Ahora que conocía la verdadera historia del prometido de mi tía, reparé en ciertos detalles que no había observado antes. Después de dejar atrás la madriguera, de camino a donde aguardaba
País de Sol,
había un cuadrado de hierba seca que parecía la alfombrilla de un portón; más allá, un banco rudimentario, hecho de ramitas amontonadas, y en la ladera de la colina, crecían plantas de lavanda, romero y tomillo. Pese a haberse convertido en nutria, Haywood se había tomado el trabajo de hacerse una madriguera en cierto modo humana.
Recogimos a
País
y volvimos remoloneando por el borde del río. Estábamos demasiado doloridos para andar más rápido y, al cabo de un trecho, nos detuvimos a estirar nuestros pobres músculos.
—¿Qué va a ser de nosotros? —preguntó Eadric moviendo los hombros para aflojar la tensión.
—Yo pienso retomar algunas cosas que tengo pendientes, ahora que todo está arreglado.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo esto.
Le rodeé el cuello con los brazos y le di un beso. Él me miró con los ojos desorbitados. No fue un besito furtivo como el que me había convertido en rana, ni desesperado, como el que le había dado para volver a ser humana, sino un beso lento y largo, dulce, tierno y delicado.
—¡Huy, huy! —exclamó Eadric, todavía con los ojos como dos tortas.
Mientras nos besábamos, él también me había abrazado. Era una sensación muy placentera.
—¡Lo mismo digo yo!
El beso me había gustado tanto como a él.
—¿Y ahora qué hacemos? —inquirió con mirada de pícaro.
—Ahora... Ahora pienso mandar que limpien el foso del castillo.
—¿Te casarás con el pelmazo de Jorge?
—¡Claro que no! Simplemente le diré a mamá que no quiero y, si insiste, la amenazaré con contarle todas mis aventuras de rana a los padres del príncipe. Ella no podría soportar semejante ridículo y, con un poco de suerte, él encontrará a su chica ideal, una que use su mismo número de zapatos.
—Pues tiene los pies muy pequeños, o sea que tardará en encontrarla.
—Seguro que lo conseguirá; esa clase de gente siempre se las arregla.
—¿Sabes?, estaba pensando... Tal vez podrías decirle a tu madre que quieres casarte con otra persona.
—¿Está usted proponiéndome matrimonio, príncipe Eadric?
—Si así fuera, ¿diría usted que sí, princesa Esmeralda?
—Quizá... Pero no pienso casarme enseguida porque tengo por delante una gran carrera como bruja. Ya es hora de que me ponga a desarrollar mis dones; me será muy útil, aunque decida casarme más adelante.
Durante mi vida de rana había aprendido muchas cosas, algunas de las cuales las había adivinado desde siempre. El pantano era un lugar de magia, donde la vida llegaba a su fin y volvía a comenzar por caminos misteriosos, había amigos y héroes insospechados, un lugar donde la propia vida era maravillosa, aun si eras una princesa tan torpe como yo.
Eadric me colocó un rizo rebelde detrás de la oreja y respondió:
—Vale. Pero prométeme que no me convertirás en una criatura repugnante si discutimos.
—Prometo no convertirte en nada que no te merezcas. Pero tendrás que dejarme venir de visita al pantano de vez en cuando.
—¿Eso te bastará para ser feliz?
—¡No sólo eso! Pero será un buen comienzo.
Fin