Read La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey Online
Authors: Mary Ann Shaffer y Annie Barrows
Le di la mano (no recuerdo si dijo algo) y luego se puso al lado de Amelia. Es una de esas mujeres que son más guapas a los sesenta años de lo que fueron a los veinte (¡ay, cómo espero que alguien diga eso de mí algún día!). Pequeña, de cara delgada, tiene una sonrisa encantadora, el pelo gris con una diadema, me cogió fuerte de la mano y me dijo: «Juliet, estoy contenta de que al fin estés aquí. Cojamos tus cosas y vayamos a casa». Me pareció estupendo, aunque en realidad no fuera mi casa.
Mientras estábamos allí de pie en el muelle, un destello de luz me daba en los ojos. Isola resopló y dijo que era Adelaide Addison, que estaba en la ventana de su casa con anteojos, siguiendo cada movimiento que hacíamos. Isola saludó enérgicamente con la mano hacia el lugar de donde venía el reflejo y entonces paró.
Mientras nos reíamos de eso, Dawsey recogía mi equipaje, vigilaba que Kit no cayera al muelle y echaba una mano. Empecé a ver que es eso lo que hace, y que todos cuentan con que lo haga.
Los cuatro (Amelia, Kit, Dawsey y yo) fuimos a la granja de Amelia en la furgoneta de Dawsey, mientras los demás se fueron caminando. En realidad no estaba lejos, pero sí que cambiamos de paisaje; fuimos de St. Peter Port al campo. Hay pastos que se extienden, pero terminan de repente en los acantilados, y por todas partes llega el olor salobre y húmedo del mar. Mientras íbamos en la furgoneta, el sol se ponía y crecía la bruma. ¿Sabes cómo se amplifican los sonidos en la niebla? Bueno, era como eso, cada trino de pájaro tenía importancia, era simbólico. Cuando llegamos a la casa solariega, las nubes se desbordaban sobre los acantilados y los campos estaban envueltos en gris, pero vi unas formas fantasmagóricas que creo que eran los búnkers de cemento que construyeron los trabajadores Todt.
Kit estaba sentada a mi lado en la furgoneta y me miraba de reojo. No fui tan tonta para intentar hablar con ella, pero hice el juego del pulgar roto, sabes, aquel que hace que parezca que tienes el dedo separado.
Lo hice una y otra vez, con indiferencia, sin mirarla mientras ella me observaba como la cría de un halcón. Estaba concentrada y fascinada, pero no del todo crédula para echarse a reír. Al final, simplemente dijo: «Enséñame cómo lo haces».
En la cena, sentada frente a mí, apartó las espinacas y con la mano levantada como deteniendo el tráfico, dijo: «Para mí no», y yo, por lo pronto, no iba a desobedecerla. Movió la silla hacia el lado de Dawsey y comió con un codo colocado con firmeza sobre el brazo de él, sin que él se pudiera mover. A Dawsey no pareció importarle, a pesar de que le costó cortar el pollo, y cuando se acabó la cena, ella subió de inmediato a su regazo. Obviamente es su trono legítimo, y aunque Dawsey parecía estar atento a la conversación, le descubrí haciendo un conejo con la servilleta mientras hablábamos de la escasez de alimentos durante la Ocupación. ¿Sabías que los isleños usaron alpiste en lugar de harina hasta que se les acabó?
Debo de haber pasado alguna prueba que no sabía que me estaba haciendo, porque Kit me pidió que la arropara en la cama. Quería que le contara una historia sobre un hurón. Le gustaban los bichos, ¿y a mí? ¿Le daría un beso en los labios a una rata? Le dije: «Nunca», y parece que con eso me gané su aceptación; era claramente una cobarde, pero no una hipócrita. Le conté una historia y ella me ofreció una parte diminuta de su mejilla, para que le diera un beso.
Vaya carta más larga, y sólo te he contado las cuatro primeras horas de las veinte. Para las otras dieciséis horas, tendrás que esperar.
Besos,
JULIET
De Juliet a Sophie
24 de mayo de 1946
Queridísima Sophie:
Sí, estoy aquí. Mark hizo todo lo que pudo para detenerme, pero resistí tozudamente, hasta el final. Siempre he considerado que la obstinación era una de mis características menos encantadoras, pero la semana pasada me fue útil.
Fue salir del puerto en el barco y verle allí de pie en el muelle, alto y con el ceño fruncido, queriendo casarse conmigo de todos modos, cuando empecé a pensar que quizá tenía razón. Tal vez era una completa idiota. Sé de tres mujeres que están locas por él, me lo quitarían de las manos en un periquete y me pasaría los últimos años de mi vida en un estudio mugriento, mientras los dientes me caen uno a uno. Ah, ahora lo veo todo: nadie comprará mis libros, y asediaré a Sidney con viejos manuscritos ilegibles, que fingirá publicar por lástima. Chocheando y refunfuñando, vagaré por las calles llevando mis patéticos nabos en una bolsa de red, con papeles de periódicos dentro de los zapatos. Tú me enviarás afectuosas felicitaciones de Navidad (¿verdad?) y haré alarde con desconocidos de que una vez casi me caso con Markham Reynolds, el magnate del mundo editorial. Harán un gesto con la cabeza como queriendo decir «la pobrecita está como una cabra, claro, pero es inofensiva».
Dios. Esto roza la locura.
Guernsey es precioso y mis nuevos amigos me han recibido con tanta generosidad, tan calurosamente, que no he dudado en que he hecho bien en venir, bien, hasta hace sólo un momento, cuando he empezado a pensar en mis dientes. Voy a dejar de pensar. Voy a salir al prado de flores silvestres que tengo justo enfrente, y voy a correr tan rápido como pueda hasta el acantilado. Luego voy a tumbarme, mirar al cielo, que brilla como una perla esta tarde, respirar el cálido aroma de la hierba y hacer como si Markham V. Reynolds no existiera.
Acabo de entrar. Han pasado unas horas, la puesta de sol ha bañado las nubes de un color dorado brillante y el mar gime debajo de los acantilados. ¿Mark Reynolds? ¿Quién es ése?
Con todo mi cariño,
JULIET
De Juliet a Sidney
27 de mayo de 1946
Querido Sidney:
La casa de Elizabeth fue claramente construida para que alguien exaltado se alojara allí, porque es muy espaciosa. Abajo hay un gran salón, un cuarto de baño, una habitación muy tranquila y una cocina enorme. En el piso de arriba hay tres dormitorios y un baño. Y lo mejor de todo: hay ventanas por todas partes, así la brisa entra en todas las habitaciones.
He movido la mesa para trabajar al lado de la ventana más grande del salón. El único problema es la tentación constante de salir afuera y caminar hasta el borde del acantilado. El mar y las nubes no están ni cinco minutos seguidos igual y me da miedo perderme algo si me quedo dentro. Cuando me he levantado esta mañana, el mar estaba lleno de pequeños reflejos, y ahora parece estar cubierto de un tul amarillo. Los escritores deberían vivir tierra adentro o lejos de la ciudad, si quieren acabar algún trabajo. O quizá necesiten ser más decididos de lo que soy yo.
Si necesitara algún aliciente para sentirme fascinada por Elizabeth, lo cual no me hace falta, serían sus cosas. Los alemanes llegaron para quedarse con la casa de sir Ambrose y le dieron sólo seis horas para llevar sus pertenencias a la casita. Isola le dijo a Elizabeth que sólo se llevara unos pocos cacharros de cocina, algunos cubiertos y la vajilla (los alemanes se quedarían la cubertería de plata, las copas de cristal, la vajilla de porcelana y el vino para ellos), las piezas de arte, un viejo fonógrafo a cuerda, algunos discos y montones de libros. Tantos libros, Sidney, que no he tenido tiempo de mirarlos bien, llenan los estantes de la sala de estar y se desbordan hasta la cocina. Incluso colocó un montón al final del sofá para usarlos de mesa, ¿no es genial?
En cada rincón encuentro pequeñas cosas que me hablan de ella. Era una persona muy observadora, Sidney, como yo, ya que tiene todos los estantes decorados con conchas, plumas de pájaros, algas secas, piedrecitas, cáscaras de huevos y el esqueleto de algo que podría ser un murciélago. Son sólo cosas que estaban en el suelo, que cualquier otra persona pasaría por alto o pisaría, pero ella vio que eran bonitas y se las llevó a casa. Me pregunto si las usa de bodegón. Me pregunto si sus cuadernos de dibujo están aquí por alguna parte. Tengo que merodear un poco. Primero el trabajo, pero la expectativa es como Nochebuena los siete días de la semana.
Elizabeth también se trajo uno de los cuadros de sir Ambrose. Es un retrato de ella, imagino que pintado cuando tenía unos ocho años. Está sentada en un columpio, a punto de ponerse en movimiento, pero teniendo que quedarse quieta para que la pinte sir Ambrose. Por la expresión de la cara se puede ver que a ella no le gusta. Las miradas deben de ser hereditarias, porque es idéntica a la de Kit.
La casita está muy adentro de la puerta de entrada (en serio, hay tres verjas de barrotes). El prado que rodea la casita está lleno de flores silvestres hasta que llegas al borde del acantilado donde crece la hierba desigual.
La Casa Grande (a falta de un nombre mejor) es la que vino a cerrar Elizabeth para Ambrose. Está justo arriba del camino de la casita y es una casa preciosa. Tiene dos pisos, forma de L y está hecha de una bonita piedra de color gris azulado. El tejado es de pizarra con ventanas en las buhardillas y hay una terraza que va desde la parte interior de la L hasta el borde. En la punta hay una torrecilla con una ventana que mira al mar. La mayoría de los árboles los tuvieron que talar para hacer leña, pero el señor Dilwyn tiene a Eben y a Eli plantando nuevos (castaños y robles). También va a poner melocotoneros cerca de los muros del jardín, tan pronto como los reconstruyan.
La casa está maravillosamente proporcionada, tiene amplios ventanales abiertos directamente a la terraza de piedra. El césped crece verde y exuberante otra vez, cubriendo las marcas que dejaron las ruedas de los coches y los camiones alemanes.
Durante los últimos cinco días he visitado los diez distritos de la isla, acompañada por Eben, Eli, Dawsey o Isola. Guernsey es precioso en todas sus variantes: campos, bosques, setos, depresiones, casas solariegas, dólmenes, acantilados y precipicios, rincones encantados, graneros y casitas normandas de piedra. Me han contado relatos sobre su historia (muy anárquica) con cada nuevo lugar y edificio.
Los piratas de Guernsey tenían un gusto excelente; construían bonitas casas y construcciones públicas impresionantes. Por desgracia están en mal estado y necesitan una reparación, pero arquitectónicamente tienen una gran belleza. Dawsey me llevó a una pequeña iglesia; cada centímetro de ella está decorada con mosaicos hechos con pequeños trozos de porcelana. Todo esto lo hizo un sacerdote solo (debía hacer las llamadas pastorales con un mazo en mano).
Mis guías son tan variados como las vistas. Isola me habla de los malditos piratas con huesos blanqueados colgados del pecho que se lavaban en las playas y lo que el señor Cheminie esconde en el granero (él dice que es un ternero, pero sabemos que es otra cosa). Eben me describe cómo solían ser las cosas, qué apariencia tenían antes de la guerra, y Eli desaparece de pronto y vuelve con un zumo de melocotón y una sonrisa angelical. Dawsey es el que habla menos, pero me lleva a ver cosas maravillosas, como aquella pequeñísima iglesia. Luego se aleja y me deja disfrutar todo el tiempo que quiera. Es la persona más tranquila que he conocido nunca. Ayer, mientras caminábamos por el camino, me di cuenta de que pasábamos muy cerca de los acantilados y que había un sendero que bajaba a la playa. «¿Aquí es donde conociste a Christian Hellman?», pregunté. Dawsey pareció sobresaltado y dijo que sí, que éste era el lugar. «¿Qué aspecto tenía?», pregunté, porque quería imaginarme la escena. Esperaba que fuera una petición inútil, ya que los hombres no saben describirse unos a otros, pero Dawsey supo hacerlo. «Se parecía a los alemanes, ya sabes, alto, rubio, con ojos azules, la diferencia es que él era capaz de sentir dolor.»
Con Amelia y Kit he ido a la ciudad varias veces a tomar el té. Cee Cee tenía razón respecto a su éxtasis al llegar navegando a St. Peter Port. El puerto recorre toda la ciudad y ésta sube vertiginosamente hacia el cielo, debe de ser uno de los más bellos del mundo. Los escaparates de High Street y el Pollet están tan limpios que brillan, y los están empezando a llenar con nuevos artículos. Ahora mismo, St. Peter Port parece monótono, ya que hay muchos edificios que se han de restaurar, pero al menos no hay la contaminación de Londres. Debe de ser por la luz que flota sobre todas las cosas, la brisa y las flores que crecen por todas partes, en los campos, arcenes, ranuras y entre los adoquines.
Tendríamos que tener la altura de Kit para ver adecuadamente todo ese mundo. Es muy buena señalando cosas que, si no, me perdería: mariposas, arañas, florecillas que crecen a ras del suelo… son difíciles de ver cuando estás de cara a una resplandeciente pared de fucsias y buganvilla. Ayer encontré a Kit y Dawsey agachados en la maleza de al lado de la entrada, silenciosos como ladrones. No estaban robando, sino observando cómo un mirlo intentaba sacar un gusano de la tierra. El gusano se resistía y los tres nos quedamos allí sentados, en silencio, hasta que finalmente el mirlo se lo tragó. Nunca antes había visto el proceso entero. Es repugnante.
A veces, cuando vamos a la ciudad, Kit lleva una pequeña caja de cartón, atada fuertemente con cuerda y un asa de hilo rojo. Incluso cuando comemos, la tiene en la falda y la protege mucho. No hay agujeros en la caja que hagan de respiradero, así que no debe de ser un hurón. Ay, no, quizás es un hurón muerto. Me encantaría saber qué hay dentro, pero, por supuesto, no se lo puedo preguntar.
Me gusta mucho esto, y ahora ya estoy bien instalada para empezar a trabajar. Lo haré, en cuanto vuelva esta tarde de pescar con Eben y Eli.
Un abrazo para ti y Piers,
JULIET
De Juliet a Sidney
30 de mayo de 1946
Querido Sidney:
¿Recuerdas cuando me hiciste sentarme para presenciar quince sesiones de la Escuela de Sidney Stark de la Perfecta Mnemotécnica? Dijiste que los escritores que se sentaban a tomar notas durante una entrevista eran unos groseros, holgazanes e incompetentes, y que tú ibas a asegurarte de que yo no iba a ser así. Eras insoportablemente arrogante y te detestaba, pero aprendí bien tus lecciones y ahora puedes ver los frutos de tu duro trabajo:
Ayer por la noche fui a mi primera reunión de la Sociedad Literaria y el Pastel de Piel de Patata de Guernsey. Se celebró en la sala de estar de Clovis y Nancy Fossey (y también en la cocina). El portavoz de la velada era un nuevo miembro, Jonas Skeeter, que iba a hablar de las
Meditaciones
de Marco Aurelio.
El señor Skeeter se encaminó al frente de la habitación, nos fulminó a todos con la mirada y anunció que él no quería estar allí y que sólo había leído el estúpido libro de Marco Aurelio porque su queridísimo viejo amigo, Woodrow Cutter, se había metido con él porque no iba a las reuniones. Todo el mundo se volvió a mirar a Woodrow, y Woodrow, allí sentado, se quedó obviamente horrorizado y con la boca abierta.