LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora (18 page)

Read LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

BOOK: LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora
4.19Mb size Format: txt, pdf, ePub

El ritual que pretendía realizar era una labor sencilla de magia inferior, nada que requiriera grandes esfuerzos y nada que necesitara algo más que someros preparativos. Estaba demasiado agotada para embarcarse en algo más complejo —aunque el cansancio podía ser un elemento positivo en ciertas condiciones, podía resultar peligroso si iba demasiado lejos— y, además, creía que no haría falta nada más. Siempre había trabajado bien con las fuerzas elementales, y los elementales eran una fuente preciosa de información, puesto que no eran leales ni al Orden ni al Caos. También era un cambio el trabajar a solas y no como parte del grupo de sus iguales. Chiro no incentivaba precisamente la magia individual entre los adeptos pero, aunque jamás lo habría confesado ante su padre, Karuth encontraba a veces los ritos del Círculo tediosos y largos. Comprendía y aceptaba la necesidad de ser precavido y también la necesidad de una rutina establecida para la magia de alto nivel, donde las fuerzas conjuradas eran mucho más poderosas; pero, para propósitos más modestos, ella prefería practicar la magia sin ayuda de otros.

El silencio se adueñó de la habitación mientras el metal del crisol se oscurecía, y Karuth se dirigió hacia su mesilla de noche, donde había un jarro con agua de mar y una copa. Hacía mucho tiempo que se había impuesto como costumbre beber cada noche antes de dormir una dosis de aquella salmuera como defensa contra el reuma invernal; ahora vertió una pequeña cantidad en la copa y le añadió tres gotas del contenido de la redoma ambarina. Normalmente no utilizaba aquel atajo para inducir el necesario estado mental para los trabajos arcanos, ya que, como sabía por experiencias pasadas, era muy fácil ingerir demasiado narcótico y perder la orientación o, lo que era peor, el control. Pero aquella noche no tenía ni el tiempo ni la paciencia para los métodos más ortodoxos y más lentos, y, sin ceremonias, bebió el contenido de la copa de un solo trago, haciendo una mueca al notar el desagradable gusto de la mezcla de sal y droga. Después dejó la copa y se volvió hacia el crisol.

El silencio continuó durante un rato y su intensidad fue en aumento a medida que la pócima comenzaba a surtir efecto. La respiración de Karuth adquirió un ritmo regular y pausado; luego, cuando juzgó que el momento era adecuado, adelantó las manos para unirlas sobre la llama y soltar unos granos de incienso sobre el pequeño recipiente. El crisol bufó como un gato enfadado, y el humo ascendió hacia el techo mientras el incienso se coagulaba y formaba gotas que borboteaban y rebotaban en el fondo del cuenco. Karuth cerró los ojos y aspiró profundamente, dejando que el aromático humo le llenara la garganta y los pulmones y se filtrara hasta su mente. Las paredes de la habitación parecieron retroceder, convirtiéndose en algo remoto e irreal; se aferró a aquella sensación, concentrándose para hacerla más intensa, al tiempo que su conciencia de lo que la rodeaba comenzaba a vacilar y desaparecer. Sus labios pronunciaron el viejo canto que durante siglos habían usado los adeptos para alcanzar el estado de trance. Otra profunda inhalación le llenó las fosas nasales con el acre incienso; sintió un golpe intenso y sañudo de aire en la cabellera y escuchó el lejano chisporrotear del fuego. Despacio, muy despacio, a medida que su trance se hacía más profundo, unió las manos ante sí, un puño cerrado por encima del otro, como si sostuviera una vara invisible entre los dedos. Imaginó mentalmente la vara, que resplandecía con los colores pálidos y esquivos del aire, con los tonos ardientes del fuego, y fue definiendo más y más dicha imagen hasta que casi pudo sentir su presencia física. Lentamente volvió a abrir los ojos, resistiendo el efecto del trance que le hacía sentir los párpados intolerablemente pesados. Entre los dedos resplandecía la imagen de la vara como un rayo incierto; más allá, las dimensiones del cuarto se habían distorsionado formando ángulos anormales y grotescos. Un sonido tan débil que se encontraba casi en el umbral de lo audible le zumbaba en los oídos; entonces sintió un sobresalto doloroso y breve cuando el efímero y etéreo pasadizo entre el mundo físico y las dimensiones elementales se abrió.

Un rostro apareció flotando ante ella. Se componía de llamas, y semejaba oro grabado con carmesí vacilante; era pequeño y anguloso, y sonreía. Las cuencas vacías de sus ojos la miraron y una voz habló en la mente de Karuth.

Me llamas. Yo acudo
.

Karuth dejó escapar el aire en un siseo entre dientes. El lenguaje de los elementales poco tenía en común con el habla humana, y comunicarse con aquella astuta y caprichosa criatura de aire y fuego ponía a prueba sus cuerdas vocales y su lengua. A pesar de todo, formuló las palabras, la orden, la pregunta.

—Te conjuro con la llama y te conjuro con el vendaval. Obtendré la verdad, y sólo eso me satisfará.

El pequeño rostro rabioso osciló, y una lengua de fuego surgió en silencio de la boca del elemental.

¿Con qué derecho y con qué vínculo me ordenas?

Karuth sonrió y la sonrisa le dio un aspecto inhumano en la penumbra llena de humo.

—Por derecho de señorío y por el vínculo de la obligación yo te ordeno. Soy fuego y soy aire. Soy tierra y soy aire. Mis huesos y mi carne son uno con todo lo que los dioses han creado, y te conjuro y te ordeno en el nombre de Yandros y en el nombre de Aeoris. Escúchame, amigo y siervo de la llama y el vendaval. Habla de lo que sabes y habla según yo te lo ordeno. —Aspiró y sintió en la garganta el gusto del azufre y el aliento helado de un viento septentrional, mientras el puente entre dimensiones temblaba y oscilaba. Pronunció entonces una palabra, dos sílabas ultraterrenales, las sílabas de orden máximas para un ser semejante.

Un chillido agudo y estremecedor vibró en su cabeza y le dolieron los oídos al escuchar aquella frecuencia sobrenatural. La imagen del elemental sufrió terribles transformaciones; Karuth se esforzó en no prestarles atención, pues conocía la prueba y sabía que la superaría. Por fin el sonido se extinguió, y el rostro brillante y felino volvió a permanecer inmóvil.

Reconozco tu señorío. Pregunta lo que quieras
.

Otra Karuth, lejos, en otro mundo, dio fervientes gracias por la fuerza que le había permitido prevalecer. Seres como aquél no sentían lealtad hacia los humanos y podían mutilar, o en algunos casos hasta matar, al adepto cuya voluntad vacilara tan sólo un instante. Con el tiempo uno se acostumbraba a los riesgos, pero no llegaba a ser totalmente inmune a ellos.

—Se han producido alteraciones en Chaun Meridional —dijo Karuth—. Las fuerzas que gobiernan el equilibrio de tu raza y la mía han sufrido una alteración no deseada.

La lengua del elemental se movió como la de una serpiente.

Lo sé
.

—Entonces también debes saber que la Matriarca de la Hermandad ha muerto y que una niña ha desaparecido a los ojos de los mortales.

Una pausa, y una ráfaga de aire frío acarició el rostro de Karuth.

Sí, eso también lo sé. Pero la suerte de tu Matriarca no es asunto que me concierna. Otra ocupará su lugar. No es importante
.

Karuth frunció el entrecejo, en parte por la falta de respeto del elemental, pero también porque creía haber detectado algo desfavorable en el tono de su respuesta. ¿Algún tema, quizá, que la criatura estaba ansiosa por evitar?

Cuando la joven habló de nuevo, su voz mostraba más que un atisbo de amenaza.

—No es la Matriarca sino la niña el sujeto de mi pregunta. ¿Qué sabes de su suerte?

Silencio. La silueta del elemental osciló un instante; por un momento el rostro se convirtió en algo de pesadilla.

—Habla, siervo —le ordenó Karuth, ceñuda—. O despertarás mi ira.

Ardientes colores se sucedían en el pequeño rostro anguloso, como si las llamas hubieran surgido de repente alrededor del ser. Por fin, la boca gatuna se abrió.

No puedo decirte qué fue de la niña. No lo sé
.

¿Una mentira? Karuth pensó que no, puesto que, cuando una criatura como aquélla mentía, un adepto experto podía detectar cambios en su aura, y ahora no se veía tal cambio.

—Muy bien —dijo—. No pondré a prueba tu veracidad; al menos no por ahora. En lugar de eso, dime cuál fue la naturaleza de la fuerza que alteró los elementos, alejándolos de sus sitios correspondientes, en la noche que desapareció la niña.

Silencio otra vez. El ambiente de la habitación pareció de repente profundamente opresivo.

—Siervo —la voz de Karuth tenía un tono malévolo—. ¡Estás obligado a obedecerme por aquello que no puedes negar! ¡Quiero tu respuesta!

Al instante sintió como si le hubieran clavado un afilado cuchillo al rojo vivo en la parte más profunda del cerebro y jadeó de sorpresa y dolor. Durante un terrible instante pensó que había perdido el control y que el elemental, aprovechando la oportunidad, la atacaba; pero entonces desapareció la sensación y supo qué la había provocado: el ser estaba asustado. Y ella, sintonizada con su mente, había sentido de rebote el duro y terrible golpe de su miedo.

El rostro todavía flotaba ante ella, aunque los colores de su aura se habían vuelto pálidos y enfermizos. La boca del elemental se abrió y cerró con rapidez, pero ninguna voz resonó en la mente de Karuth.

—Siervo —lo conminó, implacable—, habla. ¿O debo castigarte?

El rostro volvió a deformarse. El elemental padecía grandes sufrimientos.

Yo… no puedo hablar. No puedo hacer lo que pides
.

—No pido,
exijo
. Respóndeme, o la tierra será tu prisión y el agua tu lecho. ¡Por el poder de señorío que los dioses me han otorgado extinguiré tu llama!

Un grito débil y ululante resonó en la habitación, un signo de dolor, miedo y desesperación.

¡Ah, no! ¡No me condenes! ¡No tengo elección!

Karuth titubeó.

—Explícame.

Horribles colores resplandecieron en las cuencas vacías del elemental.

Ten piedad, señora
, dijo en tono lastimero.
¡No puedo obedecerte porque no me atrevo a hacerlo! Otro poder más grande que el tuyo ha colocado vínculo sobre mí y, si hablo de lo que sé, ¡sufriré un destino mucho más terrible que cualquier cosa que tú puedas hacerme!

Karuth se esforzó por hacer caso omiso de su sensación de incomodidad.

—¿Qué poder es ese que te obliga?

No puedo decirlo, no me atrevo. Te serviré con gusto en cualquier otra cosa, pero en ésta no me es posible. ¡Ten piedad y libérame de mi obligación!

Karuth, a punto de lanzar un iracundo anatema sobre la criatura, se interrumpió, asaltada por un nuevo pensamiento. Se dominó, haciendo que la calma se sobrepusiera a su furia, y habló de nuevo.

—Tienes hermanos del aire y el fuego, y tienes primos de la tierra y el agua. ¿Cómo me responderían si les hiciera la misma pregunta que a ti?

Hubo una pausa. Después el elemental dijo:

Te responderían como yo he hecho. Fuimos desafiados. Fuimos vencidos. El vínculo está sobre todos nosotros, y no tenemos poder para escapar de él. La niña ha desaparecido, señora, y no hay nada que hacer. ¡Te lo suplico de nuevo, por favor, libérame!

Karuth permaneció muy quieta. Ahora no le quedaba duda de que el elemental decía la verdad, porque sentía su terror, que rezumaba como veneno desde su mente hasta la de ella. Los elementales ocupaban un nivel inferior entre las legiones de seres inhumanos que se movían en el espacio entre los dioses y los mortales. Su dominio estaba confinado al mundo que compartían con la humanidad, por lo que los grandes señores del Caos y el Orden no mostraban ningún interés en sus actividades. Pero en los estratos intermedios entre los ínfimos y los superiores había muchos tipos de seres con el poder para atar a los elementales con un vínculo, y cualquiera de ellos podría estar detrás de aquel extraordinario estado de cosas. ¿Cómo descubrir qué tipo de fuerza era la responsable de aquello? Y, lo que era más esencial, ¿por qué se había invocado aquel vínculo?

Desaparecido
, había dicho.
La niña ha desaparecido
. Una afirmación ambigua… Abrió la boca para hablar, miró de nuevo al elemental y se dio cuenta de que, en las actuales circunstancias, no tenía sentido seguir con el interrogatorio. Podía llevar a cabo su amenaza y atarlo con las fuerzas de la tierra y el agua que eran opuestas a su existencia, pero ella no sacaría nada con semejante tortura. La criatura aceptaría antes la destrucción que romper el mandato que lo obligaba a guardar silencio. No podía hacer nada.

Aspiró aire, que tenía un gusto seco y ardiente, y habló de nuevo al elemental.

—Muy bien. Parece que no obtendremos nada más prolongando este encuentro. Seré compasiva y te liberaré sin castigarte. Pero quiero una última cosa de ti.

Pídela, señora. Si está en mi poder, te la daré de buena gana.

Por lo menos, pensó Karuth con ironía, se había ganado su gratitud, lo cual podría servirle de algo en el futuro.

—Entonces, en el nombre de Yandros y en el nombre de Aeoris, exijo de ti un acertijo. Háblame como aire y háblame como fuego, y que tu acertijo sea verdadero y sin engaño. Eso puede hacerse sin que rompas con tu obligación, y te lo exijo como precio por tu libertad.

El elemental hizo una pausa mientras reflexionaba sobre el asunto.


, dijo al cabo.
Puede hacerse
. Alzó la mirada y sus ojos tomaron el color de llamas recién alimentadas.

Éste, entonces, es mi acertijo. Fuego fue el arma del intrigante, y aire la montura del intrigante. Pero quien se sienta a los pies del intrigante tendrá armas más poderosas y corceles más rápidos que los que nosotros podemos crear
.

Karuth repitió para sus adentros las palabras, memorizándolas. Por el momento, no tenían significado alguno para ella, pero no podía pedir más. Obligado por el antiguo sortilegio y por el amor que los de su especie tenían por lo críptico y lo oculto, el elemental le había dado ni más ni menos lo que pedía: un verdadero acertijo que contenía una pista, por muy oscura que fuera, de las respuestas que buscaba. Ahora dependía de Karuth aprovecharlo al máximo.

Retrocedió, cogió la jarra de agua de mar, y la sostuvo sobre el crisol en el trípode.

—Tu trabajo ha terminado —dijo formalmente—. Por lo tanto puedes abandonar mi presencia hasta que vuelva a requerir tus servicios. ¡Siervo, ve! —Con esta última orden vertió la jarra sobre el crisol, al tiempo que musitaba una extraña palabra sibilante.

Other books

Strawberry Yellow by Naomi Hirahara
Reign of Beasts by Tansy Rayner Roberts
Alys, Always by Harriet Lane
Fire Birds by Gregory, Shane
The Mystery Girl by Gertrude Chandler Warner
Canadians by Roy MacGregor
Mercury Retrograde by Laura Bickle
The Red House by Emily Winslow