La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey (19 page)

BOOK: La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey
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«Woodrow —continuó Jonas Skeeter— vino a verme al campo cuando yo estaba ocupado amontonando el abono. Tenía un pequeño libro en las manos, y dijo que lo acababa de leer. Dijo que le gustaría que yo también lo leyera, era muy "profundo".

»"Woodrow, yo no tengo tiempo de ser 'profundo'", le dije.

»Él dijo: "Deberías buscar tiempo para leerlo, Jonas. Si lo leyeras, tendríamos más cosas sobre las que hablar en el Crazy Ida's. Nos divertiríamos más que con una pinta de cerveza".

»Eso hirió mis sentimientos, no puedo pretender que no fue así. Mi amigo de la infancia se comportó con aires de superioridad durante algún tiempo, sólo porque leía libros para vosotros y yo no. Antes lo habría dejado estar, cada uno a lo suyo, como decía siempre mi madre. Pero ahora, ha ido demasiado lejos. Me ha insultado. Se colocó por encima de mí en la conversación.

»"Jonas —dijo—, Marco Aurelio fue un general romano, un guerrero poderoso. Este libro es sobre lo que pensaba, estando ahí entre los cuados. Eran bárbaros que se escondían en los bosques a esperar para matar a todos los romanos. Y Marco Aurelio, viéndose en apuros por culpa de esos cuados, se tomó tiempo para poner sus pensamientos por escrito en este pequeño libro. Tenía pensamientos largos, muy largos, y podríamos usar algunos de ellos, Jonas."

»Así que me tragué el dolor y cogí el maldito libro, pero he venido aquí esta noche para decir, antes que nada, ¡Vergüenza, Woodrow! ¡Debería darte vergüenza, poner un libro por encima de tu amigo de la niñez!

»Pero sí lo leí, y esto es lo que pienso: Marco Aurelio era un maniático, siempre midiéndose su bienestar mental, preguntándose qué había hecho, o qué no había hecho. ¿Tenía razón o estaba equivocado? ¿El resto del mundo estaba equivocado? ¿O sería él? No, eran todos los demás los que estaban equivocados, y él les explicó cómo son en realidad las cosas. Una gallina clueca, eso es lo que era, nunca tuvo ni el más mínimo pensamiento que no convirtiera en sermón. ¿Por qué? Apuesto a que el hombre ni podía mear…»

Alguien ahogó un grito: «¡Mear! ¡Ha dicho "mear" delante de las damas!».

«¡Haced que se disculpe!», gritó alguien más.

«No tiene que disculparse. Se supone que puede decir lo que piensa, y eso es lo que piensa. ¡Nos guste o no!»

«Woodrow, ¿cómo pudiste herir tanto a tu amigo?»

«¡Qué vergüenza, Woodrow!»

La habitación se quedó en silencio cuando Woodrow se levantó. Los dos hombres se encontraron a medio camino. Jonas abrazó a Woodrow y Woodrow abrazó a Jonas, y los dos se fueron, cogidos del brazo, para el Crazy Ida's. Espero que eso sea un pub y no una mujer.

Un abrazo,

JULIET

P.D. Dawsey fue el único miembro del grupo que pareció encontrar divertida la sesión de anoche. Es demasiado educado para reírse en voz alta, pero vi cómo le temblaban los hombros. Deduje por los otros que había sido una velada satisfactoria, pero, ni mucho menos, extraordinaria.

Otro abrazo,

JULIET

De Juliet a Sidney

31 de mayo de 1946

Querido Sidney:

Por favor, lee la carta adjunta, la encontré debajo de la puerta esta mañana.

Estimada señorita Ashton:

La señorita Pribby me dijo que quería saber cosas sobre nuestra reciente Ocupación por parte del ejército alemán, así que aquí tiene mi carta.

Soy un hombre pequeño, y aunque mi madre diga que nunca destaqué en nada, no es cierto. Sólo que no se lo dije. Soy un campeón silbando. He ganado concursos y premios. Durante la Ocupación, usé este talento para acobardar al enemigo.

Después de que mi madre se quedara dormida, salía a escondidas de la casa. Hacía el camino en silencio hasta el burdel de los alemanes (si me permite la palabra) en Saumarez Street. Me escondía en la sombra hasta que salía un soldado. Realmente no sé si las señoritas estaban al corriente, pero los hombres no estaban en su mejor forma física después de tales ocasiones. El soldado empezaba a caminar de vuelta a su cuartel, a menudo, silbando. Yo empezaba a caminar despacio, silbando la misma melodía (pero mucho mejor). Él paraba de silbar, pero yo no. Se detenía un momento, pensando que lo que creía que era un eco era en realidad otra persona en la oscuridad, que le seguía. ¿Pero quién? Miraba atrás, yo me escabullía en algún portal. No veía a nadie, volvía a seguir su camino, pero sin silbar. Yo empezaba a caminar otra vez y volvía a silbar. Él se paraba, yo me paraba. Él apresuraba el paso, pero yo, todavía silbando, le seguía con pasos fuertes. El soldado salía corriendo hacia el cuartel, y yo volvía al burdel a esperar a otro alemán a quien acosar. Creo, de verdad, que logré que muchos soldados no estuvieran en condiciones de llevar a cabo sus obligaciones al día siguiente. ¿Ve?

Ahora, si me perdona, le hablaré más sobre burdeles. Yo no creo que aquellas jovencitas estuvieran allí porque de verdad quisieran. Las trajeron de las zonas ocupadas de Europa, igual que los trabajadores esclavos Todt. No pudo haber sido un trabajo agradable. Hay que decir a favor de los soldados que pidieron a las autoridades alemanas que les dieran un complemento extra de comida, igual que se hacía con los trabajadores fuertes de la isla. Además, vi a algunas de estas mismas señoritas compartir su comida con los trabajadores Todt, a quienes a veces dejaban salir de noche en busca de comida.

La hermana de mi madre vive en Jersey. Ahora que la guerra ha terminado, puede venir a visitarnos; es una lástima. Siendo la clase de mujer que es, contó una historia desagradable.

Después del desembarco de Normandía, los alemanes decidieron enviar a las chicas de sus burdeles de vuelta a Francia, así que las metieron a todas en un barco rumbo a St. Malo. Esas aguas son muy caprichosas, revueltas y peligrosas. Su barco se estrelló contra las rocas y se hundió. Todos murieron. Se podía ver a todas esas pobres mujeres ahogadas de cabello rubio (color desteñido de frescas, las llamó mi tía), esparcidas por el agua, arrastradas contra las rocas. «Se lo merecían, por putas», dijo mi tía, y ella y mi madre se pusieron a reír.

¡No se podía aguantar! Salté de la silla y les tiré la mesita del té, deliberadamente. Las llamé viejas chochas.

Mi tía dice que nunca más va a poner un pie en nuestra casa, y mi madre no me habla desde ese día. A mi modo de ver, así estamos más tranquilos.

Suyo sinceramente,

HENRY A. TOUSSANT

De Juliet a Sidney

6 de junio de 1946

Señor Sidney Stark

Stephens & Stark Ltd.

21 St. James's Place

Londres SW1

Querido Sidney:

¡No podía creer que fueras tú quien llamó desde Londres ayer por la noche! Qué acertado de tu parte no decirme que estabas volando a Inglaterra; sabes cuánto me aterran los aviones, aunque no estén tirando bombas. Es maravilloso saber que ya no estás a cinco océanos de distancia, sino sólo al otro lado del canal de la Mancha. ¿Vendrás a vernos tan pronto?

Isola es el mejor pretexto. Me ha traído a siete personas para que me cuenten sus historias durante la Ocupación, y he recogido montones de notas de las entrevistas. Pero, por ahora, sólo son anotaciones. Todavía no sé si se puede hacer un libro o, si se puede, cómo debería ser.

Kit ha cogido la costumbre de pasar algunas mañanas aquí. Trae piedras o conchas y se sienta tranquila (razonablemente tranquila), en el suelo y juega mientras yo trabajo. Cuando acabo, nos vamos a comer a la playa. Si hay mucha niebla, jugamos en casa al Salón de Belleza, peinándonos una a la otra, o jugamos a la Novia Muerta.

La Novia Muerta no es un juego complicado como el de Serpientes y Escaleras, es bastante sencillo. La novia se oculta con una cortina de encaje y se mete en el cesto de la ropa, donde se tumba como si estuviera muerta mientras el angustiado novio va en su busca Cuando finalmente la encuentra sepultada en el cesto de la ropa, rompe a llorar. Entonces, y sólo entonces, la novia salta gritando: «¡Sorpresa!», y lo estrecha con fuerza. Luego es todo alegría, sonrisas y besos. Personalmente, a ese matrimonio no le veo ninguna posibilidad.

Sabía que todos los niños son terroríficos, pero no sé si se debe animarles a que lo sean. Me da miedo escribir a Sophie para preguntarle si la Novia Muerta es un juego demasiado morboso para una niña de cuatro años. Si me dice que sí, tendremos que dejar de jugar y no me apetece. Me encanta la Novia Muerta.

Te surgen demasiadas preguntas cuando pasas unos días con un niño. Por ejemplo, si a uno le gusta mucho poner los ojos bizcos, ¿se te pueden quedar así para siempre, o es un rumor? Mi madre decía que sí y la creía, pero Kit está hecha de una pasta más fuerte y lo duda.

Me cuesta recordar las ideas de mis padres sobre criar niños, pero, desde que esta niña creció, he dejado de tener buen juicio. Sé que me pegaron por escupir los guisantes encima de la mesa en casa de la señora Morris, pero eso es todo lo que recuerdo. Quizá se lo merecía. Kit no parece resentirse por haberse criado con los miembros de la sociedad. Desde luego no la ha vuelto miedosa ni retraída. Ayer le pregunté a Amelia sobre esto. Sonrió y dijo que no había posibilidad de que una hija de Elizabeth fuera miedosa ni retraída. Entonces me contó una bonita historia sobre Elizabeth y su hijo Ian cuando eran niños. A él lo iban a mandar a una escuela en Inglaterra y no estaba muy contento, así que decidió escaparse de casa. Lo consultó con Jane y Elizabeth, y Elizabeth lo convenció para que le comprara su barca para escaparse. El problema era que ella no tenía barca, pero eso no se lo dijo. En lugar de eso, construyó una ella misma, en tres días. La tarde señalada la transportaron a la playa, e Ian partió, mientras Elizabeth y Jane le decían adiós con los pañuelos desde la orilla. Cuando se había alejado unos ochocientos metros, la barca se empezó a hundir rápidamente. Jane quería salir corriendo a buscar a su padre, pero Elizabeth dijo que no había tiempo y ya que todo era culpa suya, tendría que salvarle ella. Se quitó los zapatos, se zambulló en las olas y nadó hacia Ian. Juntos, trajeron los restos hasta la costa, y ella se llevó al chico a casa de sir Ambrose para que se secara. Le devolvió el dinero, y mientras estaban sentados delante del fuego, se volvió hacia él y le dijo tristemente: «Ahora tendremos que robar una barca, y ya está». Ian le dijo a su madre que, después de todo, sería mucho más fácil ir a la escuela.

Sé que te costará una cantidad de tiempo ingente ponerte al día con el trabajo. Si realmente tienes un momento, ¿podrías buscarme un álbum de muñecas recortables? Uno lleno de glamurosos vestidos de fiesta, por favor.

Sé que Kit me está cogiendo cariño, me da palmaditas en la rodilla cuando pasa por delante.

Un abrazo,

JULIET

De Juliet a Sidney

10 de junio de 1946

Querido Sidney:

Acabo de recibir un paquete tuyo maravilloso que me ha enviado tu nueva secretaria. ¿Se llama Billee Bee Jones de verdad? No importa, de todas maneras es un genio. Le encontró a Kit dos álbumes de muñecas recortables, y no unos cualquiera. Encontró el álbum de Greta Garbo y el de
Lo que el viento se llevó
, llenos de vestidos preciosos, abrigos de piel, sombreros, boas… son maravillosos. Billee Bee también nos ha enviado unas tijeras de punta redonda, un detalle que nunca se me habría ocurrido. Kit las está usando ahora.

Esto no es una carta, sino una nota de agradecimiento. También le estoy escribiendo una a Billee Bee. ¿Cómo encontraste una persona tan eficiente? Espero que sea regordeta y maternal, porque así es como me la imagino. Me adjuntó una nota diciendo que los ojos no se quedan bizcos para siempre, que es un cuento de viejas. Kit está contentísima y tiene pensado ponerse bizca hasta la hora de la cena.

Te mando un beso.

JULIET

P.D. Me gustaría señalar que, contrariamente a ciertas insinuaciones de tu última carta, el señor Dawsey Adams no aparece mencionado en ésta. No he visto al señor Dawsey Adams desde el martes por la tarde, cuando vino a recoger a Kit. Nos encontró engalanadas con nuestras joyas más refinadas y caminando con paso firme por la habitación, al ritmo conmovedor de la marcha «Pompa y circunstancia» en el fonógrafo. Kit le hizo una capa con un paño de cocina y marchó firme con nosotras. Creo que tiene algún antepasado aristócrata; sabe poner una mirada benevolente a media distancia, igual que un duque.

Carta recibida en Guernsey el 12 de junio de 1946

Para: «Eben» o «Isola» o cualquier otro miembro de un círculo literario de Guernsey, islas del Canal, Gran Bretaña

Entregada a Eben, 14 de junio de 1946

Estimada Sociedad Literaria de Guernsey:

Les saludo como a aquellos allegados de mi amiga, Elizabeth McKenna. Les escribo para contarles que murió en el campo de concentración de Ravensbrück. La ejecutaron allí en marzo de 1945.

En aquellos días, antes de que el ejército ruso llegara y liberara el campo, los soldados de las SS llevaron camiones cargados con montones de documentos al crematorio para quemarlos en los hornos. Así que me temo que nunca supieron nada del encarcelamiento de Elizabeth y de su muerte.

Elizabeth me hablaba a menudo de Amelia, Isola, Dawsey, Eben y Booker. No recuerdo los apellidos, pero creo que los nombres de Eben e Isola no son unos nombres muy corrientes, y espero que puedan encontrarlos fácilmente en Guernsey.

También sé que les apreciaba como si fueran su familia, y que se sentía agradecida y tranquila, al saber que su hija Kit estaba a su cuidado. Por eso les escribo, para que ustedes y la niña sepan de ella y de la fortaleza que nos demostró en el campo. No sólo fortaleza, sino también una especialidad que tenía en hacernos olvidar dónde estábamos por un momento. Elizabeth era mi amiga, y en ese lugar, la amistad era lo único que nos ayudaba a seguir siendo humanos.

Ahora resido en el hospicio La Forêt en Louviers, Normandía. Todavía no hablo bien el inglés, así que la hermana Touvier me está corrigiendo las frases mientras las escribo.

Ahora tengo veinticuatro años de edad. En 1944, la Gestapo me cogió en Plouha, en Bretaña, con un paquete de cupones de racionamiento falsificados. Me interrogaron, bueno, sólo me golpearon y me mandaron al campo de concentración de Ravensbrück. Me pusieron en el pabellón número once, y fue allí donde conocí a Elizabeth.

Les contaré cómo nos conocimos. Una tarde vino y dijo mi nombre, Remy. Me alegró oír pronunciar mi nombre. Dijo: «Ven conmigo. Tengo una agradable sorpresa que enseñarte». No entendí lo que quería decir, pero corrí con ella a la parte de atrás de los barracones. Había una ventana rota tapada con papeles, y los quitó. Trepamos y salimos corriendo hacia el Lagerstrasse.

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