Supuso que no debía confiar en imperiales que afirmaran querer ayudarle. Leia sería la encargada de lograr que ambos bandos desarrollaran una confianza mutua.
—Gracias de nuevo,
Halcón
—dijo por el canal privado—. ¿No salieron bien las cosas en el sexto planeta?
—Ya te lo contaremos en otro momento —respondió la voz de Leia.
L
a senadora imperial bakurana Gaeriel Captison estaba sentada, sin parar de remover los pies e improvisar configuraciones con las teclas de su tablero. Bajo un techo enlosado que se alzaba hasta un punto situado sobre su centro, la cámara del Senado Imperial Bakurano estaba en silencio, salvo por un tenue goteo procedente de cuatro columnas de lluvia translúcidas que se alzaban en las esquinas, con una altura de dos pisos. Los canales del tejado conducían el agua de lluvia hasta las columnas. Iluminadas desde abajo, brillaban con el latido líquido de la biosfera de Bakura.
Gaeriel había salido a la lluvia aquella mañana para verla repiquetear sobre las hojas de pokkta danzarinas, dejando que empapara su piel, cabello y ropas. Aspiró una profunda bocanada del aire húmedo y sedante de Bakura, y enlazó las manos sobre la mesa. Centro Imperial era ahora el único planeta donde un estudiante podía llevar a cabo trabajos de postgraduado sobre el arte de gobernar, uno de los medios empleados por el emperador para lograr que su filosofía se introdujera en los planetas dominados. Después del año obligatorio de adoctrinamiento en Centro, había regresado el mes anterior. Confirmada ya en el cargo senatorial que había ganado de joven, había sido convocada a su primera reunión de urgencia.
Sobre la escalera situada a la izquierda de Gaeriel, la enorme butaca repulsora del gobernador Nereus seguía vacía. El Senado, cuyo poder disminuía cada año, aguardaba a Nereus.
Al pie de la escalera, había un par de mesas en el largo nivel intermedio de Gaeriel; en un tercero, más bajo, dos mesas interiores delimitaban un espacio abierto. Orn Belden, el senador de mayor antigüedad, agitó un dedo desde la mesa central.
—¿Es que no lo ve? —graznó Belden al senador Govia—. Comparados con los sistemas que el emperador quiere realmente controlar, nuestras naves y servicios son… Bueno, las naves son más viejas que yo, y los servicios cuentan con pocos hombres. En cuanto al personal, somos un vertedero…
—De pie todo el mundo —ladró una voz, cerca de la puerta de la cámara.
Un celador ataviado con casaca y calzones violeta al viejo estilo golpeó el suelo alfombrado con el extremo de una vara. Gaeri volvió a ponerse los zapatos y se levantó, junto con los otros treinta y nueve senadores. Sólo los Guardias Imperiales saludaron. La mujer confió en que la sesión no significara más impuestos, sobre todo ahora, con la amenaza de los ssi-ruuk cerniéndose sobre sus cabezas.
El gobernador imperial Wilek Nereus entró en la sala, flanqueado por cuatro milicianos de la Marina tocados con cascos negros. Recordaron a Gaeri escarabajos de largas patas. El gobernador Nereus llevaba un uniforme especialmente diseñado, rebosante de galones y cordoncillos dorados; la chaquetilla corta le asemejaba a un huso desde los hombros a la cintura, y los guantes negros de piel le habían granjeado la fama de remilgado. Sus rasgos eran duros, a excepción de los labios afeminados, y caminaba con el contoneo típico de los imperiales.
—Siéntense —dijo.
Gaeri alisó su larga falda azul y se sentó. El gobernador Nereus siguió de pie cerca de la entrada. Más alto que nadie, utilizaba su estatura para intimidar. A Gaeri siempre le había caído mal, pero había aprendido a tolerarle en parte tras los años pasados en Centro Imperial…, por comparación.
—No les robaré mucho tiempo —dijo el hombre—. Sé que la pacificación de sus circunscripciones les mantiene muy ocupados. Algunos de ustedes lo están haciendo muy bien. Otros, no.
Gaeri frunció el ceño. Los habitantes de su circunscripción habían abandonado el trabajo para excavar refugios, pero al menos se trataba de una actividad productiva. Desvió la vista hacia su primo, el primer ministro Yeorg Captison. En Salis D'aar, Captison se dedicaba a sofocar los disturbios, y empleaba la policía bakurana para impedir que Nereus enviara milicianos de la guarnición.
Nereus alzó una mano enguantada para acallar los murmullos. Cuando recuperó la atención, volvió poco a poco la cabeza y carraspeó.
—Las naves de la Alianza Rebelde han llegado al sistema de Bakura.
Gaeri sintió un escalofrío. ¿Rebeldes? El Imperio no toleraba la disidencia. Después de que Bakura se integrara en el Imperio, tres años antes, dos rebeliones de menor importancia habían sido aplastadas con gran eficacia. Gaeri recordaba demasiado bien aquel período. Sus padres habían muerto, sorprendidos en mitad de una batalla entre insurgentes e imperiales. Entonces, había ido a vivir con sus tíos. No esperaba vivir lo suficiente para ver otra rebelión, y las sangrientas purgas que seguían a continuación.
Tal vez aquellos alborotadores deseaban la fábrica de componentes para repulsores de la circunscripción de Belden. ¿Podrían las fuerzas de Nereus proteger Bakura de los guerrilleros rebeldes y los ssi-ruuk?
Nereus carraspeó de nuevo.
—El
Dominante
, el único crucero que nos queda, ha sufrido graves daños. A instancias de mis consejeros, he ordenado a nuestras fuerzas que se retiraran de la batalla principal para proteger Bakura. Solicito que den su aprobación a esa orden.
Belden irguió la cabeza y manipuló el amplificador que llevaba en el pecho.
—¿Se cubre las espaldas, gobernador, por si sucede algo irremediable, y así poder acusarnos? Me pregunto quién está conteniendo a los ssi-ruuk.
No era prudente atraer la atención de un gobernador imperial, pero daba la impresión de que Belden no tenía miedo. Quizá si Gaeri tuviera ciento sesenta y cuatro años, un segundo corazón protésico y un pie en la tumba, poseería aquella valentía.
Consultó la hora. Había prometido al senador Belden que aquella noche visitaría a su anciana esposa. Clis, la enfermera de la señora Bleden, se marchaba a las 20.30, y Gaeri se había ofrecido a acompañarla hasta que el senador Belden terminara la reunión del comité. La briosa mente de la pequeña Eppie se estaba desgastando, con tan sólo ciento y treinta y dos años (¿Desgastando? Había empezado a desmoronarse tres años antes). La devoción del viejo Orn Belden y el auténtico afecto de unos pocos amigos de la familia, como Gaeriel, la sostenían. Eppie había sido la primera amiga «adulta» de Gaeriel.
El gobernador Nereus se pasó una mano sobre su cabello negro. Intentaba imitar a los clásicos políticos de la Antigua República, y utilizaba las amenazas mínimas necesarias para obligarles a mantener a raya a la población. En consecuencia, había erigido un nuevo orden, lejos de las rutas de paso del Núcleo Imperial, con un mínimo de violencia…, después de las purgas sangrientas ocurridas tres años antes.
Nereus esbozó una pálida sonrisa.
—La acción que he ordenado se limita a impedir que los rebeldes ataquen Bakura.
—¿Quiénes dañaron al
Dominante
, los rebeldes o los ssi-ruuk?
—Aún carezco de informes completos, senador Belden. Por lo visto, su fábrica, de momento, se encuentra a salvo. Enviaré tres escuadrones de la guarnición para defenderla.
La idea desagradó a Belden. El primer ministro Captison volvió a levantarse. Las hombreras verdes de su túnica parecieron flotar en lo alto de su espalda, perfectamente recta. Gaeriel se había quedado sorprendida cuando vio su cabello blanco, al volver de la universidad. La dignidad de Captison se impuso a la ficción desplegada por Nereus. Deslizó dos dedos sobre la raya del pantalón: calma. Al parecer, Belden también se dio cuenta. Se sentó poco a poco, en deferencia hacia el primer ministro.
—Gracias, senador Belden —dijo Captison—. Es evidente que, de momento, los rebeldes se interponen entre nosotros y los ssi-ruuk. Quizá sea el lugar más apropiado para ellos. —Paseó la vista por la mesa. Cuarenta senadores, todos humanos a excepción de dos pálidos kurtzen de la circunscripción de Kishh, le devolvieron la mirada. Al igual que el Senado, el primer ministro Captison perdía autoridad cada vez que se cruzaba con los deseos imperiales—. Apoyemos al gobernador Nereus —dijo sin entusiasmo— y aprobemos su orden de retirada.
Se llevó a cabo la votación. Gaeri extendió la palma abierta con la mayoría. Sólo Belden y otros dos cerraron el puño.
Gaeriel suspiró. Belden no era seguidor del Equilibrio Cósmico. No se resignaba a creer que cuando permitía al destino disminuirle, otros eran exaltados. La rueda no paraba de girar, y aquellos que se humillaban ahora, recibirían un día generosas recompensas.
—Gracias por su apoyo —ronroneó Nereus. Su escolta de escarabajos le siguió cuando salió.
Gaeriel le vio desaparecer. Antes de que llegara el Imperio, un primer ministro y un senado gobernaban Bakura, y ni tres miembros del gobierno se ponían de acuerdo sobre un programa. Cuando Gaeri empezó a ir al colegio, el curso duraba medio año. Después, se adoptó un ritmo consistente en dos meses de trabajo y uno de descanso. Más tarde, alguien modificó de nuevo la situación. Si el gobierno no se ponía de acuerdo sobre el calendario escolar, hasta un niño se daba cuenta de que no se pondría de acuerdo sobre nada. Como hija de un senador y sobrina de un primer ministro, había estado al corriente de interminables maquinaciones y disputas sobre otros temas: justicia social, exportaciones de componentes para repulsión e impuestos.
Lo más importante era que ni dos senadores se habían puesto de acuerdo sobre la estrategia defensiva. En consecuencia, Bakura no tardó en caer en manos del Imperio.
Enderezó los hombros. Tal vez esa conquista tan fácil explicaba por qué el gobernador Nereus apenas había efectuado modificaciones en el gobierno original. La experiencia de Gaeri en Centro Imperial la había enseñado a mantener la boca cerrada sobre el senado de Bakura. Algunos residentes del sistema reaccionaban con indignación al conocer su existencia.
La paz imperial compensó a Bakura por la autonomía que había perdido, o eso dedujo Gaeri a partir de su limitada experiencia. Había eliminado el caos y las luchas intestinas civiles, y expandido el comercio bakurano.
Aun así, los senadores de más edad disentían, y cuando hablaban en voz baja, Gaeri escuchaba.
Y hablando de disidentes, sería mejor que se encaminara al apartamento de Belden. Se puso los zapatos, una vez más, y se dirigió al aeródromo del tejado.
Dev solía pasar el tiempo que duraban las batallas en los aposentos del maestro Firwirrung, donde trabajaba febrilmente en su proyecto de traducción. Así evitaba sentir el miedo de los cazas enemigos cuando resultaban atrapados por los haces de arrastre. Hoy, sin embargo, el maestro Firwirrung le había pedido que llevara bandejas con comida y un paquete de cubetas para bebidas al puente de mando.
El almirante Ivpikkis, muy ocupado en defender a las fuerzas avanzadas, había ordenado habilitar androides de combate adicionales, en lugar de reforzar el complemento normal de esclavos androides del
Shñwirr
, a excepción de los androides de seguridad que custodiaban el puente, de modo que Dev ocupó un puesto de sirviente muy diferente a su trabajo habitual. El capitán del
Shñwirr
se mantuvo apartado de la batalla, con el fin de proteger vidas Ssi-ruuvi y mantener líneas de comunicación abiertas, que se extendían mediante una hilera de balizas subespaciales hasta la flota principal.
Siempre que eran llevados a bordo prisioneros humanos, Dev experimentaba un secreto alivio al estar en su compañía…, pero sólo por un rato. Los tecnificaban demasiado pronto, para enfocar la presencia de su Fuerza en androides de combate. No les negaría aquel gozo por el bien de su alivio psicológico, pero en secreto (con egoísmo) le entristecía. Sin que sus amos lo supieran, a veces proyectaba la Fuerza durante las batallas y consolaba a presencias humanas. Con cierto sentimiento de culpabilidad, pero sin poder evitarlo, proyectó la Fuerza…
Y tocó poder. Se quedó inmóvil, aferrado a su carrito repulsor. Alguien, algo externo al
Shriwirr
, poseía la fuerza, serena y profunda, que siempre había asociado con su madre. Sus ojos se humedecieron. ¿Habría vuelto a buscarle? ¿Era posible? Había oído hablar de visitaciones, pero…
No. Si se trataba de una presencia humana, y el humano no se encontraba en Bakura, teniendo en cuenta la proximidad, era la presencia de un enemigo. Por otra parte, era mucho más fuerte que la de su madre. Había oído comentar al almirante que un grupo se acercaba, pero este enemigo le impulsó a pensar en…, en su hogar. El Extraño estaba concentrado en los combatientes, pero sin la sombra de pasión que Dev sentía. Se concentró más en la Fuerza. Su parecido le llamaba y seducía. Por lo visto, el Extraño no descubrió su sondeo.
Dev impulsó hacia adelante el carrito. No debía pensar en aquello. Deseó que la sensación no se repitiera.
Siguió avanzando. Casi había llegado al puente, cuando un silbido se impuso al sistema de alarma general. Emergencia: a los arneses para reorientación.
Dev soltó el carrito, sobresaltado. Se zambulló por la escotilla abierta más próxima y divisó varias hamacas de emergencia, colgadas del techo hasta la cubierta. Enormes ssi-ruuk bermejos y pequeños p'w'ecks morenos se iban introduciendo en los arneses. Dev vio uno vacío. Se lanzó hacia él, aferró la cuerda roja del extremo, la apretó contra su esternón y dio vueltas para quedar rodeado. Más que nunca, envidió los gigantescos cuerpos ssi-ruuvi. Delgado y sin cola, tuvo que dar media docena de vueltas antes de que la red se cerrara a su alrededor.
Luego, tuvo varios segundos para pensar en la alarma. Para intentar recordar si aquella mañana había arreglado el nido de almohadas. También había dejado un carrito cargado en el pasillo.
Peor aún, el invencible
Shriwirr
aceleró de manera inesperada para saltar al hiperespacio. No debía tratarse de una retirada. La victoria estaba tan cercana. Si…
La mampara cercana se transformó en cubierta, y después en techo. El estómago de Dev protestó enérgicamente. La aceleración aplastó su cara contra seis capas de redes. Incapaz de sujetarse a la cubierta, hundió los dedos en la malla y giró locamente. Cerró los ojos y rezó para que todo terminara cuanto antes.