La señal de la cruz (47 page)

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Authors: Chris Kuzneski

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: La señal de la cruz
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—¿Más grande que las Catacumbas? No sé si te das cuenta de que estamos a punto de demostrar que Jesús no fue crucificado. En cierto modo, yo diría que eso es lo más importante para mí.

—Sí, ya sé, pero… Pero tengo el presentimiento de que está pasando algo más.

Jones estudió la cara de Payne.

—¡Oh, tío! No me digas que tu intuición está haciendo de las suyas otra vez.

—De hecho, ha sido algo más que una intuición; he leído esto. —Y Payne le entregó el periódico—. Parece mucho más que una coincidencia.

—¿A qué te refieres?

—Al hecho de que estemos investigando sobre la crucifixión mientras van apareciendo tipos crucificados. Primero fue un sacerdote del Vaticano. Luego un príncipe del Nepal. Y ayer por la noche alguien mucho más importante. Se cargaron a Orlando Pope.

—¿El Santo Bateador?

Asintió:

—Lo encontraron en Fenway.

—¡No jodas! —Jones se paró a pensar—. ¿Y tú crees que esto tiene algo que ver con nosotros?

—Adivina cuándo comenzaron las crucifixiones. El lunes. El mismo día en que Boyd encontró las Catacumbas. El mismo día en el que el autobús explotó. El mismo día en que nosotros empezamos a formar parte de… Llámame paranoico, pero todo esto no puede ser una coincidencia.

—Puede que no lo sea, pero, demonios, quizá todo no sea más que una…

—¿Qué? ¿Una casualidad? ¿Cuándo fue la última vez que leíste una noticia sobre una crucifixión? Hace mucho tiempo, ¿verdad? ¿Y cuándo fue la ultima vez que un sacerdote del Vaticano fue asesinado? ¿Podrías ponerme un único ejemplo en los últimos veinte años?

Payne esperaba una respuesta que sabía que jamás llegaría.

—Te lo estoy diciendo, D. J., todo este asunto tiene que estar relacionado. Yo no sé cómo ni por qué, pero estamos involucrados en algo más grande que la película del doctor Boyd. Y mi intuición me dice que si no averiguamos pronto de qué va esto, las cosas se van a poner muy feas para todos.

66

T
ank Harper y su equipo llegaron al campo de aviación de Daxing antes de que el cuerpo de Adams alcanzara el suelo. El piloto voló muy bajo, de manera que el radar no iba a ser un problema. Al menos tratándose de radares chinos. Cuando enviasen sus aviones de rastreo, la pista de despegue ya estaría cubierta de ganado, y el avión de Harper estaría cubierto por la vegetación.

Por eso Manzak lo eligió para ese trabajo. Sabía que jamás atraparían a Harper. Lo que Manzak no sabía, era que Harper había visto a través de sus gilipolleces desde el comienzo, y que sabía que la parte mas difícil no sería la misión en sí, sino más bien cobrar. Esa era la parte del trabajo más peligrosa y más divertida, sobre todo cuando se trabaja con un jefe nuevo. Alguien con quien no había tenido antes ningún contacto. Alguien en quien no se podía confiar. Alguien como Richard Manzak.

Manzak había llamado a Harper a principios de semana y le había dicho que el dinero estaría el sábado, ya dividido en partes, en una villa cerca de Roma. Lo único que Harper tenía que hacer era llegar a tiempo para recoger la paga. Harper sonrió cuando lo escuchó, y después hizo una pregunta que dio justo en el blanco:

—¿Tú vas a estar allí para encontrarte con nosotros?

Manzak le aseguró que así iba a ser y le dio su palabra de caballero.

Por supuesto Harper sabía que la palabra de Manzak no valía nada. No sólo había mentido sobre su nombre (el verda dero nombre de Manzak era Roberto Pelati) sino que, por alguna razón, su alias coincidía con el nombre de un espía desaparecido de la CIA. ¿Por qué había hecho eso? ¿Por qué había elegido un nombre con historia? Harper no podía entenderlo. Aun así, el engaño de Pelati le decía todo lo que él necesitaba: no tenía intención alguna de pagarle. Y para empeorar mas las cosas, desde el momento en que Pelati le dijo que se reuniría con Harper y su equipo en cuanto llegasen a Italia, supo que algo grande iba a pasar en esa villa. Algo sangriento. Algo violento.

Y la verdad era que no tenía ningún problema con eso. Harper había estado esperando su millón de dólares y no dudaría en cargarse a quien fuera para conseguirlo.

La cruz de Harper aterrizó en el patio principal de la Ciudad Prohibida, donde fue recogida por un equipo de soldados armados y enmascarados. Representantes de la oficina
NCB
local estaban ya muy cerca de ahí, gracias a la llamada telefónica de Dial, quien les dijo que protegieran cualquier prueba que encontraran, aunque este término en China tenía un significado que no coincidía con el de Estados Unidos.

El personal chino de
NCB
analizó la cruz para detectar posibles amenazas; después enviaron por radio sus informes a la oficina central. Transcurrieron varios minutos antes de decidir si se permitía a médicos del ejército examinar a la víctima. Los doctores determinaron que Paul Adams tenía alguna posibilidad de sobrevivir, pero sólo si lo llevaban inmediatamente al hospital para operarlo. El comandante les agradeció el esfuerzo y les dijo que trataría de obtener el permiso. Los doctores asintieron y volvieron donde Adams para comenzar a curarlo sin proferir ni una sola queja. Sabían que así se hacían las cosas en su país, y sabían que una discusión sólo les acarrearía problemas, a ellos y a sus familias.

Una hora más tarde, llegó la decisión de las instancias más altas: la evacuación médica había sido denegada. Adams no podía abandonar bajo ningún concepto la Ciudad Prohibida. Aunque eso le supusiera la muerte.

Payne y Jones alcanzaron a los otros en una sección de la biblioteca que estaba llena de miles de ejemplares del mismo libro. Al menos eso es lo que le pareció a Payne. Cada ejemplar estaba encuadernado en color rojo y azul, y en dorado cuero marroquí, y llevaba asimismo el escudo de armas del príncipe Eugenio, un miembro de las familias de elite europeas de la Edad Media.

Aunque había nacido en París, Eugenio se hizo célebre en Austria, donde se ganó un nombre peleando contra los turcos a favor del Sacro Imperio romano-germánico. En años siguientes añadió a su reputación haber donado de su biblioteca privada decenas de miles de libros, entre los que se incluían algunos de los manuscritos más raros que Italia y Francia habían ofrecido al Hofburg, para que la gente de Viena los pudiera disfrutar. Han pasado siglos y todavía se siguen utilizando.

El doctor Boyd estaba sentado al lado del doctor Wanke, buscando entre varios de los libros. Cuando vio a Jones, Boyd lo llamó para que se acercara a la mesa y le dijo:

—María me ha comentado tu teoría acerca de Longino, y aplaudo tu idea. El grupo que tuvo más fácil acceso a Cristo durante su agonía bien pudo ser el de los centuriones; de modo que uno de ellos bien podía ser el conspirador… Por desgracia, y estoy seguro de que ya lo sabes, varios historiadores creen que Longino nunca existió, que sólo fue un producto de la imaginación de un escritor.

—Pero no por mucho tiempo —intervino Wanke—. Creo que he encontrado algo.

—¿Qué quieres decir con algo?

—Quieres información sobre la estatua, ¿no? Bueno, pues ya la he encontrado.

Wanke levanto uno de los libros del príncipe Eugenio, y mostró un dibujo en blanco y negro del hombre riendo retratado por un artista local en el año 1732. Al lado había una explicación detallada de la estatua, escrita en italiano y en alemán por un empleado de Eugenio. Una información que cubría casi dos años.

—Según este texto, un hombre muy importante vino a Vindobona cuando era muy joven, un hombre del que no se sabe el nombre, y que iba protegido por varios centuriones, como si se tratara de un miembro de la realeza. Le dieron un pedazo de tierra en las afueras de un pueblo, cerca de donde extraían el mármol. Pagó a la gente del pueblo para que construyeran su hogar, una casa protegida por paredes macizas y por las espadas de sus soldados. Vivió allí durante las siguientes tres décadas, hasta que sucumbió víctima de una enfermedad.

»E1 hombre sin nombre hizo todo lo que pudo para ser aceptado en su comunidad: ofrecía trabajo a los campesinos, enseñaba religión a los niños, entregaba su tiempo y sus tesoros a quien consideraba digno. De hecho, era tan querido por los de su localidad que hasta le apodaron el Santo de Vindobona.

—¿Te suena de algo? —dijo Boyd.

Wanke asintió y dejó el libro al lado.

—Sí, aunque los mitos que he oído sobre el tipo no encajan con los hechos que estáis estudiando. Según mi versión de la historia, el Santo de Vindobona fue uno de los primeros seguidores de Cristo. Era un ferviente predicador del cristianismo.

—¿Cristianismo? —dijeron todos al unísono.

Wanke sonrió.

—Os advertí que las piezas no iban a encajar.

Perplejos, todos se pusieron a discutir sobre el asunto, hasta que Boyd reclamó de nuevo la atención de Wanke y dijo:

—Explícanos algo más sobre la estatua. ¿Quién la esculpió?

—Buena pregunta, Charles. Precisamente a eso iba.

Wanke hojeó de nuevo el libro de Eugenio:

—Unos años después de la llegada del santo, Vindobona fue visitada por un grupo de artesanos romanos enviados por el emperador Calígula para rendir honor a ese hombre con varias esculturas de mármol.

—¿Has dicho Calígula? ¡Eso es estupendo! ¡Ahora tenemos una fecha! Los escultores llegaron allí cuatro años después de la muerte de Tiberio, es decir entre el año 37 y el 41.

—Cayo Julio César, más conocido como Calígula, reinó durante cuatro años, después de la muerte de su tío abuelo Tiberio, en el año 37. Uno de los primeros decretos de Calígula, ya como emperador, fue declarar que se le rindieran honores públicos al legado de Tiberio. La norma incluía erigirle varias estatuas. Así pretendía ganarse el favor de la ciudadanía romana.

»Sin embargo, mientras hacía todo esto, anuló el testamento de Tiberio y destruyó papeles personales para proteger la reputación de su familia. Tuvo que hacerlo, porque Tiberio se pasó los últimos años de su vida actuando como un demente.

»Ironías del destino, fue Calígula quien terminó por mancillar el nombre de la familia mucho más allá de lo que lo había hecho Tiberio. Los cuatro años durante los cuales Calígula fue emperador de Roma, estuvieron marcados por una serie de episodios fruto de la enajenación y la depravación sexual, que a día de hoy siguen siendo un escándalo. Éstos incluyen las relaciones incestuosas que mantenía con sus hermanas, la costumbre de torturar y asesinar prisioneros durante la hora de la cena como entretenimiento, el hábito de pronunciar discursos políticos vestido de mujer, la seducción de las esposas de los oficiales y los políticos delante de sus maridos y el homenaje hiperbólico a su caballo, al que terminó por nombrar senador de Roma.

Wanke continuó con la lectura:

—Conforme a los últimos deseos de Tiberio, el emperador Calígula ordenó erigir unas cuantas estatuas con el mármol de la localidad. Que en todas ellas, el rostro reflejara un gran regocijo, como si se mofara del mundo por conocer un extraordinario secreto. Una vez estuvieran acabadas, una adornaría el hogar del santo, allí arriba, en las colinas blancas de Vindobona. Las otras serían repartidas por todas las tierras desde donde hay nieve hasta donde hay sol.

María se asombró por el uso de aquellas dos palabras, «nieve y sol», que también habían aparecido en el manuscrito de Orvieto.

—Con el paso del tiempo el santo terminó por cansarse de ver cada día su rostro. En nombre de la humildad, hizo retirar la estatua y ordenó que fuese destruida. Pero sus centuriones no tuvieron corazón para destrozar una obra tan exquisita. Lo que hicieron fue llevarse la estatua al otro extremo de la ciudad, un sitio que se convirtió en lugar de peregrinación para la gente del pueblo, desde donde honraban la humildad y la caridad del santo. Y allí se quedó durante muchos siglos, hasta que empezó la construcción del Hofburg. Con el tiempo, la escultura fue trasladada aquí, al palacio, y colocada en un lugar de honor, en la parte exterior.

El silencio inundó la biblioteca.

—¿Hay algo más? ¿Algún nombre o algo sobre las hazañas de ese hombre?

—No, nada. Después se menciona que los centuriones enterraron los secretos del santo en las tierras de las colinas blancas, pero eso probablemente sólo sea la referencia a una tumba.

—Sí, probablemente.

Wanke miró a Boyd unos segundos antes de volver a hablar:

—Charles, perdóname por ser tan atrevido, pero ¿qué estás buscando exactamente? Debe de ser algo extraordinariamente importante, si no, no estarías mostrándote así en público.

Boyd también lo miró pero se negó a decirle nada. En parte para proteger al propio Wanke y en parte por egoísmo. Para Boyd, aquél era su descubrimiento y sólo pensar que alguien pudiera robarle la gloria, sobre todo en ese momento tan avanzado de su investigación, lo ponía enfermo.

—Hermann, ¿confías en mí?

—Aunque no lo creas, no tengo por costumbre ayudar a fugitivos de la justicia.

—Entonces créeme cuando te digo que es mejor que no sepas lo que estamos buscando. Docenas de personas han muerto durante esta semana, gente inocente, y todo por culpa de este secreto.

Boyd pensó en todas las víctimas del autobús y en sus gritos de agonía. No quería que eso le pasara a ninguno de sus amigos.

—Hermann —prosiguió—, hazte un favor y olvida que me has visto hoy. Cuando todo esto se calme, te prometo que me pondré en contacto contigo y te lo explicaré todo. De momento, te pido por favor que mantengas en secreto nuestra improvisada reunión. Tu bienestar personal depende de ello.

67

S
e quedaron en el Hofburg unas horas más, hasta que empezaron a ponerse nerviosos y a imaginar que guardias armados podían entrar en la biblioteca en cualquier momento. Unas ideas que poco a poco les fueron provocando el deseo de irse.

Además, todos necesitaban utilizar el teléfono. Petr Ulster tenía que llamar a Küsendorf para saber los daños ocasionados por el fuego. Jones quería llamar al Pentágono para ponerse al día sobre la crucifixión de Orlando Pope, y ver todo lo que pudiera encontrar que estuviese relacionado. Y Payne había prometido llamar a Frankie desde un número de fax al que él pudiese mandarle la información. Los únicos que no tenían que telefonear eran María y Boyd, que estaban muy interesados con una revista que tomaron prestada sobre la colección del príncipe Eugenio y se sentaron muy satisfechos a discutir sobre ello en la parte trasera del camión de Ulster.

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