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Authors: Clive Cussler,Jack du Brul

Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción

La selva (47 page)

BOOK: La selva
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—¿Preparado? —preguntó Juan.

—Señor, yo nací preparado. La cabina aminoró la velocidad cuando se aproximó a su destino. Allí dentro no había dónde esconderse, así que se acuclillaron, con los rifles preparados para entrar en acción. El ascensor se detuvo suavemente gracias a que el cable se estiró y se encogió antes de volver a su ser.

La antecámara donde se encontraba el ascensor era un cuarto rectangular de unos seis metros de ancho, con varias salidas. A lo lejos se escuchaba el zumbido de un generador conectado a una luz de emergencia de obra situada en un rincón, que desprendía un resplandor amarillento. No había ni un alma, de modo que Juan alzó el pestillo de la puerta de seguridad y la abrió. No vio nada cuando asomó la cabeza, aunque había un AK apoyado contra una pared, como si el dueño del arma hubiese abandonado su puesto brevemente. Juan se mantuvo inmóvil, con el dedo en el gatillo del rifle.

El ruido del generador enmascaró sus pisadas cuando salieron del ascensor y se pegaron a la pared próxima a los accesos al resto de la mina. Juan estaba a punto de echar un vistazo, cuando llegó el centinela que montaba guardia junto al ascensor. El tipo salió corriendo con todas sus fuerzas, llevado por la adrenalina y el miedo. Pero MacD fue tras él, acortando la distancia con cada paso que daba, avanzando con la férrea resolución de un defensa persiguiendo a un
quarterback
.

Juan se consideraba veloz a pesar de faltarle una extremidad, pero no era comparable a la exhibición que estaba presenciando. Había suficiente luz para que pudiese ver mientras corría detrás de ellos. El guardia debió de darse cuenta de que Lawless le estaba ganando terreno, porque se detuvo de repente y se tiró al suelo, obligando a MacD a saltar por encima de él como un rayo. Cabrillo se paró en seco sabiendo lo que iba a pasar a continuación.

Levantó el rifle al tiempo que el otro tipo echaba mano de la pistola que llevaba enfundada en la cadera. Lawless no había recuperado el equilibrio del todo y aún estaba de espaldas al guardia, que había aprovechado para desenfundar el arma y se preparaba para apuntar. Pero Juan se apoyó el rifle al hombro y buscó blanco en medio de la penumbra. El más mínimo titubeo por su parte le costaría la vida a MacD, pero si erraba el tiro podía darle a él.

Juan disparó y la bala atravesó el hombro derecho del vigilante, perforando el pulmón y saliendo justo por debajo de la tetilla. La fuerza cinética le derribó contra el suelo rocoso, donde quedó inmóvil.

—Te lo agradezco —dijo Lawless cuando se percató de lo que había sucedido a su espalda—. Pero, como suele decirse, el elemento sorpresa se ha esfumado. Cabrillo tomó una decisión rápida.

—Que le den por saco a la pasta. Larguémonos de aquí. Dieron media vuelta hacia el ascensor para emprender una rápida retirada, cuando vieron otra figura en la entrada con el arma apuntándoles. Cabrillo empujó a Lawless y se tiró al suelo en el momento en que abría fuego. Las balas volaron por todas partes sin alcanzar a ninguno de los dos hombres, aunque el ataque los mantuvo pegados al suelo mientras el tipo pedía refuerzos a gritos. Se arrastraron de manera frenética para ponerse a cubierto detrás de una de las colosales columnas. Habían perdido el elemento sorpresa, la única ventaja de la que disponían, y esos tipos conocían aquel mundo subterráneo mucho mejor que Juan y MacD, que solo habían echado un fugaz vistazo al escueto dibujo de Mercer. Para empeorar aún más las cosas, Juan vio una cámara de baja luminosidad montada sobre una cinta transportadora.

La cinta, que llegaba a la altura del pecho y tenía una anchura de casi un metro, se internaba en la siguiente sala. Dudaba que esa fuera la única cámara, lo que significaba que Bahar y Smith tenían ojos en todas partes. Esta comenzó a moverse buscando a los dos intrusos. Si la desactivaban delatarían su posición del mismo modo que si su lente los captaba, así que se arrastraron con el trasero hasta que quedaron justo debajo de ella.

—¿Alguna idea? —preguntó MacD mientras las balas impactaban en la piedra a escasos centímetros de sus cabezas.

—Todas estas salas están interconectadas formando un enorme círculo. Lo mejor que podemos hacer es ir por delante de ellos y esperar a que cuando lleguemos al final hayamos ganado el tiempo necesario para poder montar en el ascensor.

—Nos verán acercarnos —señaló MacD.

—Elimina las cámaras. Cabrillo rodó sobre el suelo para asomarse a la esquina y abrir fuego antes de levantarse y echar a correr en dirección contraria. Disparó a tantas bombillas del techo como le fue posible, pero había demasiadas para poder sumir la mina en la más absoluta oscuridad. Además, lo prioritario era acabar con las cámaras. Solo esperaba que los monitores de seguridad no registraran el momento en que las inutilizaban. Sólidos muros de sal separaban las estancias.

Las entradas entre una y otra eran lo bastante amplias para que la pesada maquinaria de extracción pudiera pasar por ellas siguiendo la cinta transportadora. Se detuvo brevemente en cada una para comprobar si les habían tendido alguna emboscada, vigilando su espalda en todo momento, ya que al menos tres guardias los perseguían sin tregua.

Al mirar desde la entrada a una de las cámaras vio que los mineros se habían dejado allí una pala mecánica. La máquina tenía una bobina de cable grueso en el parachoques trasero para proporcionar electricidad y un brazo hidráulico en la parte frontal, que podía subir y bajar cuando sus dientes de carburo perforaban la pared de sal y roca. Agarró a MacD y se colocó detrás de él.

—Hay que liquidar a los tres —dijo, y esperaron. Momentos después los dos primeros guardias vestidos con ropa de calle entraron en la habitación. Ambos miraron la excavadora con recelo. Uno se quedó en la entrada para cubrir a su compañero en tanto que el otro se aproximaba con cautela. Cabrillo se agazapó, rogando que el tercero apareciera antes de que aquel tipo se acercara demasiado. El guardia se movió en un amplio círculo, con el AK a punto para disparar. Había visto adoptar esa posición ofensiva a las Fuerzas Especiales estadounidenses, y, al llevar armas de calibre ligero, resultaban menos desagradables que esos guardias.

La sombra del tercero en discordia se proyectó dentro de la estancia a medida que se aproximaba lentamente. Cuando estuvo lo bastante cerca, Juan y MacD aparecieron de golpe y dispararon. El que estaba más cerca logró abrir fuego, pero el retroceso hizo que el rifle se le deslizara por encima del hombro. MacD le abatió con tres disparos mientras Cabrillo cosía a balazos el pecho del compañero que le cubría. El último trató de huir, pero Juan rodeó la excavadora, apuntó y le disparó por la espalda. No tenía reparos en liquidar a un cobarde.

Lo que le preocupaba era que ya habían consumido catorce minutos de la hora de la que disponían y no estaban más cerca de recuperar los cristales. Un cuarto soldado al que no habían visto abrió fuego de pronto desde el otro lado de la cámara, haciendo saltar esquirlas de sal de la pared a la izquierda de Cabrillo. Algunos fragmentos se le metieron en los ojos cuando se agachó para protegerse, haciendo que le escocieran como mil demonios. Al tener que cargar con tantos explosivos no se habían molestado en llevar una cantimplora, así que no tenía agua para enjuagárselos.

Mientras MacD le cubría, Juan malgastó unos preciosos segundos limpiándose los ojos para poder ver. Lawless cogió la única granada que llevaba, tiró de la anilla y la arrojó como si fuera un
pitcher
profesional lanzando una bola curva. La mortífera arma fue dando tumbos por el suelo hasta detenerse justo al otro lado de la esquina donde se había refugiado el guardia. No podría haberlo hecho mejor. A continuación agarró a Juan del brazo para guiarle cuando la granada explotó. La detonación voló un bueno trozo de la esquina de la quebradiza columna de sal, acribillando al guardia con la metralla. Las lágrimas resbalaban por las mejillas de Juan, pero su visión iba mejorando poco a poco. Continuó avanzando por el laberinto subterráneo con Lawless a su lado.

Al cabo de unos instantes cayeron en una emboscada. Acababan de entrar en otra cámara, cuando se toparon con el fuego automático de al menos seis rifles. Lograron salir ilesos de allí gracias a que uno de los tiradores disparó a sus sombras antes de que ellos hubieran aparecido del todo. La gruesa pared absorbió las docenas de proyectiles de los guardias.

—Nos tendrán aquí retenidos mientras vienen por detrás —resolló Juan, con el corazón desbocado. Echó un vistazo a su alrededor. La retaguardia y los flancos estaban al descubierto.

MacD realizó una serie de disparos al aire para avisar a los terroristas de que habían sobrevivido a la trampa. Mientras tanto Cabrillo lanzó el rifle sobre la cinta transportadora y utilizó la viga de apoyo para encaramarse a ella. La cinta estaba formada por malla metálica y caucho. Cuando clausuraron la mina, dejaron que la sal ya extraída se apilara en una montaña sobre ella. Lawless vio lo que estaba haciendo Cabrillo y se subió detrás de él.

—Tenemos que ser rápidos y no hacer ruido —le advirtió Juan. Disparó otra ráfaga, que fue respondida por una estrepitosa andanada por parte de los terroristas. Mientras ellos barrían todo lo que estaba a la vista, los dos gatearon frenéticamente por encima de la sal amontonada sobre la cinta.

Tenían que ir con mucho cuidado, ya que cualquier error haría que la sal cayera delatando así su posición y llevándoles a una muerte segura. Se movieron como si fueran ratas que salen huyendo, justo por encima de la maquinaria abandonada tras la que los guardias habían buscado refugio. A pesar de que los disparos habían disminuido, el eco reverberaba con gran estruendo por toda la estancia dejando sordos a todos. Cabrillo y Lawless continuaron gateando rifle en mano hasta atravesar sin ver vistos las líneas enemigas. Uno de los terroristas preguntó en árabe por qué los estadounidenses habían dejado de devolverles los disparos.

—Porque no tienen pelotas —respondió otro, y disparó de nuevo.

—¡Silencio! Juan reconoció la voz de John Smith. Deseaba con toda su alma enfrentarse a él, pero había demasiados enemigos incluso desde su aventajada posición. La cinta de caucho no les proporcionaba demasiada protección, de modo que continuaron avanzando sin hacer ruido. Una vez que se alejaron lo suficiente de su campo visual, Cabrillo rodó hasta el borde y saltó al suelo, agachándose debajo del mecanismo.

—Bien hecho —dijo MacD—. ¿Cuánto tiempo tenemos?

—Treinta segundos. Vamos. Echaron de nuevo a correr... y entonces lo sintieron. La tierra apenas se estremeció. Había demasiada roca sólida entre ellos y la detonación como para que la tierra se sacudiera de manera violenta. Fue más bien una suave agitación, seguida de una veloz ráfaga de aire cuando la onda expansiva atravesó cada cavidad y cada una de las cámaras. Había comenzado la carrera contrarreloj.

27

A cientos de metros por encima de ellos, los explosivos habían detonado en la cámara cerrada que había socavado el lecho del río. La violenta deflagración fracturó el ya hundido techo, arrancando un tapón de sal de quince metros que se desplomó sobre el suelo produciendo asfixiantes nubes de polvo blanco. Max y los demás lo habían sentido mientras aguardaban en la entrada de la fortaleza de la Línea Maginot y esperaban que MacD y Juan ya estuvieran corriendo de regreso hacia ellos.

El delgado estrato de pizarra era lo único que se interponía entre el río y la mina, y había ayudado a impedir que la mina se inundara años atrás. Pero sin el refuerzo base de sal, el estrato se fracturó bajo el peso del agua que discurría por encima. La grieta se fue haciendo más grande, y lo que en un principio no era más que una leve filtración de agua no tardó en convertirse en un torrente que buscaba una nueva vía de escape.

El techo se derrumbó en un abrir y cerrar de ojos y el río irrumpió en la mina con toda su fuerza. En cuestión de segundos, el río Arc fue engullido casi por completo por la tierra, como si alguien hubiera quitado el tapón del desagüe. Era una imagen sobrenatural, casi bíblica en su poder de destrucción. Tan solo algunos riachuelos lograron seguir su curso, esquivando las fauces de la tierra, y así continuaría hasta que toda la mina quedase inundada. Momentos después de la explosión, el caudal de agua encontró los dos pozos principales que conducían a las entrañas del lugar y comenzó a caer en picado formando columnas casi sólidas.

Mercer no había incluido los cálculos de cuánto tiempo tardaría la mina en inundarse, pero parecía que sería mucho menos de lo que cualquiera creería posible, y Cabrillo y Lawless se encontraban en el primer nivel por encima de las secciones ya anegadas. La explosión no entorpeció su paso, y continuaron corriendo sin detenerse. Lograron atravesar otras dos cámaras, y les quedaba otro par para llegar hasta los ascensores, cuando frenaron en seco. En el rincón del fondo había una zona iluminada que emitía un potente resplandor. Estaban demasiado lejos para discernir los detalles, pero resultaba lo bastante extraño como para hacer que se detuvieran. Se acercaron con sigilo, pegándose a las paredes para no delatar su presencia.

El área estaba dividida parcialmente, como si quisieran ocultar el hecho de que se encontraba profundamente bajo tierra, y a través de una abertura pudieron ver los muebles que habían instalado para que Gunawan Bahar estuviera tan cómodo como en su casa. No había nadie en esos momentos, y los dos se alejaron a toda prisa. No tardaron en descubrir otra cosa que no encajaba en aquel lugar. Se trataba de una caja metálica cuyo tamaño doblaba el de un contenedor de embarque. Era demasiado grande para que lo hubieran bajado en el ascensor, por lo que debían de haberlo construido in situ.

Su tamaño era lo único comparable a un contenedor, pues aquella cosa tenía los laterales de acero inoxidable pulido y el aspecto de una máquina de alta tecnología. De ella salían docenas de cables, como si fueran tentáculos; enchufes y cables de datos, con numerosas redundancias integradas. A un lado sobresalía una antesala de cristal, dentro de la cual vieron los monos blancos, comúnmente llamados trajes de aislamiento, que se utilizaban en entornos estériles. Había ganchos para cuatro, pero solo había tres colgados. Parecían balones desinflados.

—¿Bahar? —preguntó Lawless.

—Sin duda —respondió Cabrillo, y cambió el cargador medio lleno por uno nuevo. Una ráfaga de aire del espacio superpresurizado les recibió al abrir la puerta. Aquella era otra medida para mantener los contaminantes alejados del ordenador cuántico. Miró a MacD para sincronizarse con él al tiempo que giraba el pomo y empujaba con todo su peso. Juan se agachó rápidamente mientras que Lawless le cubría por arriba.

BOOK: La selva
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