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Authors: Clive Cussler,Jack du Brul

Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción

La selva (43 page)

BOOK: La selva
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Cuando la encendieron, la máquina permaneció inerte durante los primeros treinta segundos. Los científicos no supieron si lo habían logrado hasta que una voz femenina surgió de los altavoces situados en el despacho de Bahar, y solo dijo: preparada. La primera prueba fue cambiar todos los semáforos de tráfico interactivos de Praga de rojo a verde y viceversa. La máquina se coló en el sistema de tráfico en el acto e hizo lo que le ordenaban, y después devolvió el control a las autoridades de la ciudad.

—¿Por qué? —preguntó la máquina, algo sumamente extraño.

—Porque te lo han ordenado —respondió Bahar a través de los micrófonos también ocultos en su despacho. Su respuesta generó un momento de silencio, pues nadie había pensado que el ordenador cuestionaría sus órdenes. Cuando preguntó a los científicos artífices de la máquina, estos no tenían una explicación para aquello.

Realizaron pruebas más complejas, buscaron sistemas mejor encriptados que piratear, hasta que estuvieron convencidos de que ninguna red del planeta era inmune a su máquina y que ninguna base de datos se le resistiría. Entonces lanzaron un ataque a la NSA para obtener los códigos nucleares.

Se rumoreaba que el rendimiento de los ordenadores de la Agencia de Seguridad Nacional no se medía en teraflops y petaflops, que equivalía a diez elevado a quince flops, sino que eran más potentes aún. A la máquina de Bahar le había costado medio segundo penetrar en los cortafuegos y acceder al código. Así pues, tras cosechar un éxito tras otro, Gunawan Bahar fue un hombre feliz hasta que vio que la respuesta del presidente de Estados Unidos a sus demandas había sido un artículo poco entusiasta sepultado en la contraportada de un periódico de Washington.

—Ha sido demasiado fácil para ellos la primera vez —se quejó amargamente—. He intentado demostrar mi compasión, mi humanidad, y él me escupe a la cara. No soy ningún loco fanático empeñado en asesinar infieles hasta que no quede ni uno, pero si eso es lo que quiere de mí, en eso me convertiré.

—Levantó la vista al techo—. ¿Estás ahí?



—repuso una voz serena.

—Envía este mensaje a la Casa Blanca: «Darás un discurso en directo desde el despacho oval o todos morirán de sed. Luego quiero que bloquees las cincuenta y una estaciones de bombeo que abastecen de agua a Las Vegas, Nevada, y que no vuelvas a dejarlas operativas hasta que yo lo diga». Bahar había aprendido que tenía que ser muy específico con los nombres de los lugares.


Tarea completada
—respondió la voz computerizada y atonal.

—Veamos cuánto tiempo deja que esa gente se ase al calor del desierto antes de contarle al mundo que ya no es él quien controla el destino de su nación. ¿Qué opinas tú, Abdul? Ingenioso, ¿no te parece?

—Sí, mucho —replicó Mohammad, pero no estaba de acuerdo. Si por él fuera, haría días que todos los reactores de Estados Unidos se hallarían en estado crítico. No entendía por qué su superior estaba jugando con los estadounidenses.

—No suenas demasiado convincente, amigo mío. Crees que deberíamos destruir al Gran Satanás y poner fin a esto. Bahar jamás le pedía su opinión, así que resultó una sorpresa que lo hiciera en esos momentos. Mohammad asintió con ciertas reservas.

—Sí, señor.

—No disfrutas de la ironía que supone el que nosotros interfiramos en su política tal y como ellos han hecho en la nuestra. Durante dos generaciones, los estadounidenses han dictaminado qué regímenes suben al poder y cuáles son derrocados, y utilizan esa capacidad sin la menor consideración hacia las personas a quienes afecta. Ahora podemos hacerles lo mismo, decirles cuál es su lugar en el mundo, hacer que sientan lo que es estar bajo el zapato de otro para variar. »Denominan al presidente de Estados Unidos el hombre más poderoso del mundo. Bueno, esta noche hará lo que a mí se me antoje, yo seré el hombre más poderoso.

No podemos derrotarlos en el campo de batalla ni quebrar su voluntad con ataques terroristas, pero ahora podemos aprovechar su dependencia de la tecnología para intimidarlos. »Pronto decretaré que los cristianos estadounidenses deben empezar a estudiar el Corán en los colegios para que con el tiempo se conviertan a la fe verdadera. ¿Para qué destruirlos, Abdul, cuando podemos acogerlos en el Islam?

—Eso jamás funcionará —apuntó Mohammad, envalentonado.

—Al principio solo había un musulmán, el profeta Mahoma, bendito sea, pero de aquella única semilla germinó la fe, conversión tras conversión. Eso continúa hoy en día con los árabes que se mudan a Europa y comienzan a convertir a otras personas. Cierto es que sucede principalmente en las prisiones, pero cuando estos nuevos musulmanes sean puestos en libertad hablarán a sus familias de su maravillosa nueva fe y tal vez uno o dos también se nos unan. Exponiendo a los estadounidenses al Corán a una edad temprana aceleraremos el proceso.

Dentro de cincuenta años, Estados Unidos será un estado islamista. El resto del mundo occidental no tardará en seguir sus pasos, acuérdate de lo que te digo. Y ni siquiera tendré que utilizar amenazas para conseguirlo. Bahar enmarcó el rostro de Mohammad entre sus manos, como si estuviera a punto de besarle, y por un momento Abdul temió que fuera a hacerlo.

—Libérate del odio, amigo mío. La lucha entre musulmanes y cristianos ha durado más de mil años. Así pues, ¿qué más dan otros cincuenta o cien? Nos hemos asegurado de que nuestro bando salga victorioso. Abdul Mohammad sabía que el plan de su superior estaba abocado al fracaso por la sencilla razón de que, de algún modo, y a no tardar demasiado, los estadounidenses descubrirían que habían construido un ordenador y hallarían la forma de dejarlo inoperativo o, más probablemente, de destruirlo. No tenían demasiado margen y Bahar albergaba delirios de convertirse en el propio profeta.

Deberían atacar Estados Unidos de inmediato, pensó, y asolar el país. Andarse con jueguecitos y planear un futuro que jamás se haría realidad era desperdiciar la única oportunidad que jamás habían tenido de conquistar a su acérrimo enemigo. Hasta entonces, no había estado al corriente de los planes que Bahar tenía para el ordenador cuántico y deseó que hubieran discutido sobre ellos con anterioridad.

Tal vez pudiera hacerle cambiar de opinión, pero al mirarle a los ojos y ver los delirios de grandeza que ardían en sus profundidades Abdul supo que era demasiado tarde. Estaban entregados a la fantasía de Bahar de convertirse en el Mahdi de la profecía islámica, y no estaba en la naturaleza de Abdul contravenir los deseos de su superior.

24

Se reunieron a la mañana siguiente en la espléndida sala de conferencias del
Oregon
. Juan quería que el grupo fuera reducido, de modo que, aparte de él, solo estaban Eric Stone, Soleil y, debido a que se estaban haciendo buenas amigas, también Linda Ross. Eric había expuesto la información financiera referente a todos los acuerdos de negocios recientes de Roland Croissard. El hombre tenía tentáculos en muchos sitios, y Soleil apenas sabía nada porque en los últimos años no había formado parte de la vida de su padre. Juan creía que fuera lo que fuese lo que Bahar quería de Roland Croissard, la transacción habría sucedido poco después del secuestro de su hija, pero, para ser rigurosos, se remontaron a seis meses atrás. El material era tan tedioso que podrían quedarse dormidos si no fuera algo tan importante. Aquella tarea solo podía agradarle a un contable, y cuando ya llevaban una hora, vio que la frustración dominaba a Soleil.


Non
. No sabía que mi padre había comprado una planta siderúrgica en la India —repuso cuando Eric señaló un negocio de tres millones de euros, que se había cerrado justo un día antes de que ella fuera secuestrada—. ¿Por qué iba a saberlo?

—No había motivo —le aseguró Juan—. Vale, ¿y esto? Dos días después de que te raptaran vendió sus acciones de una empresa de electrodomésticos brasileña. ¿Te suena?

—No, nada.

—¿Y esto otro? Dio en usufructo algo llamado «Albatros» a lo que parece ser una empresa fantasma. Eric, ¿qué es «Hibernia Partners»?

—Espera un segundo. Sé que ya he revisado esto.

—Tecleó en su portátil durante un momento—. Vale, aquí está. Se trata de una empresa irlandesa fundada hace cuatro años. Iban a importar sal para carreteras, pero no llegaron a hacerlo. Hace seis meses les concedieron un sustancioso préstamo a través de un nuevo banco en las islas Hébridas, pero no han tocado el dinero.

—¡Es eso! —exclamó Soleil.

—¿Qué?

—Sal. Mi padre compró una mina de sal antes de tener la opinión de un experto independiente. Contrató a un inspector, pero solo después de que el acuerdo estuvo cerrado. Era estadounidense, como vosotros, y cuando le dijo a mi padre que la mina era inestable, le despidió en el acto y contrató a otro. No llegué a conocer al segundo porque...

—El motivo no importa —dijo Juan—. Háblanos de esa mina de sal.

—Se encuentra en el este de Francia, próxima a la frontera italiana y muy cerca de un río.

—Esto sí que es un golpe de suerte —repuso Eric. El barco se dirigía a toda máquina a la costa sur francesa.

—El problema era el río —prosiguió Soleil—. Dijo que era peligroso. Creo que el término que empleó fue «infracciones».

—Filtraciones —la corrigió Juan.

—Sí, eso es lo que dijo. Filtraciones. De todas formas, fue el peor negocio que jamás hizo mi padre, pero decía que eso le había enseñado a ser humilde.

Decía que jamás la vendería, como un albatros colgado alrededor de su cuello, para no olvidarlo. Por eso bautizó la compañía como «Albatros», igual que en el poema. La «Balada del viejo marinero» de Coleridge era prácticamente el único poema que Cabrillo se sabía de memoria.

—En lugar de la cruz, el albatros de mi cuello colgaba.

—Mi padre ni siquiera arrendó la mina —apostilló Soleil—. Querías que encontrase algo inusual. Creo que es esto.

—De acuerdo, dejémoslo por ahora. Aún nos queda mucho que revisar. Tenemos que estar seguros.


Oui
, mon capitaine. Les llevó otra hora, pero al final acabaron volviendo a la mina Albatros. Juan sugirió que Mark Murphy investigara más a fondo a Hibernia Partners mientras ellos trabajaban en la sala de juntas, a lo que Eric respondió que no sería buena idea.

Si se trataba de una de las empresas fantasma de Bahar, colarse en su sistema alertaría al ordenador cuántico y delataría su investigación. Cabrillo le dio las gracias por su previsión; no se había dado cuenta de hasta qué punto habían llegado a depender de los ordenadores.

—Vamos a necesitar los planos de la mina —apuntó Juan cuando todos estuvieron de acuerdo en que aquella propiedad en concreto era, casi con total seguridad, el motivo de que Bahar hubiera extorsionado al padre de Soleil—. ¿Puedes ponerte en contacto con el inspector?

—Hace años que no hablo con él, pero sí. No me acuerdo de su número de teléfono, aunque alguien puede buscármelo. Eric carraspeó para llamar la atención de todos.

—No quiero parecer paranoico, pero llamar desde el barco es mala idea, y también que sea Soleil quien haga la llamada.

—¿Por qué? —Como ya os hemos explicado Mark y yo, ese ordenador está en todas partes a la vez. Y nos tiene en su punto de mira. Interceptará cualquier transmisión realizada desde el barco. Lo que temo es que le hayan ordenado que esté atento a patrones de voz individuales.

—¡Venga ya, Eric! —exclamó Linda—. Es imposible que un ordenador pueda escuchar todas las conversaciones telefónicas de todo el globo y centrarse en una sola.

—Esa es la cuestión. Sí que puede. La NSA lo hace. Y el ordenador de Bahar ya ha demostrado que es un millón de veces más potente. No se le llama cuántico por nada. Nos enfrentamos a un paradigma completamente distinto, y tenemos que pensar y actuar como si siguieran todos y cada uno de nuestros movimientos, que es lo más seguro.

—¿Qué sugieres? —preguntó Juan.

—Llevaremos a alguien a tierra para que realice la llamada de parte de Soleil. No podemos utilizar su nombre, ya que seguramente hará saltar las alarmas.

—Pero Bahar cree que murió en el hundimiento del
Hercules
—adujo Linda.

—No merece la pena correr ese riesgo —replicó Juan—. Eric tiene razón. Tenemos que cubrir nuestro rastro por completo. Hux hará la llamada. Bahar no la conoce, así que no hay razón para que estén buscando su voz. Además, creo que no deberíamos atracar en Montecarlo. Si informan de nuestra presencia en la zona, es posible que Bahar comience a sospechar.

—Buena idea —convino Eric—. Y dado que hemos cruzado el canal de Suez con documentos nuevos y navegado bajo otro nombre, no tiene por qué saber que estamos aquí. Tal vez debamos cambiar el aspecto de la cubierta por si acaso el ordenador está revisando las imágenes de satélite para dar con nosotros.

Y ya que estamos, deberíamos apagar cualquier dispositivo que no sea esencial. Por si las moscas. Juan asintió y llamó al centro de operaciones para que desconectasen todas las máquinas y que la tripulación preparara unos cuantos contenedores falsos y los subieran a cubierta. Luego se volvió hacia Soleil.

—Por cierto, ¿cómo se llama el inspector?

—Mercer —respondió—. Se llama Phillip Mercer. Unas horas más tarde, estaban lo bastante cerca del legendario centro turístico de Montecarlo para transportar a la doctora Huxley, a Soleil y a Cabrillo a tierra en una de las lanchas salvavidas.

No podían utilizar el helicóptero porque las autoridades de la aviación francesa tendrían constancia de su llegada. Kevin Nixon había falsificado un pasaporte para Soleil de forma que no tuviera problemas cuando llegaran a puerto. Ella estaría presente por si acaso las palabras claves que ya les había proporcionado no fueran suficientes para Mercer. Juan pagó en metálico una tarjeta prepago para móvil y buscaron un tranquilo banco en un parque. Marcó el número que Eric había conseguido del ingeniero de minas y le entregó el teléfono a Hux. Después de un par de tonos, respondió una voz estridente como el sonido de una astilladora industrial:

—Hola. —¿Phillip Mercer? —preguntó Hux.

—Sí. ¿Por qué no?

—Señor Mercer, llamo de parte de...

—En primer lugar, es doctor Mercer. En segundo, si llama de parte de Jerry’s Kids o de cualquier otra condenada organización benéfica, acercaré el auricular a mi blanco y arrugado culo y... Escuchó otra voz de fondo:

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