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Authors: Miyuki Miyabe

Tags: #Intriga

La Sombra Del KASHA (25 page)

BOOK: La Sombra Del KASHA
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—Señor Honma, me gustaría ayudarlo.

—¿Ayudarme?

—Ayudarlo a encontrar a Shoko. Me pongo a su entera disposición.

Honma miró a Ikumi. Tenía una expresión tensa en los labios. Asintió en un gesto firme y rápido.

—¿Y qué hay de su trabajo?

—Me tomaré unos días libres. No hay problema. Está decidido, ¿le parece? Ikumi está de acuerdo —anunció atropelladamente, antes de ponerse de pie—. Enseguida vuelvo.

Su mujer le dio una palmadita en las corvas antes de que se marchara.

—Es un buen hombre —dijo, incorporándose y alisándose la falda.

—Mm —coincidió Honma—. Siento haberles arrastrado a este follón.

—No se preocupe. Nos las arreglaremos perfectamente —se apresuró a asegurar. Replegó la servilleta sobre su regazo y añadió—: Me ha dicho que es usted detective en Tokio.

—Bueno, ahora mismo estoy de baja.

—Sí, también lo sé. Tamotsu es bastante sistemático, de hecho. Esta tarde, justo después de que se marchara usted del taller, llamó a su amigo de la policía e hizo que comprobara si existía un tal Honma Shunsuke en la policía de Tokio.

—Ah.

—Y ahora está bastante acelerado y ansioso por ponerse manos a la obra. Le entusiasma poder trabajar en un caso con un detective de carne y hueso. Tiene muchas ganas de hacerlo.

—¿Está segura de que no le importa? Tendrá que ausentarse del trabajo y puede que deba de dejarla aquí sola.

—Se lo digo en serio. Lléveselo.

Honma enmudeció durante unos segundos.

—No creo que pueda.

—¿Por qué no? —preguntó Ikumi, alzando la mirada bruscamente.

—Porque no me creo que usted quiera que lo haga, y no me gustaría causar ningún problema. Mantendré informado a su marido, pero creo que debería quedarse en casa.

—Eso no le servirá de nada. Creo que sería mejor que le dejara echar una mano.

—¿De verdad que no le importa?

—¡Por supuesto que me importa! ¡No me hace ninguna gracia! —espetó, con una expresión tensa—. Pero no soportaría que se quedara sentado en casa sin parar de pensar en Shoko.

—Espere un momento. Creo que la imaginación le está jugando una mala pasada.

—¿Qué le hace pensar eso? —preguntó ella con mucha educación.

—Bueno, aunque fueran novios en el colegio, ahora mismo usted y su familia son mucho más importantes para él que esa mujer. Eso es todo lo que puedo decirle.

—Sí. Somos importantes para él. Y nos cuida. Pero esa no es la cuestión —dijo en un hilo de voz—. Señor Honma, ¿le quedan amigos de la infancia?

—Sí, pero no guardo una relación muy estrecha con ellos. —Bien, entonces lo entenderá.

—¿Estaban unidos Tamotsu y Shoko incluso después del colegio?

—Bueno, a Tamotsu aún le importaba. Cuando ella se marchó a Tokio y acabó metida en tanto lío, me di cuenta de que no sólo se preocupaba por ella, sino que también la amaba.

—Pero no de la forma que la ama a usted.

—No, es diferente. Por esa misma razón accedo a todo esto. Puedo perdonar que todo esto le afecte. Pero no es algo que esté dispuesta a permitir toda la vida. —Ikumi agachó la cabeza. Una solitaria lágrima le cayó sobre la mano.

—No debería estar triste, no es bueno para el bebé —sonrió Honma, intentando animarla un poco.

Pero Ikumi no sonreía. Tenía los hombros encorvados.

—Siempre la ha amado y siempre está pensando en ella. Comparten muchos recuerdos de cuando eran pequeños. Yo no puedo competir con todo eso.

Honma pensó en su amigo Funaki y en las conversaciones privadas que mantenía con la foto enmarcada de Chizuko que había en la casa.

—Y si tanto la amaba, ¿por qué no se casó con ella? Ikumi dejó entrever un atisbo de sonrisa.

—Al parecer, Shoko nunca lo tomó en serio. Estaban demasiado unidos para eso.

«Demasiado unidos», aquellas fueron las mismas palabras que utilizó Funaki.

—Además… —Ikumi se enjugó los ojos con la yema del dedo índice. Ya no intentaba ocultar sus lágrimas—. El tiene la sensación de que la ha decepcionado, ya sabe, al sospechar que asesinó a su madre. Y se siente culpable desde entonces.

—Luego, ¿lo único que desea es redimirse?

—Eso es. Discutimos sobre ello durante tres horas. Créame, está decidido a echar una mano. Así que espero que usted le ayude a quitarse ese peso de encima. —Ikumi no quería tener nada que ver con todo aquello, pero tampoco deseaba competir con un recuerdo. Con un fantasma.

Siguió insistiendo en lo decidido que era Tamotsu, pero lo que más sorprendió a Honma fue su propia resolución. Dejó escapar un suspiro y dijo:

—Cuando todo esto acabe, espero que le obligue a comprarle algo muy caro.

—Va a comprarnos una casa. Ya tenemos el terreno. Me gustaría vivir en una de esas casas de dos plantas —sonrió Ikumi. —Eso es maravilloso.

La puerta se abrió y Tamotsu entró. Probablemente había estado esperando tras la puerta. Tenía la mirada abatida.

—¿Nos vamos? —dijo Ikumi, empezando a levantarse. Medio agachada, se volvió hacia Honma—. Eh, si a Tamotsu le va bien, ¿sería posible obtener un certificado o algo parecido de la policía?

—Venga, déjalo ya —repuso Tamotsu, avergonzado.

—¿Qué perdemos con preguntar? Me encantaría tener un bonito certificado enmarcado en la pared, ¿a ti no? Lo único que tenemos ahora es esa distinción que conseguiste en la clase de gimnasia de segundo de primaria.

Por primera vez desde hacía mucho, Honma sintió una oleada de calor en su interior.

—Veré lo que puedo hacer.

Capítulo 17

El taxi les dejó al pie de la escalera donde había muerto la señora Sekine.

—Con esa pierna, no logrará subir hasta allí —dijo Tamotsu, afirmando lo obvio.

Un único vistazo lo dijo todo. Dos enormes tramos de escalones de hormigón serpenteaban hacia abajo como una atracción de feria. Eran tan empinados que apenas se veía el siguiente escalón. Había una barandilla, pero el ángulo era tan traicionero que bastaba un paso en falso, incluso yendo sobrio, para perder el equilibro y acabar estrellándose en el suelo, sin que nada pudiera impedirlo.

—Bueno, si tuviera que elegir una escalera como arma homicida… —intervino Ikumi que se puso a toser mientras intentaba hacerse un ovillo dentro del abrigo—. Incluso antes del suceso, cada vez que pasaba por aquí y veía la escalera, se me ponían los pelos de punta… Como si estuviera sacada de
El Exorcista
o algo así.

—¿Exorcista?

—¿No va usted al cine? —preguntó Ikumi, sin dar crédito.

Un ascensor descansaba a un lado del edificio, con la moqueta de un rojo acrílico y barato y unas paredes llenas de arañazos y pintadas. El aparato subió como pudo a la tercera planta entre una orquesta de chirridos y resuellos. Si no tuviera la pierna tan mal, pensó Honma, habría tardado mucho menos subiendo por la escalera.

Había un único cliente en el Tagawa, un hombre mayor que estaba sentado junto al ventanal y que se puso en pie nada más ver a Tamotsu. Aquel hombre resultó ser Sakai, el comisario de la policía local. Tamotsu volvía a estar a un paso por delante de Honma.

Honma ya se había topado con algunos policías que, por alguna razón, se sentían inferiores trabajando con alguien del cuerpo de la policía metropolitana. O bien se postraban ante ellos o bien empezaban a hacerse los interesantes. Por suerte, Sakai no hizo ni lo uno ni lo otro. Se acercaba al final de su carrera —«A tan sólo dos meses de la jubilación»— y poco podía impresionarle ya.

—Honda me ha puesto al corriente de todo. Bueno, al menos de los detalles más importantes. Parece que se enfrenta a un caso complicado.

Existen dos tipos de detectives: aquellos que, bajo ningún concepto bajan la guardia en público y aquellos que escogen con sumo cuidado las circunstancias oportunas. Sakai pertenecía al segundo grupo y Tawaga era el lugar que ofrecía dichas circunstancias. Una enorme jarra de sake caliente se levantaba ante él.

—Hablemos de la muerte de Yoshiko Sekine —dijo sin preámbulo alguno—. El primer punto de su agenda es averiguar si hubo algo sospechoso en el suceso, ¿es así?

—Sí. ¿Descarta definitivamente la posibilidad de un homicidio?

Sakai le lanzó una sonrisa sosegada y tranquilizadora. Honma consideró aquello como un arma muy efectiva: la de evitar que un sospechoso crea que existe una causa de alarma; hacerlo sentir cómodo y lograr que haga lo que deseas con tan sólo levantar un dedo.

—Nadie pudo haberla asesinado. Se lo garantizo.

—Pero…

Tamotsu se inclinó hacia delante, con un tono insistente en la voz.

—Se lo he repetido varias veces. Nadie pudo haberla empujado por la escalera. Es imposible.

—¿Imposible? —dijo Honma—. ¿Por qué? ¿Porque nadie oyó un solo grito? ¿O se trata de algo más?

—¿Qué le parece si salimos fuera y echamos un vistazo? Será mucho más rápido.

Ya que el exterior «no era muy seguro» y hacía bastante frío, dejaron a Ikumi en el bar y los tres hombres se encaminaron hacia el vestíbulo de la tercera planta: un simple pasillo de hormigón que no podía medir más de un metro de ancho y se extendía por toda la parte posterior del edificio, protegido a trozos por aleros de hormigón. De espaldas al Tawaga, el ascensor quedaba a la derecha y la escalera a la izquierda. El Tawaga quedaba justo en medio de dos pequeños establecimientos más; a la derecha había otro bar y a la izquierda la discoteca que Tamotsu había mencionado. No había ninguna otra puerta a la vista. Ni de almacén, ni de aseos, nada.

—¿Lo entiende ahora? —preguntó Sakai, seguro de sí mismo mientras se alejaba hacia la escalera—. No hay lugar hacia donde huir o en el que esconderse. Suponga que alguien cometió el asesinato. A continuación, tenía dos opciones: una, bajar por el ascensor; dos, esconderse en uno de los bares, cualquiera, y actuar como si nada.

—En ambos casos, se necesitan agallas y cierto talento para la interpretación —apuntó Honma, arrancándole otra sonrisa a Sakai.

—No supondría mayor inconveniente para la mayoría de la gente.

Los tres hombres se colocaron frente a la escalera, Sakai más hacia delante y Tamotsu más hacia atrás.

El vestíbulo de la segunda planta medía menos de un metro cuadrado. Era la única parada posible. Más abajo, resaltaba el torbellino de escaloncitos de hormigón que se precipitaban hacia el suelo de cemento gris al que daba la escalera. Una altura suficiente como para que a uno le diera vueltas la cabeza.

—Tras la muerte de Yoshiko Sekine, nadie bajó por estas escaleras. Tu mujer declaró eso, ¿verdad, Tamotsu? Y tampoco había nadie al final de las mismas —explicó el detective, mirando por encima del hombro—. Desde luego, cabe otra posibilidad. La persona baja a la segunda planta y escapa por el banco. No obstante, es algo que requiere cierta rapidez. La pega es que el banco está cerrado a cal y canto a esas horas de la noche y sería una odisea colarse dentro, incluso para un empleado del mismo.

Tamotsu se rascó el cuello, sin mediar palabra. —¿Qué hay del ascensor? —preguntó Honma, procurando no sonreír.

—¿Ese montón de chatarra? —Sakai no se molestó en ocultar su sonrisa—. A ver, vayamos por partes. La señora Sekine cae por la escalera, Ikumi la encuentra y empieza a gritar, la gente se acerca corriendo. Y entretanto, ¿el asesino baja por el ascensor sin que nadie repare en él? ¿Algún acróbata en nuestra lista de sospechosos? Porque hablamos de algo que sucede en cuestión de segundos. Había mucha más gente tras la caída.

—¿Y colarse en otro bar y actuar como un cliente más? —inquirió Tamotsu, continuando con las preguntas.

Sakai negó con la cabeza.

—Como ya he dicho antes, no pudo ser. Interrogamos a todos los que se encontraban en los bares aquel día. —Dio un golpecito a la puerta del establecimiento más ruidoso—. Aseguraron no haber visto a nadie salir o regresar sobre aquella hora, ni siquiera clientes nuevos. Todo local dispone de aseos y teléfono en el interior, así que no es necesario que nadie salga.

—Pero en un lugar con tanto jaleo, ¿crees que los clientes se fijan en todo el mundo? —preguntó Tamotsu, señalando la pesada puerta—. ¿Has considerado la posibilidad de que dijeran lo primero que se les pasó por la cabeza?

—Sí, claro. Quizá —repuso Sakai, sólo para no desalentarle—. Pero digamos que el tipo que empujó a la señora Sekine por la escalera estaba esperando en uno de los bares, ¿cómo vigilarla y saber exactamente a qué hora saldría del Tagawa? Dirás que tal vez estuvo fuera todo el tiempo, dando vueltas. Sería lo más lógico, pero sólo conseguiría levantar sospechas. Si hubiera actuado así, alguien lo recordaría. Vale. Coloquémoslo dentro de uno de los locales, sería imposible que con tanto ruido oyera a la señora Sekine. ¿Cómo lo haría entonces?

Tamotsu no sabía qué contestar, se limitó a meter las manos en los bolsillos. De repente, parecía muy distante.

—¿Qué me dice de la coartada de la hija? —preguntó Honma.

—Comprobada. La hora de la muerte fue alrededor de las once. La hija estuvo trabajando en su local toda la noche. Tenemos el testimonio de sus compañeras de trabajo. Sucedió un sábado. El local no estaba cerrado.

—Ya. Compañeras de trabajo —espetó Tamotsu en tono de desdén.

Honma y Sakai intercambiaron una mirada.

—Esto sucede en la vida real, ¿sabes? —dijo Sakai.

En realidad, los detectives dan mucha más importancia a las coartadas de lo que la gente imagina. Si una coartada es sólida, al investigador no le queda otra que tachar a esa persona de la lista de sospechosos y seguir indagando. Los novatos suelen ser más obstinados al respecto, no suelen preocuparse tanto por las coartadas o las pruebas, sino que se empecinan en el móvil y son incapaces de ver más allá.

Así que Tamotsu, desde el instante en el que se le pasó por la cabeza que Shoko podía haber cometido el crimen, no podía considerar otra cosa. Para él, las deudas de Shoko pesaban más que cualquier coartada. Honma, por otro lado, ni siquiera consideraba la idea de que aquella mujer hubiera asesinado a su madre. El estaba buscando a la Shoko de Jun.

Ante la insistencia de Sakai, Tamotsu regresó al interior del Tagawa para echar un vistazo a su mujer, dejando a los detectives solos.

A Honma empezaban a helársele las orejas.

—No entiendo por qué ha descartado el asesinato —confesó.

—Al parecer, aún tiene reservas al respecto —espetó sin más Sakai.

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