Con el corazón en la garganta, Payne retiró el espejo, y después llevó a Jones y a Dial a una zona más apartada del pasillo, donde les describió la situación. Cuatro guardias armados. Un jefe. Dos rehenes. Un sillón y dos sillas. Un escritorio grande. Ninguna ventana ni otras puertas. La entrada estaba custodiada. Boyd estaba inconsciente, y a María la estaban interrogando. Ningún rehén estaba herido de bala.
—¿Qué hacemos? —preguntó Dial.
Jones miró a Payne:
—¿Rápido y duro?
Payne asintió. Era su única opción. Si trataban de atraer a los guardias fuera de la habitación, podrían llamar la atención de más guardias. Los que estaban en el lago o en la valla o, incluso, en otros sitios que desconocían. Y si eso ocurría, se los iban a follar. Pero por otro lado, si esperaban a que llegara la policía local, cabía la posibilidad de que uno de los rehenes fuera asesinado.
No, tenían que atacar. Sin perder un minuto. Con una fuerza letal. Payne explicó lo que tenía en mente, y Dial lo miró como si estuviera loco. No sólo por la idea de Payne sino por el tamaño de sus pelotas. Lamentablemente, hasta el final de la operación Payne no podía saber si era un idiota o un valiente. Pero sí sabía que su única oportunidad era aprovechar el elemento sorpresa. Tenían que derribar la puerta al primer intento. Era así, tenían que hacerlo. Y abrir la cerradura era imposible, sobre todo porque había un guardia al lado. No sólo podía oírlos, sino que, además, existía la posibilidad de que tuviera el culo pegado a los mecanismos con los que Jones iba a trabajar.
Por desgracia, Payne no estaba seguro de tener fuerza suficiente para tirar la puerta abajo. Era grande y gruesa y se sostenía con unas bisagras de hierro que parecían hechas por Leonardo da Vinci. No tenía ni idea de contra qué se enfrentaban. Y lo mismo pasaba con la cerradura. ¿Se abriría con el golpe, como las modernas, o resistiría la fuerza de un ariete medieval?
Payne no quería que la misión se estropeara por su culpa, así que decidió ordenar bien la baraja para que todas las cartas estuvieran a su favor. En lugar de atacar solo la puerta, le dijo a Jones que disparara contra la cerradura una milésima de segundo antes de que su pie golpease contra la madera. Payne esperaba que el disparo debilitara el cerrojo. Claro que, si Jones disparaba demasiado tarde, o si bala le rebotaba a Payne, había muchas posibilidades de que perdiera unos cuantos dedos del pie. Payne pensó, bromeando consigo mismo, que no le importaba, que tarde o temprano le volverían a crecer.
Sin más dilación Jones preparó su pistola mientras Payne medía la distancia. Tenía espacio para dar tres pasos antes de golpear la puerta. Tres zancadas que lo decidirían todo. Dial se puso detrás de Jones, preparado para entrar en la habitación y cargarse al guardia de Boyd. Jones se cargaría al que estaba junto a María. Y Payne al que estaba detrás de Benito. El cuarto guardia, que estaba al lado de la puerta, era un comodín. Payne esperaba eliminarlo con el impacto. Si no era así, uno de los tres iba a tener trabajo doble. Y las probabilidades de que ese alguien fuera Payne eran bastante altas. Pero no se quejaba. Las situaciones así eran su especialidad.
En cualquier caso, como Dial era el que tenía menos trabajo, Payne le pidió que se encargase de contar.
Tres
. Jones apuntó su arma contra la puerta.
Dos
. Payne apoyó el pie contra la pared a su espalda, como en un taco de salida.
Uno
. Arrancó desde su posición, preparado el ataque.
Jones disparó el arma una milésima de segundo antes de que Payne tocase la puerta. El metal gimió y la madera se agrietó mientras la puerta caía de golpe sobre la espalda del cuarto guardia, aplastándolo contra el suelo. De alguna manera, Payne conservo el equilibrio, permitiéndole dirigir al resto hacia la habitación. Jones y Dial le siguieron, entrando con las armas a punto.
Su ataque fue tan preciso que pudieron dispararles a los guardias antes de que éstos supieran lo que estaba ocurriendo. Payne aporreó su blanco con el codo y después con la rodilla y lo dejó caer encima del cuarto guardia que estaba inconsciente, en el suelo. En parte porque el disparo de Jones le había dado en el culo.
Sin más dilación, Payne cogió las armas de los dos guardias, luego comprobó la situación de su equipo. Jones eliminó a su hombre de una patada en el cuello y, con el impulso, tiró al hombre más viejo encima de una silla. Dial, por su parte, se dedicó a jugar a las artes marciales con su rival hasta que Payne lo aporreó con el arma y le aplastó la cara contra la pared.
Dial, sonriente, miró a Payne como diciéndole: «Mis clientes normalmente están muertos cuando yo aparezco».
Y Payne lo miró con una cara que decía: «Los míos, no».
Mientras tanto, Jones se ocupó de Benito. Le quitó el arma pasándole el brazo alrededor del cuello y dándole un tirón. Sólo un pequeño tirón, y el hombre dejó de pelear. Sin amenazas. Sin resistencia. Sin ningún intento de soborno. Para Jones fue un poco decepcionante. Esperaba mucho más del famoso Benito Pelati.
—Mátalo —gritó María. Estaba atada a la silla, mirando fijamente a su padre. Su mirada enloquecida les decía que hablaba muy en serio. Quería que Jones le rompiera el cuello.
—Mató a mi madre. Ha matado a mi hermano. Merece morir.
—Probablemente tengas razón, pero…
—Pero ¿qué? ¿No lo entiendes? Nunca lo meterán a la cárcel. ¡Sabe demasiado de la Iglesia! Jamás presentarán cargos contra él. ¡Nadie presentará cargos! Lo pondrán en libertad al momento.
Payne escuchaba a los dos mientras inspeccionaba la habitación, asegurándose de que no hubiera sorpresas. Encontró una detrás del escritorio. Dante yacía tendido sobre un charco de sangre.
—María —le respondió Jones—. Me gustaría poder hacerlo, pero no puedo. No puedo…
—Entonces ¡déjame que lo haga yo! Tú sólo desátame. Diremos que murió durante el rescate. Nadie lo sabrá.
—Yo lo sabré —dijo Dial desde el otro extremo de la habitación—. Y como soy el que está a cargo de esto, no te dejaré.
—Aparte de eso —dijo Payne mientras comprobaba el pulso de Dante—. Estás equivocada sobre tu hermano. Todavía vive.
La policía llegó unos minutos más tarde, dándole a Dial oportunidad de llamar a las oficinas de la NCB del aeropuerto. Le informaron que uno de los equipos de la crucifixión había sido atrapado y estaban cantando sobre los otros tres equipos. Dial pensó que, con un poco de suerte, todos iban a ser capturados ese mismo día. Y que toda esa experiencia horrible y traumática iba a terminar por fin.
—¿Y qué pasa conmigo? —preguntó Boyd. —Tenía el ojo izquierdo cerrado por la hinchazón. La gasa protegía las heridas más profundas de su frente—. ¿Cuándo recuperaré mi reputación?
Dial hizo una mueca:
—Eso llevará más tiempo. Pero estoy trabajando en el asunto.
—Eso espero —dijo Boyd, medio en broma—. Póngase a ello, señor Dial. Tengo cosas por hacer y gente a la que visitar. Soy un hombre ocupado.
Dial fingió un saludo, riendo, y se dirigió hacia el comedor.
—Buen chico —le dijo Payne a Jones, quien asintió completamente de acuerdo—. Gracias a Dios que lo encontramos.
Payne aún no sabía qué había ocurrido durante las últimas horas y se moría de ganas de que le hicieran un resumen, no sólo sobre el hombre riéndose, sino también sobre la familia Pelati. La última vez que vieron a Dante fue cuando se llevaba a Boyd y a María en el helicóptero. Ahora ella le rogaba al doctor que salvara la vida de su hermano mientras lo metían en la ambulancia.
Obviamente, se habían perdido algo muy importante.
La actividad había vuelto la casa un sitio demasiado ruidoso, de manera que salieron hacia la piscina, donde el doctor Boyd los puso al corriente sobre todo lo que había pasado, desde el tiroteo hasta el odio que Dante sentía hacia su padre. También les habló sobre sus anteriores conversaciones con Dante, lo que puso a Payne y a Jones fuera de sí hasta que se dieron cuenta de que habían ocurrido mucho antes de todos aquellos acontecimientos en Orvieto y habían tenido poco que ver con su seguridad. Boyd no sabía de qué lado estaba Dante hasta que llegaron a la casa, así que mantuvo esa información en secreto.
—¡Espere un segundo! —le soltó Jones—. ¿Me está diciendo que no corríamos ningún peligro en aquella cantera? Venga ya, no me lo creo pero ni por un segundo. Sus guardias no querían que dejáramos la montaña.
Payne estaba de acuerdo.
—Tiene razón, doc, tengo rasguños en todo el cuerpo para demostrarlo.
Boyd frunció el cejo, no tenía ganas de hablar sobre heridas, no en su actual estado.
—Los guardias trabajaban para Benito, no para Dante. Eso lo obligaba a mantener una farsa.
Jones se rascó la cabeza.
—Si ése es el caso, ¿por qué Dante los trajo a los dos aquí? Si tuviera que pensar en su seguridad, éste sería el ultimo lugar al que yo llevaría a nadie.
—Si sobrevive, podrás preguntárselo tú mismo. Mientras tanto, hay cosas más importantes por las que debemos preocuparnos.
Payne se volvió hacia Boyd.
—¿Qué averiguaron sobre el hombre que se ríe?
—Ah, sí, el misterioso hombre riéndose. Al parecer, después de todo, su identidad no ha resultado ser tan misteriosa.
N
ick Dial estaba tentado a marcharse de la escena del crimen e ir directamente hacia el aeropuerto, pero le dolía pensar que uno de sus sospechosos sería interrogado por alguien que no fuera él. Después de todo, él había sido quien había comprendido la importancia geográfica de las crucifixiones, de manera que quería estar presente para los fuegos artificiales del triunfo. Nada le daba más satisfacción que conseguir que un criminal confesara.
También sabía que tener la oportunidad de hablar con Benito Pelati era algo que no podía perderse. Todavía sin abogados presentes, y los policías locales demasiado ocupados recogiendo pruebas como para preocuparse por unas simples preguntas. Para ellos, Dial era quien le había arrestado, de manera que a él le correspondía hablar con Pelati. De hecho, incluso se ofrecieron a vigilar la puerta.
Pelati parecía de la realeza mientras entraba en el cuarto. Sus ropas estaban perfectas, y su paso era tranquilo. Su barbilla elevada le daba el aire de estar a punto de pronunciar un discurso desde el balcón para los campesinos de sus tierras. Sus manos estaban esposadas, pero escondidas por el tejido de la chaqueta. Era un icono nacional y esperaba ser tratado como tal.
En cuanto Dial lo vio entrar en la habitación, supo que hablar con él no tenía sentido. No iba a sacar nada de Pelati. De todas maneras, lo intentó y le hizo numerosas preguntas sobre la familia Pelati, las crucifixiones, y todo lo que se le ocurrió. Pero Pelati ni parpadeaba. Sólo permanecía allí sentado, no estaba impresionado en absoluto, casi le decepcionaba que aquel Dial fuese el mejor poli de la Interpol.
Por suerte, llamaron a la puerta y eso lo cambió todo. Dial estaba tentado de ignorarlo hasta que oyó la puerta entreabrirse detrás de él.
—¿Qué quieren? —gruñó—. Estoy ocupado.
—Señor —susurró un poli—. El cardenal Rose ha venido a verlo. Dice que es urgente.
Dial sonrió, pensando que iba a poder agradecerle al cardenal en persona haberle avisado del intento de chantaje contra la Iglesia. También sabía que Rose podría tener información adicional que se podría utilizar cuando interrogase a Pelati.
—Está bien. Voy en seguida.
Aunque no se conocían, Rose no una persona difícil de reconocer. No porque fuera vestido de cardenal, sino también por su manera de andar. Atravesó el pasillo como si fuera un sheriff asistiendo a un tiroteo. Era un auténtico hombre de Texas. Si las circunstancias hubieran sido diferentes, Dial le hubiera levantado la sotana para ver si llevaba espuelas.
—Joe, soy Nick Dial. Es un placer conocerte.
Se dieron la mano.
—¿Qué hay de nuevo? —prosiguió Dial—. Me comentaron que tenías algo muy urgente que decirme.
Rose asintió:
—Más datos sobre Benito Pelati, pensé que podrían serte de utilidad. Pero creo que no es un buen momento, siempre puedo volver mas tarde.
—Tonterías. Jamás pensaría en pedirte que te fueras. Además, estoy hablando con Benito ahora mismo, y sigue mencionando algo que me tiene intrigado. El tipo apenas me dirige la palabra, pero cuando lo hace, menciona un secreto. Lo he presionado, pero no dice nada más.
—Sobre ese secreto, ¿te ha dado alguna pista?
—Eso quisiera. Haría que mi trabajo fuera jodidamente más fácil… Ops. Lo siento.
Rose ignoró la palabrota. Muchos texanos también las usan.
—¿Has preguntado a su familia? Tal vez sepan algo.
—De hecho, creo que su hijo sí está al corriente. Por eso Benito le disparó dos veces en el pecho. Para evitar que se lo dijera a nadie más.
Rose se santiguó por Dante.
—¿Y llegó a decirlo? Uno de los polis me ha dicho que había varios testigos en el tiroteo.
Dial asintió:
—Sus guardaespaldas estaban cerca, pero ninguno de ellos habla inglés. Me da la sensación de que ése era uno de los requisitos para formar parte de su plantilla. Eso le permitía realizar sus negocios con total privacidad.
—Un hombre listo. Ésa es la mejor manera para hacerlo. Sin miedo a que los otros escuchen.
—Hablando de listos, ¿por qué me parece que tú sabes algo sobre el secreto? Por eso has venido hasta aquí, ¿no?
Rose se encogió de hombros.
—Tal vez. Dios trabaja de forma misteriosa.
«¡Gloria Aleluya!», pensó Dial.
—Dime, ¿tiene algo que ver con la Iglesia? ¿De eso iba el chantaje? ¿Se enteró de algo sobre la Iglesia y decidió sacar unos cuantos millones?
—Nick, escúchame, tengo las manos atadas. No puedo hablar de eso. De verdad que no puedo.
Dial no podía dejar de sonreír.
—Pero…
Rose se rió.
—Pero pienso que si consigo que él hable sobre eso, sin siquiera mencionarlo… Entonces yo tendré lo que quiero, y tú tendrás la conciencia tranquila.
—Sí, algo así.
Dial miró su reloj y se percató de que ya no disponía de mucho tiempo. Los abogados de Pelati llegarían en cualquier momento.
—Está bien. Pero tendremos que ser muy rápidos.
Rose levanto la mano derecha.
—No te preocupes, lo seré.