Authors: Kiera Cass
Tags: #Infantil y juvenil, #Ciencia Ficción, #Romántico
Maxon abrió bien los ojos.
—¿Medianoche? Pero…
—Deberías saber que yo violo el toque de queda de Illéa con bastante frecuencia.
—Podías haber acabado en la cárcel, America —exclamó, agitando la cabeza.
Me encogí de hombros.
—En aquel momento, aquello no me pareció importante. La primera vez me sentí como si volara. Conocía su caligrafía por todas las otras notas, y me alegraba de haber sido lo suficientemente lista como para mantenerlo todo en secreto. Y él, por su parte, había estado buscando un modo para que nos pudiéramos ver. No podía creerme que quisiera estar a solas conmigo.
»Aquella noche esperé en mi habitación, mirando hacia la casa del árbol del patio. Hacia la medianoche, vi que alguien trepaba y se metía dentro. Recuerdo que fui a cepillarme los dientes de nuevo, por si acaso. Me escabullí por la puerta de atrás y fui hasta el árbol. Y ahí estaba él. No… podía creérmelo.
»No recuerdo cómo empezó, pero muy pronto los dos nos habíamos confesado nuestros sentimientos, y no lográbamos dejar de reír de lo contentos que estábamos de que nuestro sentimiento fuera correspondido. Ni siquiera podía pensar en lo que suponía violar el toque de queda o mentir a mis padres. Me daba igual ser una Cinco y que él fuera un Seis. No me preocupaba el futuro. Porque lo único que me importaba era que me quisiera…
»Y me quería, Maxon, me quería…
Más lágrimas. Me eché una mano al pecho, sintiendo la ausencia de Aspen como nunca antes. Hablar de ella la volvía más real. Ahora ya no podía hacer otra cosa más que acabar el relato.
—Nos vimos en secreto durante dos años. Éramos felices, pero a él siempre le preocupaba que tuviéramos que vernos a escondidas, así como no poder darme lo que consideraba que me merecía. Cuando nos enteramos de lo de la
Selección
, insistió en que me apuntara.
Maxon se quedó boquiabierto.
—Lo sé. Fue un tontería. Pero él se habría sentido culpable toda la vida si no lo intentaba. Y yo pensaba, la verdad, que no me escogerían. ¿Cómo iban a elegirme?
Levanté las manos al aire y las dejé caer. Aún estaba anonadada por todo lo sucedido.
—Por su madre me enteré de que había estado ahorrando para casarse con una chica misteriosa. Me emocioné. Le preparé una cena sorpresa, pensando que así conseguiría que se me declarara. Estaba esperándolo.
»Pero cuando vio todo el dinero que me había gastado en la cena, se disgustó. Es muy orgulloso. Quería ser él quien me diera todos los caprichos, no al revés, y supongo que entonces vio que nunca podría hacerlo. Así que decidió romper conmigo… Una semana más tarde, hicieron público mi nombre como una de las seleccionadas.
Oí que Maxon murmuraba algo ininteligible.
—La última vez que lo vi fue en mi despedida —recordé, con la voz entrecortada—. Iba con otra chica.
—¡¿Cómo?! —exclamó Maxon.
Hundí la cara entre las manos.
—Lo que me saca de mis casillas es que sé que hay otras chicas que le van detrás, siempre las ha habido, y que ahora no tiene ningún motivo para decirles que no. Puede que incluso siga aún con aquella del día de mi despedida. No lo sé. Y no puedo hacer nada al respecto. Pero la idea de volver a casa y encontrarme cara a cara con eso… No puedo, Maxon, no puedo…
Lloré y lloré, y él no me apremió para que dejara de hacerlo. Cuando por fin las lágrimas empezaron a desaparecer, proseguí:
—Maxon, espero que encuentres alguien que te haga sentir que no puedes vivir sin ella. De verdad. Y espero que nunca experimentes lo que puede ser vivir sin esa persona, todo el esfuerzo que conlleva.
El rostro de Maxon era como un reflejo de mi propio dolor. Parecía completamente desolado. Es más, furioso.
—Lo siento, America. Yo no… —ladeó un poco la cabeza—. ¿Es buena ocasión para darte unas palmaditas en el hombro?
Su inseguridad me hizo sonreír.
—Sí. Es una ocasión perfecta.
Parecía igual de vacilante que el otro día, pero esta vez, en lugar de limitarse a darme unas palmaditas en el hombro, se acercó y, sin saber muy bien cómo, me abrazó.
—En realidad la única persona a la que he abrazado en mi vida es a mi madre. ¿Lo hago bien? —preguntó.
Me reí.
—Es difícil dar un abrazo y hacerlo mal —pasado un rato, añadí—: Sé lo que quieres decir. En realidad, yo tampoco suelo abrazar a nadie, salvo a mi familia.
Me sentí agotada tras aquel día tan largo, con aquel vestido, el Report, la cena y la charla. Era agradable sentir el abrazo de Maxon, e incluso sus palmaditas. No estaba tan perdido como parecía. Esperó pacientemente a que me calmara y entonces se separó y me miró a los ojos.
—America, te prometo que te mantendré aquí todo lo que pueda. Sé que quieren que reduzca las opciones a tres chicas y que luego elija. Pero te juro que reduciré la elección a dos y que te mantendré hasta entonces. No te obligaré a marcharte hasta que no me resulte inevitable. O hasta que tú estés lista. Lo que llegue antes.
Asentí.
—Sé que nos acabamos de conocer, pero creo que eres maravillosa. Y me duele verte herida. Si ese tipo estuviera aquí, yo…, yo… —Maxon se agitó, frustrado, y luego suspiró—. Lo siento muchísimo, America.
Volvió a abrazarme, y apoyé la cabeza en su hombro. Sabía que Maxon cumpliría su promesa. Así que me dispuse a acomodarme en el último sitio en el que jamás habría pensado que hubiera podido encontrarme cómoda de verdad.
Cuando me desperté, a la mañana siguiente, me pesaban los párpados. En el momento en que me los frotaba para desentumecerlos, me alegré de haberle contado todo aquello a Maxon. Se me hacía raro que el palacio —aquella jaula de oro— fuera precisamente el lugar donde pudiera abrirme y comunicar todo lo que sentía.
La promesa de Maxon se había ido afianzando en mi interior, y ahora me sentía segura. Todo aquel proceso de eliminación que tenía que hacer, partiendo de treinta y cinco hasta dejar solo una, le llevaría semanas, o quizá meses. Y tiempo era justo lo que yo necesitaba. No estaba segura de superar nunca lo de Aspen. Había oído decir a mi madre que el primer amor es el que llevas contigo toda la vida. Aunque tal vez, con el paso de los días, antes o después conseguiría que no me afectara. Mis doncellas no me preguntaron por mis ojos hinchados; se limitaron a disimular la hinchazón. No dijeron nada sobre mi cabello enmarañado; simplemente lo desenredaron y lo suavizaron. Y eso me gustó. No era como en casa, donde todo el mundo se daba cuenta de cuándo estaba triste, aunque no hacían nada al respecto. Aquí tenía la sensación de que todos se preocupaban por mí y de lo que me pasaba. Y respondían tratándome con sumo cuidado.
A media mañana ya estaba lista para empezar el día. Era sábado, así que no había rutinas ni horarios, pero era el día de la semana en el que todas teníamos que estar en la Sala de las Mujeres. El palacio recibía invitados los sábados, y se nos había advertido de que alguien podía querer conocernos. A mí aquello no me hacía demasiada gracia, pero por lo menos me dejaron ponerme mis vaqueros nuevos por primera vez. Por supuesto, nunca unos pantalones me habían quedado tan bien. Esperaba que, con la buena relación que tenía con Maxon, me permitiera quedármelos cuando me fuera.
Bajé despacio, algo cansada tras la noche anterior. Antes de llegar siquiera a la Sala de las Mujeres oí el murmullo de sus conversaciones y, cuando entré, Marlee me agarró y se me llevó hacia un par de sillas en la parte trasera de la sala.
—¡Por fin! ¡Te estaba esperando! —exclamó.
—Lo siento, Marlee. Me acosté tarde y tenía sueño.
Ella se me quedó mirando, probablemente consciente del rastro de tristeza que quedaba en mi voz, pero decidida a dirigir la conversación hacia mis vaqueros.
—¡Son fantásticos!
—¿Verdad? Nunca me he puesto nada tan cómodo —dije, algo más animada. Había decidido volver a mi máxima de antes: Aspen tenía prohibida la entrada en aquel lugar. Lo aparté de mi mente y me centré en mi segunda persona favorita del palacio—. Siento haberte hecho esperar. ¿De qué querías hablar?
Marlee dudó. Se mordió el labio y se sentó. No había nadie alrededor. Debía de ser un secreto.
—En realidad, ahora que lo pienso, quizá no debería decírtelo. A veces se me olvida que aquí estamos compitiendo las unas contra las otras.
Oh. Tenía secretos relacionados con Maxon. Eso me interesaba.
—Sé cómo te sientes, Marlee. Creo que podríamos ser muy buenas amigas. No puedo verte como una rival, ¿sabes?
—Sí. Eres un encanto. Y a la gente le gustas. Quiero decir, que es muy posible que ganes… —dijo, algo desanimada.
Tuve que hacer un esfuerzo para no hacer una mueca o reírme al oír aquello.
—Marlee, ¿te puedo contar un secreto? —le pregunté, con voz suave y sincera. Esperaba que me creyera.
—Claro que sí, America. Lo que sea.
—No sé quién ganará esto. En realidad, podría ser cualquiera de las que estamos en esta sala. Supongo que cada una piensa que puede ser ella misma, pero sé que, si no puedo ser yo, quiero que seas tú. Pareces generosa y justa. Creo que serías una gran princesa. De verdad —de hecho, prácticamente todo aquello era verdad.
—Y yo creo que tú eres inteligente y un encanto —susurró ella—. También serías una princesa estupenda.
Incliné la cabeza. Le agradecía que tuviera tan alto concepto de mí. Pero me sentía algo incómoda cuando la gente me decía cosas así…, mamá, May, Mary… Era difícil de creer que tanta gente pensara que yo pudiera ser una buena princesa. ¿Acaso era la única que veía mis defectos? No era una persona refinada. No sabía dar órdenes ni era muy organizada. Era egoísta y tenía un carácter terrible, y no me gustaba aparecer en público. Y no era valiente. Había que ser valiente para ocupar aquel cargo. Y de eso se trataba. No de un matrimonio, sino de un cargo.
—Pienso cosas así de muchas de las chicas —confesó—. Como si todas tuvieran alguna cualidad de la que yo careciera y que las hiciera mejores.
—De eso se trata, Marlee. Es probable que encontraras algo especial en cada una de las chicas de esta sala. Pero ¿quién sabe qué es lo que busca exactamente Maxon?
Ella meneó la cabeza.
—Pues no nos preocupemos de eso. Puedes contarme todo lo que quieras. Yo te guardaré los secretos si tú guardas los míos. Yo te apoyaré y, si tú quieres, tú me puedes apoyar a mí. Estará bien tener una amiga aquí dentro.
Ella sonrió; luego recorrió la sala con la mirada, asegurándose de que nadie nos oyera.
—Maxon y yo hemos tenido una cita —susurró.
—¿De verdad? —pregunté. Sabía que mi reacción sonaba demasiado ilusionada, pero no pude evitarlo. Quería saber si había conseguido mostrarse algo menos tieso con ella, y si Marlee le había gustado.
—Envió una carta a una de mis doncellas preguntando si podía verme el jueves —sonreí mientras Marlee me iba contando aquello y pensé en que el día anterior había hecho lo mismo conmigo. Maxon y yo habíamos decidido eliminar aquellas formalidades—. Yo le envié otra nota diciendo que sí, por supuesto. ¡Como si pudiera decirle que no! Él vino a buscarme y fuimos a dar un paseo por el palacio. Empezamos a hablar de cine, y resulta que hay muchas películas que nos gustan a los dos. Así que nos fuimos al sótano. ¿Has visto el cine que tienen allí?
—No —de hecho, nunca había estado en ningún cine, y estaba impaciente por que me lo describiera.
—¡Oh, pues es perfecto! Las butacas son anchas y se reclinan, e incluso puedes hacerte tus propias palomitas: tienen una máquina. ¡Maxon preparó unas cuantas para nosotros! Fue monísimo, America. Midió mal el aceite y las primeras salieron quemadas. Llamó a alguien para que lo limpiara y tuvo que volver a hacerlas de nuevo.
Puse los ojos en blanco. Genial, Maxon, genial. Por lo menos a Marlee aquello le parecía encantador.
—Así que vimos la película, y, cuando llegamos a la parte romántica, hacia el final, ¡me cogió la mano! Yo pensaba que me desmayaba. Bueno, le había cogido del brazo durante el paseo, pero se supone que eso tienes que hacerlo. Pero eso de cogerme la mano… —suspiró y se dejó caer contra el respaldo de la silla.
Solté una risita. Marlee parecía entusiasmada. ¡Sí, sí, sí!
—No veo el momento de que vuelva a visitarme. ¡Es tan atractivo! ¿No te parece?
Me lo pensé un momento.
—Sí, es mono.
—¡Venga ya, America! ¿No te has fijado en esos ojos, y en esa voz…?
—¡Salvo cuando se ríe! —solo de recordar la carcajada de Maxon, me daba a mí la risa. Era graciosa, pero rara. Iba soltando aire entre risas, y luego hacía un ruido entrecortado al aspirar que era como otra carcajada en sí misma.
—Sí, vale. Tiene una risa un poco rara, pero es mono.
—Sí, claro, si te gusta oír el ruido de un ataque de asma al oído cada vez que le cuentas un chiste.
Marlee se partía de la risa.
—De acuerdo, vale —concedió, recuperando el aliento—. Pero seguro que tendrá algo que te guste.
Abrí la boca y la cerré dos o tres veces. Me sentí tentada de lanzar otro ataque contra Maxon, pero no quería que Marlee le encontrara nuevos defectos. Así que me lo pensé.
¿Qué tenía Maxon de atractivo?
—Bueno, cuando baja la guardia está bien. Quiero decir, cuando habla sin rebuscar las palabras o cuando lo pillas con la mirada perdida en algo, como si…, como si estuviera buscando la belleza en ello.
Marlee sonrió, y supe que ella también había notado aquello.
—Y me gusta porque parece que se implica de verdad cuando te escucha, ¿sabes? Aunque tenga que dirigir un país y gestionar mil cosas… Es como si se olvidara de todo eso cuando está contigo. Se dedica de lleno a lo que tiene entre manos. Eso me gusta.
»Y… bueno, no se lo digas a nadie, pero sus brazos…, me gustan sus brazos.
Al final me ruboricé. Idiota… ¿Por qué no me había limitado a hablar de los detalles positivos sobre su personalidad? Por suerte, Marlee no tuvo ningún problema en hacer suyo el comentario.
—¡Es verdad! Se le notan los brazos bajo esos trajes tan gruesos, ¿verdad? Debe de ser increíblemente fuerte —suspiró Marlee.
—Me pregunto por qué. Quiero decir…, ¿por qué tendría que ser tan fuerte? Trabaja sentado tras una mesa. Es raro.
—A lo mejor le gusta hacer posturitas delante del espejo —propuso Marlee, haciendo una mueca y flexionando sus bracitos.
—¡Ja, ja! Seguro que es eso. ¿A que no se lo preguntas?