—¿Por qué? Es lo que me enseñaron de niña, me educaron en esa creencia.
—Pero tú ya no eres una niña. Piensas por ti misma desde hace tiempo. En algún momento comenzaste a desafiar a tus padres, Se tratara de Papá Noel o de política, acabaste poniendo en cuestión lo que te enseñaron.
—Sí, pero…
—Pero ¿qué? ¿Acaso la religión no entra? Si acaso, debería ser lo primero que desafiar, porque es el asunto más íntimo de una persona. La religión es en lo que tú crees, no lo que te dicen los demás que creas; es lo que tú sientes, no lo que otros esperan que sientas.
—Pero ¡yo creo en Cristo! He estudiado la Biblia, he ido a misa y he conversado con varios curas. Y ¿sabe qué? Pues que creo en Dios y en Jesucristo. Simplemente es así.
El tono de él se suavizó:
—Si pusiera en cuestión tu fe, ¿podría quebrarse, bajo el peso de mis palabras?
—De ninguna manera. Yo creo en lo que creo. Sus comentarios no van a cambiarlo.
—¿Y las pruebas? ¿Tu fe se desmoronaría frente a nuevas pruebas?
Ella valoró la palabra
pruebas
.
—¿Tiene algo que ver con el pergamino? ¿Tiene nuevas pruebas sobre mi religión?
—Nuestra religión. Yo también soy cristiano.
—Entonces ¿esto no es sobre la Iglesia? ¿Se trata de Cristo?
Boyd asintió, sin atreverse a mirarla a los ojos.
—Y no son buenas noticias.
María no entendía lo que él le decía, pero las garras de la duda comenzaban a arañar su fe. Si el mensaje del pergamino era tan devastador como Boyd insinuaba, había una posibilidad de que todas sus creencias estuvieran a punto de hacerse pedazos.
—¿Qué dice? Necesito saber lo que dice.
Boyd tomó aire.
—¿Eres consciente de que, una vez que te lo diga, no habrá vuelta atrás?
—Ya hemos llegado a ese punto hace mucho. Por favor, dígame lo que dice el pergamino.
—Te lo diré, pero antes debes comprender que su manera de escribir era diferente de la nuestra. Las frases muy largas eran comunes. Había muchos circunloquios, y era raro que hicieran pausas, aunque el tema cambiara.
María lo sabía muy bien, porque era precisamente lo que Boyd estaba haciendo en ese momento.
—Léalo de una vez, señor, por favor.
—Está bien, está bien —dijo él—. Esto es lo que el emperador Tiberio escribió:
Tiberio César Augusto a mis herederos y sucesores.
Los asuntos monetarios, sean triviales o de gran magnitud, descansan sobre nuestros hombros, son la tarea de los gobernantes, del pasado y del presente, por toda la eternidad. Cumpliendo con mi deber, he llenado las arcas de esta tierra magnífica, tomando una parte de cada ciudadano que es romano por derecho, inventariando sus riquezas y eliminando así la carga del emperador, pero sus dádivas no son suficientes, porque Mercurio está sediento de más. Una vez conquistada Britania, la vastedad de nuestros dominios será perjudicial, la administración de la nieve y del sol, tierras tan distintas como Cupido y Marte, dividirán en el futuro las vidas de nuestro pueblo, los ricos deberán recibir las dádivas del extranjero mientras los pobres sufren el peso de las deudas que prevemos. Para evitar la inminente pobreza de nuestros ciudadanos, he concluido que deben tomarse medidas drásticas, la escasez de…
—¡Espere! ¿Qué tiene que ver todo eso con Jesús?
Boyd suspiró ante su impaciencia.
—Nada directamente, pero indirectamente lo tiene todo que ver. El empobrecimiento del imperio obliga a Tiberio a idear su drástico plan. Según el texto, es el motivo principal de su maquinación contra Cristo.
María asintió, sin entender del todo la introducción.
—Esa parte donde habla de aprovechar una parte de cada ciudadano… ¿Se refiere a los impuestos?
—Así es. A Tiberio se le reconocía ser un administrador fiscal sobresaliente. La mayoría de los historiadores cree que su política económica era el punto fuerte de su gobierno, al menos hasta su deterioro mental. Hacia el final del reinado, estaba un poco loco.
—Y cuando escribe acerca de la carga del emperador, ¿habla de equilibrar el presupuesto?
—Exacto.
María estaba satisfecha consigo misma. Había entendido más de lo que había creído.
—¿Y qué es eso de Britania? Ha leído algo sobre el invierno y el verano y me he perdido.
—El invierno y el verano no —la corrigió—. Tiberio menciona la nieve y el sol. Dice: «la administración de la nieve y del sol… dividirán en el futuro las vidas de nuestro pueblo». Quiere decir que una vez hayan conquistado Britania, el imperio será demasiado grande para su propio bien. Roma se extendería desde la tierra de la nieve, Britania, hasta la tierra del sol, Egipto. Y, en opinión de Tiberio, aquello sería demasiado difícil de manejar para su economía.
—Pero si Tiberio sabía que Britania iba a dañar al imperio a la larga, ¿por qué conquistarla?
—Alega que lo hacía por Mercurio, el dios romano del comercio. Dice que Mercurio está sediento de más. Supongo que es su modo de decir que no tenía elección sobre ese asunto. Sentía que los dioses se enfadarían si Roma se contentaba con lo que ya tenía.
—¿Incluso si expandirse supusiera algo malo?
Boyd asintió.
—Pero la codicia no acaba ahí. Todavía no has oído nada.
Para evitar la inminente pobreza de nuestros ciudadanos, he concluido que deben tomarse medidas drásticas, la escasez de riqueza pública debe ser evitada a toda costa, ya que un fracaso en mantener la excelencia del imperio sería atribuido a la corrupción del gobierno, una acusación que insultaría los previos logros de Augusto.
Desde Oriente ha llegado la noticia de que ha surgido el último Mesías, un hombre que, a diferencia de las docenas que ha habido antes que él, irradia piedad y generosidad, un encantador bendecido con multitud de discípulos, poder de persuasión, el don de los milagros. Fábulas de curaciones y resurrección surgen del desierto con la frecuencia de los escorpiones, pero con dos veces más veneno, puesto que éstos son fácilmente aplastados. Herodes Antipa, gobernador de Galilea, habla de orgullo entre los esclavos, de rebeliones contra la autoridad romana, de reuniones multitudinarias cerca de Cafarnaum. Algunos creen que esta amenaza debe ser borrada, eliminada por la fuerza de voluntad y el poder de la espada, extirpada en su infancia, como los hijos de Belén. Pero yo no estoy de acuerdo. ¿Por qué matar una vaca que ha sido una dádiva de los dioses? Ordéñese, y su dulce néctar puede alimentarnos durante toda la vida.
Boyd hizo una pausa, dejando que María asimilase el mensaje de la segunda parte.
—No hay duda de que habla de Jesús. La referencia a las curaciones y a las resurrecciones, las reuniones multitudinarias en Cafarnaum. Allí era donde enseñaba, junto al mar de Galilea.
El asintió.
—Tienes razón. Jesús usaba Cafarnaum como lugar de reunión para sus seguidores.
—No puedo creerlo. Tenemos un documento que se refiere a Cristo en tiempo presente. ¡Es asombroso! ¡Luego lo compara con una vaca a la que habría que ordeñar!
—Pero es que, para Tiberio, Jesús no era Dios, sino un rebelde peligroso. Tal como él mismo dice, ya antes muchos otros habían proclamado ser el Mesías, y la mayoría de ellos también tenía multitudes de seguidores. Así que, para Tiberio, Jesús era sólo uno más de una larga lista de impostores.
—Supongo que sí, pero… No lo sé. No sé cómo sentirme con respecto a todo esto.
—No sientas, querida. Ésa no es tu tarea. Tu deber es examinar. Intenta tomar perspectiva respecto al mensaje, especialmente de la parte que voy a leerte ahora. Si no lo haces, lo que dice te consumirá totalmente, porque es peor de lo que te puedas imaginar.
Si a los hambrientos se les promete pan, lucharán hasta que sus barrigas estén llenas; así lo asegura la historia, escrita por la acción de los hombres y la naturaleza de su espíritu, pero una pregunta perturba mi sueño: ¿acaso importa de dónde viene el festín? ¿Acaso un hombre hambriento rechazaría la comida si fuese su enemigo quien se la ofreciera? Tal vez, por miedo a ser envenenado, pero ¿qué sucedería si la comida le fuera presentada de modo que él pudiese recibirla de buen grado? ¿Acaso no aceptaría el pan con las manos extendidas? Yo proclamo que así lo haría. Sin duda, el pueblo de Judea está hambriento, y se aferra a la esperanza y a la promesa de salvación, ignorando del todo a los dioses romanos y el modo adecuado de vivir; espera que el anunciado emerja de entre su gente, aquel que ver daderamente es su Mesías. Eso no puede evitarse; ni la guerra ni el castigo borrarán la llegada del elegido de sus Escrituras; Judea lo busca, reza por él, lo espera y lo esperará hasta que su llegada haya sido triunfalmente anunciada por las muchedumbres. ¿Por qué no dárselo? Alimentemos a sus hambrientos con la comida que nosotros elijamos darles, permitiéndoles celebrar la llegada de su salvador; podrán beber a la salud de su Cristo y festejar sus enseñanzas, palabras que no serán para nosotros amenaza alguna, porque sabremos que sólo es un peón que nosotros hemos elevado a la altura de Júpiter.
Para que esta artimaña tenga éxito, no debe haber ninguna duda entre los judíos; deben ser testigos de un milagro con sus propios ojos, una proeza tan mágica, tan sobrenatural, que las futuras generaciones canten su gloria por toda la eternidad, poniendo fin a la búsqueda del Mesías de una vez por todas, porque pensarán que ya ha venido. La fe en él debe ser proclamada a los cuatro vientos, traspasar las fronteras de la tierra inundada de sol donde ha nacido, transmitida por rumores de viajero en viajero. Deberá comenzar entre su vasto pueblo y esparcirse, desde el corazón de Jerusalén, como una plaga irrefrenable que devore a todos en Judea como una bestia hambrienta. Cuando esto haya sucedido, cuando no queden dudas sobre el Cristo, Roma estará en disposición de aprovecharse, de utilizar la fe indeclinable de los judíos contra ellos mismos, y sus riquezas en nuestro beneficio. Nos burlaremos de sus creencias en público mientras en privado recolectaremos sus donaciones; les ordenaremos adorar a los dioses romanos, a sabiendas de que se aferrarán a su Mesías como niños al pecho materno, pero eso es lo que queremos, porque cuanto más adoren a un falso dios, más débiles se volverán, y de esta debilidad sacaremos provecho, sí, controlaremos sus cuerpos tanto como sus espíritus. Por el bien de Roma, debemos comenzar de inmediato, usando al nazareno como nuestro instrumento, aquel a quien he elegido como el Mesías judío.
Me despido, 29 de agosto.
Después de leer el pasaje, Boyd dejó a un lado su cuaderno y se preparó para la reacción de ella. La verdad era que esperaba miles de preguntas sobre el texto, o una alborotada sesión de gritos en la que ella pondría en cuestión todo lo que él había dicho. Pero sucedió justo lo contrario. María permaneció callada, distante y pálida, con sus ojos enrojecidos ahora húmedos.
No hizo falta aclarar nada. Comprendió por sí misma el sentido del pergamino.
Para su sorpresa, si el mensaje del pergamino era cierto, el milagro de Jesucristo y el origen de la cristiandad estaban basados en el mayor fraude de todos los tiempos.
E
l despacho estaba casi vacío, excepto por algunos muebles y unas pocas estanterías. No había objetos personales de ninguna clase. Era el tipo de oficina que haría que Nick Dial renunciara a su empleo si tuviera que ser la suya. Pero así y todo, era exactamente lo que esperaba encontrar en una comisaría de Trípoli.
Omar Tamher entró con algunas fotos de la autopsia y las esparció sobre el escritorio. Tímidamente, Dial sacó sus gafas y se las puso, algo avergonzado de no poder ver bien sin ellas.
—¿Qué piensas, Nick? ¿Hay alguna similitud con lo de Dinamarca?
Dial asintió, aunque era la primera vez que veía las fotos.
—Jansen tenía el mismo tipo físico que Narayan. Más o menos la misma edad, y la misma altura. Los dos estaban en buena forma, lo que me hace pensar que no los escogieron al azar, sino por algún motivo.
—¿Por qué lo dices?
—Si estuvieses buscando un blanco fácil, ¿elegirías a estos tipos? No, buscarías a uno que fuera más viejo, o que estuviera herido, alguien a quien pudieras dominar mejor, quizá incluso una mujer. Pero ¿un tipo joven y fuerte? No parece probable, podrían salir mal muchas cosas.
—¿Algo más?
—Estas heridas se parecen a las de Jansen. Le atravesaron con clavos las muñecas y los pies, mientras estaba inconsciente. Si no, hubiese habido demasiados gritos. —Señaló una de las fotos de la autopsia, un plano corto de la muñeca izquierda de Narayan—. ¿Ves cómo la herida se agranda desde el clavo? En Dinamarca pasaba lo mismo. El cuerpo pesa demasiado para quedar sujeto a las tablas. Algo tiene que ceder, y no iban a ser los clavos. Con el tiempo, el tejido que los rodea comienza a desgarrarse, igual que las venas, los tendones, etcétera. Una forma terrible de morir.
Tamher asintió.
—El forense dice que la herida en el pecho fue la que lo mató —dijo.
Dial revolvió entre las fotos hasta encontrar una de la caja torácica de Narayan tomada de cerca.
—Es igual a la de Jansen. Probablemente lo hicieron con una lanza. Al menos eso es lo que dice la Biblia.
—¿Y lo del vandalismo? ¿Alguna teoría?
Se encogió de hombros.
—En Dinamarca no pintaron nada, aunque había muchas paredes cerca. Esto sugiere que lo del arco fue un acto impulsivo, no premeditado.
Tamher frunció el ceño.
—Lo hicieron con una brocha, Nick. Eso parece planeado.
—Puede ser, pero puede que no. La brocha podía haber estado en la parte trasera de la furgoneta, o en la caja de herramientas donde guardaban los clavos. No encontraste ninguna marca de escalera, ¿no? Eso significaría que no iban del todo preparados para lo de las pintadas.
—Es cierto, pero…
—Escucha, no estoy descartando la posibilidad. Podría ser una pista importante o solamente la manera del asesino de marcar su territorio. No sabes la cantidad de cuerpos que he encontrado empapados en la orina de alguien.
—¿De veras?
Dial se sorprendió de que Tamher no hubiese visto nunca eso en Libia. Pero quizá era una cosa europea.
—Sabremos más cosas cuando encontremos a la siguiente víctima. Empezarán a perfilarse los patrones.
—¿La siguiente víctima?
—No pensarás que han acabado, ¿verdad? Todavía tienen al Espíritu Santo esperando entre bastidores.