LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora (17 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

BOOK: LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora
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—Acuéstate, hijo mío, y procura no mantenerte despierto haciéndote preguntas que todavía no pueden tener respuesta —le recomendó; luego bostezó y se apretó las palmas de las manos contra los ojos. Tirand le abrió la puerta.

—Lo intentaré, padre. Buenas noches.

El Sumo Iniciado asintió y sonrió.

—Buenas noches, Tirand. Aunque ya queda muy poco para el amanecer.

Camino de su dormitorio, Tirand decidió de repente dar un rodeo y visitar la habitación de su hermana. Pocas esperanzas tenía de que estuviera despierta a aquellas horas, puesto que la pequeña emergencia que la había hecho abandonar la reunión no podía haber durado tanto, y supuso que debía de haber ido a acostarse en lugar de volver en plena discusión e interrumpir su desarrollo. Pero había una probabilidad, aunque pequeña, de que todavía estuviera despierta y deseaba hablar con ella. Sencillamente, deseaba tener compañía, porque el sueño lo había abandonado.

Para su sorpresa, se encontró con Karuth en el pasillo que daba a su habitación. Iba vestida con su camisón, cubierto con una túnica atada holgadamente con un cinto; llevaba el cabello despeinado y profundas ojeras le marcaban los ojos. A la tenue luz que desprendía la única antorcha goteante que todavía no había sido apagada, ella contempló su rostro y después rió en voz baja y con alivio.

—¡Tirand! Por un instante me pregunté quién diablos podía ser a estas horas. Por favor, ¡no me digas que se necesitan otra vez mis servicios, o tendré tentaciones de arrojarme desde una de las torres!

—La reunión acaba de terminar —repuso él; le cogió el brazo amigablemente y se dirigieron hacia la habitación de Karuth—. ¿Te han llamado una segunda vez?

Ella hizo una mueca.

—Como si la primera no fuera suficiente… Uno de los criados derramó en la cocina un balde de agua hirviendo y se escaldó. Acababa de dormirme, después de curar las heridas de Calvi, y…

—¿Calvi? —la interrumpió Tirand—. Creí que se trataba de una pelea entre dos de los criados.

—No, no. El mayordomo de servicio, Reyni, ya sabes lo delgado que es, quiso intervenir y salió con dos costillas rotas por ello. —Llegaron a su puerta; Karuth la abrió y Tirand se apartó para dejar que ella entrara primero. La joven tropezó con algo en la oscuridad, maldijo por lo bajo y luego encontró yesca y pedernal—. Tres de los estudiantes más jóvenes tuvieron una discusión en el comedor y de las palabras pasaron a las manos.

—¿Calvi era uno de ellos?

—Sí —contestó Karuth, mientras encendía tres velas en un candelabro—. También estaba Gant Harlon, y ese chico pelirrojo de Han Oriental, no recuerdo cómo se llama. Pero, antes de que me lo preguntes, Tirand, no sé cómo empezó la cosa ni de quién fue la culpa. Cuando llegué allí, parecía que les hubieran cosido los labios; nadie quería ni aceptar la culpa ni echársela a los otros.

Tirand soltó un suspiro de exasperación.

—¿Cuál fue el motivo de la pelea?

—Una chica. ¿Qué otra cosa sería lo bastante importante para convertir a tres jóvenes estudiosos en un tumulto de patadas y puñetazos en el suelo del comedor?

Tirand ahogó un estallido de risa; la cosa no tenía gracia.

—Habrá que informar a su tutor —dijo—. No puede tolerarse un comportamiento semejante.

—No creo que tengamos más problemas —afirmó Karuth; llevó el candelabro a su mesilla de noche, lo dejó y se hundió agradecida en su lecho—. Me tomé la molestia de utilizar un ungüento que pica y creo que eso será lección suficiente —explicó con una sonrisa—. Calvi, por lo menos, ya se ha disculpado por haberme molestado.

Tirand gruñó, no aplacado del todo.

—Supongo que habían estado bebiendo…

—Sí, claro que sí —contestó Karuth y, al ver la expresión de su hermano, añadió—: No los juzgues demasiado severamente, Tirand. Son jóvenes e inmaduros. Nosotros no éramos tan distintos a su edad.

—¿Hace ocho o diez años? —Tirand alzó una ceja en un gesto irónico—. Sí que éramos distintos, Karuth. Jamás se nos habría ocurrido comportarnos de manera tan lamentable.

El rostro de Karuth adoptó una expresión pensativa.

—No —reconoció—, pero es que quizá nunca tuvimos la oportunidad.

—Bueno, creo que podríamos conseguir que esto no se repita. Si hace falta, hablaré con nuestro padre, y desde luego le daré un rapapolvo a Calvi. ¿Qué pensaría el Alto Margrave si llegara a enterarse? Su hermano, confiado a nosotros para aprender filosofía, acaba peleándose por una chica. No está nada bien.

Karuth hundió la cabeza en las almohadas y cerró los ojos.

—Por ahora no quiero oír nada más del asunto. Ya he tenido bastante acerca de estudiantes que se pelean por esta noche. —Cambió de postura, poniéndose más cómoda—. Cuéntame lo de la reunión. ¿Me perdí algo importante?

Tirand se sentó en una silla a caballo y apoyó la barbilla y los brazos en el alto respaldo.

—No. Fue más o menos como esperábamos; nadie tenía nuevas pistas que pudieran ayudarnos a resolver el misterio. Y Lias Barnack expresó una opinión que creo que todos compartimos: que la sobrina nieta de la Matriarca debe de haber muerto.

Karuth volvió a abrir los ojos.

—¿De manera que sigue sin haber ni rastro de ella?

—No, ni hay pistas de cuál haya podido ser su destino. Padre está convencido de que algún agente demoníaco está implicado en el asunto. Quiere realizar un Ritual Superior, para pedir inspiración a los dioses. —Hizo una pausa y miró el rostro de su hermana—. No pareces sorprendida por la noticia.

—No lo estoy. Pero me siento aliviada; tenía la esperanza de que ocurriera eso. Aunque no pensaba que el consejo iba a ponerse de acuerdo tan rápido con respecto a esa propuesta.

—Todavía no han accedido; padre no lo ha propuesto oficialmente aún. Pero saqué la impresión de que Keln y Acoro, como mínimo, compartían su punto de vista.

Karuth vaciló un instante; luego pasó las piernas por encima del borde de la cama y se sentó.

—Hemos de hacer cuanto podamos para convencer a los demás. Tengo la sensación… —Se paró en mitad de la frase.

—¿Karuth? ¿Qué ocurre? ¿Algo anda mal?

Ella negó con la cabeza.

—Quizá no sea nada. No lo sé.

—Cuéntamelo.

—Bien… —Lo miró de repente y su mirada fue muy intensa—. Tirand, tú sabes, ¿verdad?, que siempre he tenido una intuición extraña con respecto a esa niña.

Tirand se mostró sorprendido.

—¿Siempre? Recuerdo que lo mencionaste hace algunos años, pero nada más.

—Entonces puede que le haya dado más vueltas en mi cabeza de lo que estoy dispuesta a admitir. Todo empezó el día en que la niña nació, y con el incidente con el antiguo Sumo Iniciado…

—Ah, sí. —Recordaba lo que Karuth le había contado en una ocasión, y su tono mostró preocupación.

—Keridil Toln era un hombre sabio —prosiguió Karuth—, y creo que tenía esa intuición fuera de lo corriente que a veces los dioses otorgan a los sabios en sus últimos días. Él sabía que algo andaba mal. Y después, cuando la Matriarca propuso que la niña fuera admitida en el Círculo, yo también sentí una inquietud parecida. Ahora —encogió los hombros como protegiéndose del frío— vuelvo a tener esa sensación.

Tirand tardó algunos instantes en decir algo. Pensaba en lo que su padre había dicho durante la breve discusión que habían tenido antes de separarse y se preguntó si podría tener alguna relación con la inquietud de Karuth. Él no veía ninguna relación y, aunque el pensamiento no era nada piadoso, creía que la extraña reacción de Keridil Toln tras el nacimiento de Ygorla Morys no había sido más que el espejismo creado por una mente vieja que perdía facultades. Pero confiaba en los talentos psíquicos de Karuth. Al menos, merecía la pena investigar su sospecha.

—Si este asunto te preocupa, Karuth —dijo por fin—, hay algo más que debería decirte. Padre piensa que, sea lo que sea lo que haya ocurrido con la chica, el Caos puede haber tenido que ver con ello.

Karuth había estado jugueteando con el cinto de su túnica; dejó de hacerlo de repente.

—¿El Caos?

Se miraron. Tirand sabía que su hermana no compartía los puntos de vista de Chiro y de él mismo con respecto a los dioses del Orden. Desde que Karuth tuvo edad suficiente para emitir una opinión fundada en aquellos asuntos, nunca había parecido tener una inclinación hacia un bando u otro en sus lealtades, pero ahora, cuando intentó interpretar la expresión de su rostro y no lo consiguió, Tirand comenzó a dudar que aquella suposición hubiera sido completamente cierta.

Desechó aquel pensamiento. Karuth tenía el mismo derecho que cualquier otra persona a tener sus preferencias, y, si estaba más inclinada a invocar a Yandros que a Aeoris en momentos de dificultad, él, con sus propios prejuicios, no era quién para criticarla.

—¿Cuándo se realizará el rito? —inquirió Karuth—. Suponiendo que sea aprobado, por supuesto.

—Todavía no se ha decidido nada. Sospecho que padre preferirá esperar a que Lias Barnack esté a salvo y seguro camino del sur.

—Mmmm. —Karuth reflexionó sobre ello—. Entonces faltan unos cuantos días.

—Probablemente. ¿Por qué?

—Oh… Se me ha pasado una idea por la cabeza. Me pregunto si no sería prudente hacer algunas investigaciones preliminares.

Tirand la miró fijamente.

—¿Realizadas por ti?

—Sí —contestó la joven, con una expresión en el rostro que su hermano no acabó de interpretar; la expresión desapareció enseguida—. Lo siento, Tirand, no quiero parecer críptica. Es el misterio de la desaparición de la niña; no hago más que darle vueltas y no puedo dejar de pensar que hay algún aspecto en él que ninguno de nosotros ha conseguido atisbar.

Tirand exhaló un suspiro. Confiaba en la intuición de su hermana, aunque no pudiera compartirla, y cualquier cosa que pudiera serles de ayuda en la presente situación sería doblemente bienvenida.

—Explóralo, Karuth —dijo—. Y si te enteras de algo…

—No puedo asegurar nada.

—Lo sé. Pero…

—Pero lo intentaré —prometió Karuth, poniéndose en pie—. Tirand, perdóname, pero quisiera estar sola. —Lo miró con firmeza, con ojos de repente muy despiertos—. No voy a dormir esta noche; falta tan poco para el amanecer que no tiene sentido intentarlo. Así que será mejor que intente aprovechar un poco el tiempo, ¿no crees?

Él asintió.

—Gracias. ¿Sabes?, si al menos…

—No —lo interrumpió, apoyando una mano en su brazo—. Por favor. Ya lo has dicho antes y sabes que no es verdad.

—Pues yo pienso que sí lo es —afirmó Tirand, poniéndose también en pie y acercándose a ella, hasta que sólo los separaron unos centímetros—. Creo que estás mucho más capacitada que yo para suceder a padre, cuando ello sea necesario. Sólo lamento que no pueda ser así.

—Yo no —dijo Karuth con firmeza—. En serio, Tirand: no quiero resucitar de nuevo ese viejo fantasma, y menos ahora. Ya tengo suficientes cosas en que pensar. —Se inclinó y lo besó en la mejilla—. Vete, hermanito. Ve y cumple con tus obligaciones, mientras yo cumplo con las mías. Si hubiera deseado la fama y la gloria, habría entrado en la Hermandad y puesto el punto de mira en el Matriarcado.

—Quizá deberías haberlo hecho.

—No. Soy una médico y una maga, no una maestra y una política. No me gustaría ser la Matriarca. Ni tampoco me gustaría ser la heredera del Sumo Iniciado, aunque me ofrecieras toda una cosecha de Chaun Meridional por el privilegio.

—De todos modos…

—Nada de «de todos modos». Es tu responsabilidad, no la mía, y doy las gracias por ello. Vete, Tirand. Que duermas bien.

Tirand no era una persona que mostrara con facilidad sus sentimientos, pero la abrazó impulsivamente.

—No corras riesgos.

—No lo haré. Y, si me entero de algo, tú serás el primero en saberlo. Buenas noches.

Karuth cerró la puerta con suavidad al salir su hermano, y se quedó inmóvil hasta que el ruido de sus pasos se perdió en el pasillo; entonces se volvió hacia donde estaba el candelabro y apagó dos de las velas, dejando una solitaria llama que goteaba inquieta. El fuego de la chimenea se había apagado; había despedido a sus criados pronto y nadie lo había alimentado, de manera que ahora la habitación estaba iluminada únicamente por el débil resplandor de la solitaria vela. Así estaba bien; necesitaba poca luz para lo que pensaba hacer.

Ojalá Tirand no le hubiera recordado la vieja herida. Aunque los precedentes no lo hubieran hecho imposible, no habría querido ser Sumo Iniciado cuando llegara el momento. Ni tampoco Matriarca o Alta Margravina, ni Gran Dama ni ningún título imaginable. Era Karuth, y a veces eso ya era una responsabilidad demasiado grande. Tantas influencias distintas tirando de ella en una u otra dirección, tantas cosas que quería hacer, que explorar, y nunca había el tiempo suficiente… Ahora, una vez más, Tirand se apoyaba en ella, y a través de Tirand lo hacía su padre. Médico, maga, adepta; los dioses no concedían horas suficientes para todo aquello y, desde luego, no concedían horas para que, de vez en cuando, pudiera ser ella misma. A veces, pensó con una amargura nada común en ella, se preguntaba si todavía tenía una verdadera personalidad propia.

En un acto reflejo, casi sin darse cuenta, se había dirigido cruzando la habitación al lugar donde, sobre una mesa bajo la ventana, descansaba una cajita de madera profusamente adornada. Sus dedos alzaron la tapa sin que ella se diera cuenta todavía de lo que estaba haciendo. Un olor a especias y a humedad resinosa le hizo arrugar la nariz; era tan familiar que casi se echó a reír.

Obligaciones. Había cumplido sus obligaciones aquella noche, primero con los estudiantes camorristas, luego con el sirviente escaldado. Y ahora otro deber. Quizás autoimpuesto, pero ¿por qué había ido a verla Tirand si no? Era demasiado escrupuloso y demasiado inhibido para pedirle ayuda directamente, pero la petición había estado claramente presente en su mirada. Además, ella también deseaba obtener respuestas para ciertas cuestiones, o no conseguiría dormir tranquila.

Había comenzado a revolver en la caja, desechando instintivamente la mayoría de sus contenidos, en busca de los pocos ingredientes que necesitaba. Incienso: no tenía verdadero valor arcano, pero ayudaría a lograr la atmósfera adecuada. Sustancias que representaran los elementos; reflexionó unos instantes, y acabó escogiendo el aire y el fuego. La tierra y el agua eran demasiado sólidas; aquel asunto venía de una dimensión más efímera. Por último, una pequeña botella de opaco cristal ambarino. Su crisol estaba listo, como siempre. La vela bastaría para calentarlo, y colocó el pequeño trípode sobre la llama antes de cerrar la tapa de la caja.

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