Mi querida Livia, lo que he deducido hasta el momento acaba aquí. Si lo consideras oportuno, díselo todo a Ligorio.
Desearía con toda mi alma estar junto a ti. Pero tú todavía no te sientes con ánimos para dejar a los padres de Francesca y yo estoy encadenado a Vigàta por culpa de una investigación que me está causando muchos quebraderos de cabeza y cuya solución no vislumbro todavía.
¿Qué le vamos a hacer? Tengamos paciencia, como tantas otras veces.
Con todo mi amor,
Salvo
Sigo tu ejemplo y envío esta carta a través de una agencia.
Boccadasse, 8 de julio
Salvo querido:
Ayer volví a ver a Giorgio Ligorio. Le expliqué con toda claridad, o
papale papale
como tú dices, lo que tú me contabas. Me pareció que lo esperaba. Se mostró muy interesado y me pidió que le repitiera algunas de tus observaciones. Confirma lo que tú suponías: el arma está afilada por ambos lados y es un verdadero estilete. Él también cree que el asesino se vio obligado a cambiarse de ropa. Pero ¿cómo lo hizo? ¿Y dónde? Si el crimen fue enteramente casual, ¿cómo es posible que el asesino anduviera por ahí con una camisa, una chaqueta y unos pantalones de recambio? ¿Y de dónde sacó el arma del crimen? Seguramente la llevaba consigo. Si así fuera, dice Ligorio, estaríamos en presencia de un homicidio premeditado. Pero muchos detalles obligan a descartar esta tesis. Tuve la impresión de que Ligorio estaba perdido. En cuanto a tu pregunta acerca de posibles huellas de suelas manchadas de sangre, Ligorio me ha revelado que el asesino, una vez cometido el delito, limpió cuidadosamente el suelo del pasillo, utilizando una bayeta y un cubo que se encontraban totalmente a la vista al lado de la puerta de los servicios. Los había usado el vigilante a primera hora de la mañana, pues había mucho polvo por todas partes a causa de las obras. Sin embargo, a pesar de la limpieza, y justo donde el suelo forma ángulo con la pared, se encontró una huella muy borrosa de un pie descalzo. Uno de los obreros reconoció haber trabajado un día sin el zapato derecho, pues le había caído encima un trozo de hierro y se le había hinchado el pie. Sus compañeros confirmaron el dato. Pero los cuatro obreros aseguran no haber tenido necesidad de entrar en ningún momento en el servicio de señoras. Ellos usan el de caballeros, que se encuentra precisamente en la zona del pasillo en la que están trabajando.
Para que se te haga más clara la situación: el pasillo del tercer piso, al que dan los despachos, la biblioteca y los dos lavabos, tiene exactamente la forma de una ele mayúscula. Al servicio de señoras se accede a través de la puerta del lado más largo, y, al de caballeros, a través de la puerta del lado más corto. Ahí están trabajando los obreros, derribando dos tabiques para obtener un espacioso salón. Ten en cuenta que la escalera de acceso al piso está situada hacia la mitad del lado más largo de la ele. Por consiguiente, aunque los obreros hubieran estado trabajando, es posible que no hubieran visto llegar a Francesca, pero, en tal caso, habrían oído sus gritos, entre otras cosas porque no utilizan herramientas muy ruidosas.
Ligorio me explicó también con todo detalle cómo se descubrió el crimen. Por pura casualidad. Si esta casualidad no se hubiera producido, la pobre Francesca habría permanecido en aquel horrendo lugar quién sabe cuánto tiempo, puede que hasta la reapertura de los despachos a finales de agosto (los cursos empiezan, sin embargo, en octubre). El asesino, antes de abandonar el escenario del delito, se lavó obsesivamente las manos y dejó todo el suelo lleno de agua; en efecto, cerca del lavabo la sangre y el agua se mezclaron. Pero olvidó cerrar el grifo. El vigilante, que estaba de servicio para abrir la escuela a las siete de la mañana y volverla a cerrar a las seis de la tarde tras la salida de los obreros, llegó con antelación a las tres y media de la tarde. Quería entregarle las llaves al jefe de los obreros y decirle que no podría encargarse del cierre de la tarde ni de la apertura a la mañana siguiente porque su mujer estaba ingresada en el hospital. Al llegar al rellano del tercer piso, el vigilante oyó con toda claridad que el agua del lavabo de señoras estaba corriendo. Puesto que por la mañana había llenado el cubo para fregar, pensó que se había dejado el grifo abierto. Entró, vio el cuerpo de Francesca y se puso a gritar sin poder dar ni un paso. Entonces acudieron los obreros. Uno de ellos derribó de un empujón la puerta de la dirección, que estaba cerrada con llave, y llamó a la policía.
Eso es todo lo que me ha dicho tu compañero, que me parece una persona muy sensata y extremadamente inteligente. Tiene la misma edad que yo.
Tú sigue pensando en este crimen que me ha dejado destrozada.
La madre de Francesca se encuentra muy mal y necesita constantes cuidados: por la noche me releva una enfermera. El padre está como atontado: sigue haciendo lo mismo que de costumbre como si nada hubiera ocurrido, pero se mueve de una manera muy rara, muy despacio.
Lamento que nuestras vacaciones, programadas desde hacía tanto tiempo, hayan terminado de esta manera. Por otra parte, tú tampoco te podías mover. Paciencia.
Te llamo esta noche.
Te mando un beso con mucho cariño,
Livia
¿Seguro que no puedes venir? ¿Ni siquiera un día? Te echo de menos.
Vigàta, 10 de julio
Mi querida Livia:
Creo que ahora tengo una visión más exacta de lo ocurrido.
El caso es que me he desviado demasiado a causa de un falso problema: ¿cómo se las arregló el asesino para ir por ahí con la ropa empapada de sangre sin que a nadie le llamara la atención? Con este calor que hace, todos procuramos vestir prendas claras y ligeras; además, resulta impensable que el asesino llevara un impermeable con el que cubrir en parte la ropa manchada.
Lo que me ha guiado hacia el camino correcto ha sido la huella semiborrada del pie descalzo, la que se dirigía hacia el lavabo. Si Ligorio interrogó a este respecto a los obreros, quiere decir que se trataba de un pie inequívocamente masculino.
Además, hay que tener en cuenta el factor tiempo. El asesino tarda unos cuantos minutos en matar a Francesca, se lava (no sólo las manos, como te explicaré a continuación) y después friega cuidadosamente el pasillo. Por otra parte, no le preocupan demasiado los desesperados gritos de la víctima. ¿Por qué experimentó la necesidad de limpiar sólo el pasillo y no la sala exterior del lavabo? A mi juicio, no tanto para borrar las huellas de su paso cuanto para impedir que los investigadores siguieran el recorrido de dichas huellas. Si mi hipótesis es cierta, las huellas no pueden conducir más que desde el baño a .uno de los despachos que dan al pasillo.
Por consiguiente, el homicida es un empleado de la escuela que conoce muy bien la duración de la pausa de los obreros. Sabe que dispone de una hora para actuar sin que nadie lo moleste.
Pero ¿por qué mató?
Me atrevo a hacer una conjetura. Hay un empleado que aprovecha la pausa del almuerzo para recibir a escondidas a alguien con quien mantiene una relación. A alguien que, evidentemente, no es una mujer: la huella del pasillo es la de un hombre. Aquel maldito día el empleado de la escuela recibe a su amigo. Seguramente ya lo ha hecho otras veces y, hasta ese momento, todo ha ido bien. Hace mucho calor, se encierran en el despacho y se quitan la ropa. En determinado momento, ocurre algo entre ellos (¿una pelea? ¿un juego erótico?), que hace que el amigo abra la puerta del despacho y eche a correr desnudo por el pasillo hacia el lavabo de señoras. El empleado, también completamente desnudo, lo persigue blandiendo un abrecartas (el estilete). Cuando ambos se encuentran en la sala exterior del lavabo, aparece inesperadamente Francesca. Tu amiga conoce sin duda al empleado y se queda paralizada por el asombro. Es sólo un momento: temiendo haber sido descubierto (se ve que mantenía rigurosamente oculta su homosexualidad y respetaba la idea burguesa del «decoro»), el empleado pierde literalmente la cabeza y ataca instintivamente a Francesca. Entre tanto, el amigo sale corriendo, regresa al despacho y huye. El empleado sigue atacando a la víctima y Francesca grita, pero el hombre sabe que nadie la puede oír. Cuando ha descargado su odio, se lava cuidadosamente todo el cuerpo (por eso cae tanta agua del lavabo), recorre nuevamente el pasillo, entra en el despacho y se viste.
Es aquí donde nos habíamos equivocado: en la suposición de que el asesino se había cambiado de ropa.
Una vez vestido, borra las huellas del pasillo, sale tranquilamente del edificio, y listo.
¿Es posible que Giorgio Ligorio no haya llegado a las mismas conclusiones que yo? ¿O acaso sólo desea mi confirmación?
Perdóname, amor mío, si he sido demasiado explícito y burocrático en esta carta. Pero la maldita investigación me roba todo el tiempo.
Cuánto desearía estar en tu casa de Boccadasse y estrecharte fuertemente entre mis brazos. ¿Cómo están los padres de Francesca?
Es la una de la madrugada, te escribo sentado en la galería, brilla la luna y el mar es una balsa de aceite. Estoy casi por darme un chapuzón.
Te mando un beso con cariño,
Salvo
Boccadasse, 13 de julio
Salvo querido:
Como sin duda habrás sabido por la televisión y la prensa, has acertado. Mientras tanto, Giorgio había llegado a las mismas conclusiones que tú. El asesino es Giovanni de Paulis, director administrativo de la escuela. De conducta intachable, pedante, tremendamente severo. Ahora recuerdo que Francesca me había dicho que lo llamaban Giovanni el Austero. Su compañero en aquel trágico día es un chico conocido en los ambientes gays. Se ha dado a la fuga, pero Giorgio me dice que su captura es sólo cuestión de horas.
Estoy muy triste, Salvo, amor mío, muy triste porque mi amiga ha muerto a manos de un imbécil por culpa de una estúpida historia. Entre otras cosas, Francesca era famosa por su extremada discreción; jamás habría comentado las inclinaciones sexuales del director administrativo. La madre de Francesca está un poco mejor.
Pero ahora soy yo la que se resiente de la tensión de estos días tan terribles.
Por suerte, Giorgio ha estado muy pendiente de mí y ha procurado por todos los medios que las horas me resultaran menos duras.
¿De veras no puedes venir?
Te mando un beso con cariño,
Livia
«¿Giorgio? Pero ¿cómo, lo llama Giorgio? Hasta hace un par de días era el comisario Ligorio, ¿y ahora lo trata de tú? Pero ¿qué coño es eso? ¿Y qué quiere decir con eso de que la consuela?»
INTENTADO INFRUCTUOSAMENTE LOCALIZARTE POR TELÉFONO TE COMUNICO HE RESUELTO BRILLANTEMENTE CASO QUE ME OCUPABA MAÑANA ESTARÉ AEROPUERTO GÉNOVA 14 HORAS BESOS
SALVO
—
¡Dottori
, todas las bodas se han ido al carajo! —dijo a través del teléfono la alterada voz de Catarella.
Montalbano, medio atontado, miró el reloj; eran las siete de la mañana. Había pasado una noche llena de pesadillas espantosas (en una especie de guerra de las galaxias de estar por casa, lo habían ascendido, entre otras cosas, a jefe superior de la policía interplanetaria) por culpa de unas sardinas
a beccafico
que se había zampado indecentemente la noche anterior, y, como consecuencia de ello, no se podía decir que se encontrara en inmejorables condiciones. No había entendido ni torta de lo que le había dicho Catarella, el cual estaba ahora un poco preocupado por el silencio de su jefe:
—
Dottori
, ¿qué hace, se ha ido?
—No, Catarè, todavía estoy aquí. Procura ser un poco más claro.
—¿Más claro que eso? Si quiere, le repito palabra por palabra lo que le he dicho: todas las bodas...
—Déjalo, Catarè. Llama al subcomisario Augello o a Fazio y cuéntaselo. Nos vemos después.
Colgó, pero ya se había desvelado sin remedio. Se levantó de la cama y miró a través de la ventana. Un día despejado como Dios manda. Se puso el bañador, bajó de la galería, recorrió lentamente la playa y se metió en el agua. Estaba tan helada que casi le dio un síncope.
Pero le despejó la cabeza.
Hacia el mediodía le vino de nuevo a la mente la misteriosa llamada de Catarella y sintió curiosidad. Llamó a Mimì Augello.
—Mimì, ¿tu sabes algo de unas bodas que se han ido al carajo?
—¿Por qué, tú no? No pasa ni un día sin que alguna pareja que conocemos se separe. ¿Te acuerdas de...?
—Mimì, no me refería a eso. ¿Sabes por qué me ha llamado Catarella esta mañana? No he entendido nada.
—Catarella no ha hablado conmigo. Te paso a Fazio.
—Fazio, ¿por casualidad Catarella se ha puesto en contacto contigo esta mañana?
—Sí, señor comisario. Una chorrada.
—No me cabía la menor duda. Dime de qué se trata.
—Esta mañana el señor Crisafulli, que es funcionario del Registro Civil, al regresar a casa de hacer la compra, ha visto que el tablón de anuncios que hay al lado de la entrada del Ayuntamiento ya no estaba.
—¿Y qué? Lo habrá colocado dentro algún otro funcionario.
—No, señor. Es el tablón de las notificaciones matrimoniales. Tienen que estar expuestas día y noche durante todo el período que marca la ley.
—A ver si lo entiendo.
—Señor comisario, cuando dos se quieren casar, van al Ayuntamiento y el funcionario del Registro Civil levanta una especie de acta, que se llama amonestación, y la expone en el tablón de anuncios. De esta manera, todo el mundo se entera del matrimonio y, si hay algún impedimento, lo puede decir a tiempo. Si las amonestaciones no permanecen expuestas durante todo el tiempo establecido, la boda no se puede celebrar en la fecha prevista. Hay que volver a redactar el acta, pero es necesaria una autorización del juez.
—Entiendo. Creo. Pero ¿por qué has dicho que es una chorrada?
—Porque es así, en el fondo. Como máximo, se producirá un retraso, habrá que volver a fijar la fecha y enviar de nuevo las invitaciones... Una molestia muy grande, pero un daño relativamente escaso. Ha sido una machada de algún chaval que se había fumado demasiados porros, señor comisario.
Para ir a la
trattoria
San Calogero tenía que pasar necesariamente por delante del Ayuntamiento, un edificio con una especie de pórtico de ocho columnas. Miró hacia la entrada y vio que al lado había un tablón de anuncios con algunas hojas fijadas en él. Se acercó para leer algunas y, en aquel momento, salió el señor Crisafulli, que se iba a su casa para la pausa del almuerzo. Se conocían.