Uno.
Wedge no puso objeciones. Luke apretó los dientes y se acercó más a la espada. Siempre que mantuviera la vista clavada en la espada, lograría mantener el control.
—Dos.
Mientras contaba, experimentó la espada, los cristales y la brecha crítica, todo como partes de la totalidad del universo.
—Tres. —No ocurrió nada—. ¡Salta, Wedge!
Wedge se soltó. Luke se zambulló en el interior. Un cristal quedó libre y reflejó un calidoscopio verde remolineante sobre la superficie del caza X.
—Oooooh —canturreó la voz de Wedge en su oído—. Fantástico.
Giró en redondo, aferrándose la mano.
—¡Wedge, enderézate!
No hubo respuesta. Luke se mordió el labio. Estabilizó la espada y desactivó la hoja. El cable de Wedge se tensó sobre el otro caza X. Sus extremidades oscilaron al azar.
Luke conectó la radio de emergencias.
—Jefe Rogue a Hogar Uno. Explosivos desarmados. Necesito ayuda médica. ¡Ya!
Detrás de los cazas A, alejados de la zona de peligro, apareció una nave médica.
El cuerpo de Wedge se alzaba y hundía cada vez que respiraba, mientras flotaba erguido en el depósito de fluido bacterial cicatrizador de la flota. Luke había averiguado con gran alivio que salvaría los dedos. El cirujano androide Dos-Unobé dispuso el tablero de control y se volvió hacia Luke. Esbeltos miembros articulados se agitaron frente a su reluciente sección media.
—Ahora usted, señor. Póngase detrás del analizador.
—Estoy bien. —Luke apoyó su taburete contra la mampara—. Sólo cansado.
R2-D2 gorjeó con suavidad a su lado, como preocupado.
—Por favor, señor. Sólo será un momento.
Luke suspiró y arrastró los pies hacia un panel rectangular de la altura de un hombre.
—¿Vale? ¿Ya puedo marcharme?
—Un momento más —respondió la voz mecánica. A continuación, unos ruidos metálicos—. Un momento —repitió el androide—. ¿Ha experimentado visión doble en los últimos tiempos?
—Bueno… —Luke se rascó la cabeza—. Sí, pero sólo un momento.
Aquel breve mareo no debía de ser significativo.
Mientras el panel de diagnóstico se hundía en la mampara, una cama flotadora médica se proyectó desde la pared contigua a 2-1B. Luke retrocedió.
—¿Para qué es eso?
—Usted no se encuentra bien, señor.
—Sólo estoy cansado.
—Señor, mi diagnóstico es repentina y masiva calcificación de su estructura cerebral, de un tipo poco común debido a una grave exposición conductora a campos eléctricos y de otras energías.
Campos de energía. Ayer. El emperador Palpatine, que sonreía burlonamente mientras chispas blancoazuladas brotaban de sus dedos y Luke se retorcía sobre la cubierta. Luke rompió a sudar, tan reciente era el recuerdo. Pensó que iba a morir. Estaba muriendo.
—La brusca disminución de minerales en la sangre está provocando microparálisis musculares en todo su cuerpo, señor.
Por eso le dolía tanto. Hasta una hora antes, no había tenido la oportunidad de sentarse erguido y notarlo. Miró a 2-1B, desolado.
—No se trata de daños permanentes, ¿verdad? ¿No tendrá que sustituir huesos?
Se estremeció de sólo pensar en ello.
—El estado se cronificará, a menos que usted descanse y me permita tratarle —respondió la voz mecánica—. La alternativa es inmersión bacteriana.
Luke desvió la vista hacia el depósito.
Otra vez no
. Había notado el sabor de bacterias en su aliento durante toda la semana posterior. Se quitó las botas de mala gana y se extendió sobre la cama flotante.
Despertó, sobresaltado, un tiempo después.
La cara metálica de 2-1B apareció junto a su cama.
—¿Un sedante, señor?
Luke siempre había leído que los humanos tenían tres huesos en cada oreja. Ahora, estaba convencido. Podía contarlos.
—Me siento peor, en lugar de mejor —protestó—. ¿No han hecho nada?
—El tratamiento ha terminado, señor. Ahora, ha de descansar. ¿Me permite ofrecerle un sedante? —repitió con paciencia el androide.
—No, gracias —gruñó Luke.
Como Caballero Jedi, debía aprender a controlar las sensaciones, y cuanto antes mejor. El dolor era un riesgo del oficio.
Erredós gorjeó una pregunta.
Luke adivinó la traducción.
—Muy bien, Erredós. Puedes quedarte a vigilar. Echaré otra siesta.
Rodó sobre su costado. Poco a poco, su peso dibujó otro surco en el contorno flexible de la cama. Ésta era la parte mala de ser considerado un héroe. Había sido mucho peor cuando perdió la mano.
Pensándolo bien, la mano biónica no dolía.
Un punto a su favor.
Había llegado el momento de recrear el antiguo arte Jedi de autocurarse. Las lecciones esquemáticas de Yoda dejaban mucho a la imaginación.
—Voy a marcharme, señor. —2-1B giró en redondo—. Procure dormir, se lo ruego. Llame si necesita ayuda.
Una última pregunta impulsó a Luke a levantar la cabeza.
—¿Cómo está Wedge?
—La convalecencia va bien, señor. Le daremos el alta mañana.
Luke cerró los ojos y trató de recordar las lecciones de Yoda. Pies calzados con botas pasaron con rapidez ante la escotilla abierta. Ya concentrado en la Fuerza, percibió una presencia alarmada que corría por el pasillo. Por más que forzó el oído, no reconoció al individuo. Yoda había dicho que el discernimiento perfecto, incluso de los extraños, llegaría con el tiempo a medida que aprendiera el profundo silencio del yo que permitía a un Jedi distinguir las oscilaciones que producían los demás en la Fuerza.
Luke rodó sobre su costado, deseoso de dormir. Le habían ordenado dormir.
Pero seguía siendo Luke Skywalker, y tenía que saber lo que había alarmado a aquel soldado. Se incorporó con cautela y se puso en pie. Con el dolor localizado en un extremo de su cuerpo, podía disminuirlo fingiendo que sus pies no existían…, o algo por el estilo. La Fuerza no podía explicarse. Era algo que se utilizaba…, cuando te dejaba. Ni siquiera Yoda lo había visto todo.
Erredós lanzó un silbido de alarma. 2-1B rodó hacia él, agitando los miembros.
—Acuéstese, señor, por favor.
—Dentro de un momento. —Asomó la cabeza al largo pasillo y gritó—: ¡Alto!
El soldado paró en seco.
—¿Ya han descodificado el mensaje de esa nave teledirigida?
—Siguen en ello, señor.
Entonces, el lugar debía ser la sala de guerra. Luke retrocedió hacia Erredós y apoyó una mano sobre la cúpula azul del pequeño androide.
—Señor —insistió el médico androide—, acuéstese, por favor. Su estado se cronificará rápidamente, a menos que descanse.
Al imaginarse torturado por el dolor durante toda su vida, o la alternativa (otra estancia en el tanque pegajoso), Luke se sentó en el borde de la cama flotante y se removió inquieto.
Entonces, una idea acudió a su mente.
—2-1B, apuesto a que tienes…
La sala de guerra de la nave insignia, con capacidad para cien personas, estaba casi vacía. Un criado androide siguió la curva de un banco, y pasó entre un tubo lumínico y unas mamparas blancas centelleantes. Cerca de la mesa de proyección circular que ocupaba el centro de la sala, cerca del único técnico que estaba de servicio, Mon Mothma, la mujer que había fundado y lideraba ahora la Alianza Rebelde, estaba de pie al lado del general Crix Madine. La presencia de Mon Mothma resplandecía visiblemente en su larga túnica blanca, aunque era invisible para la Fuerza, y la confianza del barbudo Madine había aumentado desde la batalla de Endor.
Ambos miraron en dirección a Luke y fruncieron el ceño. Luke sonrió sin gran convicción y sujetó los apoyabrazos de la silla repulsora que había encontrado en el hospital. Avanzó hacia los dos sobre los peldaños.
—Nunca aprenderás, ¿verdad? —Las arrugas que habían aparecido en el ceño del general Madine se suavizaron—. Tu lugar está en el centro médico. Esta vez, ordenaremos a 2-1B que te ate a la cama.
Un músculo se agitó en la mejilla de Luke.
—¿Y el mensaje? Algún comandante imperial ha dilapidado un cuarto de millón de créditos en esa reliquia.
Mon Mothma asintió y regañó a Luke con su plácida mirada. Una consola lateral, que también era una pequeña mesa de proyección, se encendió. Sobre ella se materializó un holograma en miniatura del almirante Ackbar, cuyos enormes ojos sobresalían a ambos lados de su cabeza alta y cónica. Aunque el calamariano había dirigido la batalla de Endor desde una silla, bajo el amplio mirador situado a la izquierda de Luke, Ackbar se sentía más cómodo en su viejo crucero. El apoyo vital estaba más adaptado a los patrones calamarianos.
—Comandante Skywalker —resolló. Peludos zacillos se agitaron bajo su mandíbula—. Debería reflexionar sobre los riesgos que corre… con más atención.
—Lo haré, almirante. Cuando pueda.
Luke inclinó la silla flotante y la estabilizó junto al borde de acero gris de la mesa principal. Un silbido electrónico surgió de la escotilla situada a su espalda. R2-D2 no le dejaba escapar de su alcance fotorreceptor ni treinta segundos. El androide tuvo que dar una larga vuelta. Eclipsó diminutas luces parpadeantes de los instrumentos y rodó junto al banco informático superior hasta una plataforma de descenso. Bajó, se acercó a la silla flotante de Luke y emitió una serie de reprimendas, transmitidas por 2-1B, probablemente. El general Madine sonrió.
Luke no había entendido ni un solo silbido, pero en este caso también adivinó la traducción.
—De acuerdo, Erredós. Retrae tus ruedas. Yo estoy sentado. Esto puede ser interesante.
El joven teniente Matthews se irguió sobre la consola lateral y volvió la cabeza.
—Ya lo tenemos —anunció.
Madine y Mon Mothma se inclinaron hacia la pantalla. Luke estiró el cuello para ver mejor.
EL GOBERNADOR IMPERIAL WILEK NEREUS DEL SISTEMA DE BAKURA, A SU EXCELENTÍSIMO AMO IMPERIAL PALPATINE: SALUDOS APRESURADOS.
No se habían enterado. Pasarían meses, tal vez años, antes de que gran parte de la galaxia recibiera la noticia de que el reinado del emperador había terminado. Incluso a Luke le costaba creerlo.
BAKURA ESTÁ SIENDO ATACADA POR FUERZAS ALIENÍGENAS PROCEDENTES DEL EXTERIOR DE NUESTROS DOMINIOS. CALCULAMOS CINCO CRUCEROS, VARIAS DOCENAS DE NAVES DE APOYO, MÁS DE MIL CAZAS PEQUEÑOS. TECNOLOGÍA DESCONOCIDA. HEMOS PERDIDO LA MITAD DE NUESTRAS FUERZAS DEFENSIVAS Y TODOS LOS PUESTOS AVANZADOS. ' LAS TRANSMISIONES A CENTRO IMPERIAL Y A LA ESTRELLA DE LA MUERTE DOS NO HAN OBTENIDO RESPUESTA. ENVÍEN MILICIANOS CON URGENCIA, REPITO, CON URGENCIA.
Madine tocó un panel.
—Más datos —exclamó—. Necesitamos más.
La voz de un androide de inteligencia se filtró por el comunicador.
—Tenemos a su disposición imágenes confirmativas, señor, así como bancos de datos introducidos accesibles mediante códigos imperiales.
—Eso me gusta más. —Madine apoyó una mano sobre el hombro del teniente—. Proyecte las imágenes.
Una unidad de proyección se elevó sobre la mesa central. Apareció una escena que provocó una descarga aterradora de adrenalina. «Yoda me daría un palmetazo en los nudillos —pensó Luke—. Emoción… Aventuras… Un Jedi no se pirra por esas cosas». Adoptó la calma Jedi. Un planeta aterrorizado necesitaba ayuda.
En el centro de la imagen flotaba un patrullero imperial, de un tipo que Luke había estudiado, pero contra el cual jamás había combatido, que se proyectaba como una red de líneas tridimensionales, de un brillo rojoanaranjado. Se acercó para examinar su batería de láseres, pero antes de que pudiera echarle un buen vistazo, estalló en silencio. Un objeto anaranjado más grande apareció ominosamente en su campo de visión, y dominó la escena gracias a su tamaño: mucho más voluminoso que el patrullero, más rechoncho que los esbeltos cruceros Mon Calamari, de forma ovoide, pero erizado de protuberancias similares a burbujas.
—Lleve a cabo un estudio del diseño de la nave —ordenó Madine.
Al cabo de unos tres segundos, el androide de inteligencia respondió en tono monótono.
—Se trata de un diseño que no utilizan ni el imperio ni la Alianza.
Luke contuvo el aliento. El inmenso navío aumentó de tamaño sobre la mesa. Ahora, distinguió medio centenar de cañones…, ¿o se trataba de antenas direccionales? No disparó hasta que seis cazas TIE escarlatas se acercaron; a continuación, los cazas Roguen al mismo tiempo y aminoraron la velocidad. Cazas y botes de escape aceleraron en dirección a la nave alienígena, atrapados obviamente por un haz de arrastre. La escena disminuyó de tamaño. Quien había grabado aquellas imágenes había huido a toda prisa.