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Authors: Miyuki Miyabe

Tags: #Intriga

La Sombra Del KASHA (24 page)

BOOK: La Sombra Del KASHA
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Un breve silencio cayó sobre la mesa. Ikumi pasó el dedo alrededor de una botella de sake que descansaba a su lado.

—Supongo que sólo buscaba a alguien que se encontrara en una situación peor.

—¿Peor?

—Sí. Apuesto a que estaba deprimida. Quizás se sintiera excluida, tocando fondo. Así que supuso que como yo había dejado la empresa, no me había casado ni me había marchado a estudiar fuera, habría regresado al pueblo, con la cabeza agachada. Tenía que ser más miserable que ella porque, al menos, ella seguía viviendo en la gran ciudad. Por eso me llamó.

Daba la impresión de que a Tamotsu no le encajaba algo, pero no lograba dar con qué.

—No lo entiendo.

—Pues claro que no. Jamás lo entenderías. —Quizás sea cosa de mujeres —sugirió Honma Ikumi negó con la cabeza.

—No sé yo. Los hombres lo consiguen todo: ascensos, aumentos y lo que sea. Pero Tamotsu no.

—¿A qué viene eso? —Tamotsu la fulminó con la mirada.

Ikumi sonrió y colocó la mano sobre su hombro, en un gesto afectuoso.

—No te enfades. No estoy insinuando que seas tonto ni nada parecido.

—¡Pues claro que sí!

—No. Tú tienes algo que probablemente no tenga ningún hombre. Honma le pidió que se explicara.

—A él siempre le han apasionado los coches, desde que era pequeñito. Le gustaban tanto que eligió un curso de mecánica en el colegio. Su padre abrió un taller más tarde y él ya se ha convertido en el mejor mecánico de la plantilla.

—Nunca se me dio tan bien como ahora —añadió Tamotsu en un gesto de modestia.

—Es cierto. Pero trabajaste muy duro para conseguir tu objetivo. Y lograrlo tras empeñar tanto esfuerzo significa que tienes talento. Puede que a un hombre le guste arreglar coches, pero si es un vago jamás será bueno en su trabajo. Tamotsu lleva esforzándose toda la vida y ha aprendido mucho. Eso es lo que yo llamo felicidad. —Ikumi no era una oradora demasiado elocuente y, sin embargo, sus palabras estaban llenas de verdad.

—Sí, pero no es que me sienta satisfecho del todo. Quería ser mecánico en un sitio más grande.

—¿Cómo qué? ¿Trabajar para Mazda y correr en Le Mans? —dijo Ikumi con una sonrisa.

—Eso justamente. Pero el taller de papá estaba aquí, así que abandoné mi sueño.

Ikumi enmudeció y se limitó a sonreír. Tamotsu todavía tenía sueños, sueños imposibles. Pero Ikumi era lo suficientemente lista como para echar por tierra esas quimeras. Honma la admiraba por ello. Físicamente era una chica normal; en realidad, nada especial. El tipo de chica que saca notas buenísimas en el colegio sin llegar a ser una lumbrera. Andaba con los ojos abiertos.

Honma vio la oportunidad y se lanzó.

—¿Por qué creen que Shoko Sekine fue a Tokio?

La joven pareja intercambió una breve mirada. Entonces, Ikumi agachó la cabeza y cogió sus palillos como si quisiera dejar claro que aquello no era asunto suyo, sino de Tamotsu.

—Comamos antes de que se enfríe la comida —sugirió—. Estoy hambrienta.

—Pero pensaba que ya habías cenado.

—Como por dos, ¿recuerdas? He comido por el bebé y ahora como por mí —contestó ella con pudor.

Honma se dirigió a Tamotsu.

—No sabrá por casualidad cómo le fue a Shoko durante el periodo que transcurrió entre su graduación y la búsqueda de empleo, ¿verdad?

Tamotsu se mordió el labio inferior antes de contestar, en tono brusco:

—¿Qué importa eso ahora? Eso es cosa del pasado. Y también de la intimidad de Shoko.

—Deje que me explique. Me gustaría conocer a Shoko como persona; quiero saber cómo toma sus decisiones. Si logro hacerlo, quizás llegue a hacerme una idea de lo que ha podido ser de ella.

—¿Y eso le llevará hasta la mujer que se hace pasar por ella? —Tamotsu miró a su mujer por el rabillo del ojo—. Le he contado a mi mujer todo lo que usted me relató esta tarde. Ella es mucho más inteligente que yo. —Tendió la mano hacia el bolso de Ikumi—. Ha traído esto. Es del instituto; la hizo mi padre. —Sacó una fotografía.

Por fin, Honma pudo ver el aspecto que tenía la verdadera Shoko Sekine.

Iba vestida con su uniforme de colegiala, un traje blanco y azul, estilo marinero, y llevaba un tubo de cartulina negra bajo el brazo. Miraba de frente a la cámara. Era una foto de su más tierna juventud. Tenía los ojos grandes y estilizados, y la nariz diminuta. El pelo le caía sobre los hombros; unas finas y frágiles rodillas le sobresalían bajo una falda plisada de color azul marino. Una chiquilla normal y corriente con el tipo de rostro que pide a gritos una capa de maquillaje. Era una foto vieja, aunque ya presagiaba que su belleza no se acercaría ni por asomo a la de su impostora.

—Me crucé con ella dos o tres veces después de que se marchara a Tokio, cuando venía de visita. Después, se celebró el funeral. Tenía el pelo igual de largo que siempre, pero se había hecho la permanente y se lo había teñido de rojo. Me dijo que no tenía tiempo para dejárselo como antes. Hablaba en voz muy alta, o al menos a mí me lo parecía. Era como si la verdadera Shoko estuviera encerrada dentro de aquel cuerpo.

—¿Estaba al corriente de que Shoko tuvo problemas con prestamistas, verdad?

Ambos asintieron, pero fue Ikumi quien continuó:

—Me enteré cuando Tamotsu y yo empezamos a salir juntos.

—Yo lo supe desde el principio. Mi madre solía ir a la misma peluquería que la madre de Shoko, y allí escuchó la historia con pelos y señales. Supongo que las cosas fueron a peor y por eso su madre tuvo que llamar a la policía. Le dije que no dudara en llamarme la próxima vez que esos matones aparecieran por su casa.

—¿Le dijo eso a la señora Sekine?

—Sí. Tenía una relación muy estrecha con ella.

—Una vez que Shoko se mudó a Tokio ¿solía regresar a casa durante las vacaciones estivales y las de Año Nuevo?

Tamotsu se detuvo a pensar.

—Hum. Creo que un año no vino, pero el resto…

—¿Asistió usted alguna vez a una reunión de antiguos alumnos?

—Sí, claro. Nos juntamos todos. Menos ella.

—¿En serio?

—La gente hablaba de Shoko. Fue así como me enteré de que trabajaba en un club de alterne, en Tokio. —Tamotsu se humedeció los labios—. Un antiguo compañero de clase que trabajaba en la capital fue a uno de esos tugurios en Shibuya y encontró a Shoko ataviada con unas medias de rejilla.

—¿Shibuya? Ella nunca trabajó en Shibuya.

—¿Dónde trabajaba?

—En un lugar llamado Gold, en Shinjuku y también en el Lahaina, en Shimbashi. Aún no he estado en el Gold, pero el Lahaina no es ningún tugurio. Y las chicas no llevaban medias de rejilla.

—Puede que el tipo se lo inventara —dijo Ikumi.

—Sus amigos, la gente del colegio, ¿todos conocían los problemas económicos de Shoko?

—Claro que sí. Rumores así corren muy rápido.

—¿Y qué me dice de la iniciativa que tomó para deshacerse de sus deudas?

—No, eso no es cierto —dijo Tamotsu, negando con la cabeza—. No hubo nada de… ¿cómo lo llama usted?

—Quiebra personal.

—Eso. Ni siquiera yo lo sabía hasta que usted me lo dijo. Según contaba la anciana, Shoko había recurrido a sus parientes para salir a flote. Hasta ahora, eso era lo que yo pensaba.

Interesante, pensó Honma. Al parecer, Shoko no le había contado a su madre hasta qué punto se habían complicado las cosas.

—Entonces, ¿es esa la versión que circula por aquí?

—Sí —afirmó Tamotsu, asintiendo—.Aunque a todos nos extrañaba que hubiera conseguido que sus parientes le prestaran dinero, sobre todo porque nadie los conocía. Al menos nadie de por aquí.

—Y sabiendo todo eso —se arriesgó Honma—; ¿nadie sospechó nada cuando murió la señora Sekine? ¿Nadie pensó en Shoko?

Tamotsu se apresuró a mirar a Ikumi, como si buscara apoyo.

—Sí, yo mismo.

—¿Pensó que Shoko pudo sentirse tentada por el dinero del seguro de su madre?

Tamotsu asintió de nuevo, e Ikumi intervino. —Sí. Según cuentan la suma ascendía a veinte millones de yenes. —Bueno, en realidad, sólo fueron dos millones —sonrió Honma, con complicidad.

—¿En serio?

—Sí. El seguro de su madre era del Servicio Nacional de Salud. —¿Y por qué se hablaba de una cantidad tan disparatada? —Rumores.

—¿Dónde escuchaste exactamente que eran veinte millones? —preguntó Ikumi a Tamotsu.

—No lo sé. —Dejó caer la cabeza y enmudeció durante un momento.

—En el entierro, ¿Te preguntó a Shoko si había conseguido librarse de sus deudas? —intervino Honma.

—Venga, hombre, no podría preguntarle algo así.

—Supongo que no.

—En cualquier caso, Shoko parecía demasiado afectada por lo que había sucedido como para preocuparse por el dinero…

—¿Pero a usted se le pasó por la cabeza?

—Sí —repuso, algo avergonzado.

—Ese detective amigo suyo, Sakai, ¿no es así? ¿Interrogó a Shoko? ¿Tenía ella una coartada?

—Se llevó a cabo una exhaustiva investigación y no encontraron nada.

De acuerdo, pensó Honma, posponiendo aquel tema por el momento. Sabía perfectamente cómo de «exhaustiva» podía llegar a ser una investigación policial.

—Tras el funeral, cuando fue a verla a Kawaguchi, ¿lo hizo movido por la sospecha?

—Así es. Por esa razón viajé hasta allí.

—Pero ella ya había desaparecido. Así que usted dedujo que había huido.

—Correcto.

Honma sacó la foto de la falsa Shoko y se la mostró a Ikumi.

—¿Ha visto alguna vez a esta mujer? Ikumi cogió la fotografía.

«Me han dicho que cuando la señora Sekine cayó por aquella escalera, fue usted quien la encontró y llamó a la ambulancia. Dicen que también había una mujer presente, una mujer con gafas de sol que no había visto antes. ¿Es así?

Ikumi asintió, sin apartar la mirada de la foto.

»¿Se parecía a la mujer que ve en esta foto?

Ikumi la escrutó con atención. Los dos hombres guardaron silencio. Se podía oír el estrépito de voces a través de las puertas de papel corredizas; clientes haciendo la comanda. Ikumi negó con la cabeza, aunque quedaba claro que intentaba recordar algo.

—No me resulta familiar. Pero eso sucedió hace dos años y sólo me fijé un segundo en aquella mujer.

—¿No recuerdas nada en especial de su aspecto? —preguntó Tamotsu, inclinándose hacia delante.

—Pues no. Nada en particular.

Honma tuvo la sensación de que había llegado el momento de volver atrás.

—Está bien, déjelo. —De todas formas, no consideraba que Ikumi fuera alguien de la que se podía sacar algo mediante presión—. Centrémonos en la noche en que la señora Sekine cayó por la escalera. Recuerda bien aquel momento, ¿verdad?

Ikumi se cruzó de brazos.

—Sí, supongo. Me dirigía a casa después del trabajo. Estaba empleada a media jornada en la cafetería de la estación, y de vez en cuando solía llevarme a casa las sobras, un trozo de pastel o algo así. Pues bien, esa misma noche, llevaba un pastel pero cuando llegué a casa, tras toda la conmoción, comprobé que estaba hecho migas. Seguramente se me cayó la bolsa al suelo cuando grité.

—Siento obligarla a recordar todo esto, pero ¿gritó la señora Sekine cuando cayó por la escalera?

Ikumi negó con la cabeza.

—La policía me hizo la misma pregunta, pero yo no oí nada. El cuerpo cayó en picado delante de mí, así sin más. Como salido de ninguna parte.

—Por esa misma razón, la primera posibilidad que barajó la policía fue la del suicidio. Sigue siendo una incógnita, incluso hoy en día. Sakai, el detective que le mencioné, apoyó esta teoría. Dijo que nadie se atrevería a bajar esa escalera ebrio, a no ser que estuviera tentando a la muerte. Al fin y al cabo, había ascensor —explicó Tamotsu.

—¿En serio?

—Pero según la gente del bar que ella frecuentaba, el Tagawa, a la señora Sekine no le gustaba coger el ascensor. Sobre todo, después de haber bebido. Decía que le daba nauseas, por lo que siempre bajaba por la escalera.

—Ya.

—Aun así, Sakai pensaba que se trataba de un suicidio. Dijo que si hubiera sido un accidente o alguien la hubiera empujado, la señora Sekine habría gritado, sí o sí.

«No tiene por qué», pensó Honma. «No si alguien la dejó fuera de combate antes de lanzarla por la escalera, o la cogió desprevenida…».

—Se dice que a veces la víctima es incapaz de articular un sonido. ¿Es una zona tranquila?

Tamotsu se echó a reír.

—Bueno, el Tagawa tiene karaoke y en el club de al lado hay una pista de baile. He ido a bailar a este último y la música está tan alta que apenas puedes oír lo que te dice el de al lado.

—Es cierto —coincidió Ikumi—. En fin, cuando grité, los primeros que se acercaron hasta donde yo estaba fueron personas de otros edificios o de las tiendas que había cerca. Nadie en el Tagawa se enteró de nada hasta que no se congregó una gran multitud.

—¿Y la señora Sekine estuvo en el Tagawa aquella noche?

—Al parecer, iba mucho.

—¿Regularmente?

—Supongo. Al menos eso fue lo que Shoko me dijo. Llevaba años haciéndolo, incluso cuando Shoko vivía en casa. Me comentó que era el único momento de diversión del que disfrutaba su madre.

—¿Asistía algún día en particular?

—Los sábados por la noche. Recuerdo que trabajaba en la cafetería del colegio. No tenía que madrugar el domingo.

Cada sábado por la noche. Entonces, lo único que debía de saber aquella persona era dónde esconderse hasta el momento oportuno. Tan sólo tenía que esperar a que la señora Sekine saliera del Tagawa y darle un empujoncito desde detrás. Parecía bastante simple. Aunque la persona que había planeado matarla debía de haberla vigilado de cerca durante bastante tiempo antes de cometer el crimen. Seguro que existía una explicación más sencilla. Quizás aquella mujer hubiera ido puerta por puerta, haciéndose pasar por una vendedora. O quizás se hubiera enterado de aquella rutina sabática y hubiera venido hasta Utsunomiya sólo para eso. ¿Pero de dónde habría sacado una información como aquella?

—En lugar de quedarnos aquí sentados, deberíamos pasarnos por el Tagawa —sugirió Tamotsu.

—Yo también voy —añadió Ikumi.

—No, pillarás un resfriado.

—No te preocupes. Voy bien abrigada —repuso ella, levantando la barbilla.

Alguna especie de mensaje silencioso debió de haber circulado entre ellos, porque de repente, Tamotsu dejó el vaso sobre la mesa y dijo:

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