La Red del Cielo es Amplia (56 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Avéntura, Fantastico

BOOK: La Red del Cielo es Amplia
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—Sí, Harada tuvo una especie de visión. No es infrecuente entre estas personas. Su dios les habla directamente cuando ellos le rezan. Por lo visto, una vez que su voz se escucha, es difícil ignorarla.

Shigeru tuvo la impresión de que Naomi hablaba por experiencia propia.

—¿La has oído tú?

Ella esbozó una ligera sonrisa.

—Es una doctrina que me atrae en gran medida —respondió ella—. Mis hijos me enseñaron lo preciosa que es la vida, lo terrible que resulta arrebatarla. Como cabeza de mi clan, sin embargo, no puedo renunciar a la lucha, pues condenaría a mi pueblo a la derrota inmediata por parte de los enemigos que nos rodean. Debemos conservar cierto poder para hacer frente a los crueles y a los ambiciosos en su búsqueda de la conquista. Pero si todas las personas creyeran que iban a enfrentarse a un juicio divino tras la muerte, tal vez el temor al castigo las frenaría.

Shigeru lo dudaba, al sentir que los hombres como Iida no temían a nada ni a nadie en el Cielo o en la Tierra, que sólo podían ser controlados por la fuerza de las armas.

—A veces creo que la voz me llama, pero debido a mi posición me encuentro incapaz de contestar. Me resulta ofensivo que las personas que no se defienden sean perseguidas y torturadas —prosiguió—. Deberían permitirles vivir en paz.

—Ofrecieron su fidelidad a un poder celestial, y no a sus gobernantes terrenales —dijo Shigeru—. Por lo tanto, no se puede confiar en ellos. Lamento profundamente que Harada haya abandonado mi servicio.

—Puedes confiar en él —aseguró ella.

—¿Te quedarías tú a un lado, observando cómo tres hombres me atacaban?

—No, yo lucharía junto a ti. No estoy diciendo que yo pertenezca a los Ocultos, sólo que siento admiración y respeto por algunas de sus enseñanzas.

Tenían mucho sobre lo que hablar, muchas cosas que contarse, y todo cuanto averiguaban acerca del otro contribuía a aumentar la pasión entre ambos. Cuando el deseo mutuo quedó saciado volvieron a conversar, y siguieron conversando durante el resto del día, a medida que la luz grisácea se iba desvaneciendo hasta que llegó la noche, que aumentó la impresión de aislamiento del resto del mundo, como si hubieran sido transportados a una mansión encantada más allá del tiempo. La lluvia continuaba arreciando y apenas durmieron, totalmente absortos el uno en el otro, en cuerpo y en mente, hasta que el agotamiento y la pasión desdibujaron toda barrera entre ellos y dio la impresión de que, en efecto, se hubieran fundido en una sola persona.

Cuando por fin cesó la lluvia la tarde del segundo día, el silencio los despertó de aquella especie de sueño embriagado, llamándolos para que regresaran a sus vidas respectivas, apremiándolos a una despedida en la que se mezclaban la angustia y la alegría. Sachie y Bunta regresaron antes del anochecer, disculpándose profusamente por el retraso, pero se quedaron en silencio de inmediato al ver que Shigeru seguía allí. El mozo salió inmediatamente a atender a los caballos. Sachie entró en el templo y les preparó comida —apenas habían pensado en alimentarse y estaban famélicos—. La dama de compañía de Naomi había comprado en la aldea huevos y verduras de invierno, y elaboró una sopa con pasta de soja y requesón. Más tarde cocinó arroz, diciendo que prepararía unos pastelillos para el viaje de vuelta. Se retiró a dormir a la habitación que Shigeru había ocupado previamente, sin dar señal alguna de sus sentimientos en la expresión del rostro ni en su actitud, aunque era indudable que estaba al tanto de lo que había ocurrido entre su señora y Shigeru; el aire mismo parecía denso y sedoso a causa del apasionamiento entre ambos.

—No se lo contará a nadie —aseguró la señora Maruyama.

—¿Y el mozo? —preguntó. En realidad, a Shigeru no le importaba gran cosa. En ese momento sólo daba gracias por poder pasar otra noche junto a ella, por no tener que yacer, a un tiempo tiritando y ardiente, a unos cuantos pasos de distancia, como había ocurrido con anterioridad. Alargó el brazo, introdujo las manos bajo la suave masa de cabello de Naomi y, con las palmas, le rodeó la cabeza.

—Es un joven discreto y silencioso. Sachie se encargará de que jure mantener el secreto. Me encuentro en mi propio dominio, puedo actuar como me plazca. Nadie cuestionará mis acciones ni me traicionará.

—Sin embargo, Sadamu podría tener espías por todas partes. Además, la amante de Arai trabaja para la Tribu y, posiblemente, también para los Iida. ¿Podremos saber alguna vez en quién confiar?

—Comparto todo cuanto me dices; sin embargo, en este momento siento que nadie puede hacernos daño —susurró ella.

Cuando Shigeru volvió a poseerla, tuvo el mismo sentimiento. Así y todo, sabía que aquella pasión recién nacida sólo podía traer consigo un mayor peligro para ambos.

40

Shigeru hizo el viaje de regreso en un estado de agotamiento absoluto, si bien animado por un sentimiento de esperanza y felicidad que una semana atrás le habría parecido inimaginable. Debido a la incertidumbre y la violencia del mundo que habitaban, era consciente de que tal vez no volvieran a verse más; aun así, lo que existía entre ambos era para siempre, nadie se lo podría arrebatar. Una vez más, sintió la cabeza de Naomi entre sus manos, el sedoso tacto de su cabello. Luego escuchó su voz, "Toma. Bebe", y vio cómo el rostro de ella se iluminaba con la risa.

El estado del tiempo seguía cambiante, con repentinos aguaceros y ráfagas de viento que arrancaban las hojas de las ramas y las apilaban en remolinos a los pies de los árboles. A medida que las hojas caían, el bosque se iba aclarando y las ramas desnudas relucían bajo la suave luz de otoño. En varias ocasiones divisó ciervos por delante del sendero; sus negras colas se estremecían mientras salían huyendo de él. De noche el graznido solitario de los gansos que cruzaban el firmamento rasgaba el aire cargado de humedad. Para Shigeru, la melodía que acarreaba el viento otoñal no hablaba del enfriamiento de la pasión, sino de un amor flamante y sólido que jamás se extinguiría mientras él mismo siguiera con vida. Ignoraba cuándo volverían a encontrarse; pero ya eran aliados, más aún, estaban unidos por un vínculo indestructible. Aguardó a que Naomi le enviara otro mensaje.

* * *

Le escribió una vez antes del invierno. La carta llegó por la misma vía, escondida entre los escritos de Eijiro. Iba sin firmar, y podría haberse tomado por la copia de una fábula, pues parecía un fragmento de una narración fantástica ambientada en un templo aislado, bajo la lluvia. Hablaba de un guerrero hechizado por el amor y de una mujer fantasma que le seducía. Estaba escrita con ligereza y sentido del humor; a Shigeru le pareció escuchar la risa del espíritu de la mujer.

Entonces, llegó el final del año. Comenzaron las nevadas y Hagi quedó aislada del resto de los Tres Países.

Durante los largos meses de invierno, cuando la nieve se apilaba en el jardín y los carámbanos colgaban de los aleros como hileras de rábanos blancos —la ineludible cosecha invernal—, Shigeru solía sacar la carta y la leía, al tiempo que recordaba el templo aislado, la lluvia, la voz de Naomi y su cabello.

A veces no daba crédito a lo que había sucedido, a que se hubieran atrevido a apoderarse de lo que ambos deseaban con tanta intensidad, y volvía a sorprenderse por la valentía de Naomi y a sentirse agradecido más allá de las palabras. El riesgo que ella corría era mayor que el de Shigeru, pues a él sólo le ataba al mundo su deseo de venganza, además de la propia Naomi, mientras que ésta podía perder una hija y un dominio.

En otras ocasiones el amor que se profesaban le parecía tan natural, tan inevitable, que no parecía existir peligro alguno. Entonces, Shigeru sentía que ambos eran indestructibles, que el destino mismo los protegía.

Naomi volvió a escribirle en primavera, ocultando la carta en el interior de un paquete que la viuda de Eijiro le enviaba con una muestra de semillas de sésamo para una primera plantación experimental. En su mensaje le anunciaba que en la luna llena del cuarto mes se encontraría en un lugar llamado Katte Jinja, en la costa septentrional de Maruyama. Shigeru no vaciló en hacer preparativos para emprender viaje otra vez.

A lo largo del año anterior la pesca le había interesado casi en igual medida que la agricultura, pues era en el mar donde la ciudad de Hagi obtenía la mayor parte de su aumento y fortuna. Las familias de pescadores contaban con sus propias jerarquías, sus particulares lealtades y códigos de conducta, los cuales solían entrar en conflicto con los intereses de los señores del castillo, quienes veían en la abundante captura marina una fuente de impuestos no menos abundante. Shigeru mantenía una cierta relación con Terada Fumifusa, hombre voluminoso, de inmensa fortaleza y astucia ilimitada, quien dirigía su propia flota y el puerto en general con afable —si bien inflexible— tiranía. Se rumoreaba que había engendrado a la mitad de los pescadores jóvenes de Hagi; pero contaba con un hijo legítimo, Fumio, de la misma edad que Miyoshi Gemba y que a sus ocho años ya viajaba con su padre a todas partes.

De vez en cuando, Terada invitaba a Shigeru a que los acompañara. Este último nunca había aceptado la invitación; pero ahora, un plan empezaba a tomar forma en su mente. Terada vivía cerca del puerto, en las laderas de la Montaña de Fuego. El año anterior Shigeru había pasado caminando por allí con frecuencia, al visitar el lugar donde Akane había muerto. Siempre se deleitaba con los jardines exóticos que el viejo sacerdote había creado; el propio Shigeru se había hecho cargo de que no quedaran abandonados tras la muerte del anciano. Era una manera de enfrentarse al sufrimiento y al desengaño que su antigua amante habían provocado en él y, al mismo tiempo, suponía un homenaje a la belleza y la vivacidad de Akane. Muchos hombres y mujeres jóvenes acudían allí a rezar para que el espíritu de Akane los ayudara en los asuntos del corazón, y Shigeru, casi sin darse cuenta, unía sus propias plegarias a las de ellos.

Un día de finales de primavera, cuando los cerezos florecidos mostraban todo su esplendor y la intensa fragancia de la flor de azahar inundaba el aire junto a otros perfumes de flores extrañas que Shigeru no identificaba, el santuario de la Montaña de Fuego se hallaba abarrotado de personas que sin duda, al igual que él mismo, notaban en la sangre el tirón de la primavera, el anhelo del amor, el anhelo por el cuerpo del ser amado, la urgencia de yacer juntos y crear nuevas vidas.

Pensó que Terada estaría en casa, pues había visto su barco atracado en el puerto, preparándose para izar velas con la marea del día siguiente. Shigeru era consciente de que muchos de los presentes le había reconocido; percibía su respeto y su alegría por verle. Alguien debió de comunicárselo a Terada, pues éste en persona salió de su vivienda y, afectuosamente, le invitó a entrar.

—¡Señor Shigeru! ¡Qué placer tan inesperado, y qué gran honor, si se me permite semejante indiscreción! —exclamó. No hizo intento por moderar el tono de voz, dejando así patente su consideración de que en su propia casa podía decir cuanto quisiera y actuar como le viniera en gana. Nadie se atrevería a informar a los señores de los Otori sobre sus palabras; las familias de los confidentes habrían sufrido el castigo de Terada antes de que tal información hubiera llegado a pronunciarse.

Terada emitió varias órdenes con voz autoritaria. Las criadas les llevaron té y vino, así como pequeños pedazos de pescado crudo que, recién cortados de peces vivos, aún se estremecían y se deshacían en la boca aportando a los sentidos la esencia misma del mar. Conversaron sobre la luna y las mareas, el estado del tiempo y las estaciones del año. Después Shigeru, dirigiendo la vista por encima de la bahía hacia el otro volcán, comentó con tono trivial:

—Supongo que Oshima es muy diferente a la Montaña de Fuego.

—¿Acaso el señor Shigeru no conoce Oshima?

Shigeru negó con la cabeza.

—Siempre he querido hacerlo.

—Dicen que la Montaña de Fuego es más estable; Oshima es impredecible. Nadie se atrevería a construir una vivienda como ésta al lado del volcán de esa isla, aunque de vez en cuando yo mismo he sentido la tentación, sobre todo porque los señores del castillo no dejan de exigirnos cada vez más dinero.

Rellenó el cuenco de su invitado y se bebió el suyo de un trago. Shigeru no respondió y tampoco modificó su expresión de afabilidad. Conversaron sobre otros asuntos y, cuando Shigeru se disponía a marcharse, Terada dijo:

—No hay nada que nos impida pasar por Oshima esta semana. ¿Por qué no nos acompañas?

—Me encantaría —respondió Shigeru, esbozando su sonrisa franca habitual.

—Reúnete con nosotros en el puerto mañana por la noche; estaremos fuera alrededor de una semana.

Shigeru regresó a casa e hizo los preparativos necesarios para la marcha. Informó de su viaje a su madre y a su antiguo preceptor, y escribió luego una breve carta a sus tíos, que Ichiro les entregaría tras la partida. En un primer momento no mencionó sus intenciones de ampliar la travesía hasta el litoral de Maruyama; pero al atardecer del día siguiente, a medida que el barco de Terada surcaba las olas a toda velocidad ayudado por la marea y por el viento del sureste, preguntó al viejo pescador:

—¿Alguna vez entráis en puerto en la costa de Maruyama?

—De vez en cuando paramos en Ohama, cuando el viento cambia hacia el norte y no podemos regresar a Hagi. ¿Por qué? ¿Querías ir allí?

Shigeru no respondió de inmediato. Terada le hizo un gesto para que se acercara más.

—Ninguno de mis hombres me oculta sus secretos —dijo bajando la voz—; pero tal vez haya cosas de las que prefieras que no se entere la tripulación, y yo lo respeto. Si quieres ir a Maruyama, me encargaré de llevarte sin preguntarte los motivos, y tampoco permitiré que nadie se interese por ellos.

—Dices que el viento del norte os impide regresar a Hagi —repitió Shigeru—. Si me llevaras a Katte Jinja, ¿me retendría el viento allí unos cuantos días?

—Lo hará si yo se lo ordeno —respondió Terada, esbozando una amplia sonrisa—. También nos favorece a nosotros. Nos dirigiremos a Oshima y pescaremos en la zona que discurre entre la isla y la costa. Iremos a buscarte cuando tú nos digas.

La luz se desvanecía y la luna llena se iba elevando. Shigeru contempló la huella que el astro dejaba a través de las olas en dirección al Oeste, y se imaginó caminando por el sendero de luz hasta donde Naomi le esperaba.

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