Han se detuvo cerca de la rampa de entrada. Se apoyó contra una mampara y la miró.
—¿Qué queda por arreglar?
El
Halcón
era el primer amor de Han. Cuanto antes aceptara Leia aquella realidad, menos se molestaría él. Además, era absurdo tener celos de una nave espacial.
Han dejó caer las manos a lo largo de sus costados.
—Supongo que gozaremos de tranquilidad durante unas horas. Chewie mantendrá los ojos abiertos.
De pronto, Leia comprendió que sus ojos no brillaban por la perspectiva del combate.
—Creía que debías reparar algo. —Desechó el desafío—. Bien, ¿no hay que poner a prueba algunas modificaciones?
—Sí. Ahí, en la bodega de carga grande.
Han avanzó por el curvo pasillo, abrió el panel y entró en la bodega de popa del
Halcón
. Abrió una escotilla que permitía el acceso al compartimiento de estribor.
—Aquí están los generadores de campo.
La bodega olía a cerrado. Leia siguió a Han.
—¿Qué llevas de contrabando esta vez?
—Algo que recogí en Endor.
—Que recogimos en Endor —corrigió ella.
Pilas de cajas, que sujetaban otras cajas, se amontonaban al fondo del compartimiento. Han apartó una caja y dejó al descubierto una especie de armario. Leia pensó que era una unidad de refrigeración. Han introdujo la mano, tanteó y extrajo una botella de cristal.
Leia la cogió sin cambiar de expresión. Cristal primitivo, sellado con un tapón de corcho, de aspecto muy poco higiénico.
—¿Qué es eso?
—Un regalo de hechicero Ewok, aquel que nos nombró miembros honorarios de la tribu.
—Sí, ya me acuerdo. —Leia se apoyó contra las cajas y le devolvió la botella—. No has contestado a mi pregunta.
Han sacó el tapón.
—Bayas… Una especie de vino —gruñó. El tapón saltó—. El tipo vino a decir algo así como «Para encender el corazón que ha empezado a inflamarse».
Así que eso tramaba.
—Oye, estamos en guerra.
—Siempre estaremos en guerra. ¿Cuándo vas a vivir?
Leia notó calor en sus mejillas. Prefería hablar, discutir, incluso pelear con Han que esconderse y beber… ¿vino de bayas?, en plena guerra. Como Bail Organa señalaría, aquel hombre no era una compañía adecuada para alguien de su clase. Quería solucionar todos sus problemas con un desintegrador. Ella era una princesa por adopción, si no de cuna.
De nuevo, la sombra de la máscara negra irrumpió en sus pensamientos: Vader. Le había odiado con toda su alma.
Sirvieron el turbio vino púrpura en copas de gres. Debía de ser de una cosecha no apta para palacio.
—No… —empezó Leia, pero luego calló. Ya había decidido que no podía hacer ningún bien a Luke si estaba pendiente de la radio subespacial.
—Oye —Han le tendió una copa, —¿qué estás pensando? ¿De qué tienes miedo?
—Demasiado.
Entrechocaron las copas. La cerámica tintineó suavemente.
—¿Miedo, tú?
Leia se vio obligada a sonreír. Lo único lógico era ser valiente y decidida. Bebió, olió la copa y arrugó la nariz.
—Demasiado dulce.
—Creo que no hacen otra cosa. —Han dejó la copa sobre el jergón—. Acércate. —Cogió su mano y la condujo detrás de la mampara que separaba las cajas. Leia dejó la copa junto a la de él—. Yo…
Se interrumpió.
Leia vio un montón de almohadas hinchables.
—Chewie… —Gruñó Han. Soltó la mano de Leia—. Creo que es un poco descarado. Jamás tendría que haber confiado en un wookie.
Leia rió.
—¿Chewie preparó esto?
—Voy a decirle a esa bola de pelo…
Sin dejar de reír, Leia se apoyó contra una mampara y le empujó. Han cogió su mano y los dos cayeron.
C
hewbacca confiaba en haberlo hecho bien. El sentido de la estética de Han no era civilizado, pero sus intenciones eran buenas. Leia ya lo comprendería. Parecía una hembra muy vivaz.
Cetrespeó parloteó detrás de él. Chewbacca manipuló el mando de comunicación, y siguió de vez en cuando la batalla de Luke. Ya no sabía cuál de aquellos puntos destellantes era el
Frenesí
.
—Además, es un escondite bastante precario —añadió Cetrespeó—. Al planeta Seis se le ha negado con todo el derecho la dignidad de un nombre apropiado. Es apenas más grande que un peñasco de hielo. Ni siquiera un poblado, sólo los restos de un puesto militar avanzado. —Enmudeció de repente—. ¿Qué ha sido eso, Chewbacca? Baja unos cuantos kilobits.
Chewie se encogió de hombros y sugirió que Cetrespeó se fuera a paseo.
—No me iré a «paseo», saco de pulgas maleducado —chirrió el androide—. Qué cara más dura, no tener en cuenta mi experiencia. He oído algo con toda claridad.
¿En los límites del sistema? Chewie sopesó la posibilidad de arrancarle un brazo metálico. Le serviría de lección a Cetrespeó, pero tendría que volver a soldar todas aquellas conexiones.
—He detectado algo que no era un fenómeno natural. Baja la sintonía unos cuantos kilobits.
Bien, era posible. Chewie apretó los auriculares contra un oído y conectó el analizador de baja frecuencia para que barriera de nuevo el espacio cercano. Algo zumbó fugazmente, una señal demasiado débil para disparar la pausa del analizador. Chewie giró un control para elevar el volumen. Varios segundos de sintonía fina dieron como resultado un zumbido electrónico bajo.
Cetrespeó ladeó su cabeza dorada y habló con autoridad.
—Esto es muy extraño, Chewbacca. Suena como un código de mando para la comunicación entre androides. ¿Qué harían androides activos por aquí? Quizá se trate de un superviviente mecánico de aquel puesto avanzado imperial abandonado, o de una maquinaria que todavía funcione. Sugiero que actives el comunicador y alertes al general Solo y la princesa Leia.
Han había insinuado que no le molestara, como no fuera por una pérdida de presión catastrófica. Chewie se lo comunicó a Cetrespeó.
—Bien, no me quedaré tranquilo hasta descubrir el origen de esa señal. Al fin y al cabo, hemos entrado en zona de guerra. Podríamos estar en gran peligro. Espera… —Cetrespeó se inclinó hacia el otro lado—. No es un código utilizado en ningún sistema de la Alianza o el Imperio.
¿Los invasores? Chewie, sin vacilar, activó el comunicador.
Sonó en el bolsillo de la camisa de Han.
—¡General Solo! —canturreó Cetrespeó—. ¡General Solo!
Leia se removió en los brazos de Han.
—Lo sabía —masculló éste. Justo cuando Leia estaba a punto de relajarse. Sacó el comunicador—. ¿Qué? —rugió.
—Señor, he captado una transmisión cercana. Al parecer, una unidad de control de androides está operando en las proximidades. No estoy seguro, pero da la impresión de que la fuente se acerca.
—Oh, oh —dijo en voz baja Leia.
Se puso en pie.
—Muy bien, Chewie, enseguida vamos.
Han procuró que sus palabras sonaran más como una amenaza que una promesa.
Leia vertió su vino dulzón en la botella y volvió a taparla. Antes de lanzarse hacia el pasillo, extendió las manos y repitió las palabras que Han le había dicho a ella:
—No es culpa mía.
Han acababa de entrar en la cabina, cuando un chirrido electrónico brotó de la consola principal. —¿Qué es eso? —preguntó Leia.
Fantástico. Maravilloso. Chewie ya estaba transmitiendo energía a los motores.
—Nada bueno, corazón —cortó Han—. Nos acaban de sondear.
—¿Quién?
Leia se dejó caer en el asiento, detrás de él.
—¿Y bien? —preguntó Han a Cetrespeó.
—Señor —empezó el androide—, aún no he determinado…
—De acuerdo —interrumpió Leia—, cierra el pico. ¡Allí! —Apuntó al centro del mirador—. ¡Fijaos! ¿Qué es eso?
Desde detrás del helado planeta Seis, ocho o nueve formas pequeñas aparecieron en mitad del espacio y se lanzaron hacia el
Halcón
.
—No pienso quedarme a averiguarlo —gruño Han—. Chewie, carga los cañones principales.
Chewbacca mostró su aprobación a pleno pulmón.
—Sabemos que los alienígenas toman prisioneros —murmuró Leia—. No quiero entablar negociaciones desde esa posición.
—No lo harás. Vamos, Chewie. Nos pondremos a los cañones, Veremos de qué están hechos. Leia, llévanos a donde sea. No me fío del planeta Seis.
Leia ocupó el asiento del piloto. ¿No acababa de jurar Han que jamás les arrebataría el
Halcón
a él y a Chewie?
Sí, pero esto era diferente. Mientras salía, Han oyó la voz de Cetrespeó.
—El
Halcón Milenario
está mejor configurado para huir que para enfrentarse a cazas enemigos…
Han trepó a la torreta, se sentó y distinguió una explosión.
—Se acercan a gran velocidad —informó a Leia por el micrófono de sus auriculares—. ¿Ha conseguido Vara de Oro algún dato? ¿Qué son?
—Bien, general Solo… —empezó Cetrespeó.
—Naves androides —intervino Leia—. Es lo único que sabe.
Los androides se pusieron a tiro. Tres pasaron sobre el plato asimétrico del carguero y lanzaron rayos energéticos hacia el motor principal.
—Analiza esos rayos, Vara de Oro —gritó Han mientras disparaba—. ¿Son cañones láser o qué?
Chewbacca aulló por sus auriculares.
—Sí —contestó Han—, ¡para naves de ese tamaño!
—¿Qué? —gritó Leia—. Para naves de ese tamaño, ¿qué?
—Escudos muy resistentes.
Han disparó sobre un solo androide durante el tiempo necesario para destruir a un caza TIE. Por fin, el objeto estalló.
El
Halcón
osciló cuando otro androide disparó. Han se relajó en su asiento. Era el mismo juego de siempre. Otro androide se colocó paralelo al borde del carguero, justo en el límite de su visión.
—Esos androides son muy listos —murmuró—. Aprenden rápido.
De repente, el campo de estrellas se ladeó, y el androide quedó expuesto al fuego de Han.
—¿Mejor? —oyó la voz de Leia en sus oídos.
—Bastante.
El objeto estalló. Llegaron dos más, que siguieron disparando sobre los motores, sin hacer caso de la batería de cañones ni la cabina.
Quieren prisioneros, no cabe duda
. Bien, ¿dónde estaba Mamá Grande, la nave capitana? ¿O aquellos bebés estaban programados para atacar por su propia cuenta?
—¿Qué apuestas a que son los rezagados del ataque alienígena al puesto avanzado? —murmuró Leia, como si hubiera leído sus pensamientos.
Han consiguió por fin destruir los escudos de un androide. Una onda expansiva alcanzó a su compañero, que se perdió de vista girando locamente.
—Bien pensado —dijo.
Silencio.
—¿Estás de acuerdo, Chewie?
Un rugido afirmativo.
Han bajo a la cabina, con la respiración entrecortada.
—¿A dónde nos dirigimos? —preguntó a Leia.
La joven manipuló una palanca.
—Al interior del sistema. Puede que haya más de ésos por ahí. Tú no sé, pero yo me sentiré más segura con el resto de nuestro grupo. —Mientras se levantaba de la silla, el zumbido del motor se desvaneció con un estertor. Las luces de la cabina se apagaron—. Y ahora, ¿qué? Este trasto supertrucado siempre me desconcierta.
¿Y su superconfiado capitán? Adelante, princesa, dilo
. Han manoteó una consola. Las luces parpadearon y los motores resucitaron. Se sentó en su silla con un ademán elegante.
—Nos hemos librado.
Leia se cruzó de brazos y le miró con aire desafiante. —Teniendo en cuenta la protección que he recibido, podríamos hacer algo por Luke.
Bien, corazón, sujétate. Vamos a darnos prisa.
Inmóvil, a excepción de los ojos, Luke paseó la vista desde la ventana panorámica a la unidad OAB. Las naves imperiales del comandante Thanas se estaban replegando.
Y no a causa de la llegada de Luke. Era evidente que su grupo de combate había surgido del hiperespacio en el momento que los ssi-ruuk pensaban aprovechar su ventaja sobre la superficie de Bakura. Eso significaba que los alienígenas habían reducido su arco exterior para empujar hacia adelante. Un crucero ligero estaba prácticamente indefenso, y creaba una zona que la pequeña fuerza de Luke podría conquistar con facilidad.
—Delckis, pásame con los jefes de escuadrón.
Sus auriculares sisearon. Ajustó y apretó contra sus oídos los pequeños y duros componentes.
—Bien, vamos a llamar su atención.
Tocó un panel OAB para transmitir su evaluación a los ordenadores de tiro y destacar al crucero solitario.
—Jefe Oro, Rogue Uno, es todo tuyo.
—Recibido,
Frenesí
—respondió Wedge Antilles en tono confiado—. Grupo Rogue, en posición de ataque.
Luke se sintió vulnerable por apuntar a un blanco tan obvio como aquel crucero.
—Jefe Rojo, divida su escuadrón. De Rojo Uno a Cuatro, mantengan abierta una vía de escape detrás de los grupos Rogue y Oro. Les alejaremos del planeta.
Todos los datos con que los sensores de sus naves pudieran alimentar al OAB contribuirían al análisis de las características de las naves alienígenas.
Meneó la cabeza. Los puntos dorados de su pantalla eran cazas imperiales… y él los estaba defendiendo.
—Rojo Cinco y el resto, quedaos con el
Frenesí
—terminó Luke.
Sentada a su lado en la silla de capitán, más elevada, la capitán Manchisco se apartó del ordenador principal. Tres trenzas negras caían a ambos lados de su cabeza.
—Caramba, comandante. Gracias.
Escrutó el estado de ánimo de la mujer con la Fuerza. Ansiosa por entrar en combate, tenía fe en su nave y en la tripulación.
Los escuadrones Oro y Rogue remontaron el vuelo y confundieron a la retaguardia alienígena con un veloz barrido. Luke proyectó sus sensaciones, apenas consciente de su cuerpo. Captados por la Fuerza, los pilotos hormigueaban como industriosos insectos. Intentó llegar a las presencias alienígenas, pero no encontró ninguna. Siempre resultaba difícil tocar las mentes extrañas.
Cuando Wedge se acercó a un diminuto caza enemigo (el OAB lo mostró a unos dos metros de distancia), Luke contuvo la respiración. Algo tan pequeño podía ser una nave teledirigida. O los alienígenas podían ser del tamaño de elfos…
Wedge disparó. Algo débil e inexplicablemente pútrido lanzó un breve chillido agónico, se apagó y murió. Luke contuvo sus náuseas. ¿Había captado los gritos de dos presencias? Tamborileó con los dedos. Los cazas enemigos no eran auténticas naves teledirigidas, sino que iban pilotadas. Algo había muerto.