Read La incógnita Newton Online
Authors: Catherine Shaw
Cuando el señor Bexheath se sentó, me sentí de lo más aliviada. La tensión en la sala de sesiones se diluyó considerablemente y entonces el juez preguntó al señor Haversham si deseaba ponerse en pie y hacer su exposición inicial antes de que se procediera a llamar a los testigos. Pensé que no lo haría, que se reservaría para responder a las siniestras acusaciones, pero los letrados piensan muy deprisa, sin lugar a dudas, y el señor Haversham había tomado notas y completado la réplica a la exposición inicial del fiscal mientras éste hablaba. Se puso en pie y comenzó a hablar.
Exposición inicial de la Defensa,
a cargo del señor haversham
«Con la venia de su señoría... Caballeros del jurado: han escuchado la acusación de triple asesinato presentada contra el inculpado y han escuchado también la reconstrucción de los hechos, la manera en que se cometieron esos asesinatos y el móvil de los mismos, según mi ilustre colega.
»Ahora me propongo demostrarles dos cosas. En primer lugar, que la manera en que se cometieron los asesinatos, según el fiscal de la Corona, no es más que una interpretación basada en los poquísimos datos que la investigación policial ha sacado a la luz, y que es posible construir otra explicación igualmente plausible en la que los datos conocidos encajen igual de bien. Como ustedes saben, caballeros del jurado, mientras no se presenten pruebas concretas que ratifiquen la interpretación de la Corona, la culpabilidad del acusado no se habrá demostrado más allá de la duda razonable y, por tanto, mi defendido deberá ser exculpado. En segundo lugar, demostraré que el argumento del móvil, tal como lo ha expuesto mi ilustre colega, no es más que una retorcida sarta de invenciones.
»Caballeros del jurado, estoy seguro de que, mientras escuchaban la exposición inicial del abogado de la Corona, han puesto toda su atención en distinguir los hechos de las opiniones. Ahora les presentaré una interpretación de los acontecimientos que han rodeado los asesinatos completamente distinta, que encaja con todos los datos conocidos y que a la vez se opone a la del Ministerio Fiscal.
»Amigos míos, es de todos sabido que la capacidad matemática disminuye con la edad. Imaginen, ahora, a un matemático famoso por su tremenda habilidad y por la originalidad de su pensamiento que descubre, al envejecer, que ya no es tan capaz como antes de llevar sus ideas a un resultado fructífero. Todavía tiene ideas brillantes, pero ahora carece de algo que antes poseía: la precisión, la memoria, la persistencia en la superación de obstáculos. Un matemático así tal vez recurra a los demás en busca de apoyo y lo reciba, pues los matemáticos, en general, son una raza generosa cuyos miembros son muy dados a ayudarse entre sí.
»Ahora, imaginen que un matemático como éste tiene una idea verdaderamente destacada, ¡la idea de su vida! Imaginen que arde en deseos de desarrollarla y completarla pero se ve obstaculizado, quizá, por detalles técnicos que no domina, por lo cual recurre a los demás para que lo ayuden. Supongamos que ellos pueden proporcionarle precisamente el pequeño detalle que falta para que todo funcione y para cerrar con el
quod erat demostrandum
la exposición del gran teorema. ¿No es posible, entonces, que el autor piense que las contribuciones de sus colegas tienen mucha menos importancia que las propias, siendo como son de una naturaleza meramente técnica, mientras que la idea principal y el desarrollo de ésta son suyos? ¿Y no será, entonces, natural que piense que sus ayudantes no merecen el honor y la gloria en el mismo grado que él? Sin embargo, la publicación conjunta de los artículos sobre temas matemáticos no distingue entre los diferentes autores. Estos sentimientos pueden engendrar celos y resentimiento y hacer que uno se obsesione en hacerse con la gloria y conservarla por cualquier medio, en mayor medida cuanto mayor sea.
»Caballeros del jurado, la defensa plantea que tales eran los sentimientos del matemático señor Crawford y que, como fuese que algunas ideas suyas, gracias a la ayuda ocasional de sus dos amigos, el señor Akers y el señor Beddoes, estaban convirtiéndose en un trabajo de tremenda importancia, decidió eliminarlos para ser coronado él solo con los laureles que tanto creía merecer.
»Afirmo que el señor Crawford planeó la muerte del señor Akers, que se escondió en sus habitaciones mientras su amigo cenaba fuera, y que lo esperó con el atizador en sus manos enguantadas. Y cuando el señor Akers entró en sus aposentos, le asestó el golpe mortal. A continuación, inspeccionó los bolsillos del difunto, le quitó el frasco de digitalina que sabemos que llevaba encima, y se marchó sin ser visto y sin levantar sospechas. Recuerden, caballeros del jurado, que el señor Crawford era un hombre fuerte y corpulento y que mantenía una relación de amistad con el señor Akers.
»La defensa sostiene que el señor Crawford, después de esperar unas semanas y ver que nadie era acusado del asesinato que él había perpetrado secretamente, planeó eliminar al señor Beddoes de una manera similar. En esta ocasión, se aseguró la ausencia de su casa organizando una cena con una tercera persona, es decir, el acusado, que testificará acerca de este hecho. No es difícil de imaginar por qué el señor Crawford iba a elegir al inculpado para que compusiera un grupo de tres personas; debió de pensar que esa tercera persona sería considerada automáticamente sospechosa del asesinato, más aún porque había estado también relacionado en cierto modo con la muerte anterior. Entonces, el señor Crawford excusó su presencia a la cena alegando que no se encontraba bien. No hay testigos de dónde anduvo esa noche, pero afirmamos, caballeros del jurado, que se escondió entre los grandes arbustos de lilas que con tanta eficacia protegen el jardín del señor Beddoes de la vista de la calle, agarró una pesada piedra que encontró en el parterre y esperó. El hecho de que el señor Beddoes no regresara solo, sino acompañado por el inculpado, tal vez lo alteró momentáneamente, pero el inculpado se despidió del señor Beddoes en la verja de la entrada y se marchó calle abajo, dando tiempo al señor Crawford de llevar a cabo su malvado plan. En cuanto a las alegaciones de mi ilustre colega de que el acusado llevaba tierra del jardín del señor Beddoes en los zapatos, el breve momento en que se detuvieron a estrecharse la mano ante la verja abierta lo justificaría, y es absolutamente absurdo presentar tal detalle como prueba en contra del inculpado.
«Caballeros del jurado, la defensa afirma que, al cabo de varias semanas de cavilaciones sobre sus actos, el señor Crawford no pudo soportar los cargos de conciencia por lo que había hecho y, al no ver ningún obstáculo entre él y la gloria que anhelaba o, quizás —y esto es aún mas probable dado que, en realidad, no ha aparecido ningún teorema que los tres fallecidos hayan legado—, al darse cuenta de repente de que aquel brillante resultado presentaba un error fatal que lo hada absolutamente falso, un error que incluso había pasado inadvertido a sus colegas, introdujo él mismo ese veneno en la botella de whisky y se la bebió, impelido a poner punto final a su vida por causa de los sufrimientos que le ocasionaba el peso de la culpa.
»Les ruego, caballeros, que adviertan la llamativa ausencia de pruebas concretas que existe en este caso contra el inculpado. No hay restos de huellas dactilares en el atizador ni en la piedra, ni restos de sangre en su ropa... En resumen, no aparecen datos, hechos ni pruebas de ningún tipo contra él. En sus manos está, caballeros, decidir si los acontecimientos que he descrito son plausibles, en cuyo caso la culpa del acusado no puede considerarse demostrada.
«Abordaré ahora la cuestión del móvil, y afirmo que el inculpado no tenía ningún motivo para cometer el triple asesinato del que está acusado. El móvil que ha presentado el abogado de la parte contraria es absolutamente ilógico y los mismos testigos llamados por el Ministerio Fiscal lo rechazarán de plano. Les dirán que, simplemente, no existe y que no es más que una ficción inventada por mi ilustre colega.
»¡No existen pruebas de la comisión del delito, ni existe móvil, caballeros del jurado! Espero, por lo tanto, que exculpen al acusado.»
La exposición del señor Haversham me pareció breve y directa, pero hay algo en ella que me preocupa. No podría señalar exactamente qué es, pero está relacionado con su reconstrucción de la teoría de la culpabilidad de Crawford. Yo misma le sugerí dicha teoría pero, en cierto modo, su manera de desarrollarla dista mucho de resultar convincente. ¡Sí, ya sé qué me inquieta!: ¿por qué demonios el señor Crawford iba a molestarse en sacar un frasco de digitalina del bolsillo del señor Akers? ¿Qué podría eso significar? ¿Que tenía previsto utilizar el veneno en otro asesinato? Lo que es seguro es que no se lo llevó pensando en tomarlo él mismo. Es todo tan confuso... Y los discursos de los abogados no ayudan. ¿Cómo se les permite recurrir a invenciones, casi a fabricar mentiras, para beneficiar a su cliente? Qué profesión más peculiar....
La sesión ha quedado aplazada y me he marchado. Esta tarde, el Ministerio Fiscal empezará a llamar a sus testigos; dicen los rumores que el primero en comparecer será el médico forense, que declarará sobre los detalles de la muerte de las tres víctimas, pero yo no podré asistir. Volveré mañana por la mañana y te escribiré para contarte todo lo que haya sucedido. En cierto modo, escribirlo, ponerlo en negro sobre blanco y compartirlo contigo alivia mi angustia y me da una pizca de esperanza.
Tu hermana que te quiere tantísimo,
Vanesa
Cambridge, viernes, 18 de mayo de 1888
Querida Dora:
Aquí estoy, en el Palacio de Justicia, siguiendo lo que va a convertirse en mi rutina diaria: proceso por la mañana y lecciones por la tarde. Ya no puedo ir a visitar a Arthur ni hablar con él, puesto que pasa todo el día en los tribunales.
Hoy, sin embargo, no asisto desde la grada pública. Por extraño que pueda parecer, el fiscal va a llamarme como testigo. Piense lo que piense, el señor Bexheath no obtendrá de mí ninguna prueba para la acusación, y es que no conoce mis sentimientos. Mientras se hallan en la sala, todos los testigos del fiscal deben ocupar juntos un banco especial. A mí se me permite no asistir por las tardes para poder dar clases, pero se me ha impuesto la orden estricta de no comentar el caso con nadie. En el mismo banco que yo se sientan varios matemáticos; a mi lado está el señor Morrison y, aunque no podamos comunicarnos, me mira de vez en cuando (y lo oigo soltando comentarios indignados entre dientes, desafiando las órdenes del magistrado). Junto a él, se encuentran el señor Wentworth y el señor Withers. El profesor Cayley será llamado mañana. La señora Beddoes y la señora Wiggins, la criada, también están presentes, así como dos o tres personas a las que no conozco de nada. No sé quiénes deben de ser. Si todas estos testigos van a ser tan ineficaces para el fiscal como tengo intención de serlo yo, sus declaraciones no ayudarán en absoluto al señor Bexheath.
El señor Morrison asegura que asistirá a todas las sesiones del proceso y que me mantendrá al corriente de lo que ocurra por las tardes. Me ha contado que ayer dedicaron toda la tarde al interrogatorio directo y al contrainterrogatorio del médico forense pero, salvo las gráficas descripciones de la muerte de las tres víctimas, no ha surgido nada sorprendente o inesperado. El señor Morrison dice que sus declaraciones, cuando no horripilantes, resultaron aburridas. Me ha comentado que también compareció el médico privado del señor Akers; su testimonio sólo guarda relación con el hecho de que su cliente sufría del corazón y con la medicación que le recetaba. Declaró que, a juzgar por la última vez que le había prescrito el remedio a su cliente y dadas las dosis regulares de diez gotas tres veces al día, el frasco del señor Akers debía contener todavía medicina para unas tres semanas, como mínimo.
Debo admitir en cambio que la sesión de esta mañana me ha parecido en ciertos momentos incluso divertida, por más que resulte despiadado decirlo. El señor Bexheath llamó al estrado al profesor Cayley y al señor Morrison a fin de que apoyaran su teoría del móvil de Arthur, pero se me antoja que no ha obtenido lo que quería.
Primero compareció el profesor Cayley. Ocupó el estrado de los testigos con su cara seria, sus labios finos y sus mejillas chupadas, mostrando la misma expresión de desaprobación que había exhibido en su conferencia sobre la enseñanza de las matemáticas, salvo que en esta ocasión el destinatario de su condena no eran los enemigos de Euclides sino el señor Bexheath. Habló con voz nasal y tono gélido y sus respuestas fueron breves. En vez de describir la escena, he tomado nota de todo mediante taquigrafía, y seguiré haciéndolo todos los días.
Interrogatorio directo del profesor Cayley,
por el señor Bexheath
El testigo ha prestado juramento al alguacil de la audiencia.
Señor Bexheath: ¿Es usted el profesor Arthur Cayley, de sesenta y seis años, y ocupa la cátedra Sadleiriana de Matemática Pura en la Universidad de Cambridge?
Profesor Cayley: Sí.
Señor Bexheath: ¿El inculpado escribió una disertación doctoral bajo dirección suya?
Profesor Cayley: Sí.
Señor Bexheath: ¿Quién decidió el tema de la disertación?
Profesor Cayley: Lo hice yo.
Señor Bexheath: ¿Proporcionó usted orientaciones al inculpado en la época en la que escribió la disertación?
Profesor Cayley: Por supuesto.
Señor Bexheath: ¿Con qué frecuencia se encontraba con el acusado durante la elaboración de su tesis doctoral?
Profesor Cayley: Me reunía con él una vez a la semana, como hago con cada uno de los alumnos que escriben la tesis.
Señor Bexheath: Y después, ¿el acusado escribió un artículo basado en las investigaciones realizadas para su tesis doctoral y lo publicó en el
Cambridge Mathematical Journal
?
Profesor Cayley: Sí.
Señor Bexheath: El artículo que apareció en el
Cambridge Mathematical Journal
sólo estaba firmado por el acusado.
Profesor Cayley: Ciertamente.
Señor Bexheath: ¿El acusado recibió su asesoramiento y consejo durante toda la preparación de su disertación, cuyo contenido publicó más tarde en forma de artículo?
Profesor Cayley: Ése fue el caso.
Señor Bexheath: Muchas gracias, profesor Cayley. No tengo más preguntas.
Contrainterrogatorio del profesor Cayley
por el señor Haversham