La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey (22 page)

BOOK: La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey
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Ahora Sidney y yo vamos a ir a comprarle algún detalle a Isola. Yo digo que un cálido chal de colores vistosos le encantaría, pero él le quiere comprar un reloj de cuco. ¿Por qué?

Un beso,

JULIET

P.D. Mark no escribe, llama. Me llamó la semana pasada. La conexión era muy mala y nos obligó a estar todo el rato interrumpiéndonos y gritando «¿Qué?» cada dos por tres, pero pude entender lo fundamental de la conversación, que debería volver a Londres y casarme con él. Yo discrepé educadamente. Ahora me afecta mucho menos que hace un mes.

De Isola a Sidney

8 de julio de 1946

Querido Sidney:

Eres un invitado encantador. Me gustas. Y también a Zenobia, si no, no habría volado a tu hombro y no se habría quedado ahí tanto rato.

Estoy contenta de que te guste quedarte a hablar hasta tan tarde. A mí también me gusta. Ahora voy a ir a la casa solariega para buscar el libro que me dijiste. ¿Cómo es que ni Juliet ni Amelia me han hablado nunca de la señorita Jane Austen?

Espero que vuelvas a visitarnos a Guernsey. ¿Te gustó la sopa de Juliet? ¿No estaba buenísima? Pronto estará preparada para hacer masa y salsa con jugo de carne asada, en la cocina tienes que empezar poco a poco, si no, te sale todo mal.

Cuando te fuiste me sentí sola, así que ayer invité a Dawsey y a Amelia a tomar el té. Deberías haberme visto sin decir nada cuando Amelia dijo que pensaba que tú y Juliet os casaríais algún día. Incluso asentí con la cabeza y puse cara de saber algo que ellos no sabían, para despistar.

El reloj de cuco me gusta mucho. ¡Qué alegre es! Siempre corro a la cocina para verlo. Siento que Zenobia le picara la cabeza al pajarillo hasta que se la arrancó, es bastante celosa, pero Eli me dijo que podría tallarme otra cabeza y que quedaría como nuevo. El cuerpo del pájaro todavía sale a dar las horas.

Con cariño, tu anfitriona,

ISOLA PRIBBY

De Juliet a Sidney

9 de julio de 1946

Querido Sidney:

¡Lo sabía! Sabía que Guernsey te encantaría. Lo mejor de estar aquí fue que tú también estuvieras, incluso aunque fuera por tan poco tiempo. Estoy contenta de que ahora conozcas a todos mis amigos y que ellos te conozcan a ti. Sobre todo estoy contenta de que disfrutaras tanto con Kit. Aunque siento decirte que parte del cariño que te tiene se debe al regalo que le trajiste, el
Elspeth, el conejito que cecea
. Su admiración por Elspeth ha provocado que empiece a cecear, y siento decir que es muy buena en eso. Dawsey acaba de traerla a casa. Habían ido a visitar a su nuevo cochinillo. Kit me ha preguntado si estaba escribiendo a Zidney. Cuando le he dicho que sí, ha dicho: «Puez dile que quiero que vuelva pronto». ¿Vez lo que te decía zobre Elspeth?

Eso ha hecho sonreír a Dawsey, lo que me ha alegrado. Siento que no hayas podido ver lo mejor de Dawsey este fin de semana, estuvo más callado de lo normal en la cena que te organicé. Quizá fue por mi sopa, pero creo que fue más porque está preocupado por Remy. Parece que cree que ella no estará mejor hasta que no venga a Guernsey a recuperarse.

Me alegro de que te llevaras mis páginas para leértelas. Sabe Dios que he intentado ver exactamente lo que falla, sólo sé que hay algo que no va bien.

¿Qué demonios le dijiste a Isola? Se detuvo cuando iba a buscar
Orgullo y prejuicio
y me reprochó que nunca le hablara de Elizabeth Bennet y el señor Darcy. ¿Por qué no le habíamos dicho que hay otras historias mejores de amor? ¡Historias que no están llenas de hombres mal adaptados, angustia, muerte y cementerios! ¿Qué más no le hemos contado?

Me disculpé por ese fallo y le dije que tenías toda la razón del mundo, que
Orgullo y prejuicio
era una de las más bellas historias de amor que jamás se habían escrito, y estoy segura de que se morirá por el suspense antes de acabarlo. Isola me dijo que Zenobia está triste porque te fuiste; ha perdido el apetito. Yo también, pero te agradezco mucho que al final pudieras venir.

Besos,

JULIET

De Sidney a Juliet

12 de julio de 1946

Querida Juliet:

He leído tus capítulos varias veces, y tienes razón, no funcionará. Una sucesión de anécdotas no hace un libro.

Juliet, el libro necesita un centro. No me refiero a más entrevistas exhaustivas. Me refiero al punto de vista de una persona que pueda explicar qué estaba pasando a su alrededor. Tal como está escrito ahora, los hechos, por muy interesantes que sean, parecen tentativas dispersas al azar.

Me duele tener que escribirte esto, pero lo hago sólo por una razón. Tú ya tienes el centro, sólo que todavía no lo sabes.

Estoy hablando de Elizabeth McKenna. ¿No te diste cuenta de que todos los que entrevistaste hablaban de ella tarde o temprano? Dios, Juliet, ¿quién pintó el retrato de Booker y le salvó la vida y bailó por la calle con él? ¿Quién se inventó la mentira sobre la Sociedad Literaria y luego hizo que sucediera? Guernsey no era su casa, pero se adaptó al lugar y a la pérdida de libertad. ¿Cómo? Debía echar de menos a Ambrose y a Londres, pero al parecer nunca se quejó. Fue a Ravensbrück por proteger a un trabajador esclavo. Mira cómo y por qué murió.

Juliet, ¿cómo consiguió una chica, una estudiante de arte que en su vida había tenido un trabajo, convertirse en enfermera y trabajar seis días a la semana en el hospital? Tuvo muy buenos amigos, pero en realidad al principio no tenía a nadie. Se enamoró de un oficial enemigo y lo perdió. Tuvo un hijo sola durante la guerra. Debió de ser muy duro, a pesar de tener muy buenos amigos. Sólo se pueden compartir responsabilidades hasta cierto punto.

Te vuelvo a mandar el original y las cartas que me enviaste. Vuélvelo a leer y fíjate cuántas veces se habla de Elizabeth. Pregúntate por qué. Habla con Dawsey y Eben. Habla con Isola y Amelia. Habla con el señor Dilwyn y con cualquiera que la conociera bien.

Vives en su casa. Mira a tu alrededor, sus libros, sus cosas.

Creo que deberías centrar el libro en Elizabeth. Seguro que Kit apreciaría muchísimo una historia sobre su madre; le daría algo a lo que aferrarse más adelante. Así que, o abandonas del todo, o llegas a conocer bien a Elizabeth.

Piénsalo bien y dime si crees que Elizabeth podría ser el centro de tu libro.

Besos para ti y para Kit,

SIDNEY

De Juliet a Sidney

15 de julio de 1946

Querido Sidney:

No necesito pensarlo más. En cuanto leí tu carta, supe que tenías razón. ¡Qué ciega he estado! He estado aquí, deseando haberla conocido, echándola de menos como si lo hubiera hecho, ¿por qué no se me ocurrió escribir sobre ella?

Empezaré mañana. Primero quiero hablar con Dawsey, Amelia, Eben e Isola. Creo que ella les pertenece más a ellos que a los demás, y quiero que me den su aprobación.

Remy quiere venir a Guernsey, después de todo. Dawsey le ha estado escribiendo, y sabía que la acabaría convenciendo. Es capaz de convencer a un ángel para que deje el cielo si se decide a hablar, que no es muy a menudo, para mi gusto. Remy se quedará en casa de Amelia, así que Kit se puede quedar conmigo.

Mil gracias por todo,

JULIET

P.D. ¿Crees que Elizabeth escribiría un diario?

De Juliet a Sidney

17 de julio de 1946

Querido Sidney:

No escribió ningún diario, pero la buena noticia es que dibujó mientras le duró el lápiz y el papel. Encontré algunos bocetos metidos en un cuaderno de dibujo en el último estante de la librería de la sala de estar. Dibujos de trazo rápido que a mí me parecen retratos maravillosos: Isola cogida por sorpresa golpeando algo con una cuchara de madera, Dawsey cavando en un huerto, Eben y Amelia juntos, conversando.

Mientras los estaba mirando, sentada en el suelo, Amelia me vino a ver. Juntas desplegamos varios papeles grandes, cubiertos de dibujos y más dibujos de Kit. Kit dormida, Kit en la falda, mecida por Amelia, hipnotizada por los dedos del pie, contentísima con sus pompas de saliva. Quizá todas las madres miran a su hija de ese modo, con esa atención intensa, pero Elizabeth lo puso en papel. Había un dibujo con trazo poco firme, de una pequeñísima y arrugada Kit, que, según Amelia, hizo al día siguiente de que naciera.

Después encontré el dibujo de un hombre fuerte, de cara ancha; tenía semblante relajado, miraba y sonreía a la artista. Supe enseguida que se trataba de Christian (él y Kit tienen una onda exactamente en el mismo sitio). Amelia cogió el dibujo entre las manos; nunca la había oído hablar de él y le pregunté si le gustaba.

«Pobre chico —dijo—. Me opuse tanto a él. Me parecía una locura que Elizabeth lo hubiera escogido, era un enemigo, un alemán, y tenía mucho miedo por ella. Y por el resto de nosotros, también. Elizabeth era demasiado confiada, y creía que la delataría a ella y a nosotros, así que le dije que pensaba que tenía que dejarle. Fui muy dura con ella.

»Elizabeth se aguantó y no dijo nada. Pero al día siguiente, él vino a verme. Me quedé horrorizada. Abrí la puerta y allí estaba, un enorme alemán uniformado, de pie frente a mí. Yo estaba convencida de que pronto me iban a requisar la casa, así que empecé a protestar, cuando de repente, sacó un ramo de flores (un poco mustias de agarrarlas tan fuerte). Me di cuenta de que estaba muy nervioso, así que dejé de quejarme y le pregunté cómo se llamaba. "Capitán Christian Hellman", dijo, y se puso colorado como un crío. Yo todavía desconfiaba, ¿a qué había venido?, y le pregunté el motivo de su visita. Se puso aún más rojo y dijo bajito: "He venido a mostrarle mis intenciones".

»"¿Por mi casa?", dije bruscamente.

»"No. Por Elizabeth." Y eso es lo que hizo, como si yo fuera un padre de la época victoriana y él el pretendiente. Se sentó en el borde de una silla en el salón, y me dijo que tenía la intención de volver a la isla cuando la guerra terminara para casarse con Elizabeth, plantar fresas, leer y olvidar la guerra. Cuando terminó de hablar, incluso yo me había enamorado un poco de él.»

Amelia estaba a punto de llorar, así que apartamos los dibujos y le preparé un té. Luego vino Kit con un huevo roto de gaviota que quería pegar, y menos mal, nos distrajimos.

Ayer, Will Thisbee se plantó en mi puerta con una bandeja de magdalenas bañadas en batido de ciruela, así que le dije que pasara a tomar el té. Quería que le aconsejara sobre dos mujeres distintas, y que le dijera con cuál de las dos me casaría si fuera un hombre, cosa que no era. ¿Tú lo entiendes?

La señorita X siempre ha sido muy indecisa, lo era desde que tenía diez meses, y no ha mejorado mucho desde entonces. Cuando se enteró de que llegaban los alemanes, enterró la tetera de plata de su madre bajo un olmo y ahora no recuerda en cuál. Está cavando hoyos por toda la isla, jurando que no parará hasta que la encuentre. «Esa determinación… —dijo Will—. No le pega nada.» (Will trata de ser sutil, pero la señorita X es Daphne Post. Tiene unos ojos distraídos y redondos como los de una vaca, y es famosa por su voz temblorosa de soprano en el coro de la iglesia.)

Y luego está la señorita Y, una costurera local. Cuando llegaron los alemanes, habían traído sólo una bandera nazi. La necesitaban para colgarla en lo alto del cuartel general, pero entonces no tenían ninguna para izar en un mástil y recordar a los isleños que habían sido conquistados.

Fueron a ver a la señorita Y y le ordenaron que les hiciera una bandera nazi. Y así lo hizo, una asquerosa esvástica negra, bordada sobre un círculo de color morado lúgubre. Pero la tela alrededor no era de color rojo vivo, sino franela rosada como el culito de un bebé. «Fue tan ingeniosa —dijo Will—. ¡Tan contundente!» (La señorita Y es la señorita LeFroy, tan delgada como una de sus agujas, con la cara larga y los labios apretados.)

¿Cuál creía yo que era la mejor compañera para un hombre en sus últimos años, la señorita X o la señorita Y? Le dije que si uno tenía que preguntar, en general quería decir que ninguna de las dos.

Dijo: «Eso es exactamente lo que me ha dicho Dawsey, con las mismas palabras. Isola me dijo que la señorita X me haría llorar y que la señorita Y me fastidiaría siempre.

«Gracias, gracias, seguiré buscando. Ella está ahí fuera en algún lugar».

Se puso la gorra, me hizo una reverencia y se fue. Sidney, debe de haber interrogado a toda la isla, pero me sentí muy halagada de que me hubiera incluido a mí; me hizo sentir como si fuera una persona más de aquí y no de fuera.

Un abrazo,

JULIET

P.D. Me gustaría saber cuáles son las opiniones de Dawsey sobre el matrimonio. Ojalá supiera más.

De Juliet a Sidney

19 de julio de 1946

Querido Sidney:

Oigo historias sobre Elizabeth por todas partes, no sólo entre los miembros de la sociedad. Escucha esto: esta tarde Kit y yo subimos andando al patio de la iglesia. Kit se había distanciado y jugaba sola entre las lápidas. Yo estaba tumbada sobre la lápida del señor Edwin Mulliss (es como una mesa, con cuatro patas sólidas), cuando Sam Withers, el antiguo encargado del cementerio, se paró a mi lado. Me dijo que le había recordado a la señorita McKenna cuando era jovencita. Solía tomar el sol justo allí, exactamente en esa losa, se ponía morena, de un color nuez.

Me incorporé, recta como una flecha, y le pregunté a Sam si había conocido bien a Elizabeth.

Sam dijo: «Tanto como para decir realmente bien, no, pero me gustaba. Ella y la hija de Eben, Jane, solían venir juntas, a esta misma lápida. Ponían un mantel encima y hacían un picnic, justo sobre los huesos del difunto señor Mulliss».

Sam siguió hablando, contándome que eran unas traviesas aquellas jovencitas, siempre estaban haciendo alguna travesura. Una vez intentaron despertar a un fantasma y le dieron un susto de muerte a la mujer del párroco. Entonces miró a Kit, quien acababa de llegar a la entrada de la iglesia y dijo: «Sin duda esa ricura es hija de ella y del capitán Hellman».

Entonces le pregunté. ¿Había conocido al capitán Hellman? ¿Le caía bien?

Me fulminó con la mirada y dijo: «Sí que me gustaba. Era un tipo estupendo, a pesar de ser alemán. No va a quitarse de encima a la pequeña hija de la señorita McKenna por eso, ¿verdad?».

«¡Ni se me ocurriría!», dije.

Movió un dedo hacia mí. «¡Más le vale! Tendría que saber la verdad de ciertas cosas, antes de escribir ningún libro sobre la Ocupación. Yo también odié la Ocupación. Me pongo furioso sólo de pensarlo. Algunos de aquellos canallas eran unos absolutos miserables, entraban directamente en tu casa sin llamar, a empujones. Eran de los que les gusta sentirse superiores a los demás, porque nunca lo habían sido antes. Pero no todos eran así, no todos, ni mucho menos.»

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