—¿Y tu padre?
—Pasaba de todo. Se largó de casa y rehízo su vida sin mí. Otra mujer, otros hijos. Prefirió olvidarnos, a mí y a la chiflada de mi madre.
—Una maestra había puesto una denuncia…
—¡Veo que has estudiado el expediente! Mi madre la hizo callar enseguida. Archivado y olvidado…
—¿Nunca se lo contaste a nadie?
—No era más que un niño, tú mismo lo has dicho.
—Todas esas mujeres, ¿qué tienen que ver con todo eso?
—Nada, Nico. El azar. Sólo se le parecían. El mismo físico, la misma prestancia. ¡Por lo visto matarla una vez no me bastó!
—¿No crees que ya es bastante? ¿No puedes hacer por fin las paces contigo mismo?
—Adivino qué pretendes, Nico. Querrías salvar a la hermosa Caroline. Aún no lo he decidido. En realidad, quería matarla como a las demás y luego invitarte a que vinieras a verlo. Me lo habría pasado en grande. Me habría gustado tanto mirarte cuando descubrieras su cuerpo magullado y sin vida, ver la expresión de tu dolor. Te habría hecho daño para siempre, ya no me hubieras olvidado aunque me mataras. Me habría apoderado de una vida más, la tuya. Pero debo reconocer que me has impresionado; has llegado antes de lo que pensaba y he tenido que modificar mis planes. Estoy enfadado, Nico. Quería matarla y no he tenido tiempo. Así que ya veremos. No soltaré el arma y puedo apretar el gatillo cuando quiera.
—Luego te mataré.
—Me trae completamente sin cuidado, por eso soy más fuerte que tú. Mi vida ya no me importa.
—Caroline es inocente. No se merece pagar por otra.
—Un asesino en serie, Nico, ¿sabes lo que es? ¡No necesitas que te lo digan!… Alivio mis sufrimientos asesinando a víctimas inocentes. Reproduzco el esquema. Estoy enfermo. No siento ningún remordimiento. Y si no me detienes, volveré a empezar. ¿Caroline en la balanza, Nico? ¿Llevarías el peso de su muerte en la conciencia?
Este diálogo estaba agotando a Nico y tenía la boca tan seca que le costaba articular las palabras.
—No es como las demás, no está embarazada…
—Es verdad, pero he decidido que me daba lo mismo, como en el caso de Ader. ¿Sabes que mi madre abortó? Yo tenía seis años. Habríamos podido ser dos para hacerle frente, pero me dejó solo.
—La amo, Eric. No la mates, no podría soportarlo.
—Los misterios del amor… o del sexo. Es tan atractiva.
Nico buscó una vez más la mirada de Caroline; tenía ganas de abalanzarse sobre ella, desatarla y cogerla en sus brazos para ponerla a salvo. Sí, amaba a esa mujer desde el primer momento en que la había conocido, y ya no podría vivir sin ella.
—Los cabellos morenos que nos dejaste…
—De mi madre, un pequeño recuerdo. ¿Sabes que además se drogaba? Seguro que al doctor Queneau no se le ha escapado ese detalle…
—¿Por qué utilizaste al doctor Perrin?
—Te acojonaste, reconócelo. El amable cuñado inofensivo con ropaje de asesino… Hasta fui a su consulta hace varios meses, con un nombre falso, por supuesto. ¡Un aficionado a los nudos marineros! Todos esos cuadros… Pensé que sería divertido; ¿no te lo ha parecido? Bueno, ¿he contestado a tus preguntas? —continuó Fiori—. ¿Te sientes aliviado? Se lo podrás explicar a las familias: «La mató, pero a él mismo le pegaron y lo violaron cuando era niño. Por eso…».
—También el juez Becker atravesó un período doloroso siendo niño, pero ha conseguido salir adelante. Tu pasado no excusa ni justifica tus actos, sólo los explica.
—¡Oh, oh! Eso es provocación. Procura no sacarme de mis casillas, Caroline podría pagar los platos rotos. Increíble lo de Becker, ¿eh? Busqué un poco en tu entorno profesional para darle emoción a la investigación; siempre hay secretillos que descubrir. Puse el dedo en un asunto gordo. El pequeño Arnaud Briard, que asesinó a su madre a cuchilladas, convertido hoy día en el juez de instrucción Alexandre Becker… ¡Menudo cambio! En realidad él y yo nos ocupamos de nuestras madres de la misma manera.
—En su caso fue en legítima defensa.
—Juegas con las palabras, Nico. En mi caso también aunque admito haberlo hecho con varios años de retraso…
—Él no ha intentado vengarse de su destino a través de víctimas inocentes.
—Entonces quizá esté escrito en los genes. Ya sabes, el típico dilema: ¿se nace o se convierte uno en asesino en serie? Es difícil decirlo. Los científicos están divididos. De pequeño, me gustaba cortar el rabo de las lagartijas. Una noche, clavé un cuchillo de cocina en la barriga de mi gato y luego me deshice del animal. Siempre he sentido inclinación por el sufrimiento de los demás. Cuando un niño lloraba en el patio del colegio, lo miraba y obtenía un cierto placer. En tu opinión, ¿soy malvado?
—Siempre hay algo bueno en el fondo de todos nosotros.
—No me salgas con chorradas católicas, vales más que eso.
—Creía que eras aficionado a la Biblia.
—Hace mucho tiempo que ya no tengo fe. Los salmos eran una provocación.
—¿Dirigida a quién?
—A ti, al juez, a Vilars, a todos vosotros…
—¿La doctora Vilars?
—Una zorra. Me la habría llevado encantado a la cama, pero no era bastante bueno para ella. Y la forma en que te mira… ¿Te has fijado? Te comería si pudiera.
—Es un poco exagerado.
—No, no, pero da lo mismo.
—Por lo que veo, no te gustan las mujeres. ¿Y la tuya? Llevabais varios años casados.
—Había que pasar por el aro. Estaba ahí, dispuesta, me casé con ella.
—Pero sentirías algo por ella, al menos al principio.
—Voy a decepcionarte Nico, pero no, nunca. Al contrario, matarla me ha permitido librarme de ella. No me arrepiento de nada. No trates de encontrar el menor atisbo de remordimiento, sería inútil. He elegido mi destino.
—El futuro aún no está escrito.
—Así es. Por tanto, ¿qué estarías dispuesto a hacer, a sacrificar incluso, para salvar la vida de Caroline? ¿Qué precio tiene para ti?
—Yo. Te propongo un intercambio.
—Fácil. Muy visto. Los hombres no me interesan. Ni siquiera tu hijo. Habría podido, ¿lo sabes? Se te parece tanto. Podría haber sido divertido. Pero, ¿ves?, apenas pensé en ello. Debo reconocer que Caroline fue convincente, instándome a cogerla y a dejarlo. Por supuesto, sólo la buscaba a ella.
—Sólo tengo eso que ofrecerte: yo.
—¿Y qué crees que piensa ella? Se lo preguntaremos.
Fiori deslizó su mano por el rostro de la mujer y le arrancó la cinta adhesiva de un tirón, destapándole la boca. Caroline hizo una mueca de dolor.
—Entonces, doctora Dalry —continuó el asesino—. ¿Estaría de acuerdo en que lo matase a cambio de su vida?
—No…
La había tratado de usted y Nico se dio cuenta de lo incómodo que se sentía delante de una mujer, aunque hacía todo lo posible por disimularlo.
—¡Caroline, cállate! —insistió Nico.
—Ay, una pelea de enamorados —se rio Fiori—. ¡Su primer desacuerdo, la cosa empieza mal!
—Si es a mí a quien quiere, entonces exíjale que se vaya y acabemos de una vez —murmuró Caroline.
—¡Te lo ruego, eso no! —replicó Nico, clavándole la mirada.
—Es un auténtico dilema —dijo Fiori—. Entre los dos, mi corazón vacila.
El cañón de su revólver seguía apuntando a la sien de Caroline. Nico había esperado que bajase la guardia, pero había sido en vano. No podía intentar nada a riesgo de perderlo todo. Sólo quedaba una solución, continuar haciéndole hablar, ganar tiempo y encontrar la fisura. Pero los minutos transcurrían, acercándolos a un final dramático. Ese pensamiento lo petrificaba.
—Espera, se me ha ocurrido una idea para ayudarme a pensar —prosiguió el forense.
Su mano se hundió en el escote de Caroline y le acarició los pechos. Nico leyó la repugnancia en el fondo de los ojos de la mujer y avanzó un paso, dispuesto a arrojarse sobre Fiori.
—¡Eh! ¡Eh! Retrocede. Yo lo decido todo, no puedes impedírmelo. Limítate a mirar. Imagínate si se los amputo, qué felicidad.
—No es tu madre, Eric. Déjala.
—«Porque mis lomos están llenos de ardor, y nada hay sano en mi carne» —recitó el criminal.
—¡Combate ese ardor! —replicó Nico con un grito de desesperación.
Fiori estalló en carcajadas y levantó la mano de los pechos de la mujer Realmente tenía aspecto de demente y se estaba volviendo incontrolable. Nico sintió un escalofrío en la espalda. El asesino extendió el brazo y Nico vio cómo su dedo se doblaba sobre el gatillo.
—¡No! —vociferó a pleno pulmón.
El disparo retumbo haciendo temblar las paredes. Nico notó cómo sus músculos se relajaban instantáneamente, sus piernas parecían negarse a sostenerlo. Iba a caer. El sudor le chorreaba a lo largo de la columna vertebral Sus pensamientos se nublaron, la situación se le escapaba de las manos. Después de todo no era tan fuerte. Estaba perdiendo la partida. Se quedó sin aire y se dio cuenta de que tenía la respiración entrecortada. La estancia daba vueltas a su alrededor, las letras rojas bailaban delante de sus ojos como una amenaza. Pero era demasiado tarde… Oyó a Caroline lanzar un alarido. Nunca más podría demostrarle cuánto la amaba…
La detonación los sobresaltó. Habían acordonado el edificio y prohibido circular a la gente. A los ocupantes se les había pedido que abandonasen el lugar. Rost y Kriven estaban delante de la puerta de entrada y tuvieron que dominar sus nervios para no entrar en el piso corriendo. El grito de Caroline los heló de horror, como si la muerte los hubiera golpeado. Se hizo el silencio, tenían un mal presentimiento. En el exterior, Théron y Vidal habían escalado el balcón y estaban escondidos detrás de los postigos cerrados. Les sería fácil abrirlos, con sus paneles oxidados y oscilantes. Sólo esperaban las órdenes del comisario Rost. Gracias a sus micrófonos receptores, Théron estaba en comunicación permanente con su superior y podía oír su respiración, que se había acelerado después del disparo. Había que intentar algo; Fiori estaba loco y no dejaría que Caroline y Nico salieran indemnes. Policías de refuerzo iban a unirse a ellos de un momento a otro, pero tal vez sería demasiado tarde. ¿A quién iba dirigida la bala disparada?
—¿Podéis entrar en la habitación? —sopló Jean-Mane Rost al oído de Théron.
—Sí.
—Muy bien, adelante. Sin hacer ruido. Yo y Kriven vamos por la puerta de entrada.
Joël Théron hizo una señal al capitán Vidal, que asintió con evidente alivio. El comandante Théron soltó los ganchos que sujetaban los postigos y los manipuló con delicadeza. A su vez, Vidal forzó el pestillo de la puerta acristalada. Sobre la cama, los cuerpos sin vida de la pareja de ancianos yacían inertes Avanzaron, rodeando la cama; la moqueta amortiguaba sus pasos.
Rost, por su parte, empujó lentamente la puerta de entrada. Clavó su mirada en el resquicio, asegurándose de que nadie lo había visto. Detrás de él, Kriven se impacientaba. Se introdujeron en el piso, sujetando las armas con mano firme. Previamente se habían puesto de acuerdo sobre la mejor forma de atrapar al asesino. Lo más inquietante era el pesado silencio que reinaba. ¿Qué ocurría? ¿Nico y Caroline seguían con vida?
Becker ya no podía más. Estar ahí dando vueltas alrededor del coche de policía era insoportable. Aunque no podía intervenir, se sentía personalmente concernido. ¿Acaso el asesino no lo había provocado? Había desvelado su secreto, lo había convertido en un sospechoso ideal. Pero sobre todo pensaba en el comisario de división Sirsky. Ese hombre, en apariencia tan frío y seguro de sí mismo, le había empezado a caer simpático. Ese caso los había unido y la incipiente amistad que sentía hacia él era mutua. Que un asesino desafiase por su nombre a un policía y que amenazase con matar a la mujer que amaba le parecía inaceptable. Pero a la inquietud se sumaba la esperanza: esos policías probablemente eran los mejores de Francia. Lo conseguirían. O la justicia no existía.
Los ojos de Caroline estaban inundados de lágrimas. Sus labios temblaban. Su rostro tenía una palidez extrema. Las ataduras que la retenían herían su piel. Sin embargo, se mantenía digna. Estaba recta, como para enfrentarse mejor a la situación. Era magnífica, y hasta el final lucharía por ella. Apretaba los dientes, luchaba contra el dolor que lo asfixiaba, pero seguía de pie. La sangre chorreaba a lo largo de la pierna que había atravesado la bala del revólver. No era la primera vez que lo tomaban como blanco, pero sí la primera vez que le daban, y además a quemarropa.
—¡Enhorabuena! —se burló Fiori—. ¡El comisario Sirsky dándoselas de valiente hombretón! ¿Qué, doctora, ha pasado miedo? Ansiaba tanto que le disparase a él en lugar de a usted que no podía decepcionarlo.
—¡Cabronazo! —murmuró Nico—. No te librarás tan fácilmente.
—¡Me trae al fresco! ¡Dame una sola razón para seguir viviendo!
—Suéltala.
—Desde luego que no. ¿Te he hablado de la capitán Ader? No… ¡Si hubieses visto su expresión cuando lo entendió! Se defendió bien, mejor que las demás. Me dio bastante guerra. El resto fue aún mejor. Sufrió terriblemente, como puedes imaginarte. Conservó la cabeza más tiempo que las otras chicas. Una verdadera delicia.
—¡Es vomitivo!
—Por favor, contente.
—No eres más que un hijo de puta.
—Para.
—Sólo atacas a los más débiles, no tienes cojones.
—¡Deja de decir gilipolleces o te pego un tiro en la otra pierna!
—Estoy seguro de que nunca has podido dar placer a una mujer. Eyaculador precoz, ¿eh? ¿Qué pensaba tu mujer de eso? ¿Lo echaba en falta? Tal vez lo iba a buscar fuera…
—Eres estúpido. Voy a matarte.
—¿Ah sí? ¡Te crees Dios, pero no eres más que basura! ¡Un puto cabrón de mierda!
Caroline tenía los ojos abiertos como platos sin entender nada. Nico estaba herido, perdía sangre y la situación lo estaba sometiendo a mucha presión. Tenía miedo de que estuviese corriendo peligro inútilmente por sus palabras. Sobre todo no quería que el asesino volviera a apuntarlo. ¿Tal vez ella podría captar la atención del asesino? Distraerlo para proteger a Nico. Volcar la silla y caer pesadamente sobre el suelo. El asesino se pondría furioso, y eso era exactamente lo que pretendía. La tomaría como blanco, lo que dejaría a Nico una pequeña oportunidad de reaccionar y salvar el pellejo. La atmósfera era tan tensa que un simple movimiento podía desencadenar un drama.