De vuestra tierra soy, y desde siempre
vuestras obras y nombres tan honrados,
con afecto he escuchado y retenido.
Dejo la hiel y voy al dulce fruto
que mi guía veraz me ha prometido,
pero antes tengo que llegar al centro.»
«Muy largamente el alma te conduzcan
todavía —me dijo aquél— tus miembros,
y resplandezca luego tu memoria,
di si el valor y cortesía aún se hallan
en nuestra patria tal como solían,
o si del todo han sido ya expulsados;
que Giuglielmo Borsiere, el cual se duele
desde hace poco en nuestro mismo grupo,
con sus palabras mucho nos aflige.»
«Las nuevas gentes, las ganancias súbitas,
orgullo y desmesura han generado,
en ti, Florencia, y de ello te lamentas.»
Así grité levantando la cara;
y los tres, que esto oyeron por respuesta,
se miraron como ante las verdades.
«Si en otras ocasiones no te cuesta
satisfacer a otros —me dijeron—,
dichoso tú que dices lo que quieres.
Pero si sales de este mundo ciego
y vuelves a mirar los bellos astros,
cuando decir "estuve allí" te plazca,
háblale de nosotros a la gente.»
Rompieron luego el círculo y, huyendo,
alas sus raudas piernas parecían.
Un amén no podría haberse dicho
antes de que ellos se hubiesen perdido;
por lo que el guía quiso que partiésemos.
Yo iba detrás, y no avanzamos mucho
cuando el agua sonaba tan de cerca,
que apenas se escuchaban las palabras.
Como aquel río sigue su carrera
primero desde el Veso hacia el levante,
a la vertiente izquierda de Apenino,
que Acquaqueta se llama abajo, antes
de que en un hondo lecho se desplome,
y en Forlí ya ese nombre no conserva,
resuena allí sobre San Benedetto,
de la roca cayendo en la cascada
en donde mil debieran recibirle;
así en lo hondo de un despeñadero,
oímos resonar el agua roja,
que el oído ofendía al poco tiempo.
Yo llevaba una cuerda a la cintura
con la que alguna vez hube pensado
cazar la onza de la piel pintada.
Luego de haberme toda desceñido,
como mi guía lo había mandado,
se la entregué recogida en un rollo.
Entonces se volvió hacia la derecha
y, alejándose un trecho de la orilla,
la arrojó al fondo de la escarpadura.
«Alguna novedad ha de venirnos
—pensaba para mí— del nuevo signo,
que el maestro así busca con los ojos.»
iCuán cautos deberían ser los hombres
junto a aquellos que no sólo las obras,
mas por dentro el pensar también conocen!
«Pronto —dijo— verás sobradamente
lo que espero, y en lo que estás pensando:
pronto conviene que tú lo descubras.»
La verdad que parece una mentira
debe el hombre callarse mientras pueda,
porque sin tener culpa se avergüence:
pero callar no puedo; y por las notas,
lector, de esta Comedia, yo te juro,
así no estén de larga gracia llenas,
que vi por aquel oire oscuro y denso
venir nadando arriba una figura,
que asustaría el alma más valiente,
tal como vuelve aquel que va al fondo
a desprender el ancla que se agarra
a escollos y otras cosas que el mar cela,
que el cuerpo extiende y los pies se recoge.
«Mira la bestia con la cola aguda,
que pasa montes, rompe muros y armas;
mira aquella que apesta todo el mundo.»
Así mi guía comenzó a decirme;
y le ordenó que se acercase al borde
donde acababa el camino de piedra.
Y aquella sucia imagen del engaño
se acercó, y sacó el busto y la cabeza,
mas a la orilla no trajo la cola.
Su cara era la cara de un buen hombre,
tan benigno tenía lo de afuera,
y de serpiente todo lo restante.
Garras peludas tiene en las axilas;
y en la espalda y el pecho y ambos flancos
pintados tiene ruedas y lazadas.
Con más color debajo y superpuesto
no hacen tapices tártaros ni turcos,
ni fue tal tela hilada por Aracne.
Como a veces hay lanchas en la orilla,
que parte están en agua y parte en seco;
o allá entre los glotones alemanes
el castor se dispone a hacer su caza,
se hallaba así la fiera detestable
al horde pétreo, que la arena ciñe.
Al aire toda su cola movía,
cerrando arriba la horca venenosa,
que a guisa de escorpión la punta armaba.
El guía dijo: «Es preciso torcer
nuestro camino un poco, junto a aquella
malvada bestia que está allí tendida.»
Y descendimos al lado derecho,
caminando diez pasos por su borde,
para evitar las llamas y la arena.
Y cuando ya estuvimos a su lado,
sobre la arena vi, un poco más lejos,
gente sentada al borde del abismo.
Aquí el maestro: «Porque toda entera
de este recinto la experiencia lleves
—me dijo—, ve y contempla su castigo.
Allí sé breve en tus razonamientos:
mientras que vuelvas hablaré con ésta,
que sus fuertes espaldas nos otorgue.»
Así pues por el borde de la cima
de aquel séptimo circulo yo solo
anduve, hasta llegar a los penados.
Ojos afuera estallaba su pena,
de aquí y de allí con la mano evitaban
tan pronto el fuego como el suelo ardiente:
como los perros hacen en verano,
con el hocico, con el pie, mordidos
de pulgas o de moscas o de tábanos.
Y después de mirar el rostro a algunos,
a los que el fuego doloroso azota,
a nadie conocí; pero me acuerdo
que en el cuello tenía una bolsa
con un cierto color y ciertos signos,
que parecían complacer su vista.
Y como yo anduviéralos mirando,
algo azulado vi en una amarilla,
que de un león tenía cara y porte.
Luego, siguiendo de mi vista el curso,
otra advertí como la roja sangre,
y una oca blanca más que la manteca.
Y uno que de una cerda azul preñada
señalado tenía el blanco saco,
dijo: «¿Qué andas haciendo en esta fosa?
Vete de aquí; y puesto que estás vivo,
sabe que mi vecino Vitaliano
aquí se sentará a mi lado izquierdo;
de Padua soy entre estos florentinos:
y las orejas me atruenan sin tasa
gritando: "¡Venga el noble caballero
que llenará la bolsa con tres chivos!"»
Aquí torció la boca y se sacaba
la lengua, como el buey que el belfo lame.
Y yo, temiendo importunar tardando
a quien de no tardar me había advertido,
atrás dejé las almas lastimadas.
A mi guía encontré, que ya subido
sobre la grupa de la fiera estaba,
y me dijo: «Sé fuerte y arrojado.
Ahora bajamos por tal escalera:
sube delante, quiero estar en medio,
porque su cola no vaya a dañarte.»
Como está aquel que tiene los temblores
de la cuartana, con las uñas pálidas,
y tiembla entero viendo ya el relente,
me puse yo escuchando sus palabras;
pero me avergoncé con su advertencia,
que ante el buen amo el siervo se hace fuerte.
Encima me senté de la espaldaza:
quise decir, mas la voz no me vino
como creí: «No dejes de abrazarme.»
Mas aquel que otras veces me ayudara
en otras dudas, luego que monté,
me sujetó y sostuvo con sus brazos.
Y le dijo: «Gerión, muévete ahora:
las vueltas largas, y el bajar sea lento:
piensa en qué nueva carga estás llevando.»
Como la navecilla deja el puerto
detrás, detrás, así ésta se alejaba;
y luego que ya a gusto se sentía,
en donde el pecho, ponía la cola,
y tiesa, como anguila, la agitaba,
y con los brazos recogía el aíire.
No creo que más grande fuese el miedo
cuando Faetón abandonó las riendas,
por lo que el cielo ardió, como aún parece;
ni cuando la cintura el pobre Ícaro
sin alas se notó, ya derretidas,
gritando el padre: «¡Mal camino llevas!»;
que el mío fue, cuando noté que estaba
rodeado de aire, y apagada
cualquier visión que no fuese la fiera;
ella nadando va lenta, muy lenta;
gira y desciende, pero yo no noto
sino el viento en el rostro y por debajo.
Oía a mi derecha la cascada
que hacía por encima un ruido horrible,
y abajo miro y la cabeza asomo.
Entonces temí aún más el precipicio,
pues fuego pude ver y escuchar llantos;
por lo que me encogí temblando entero.
Y vi después, que aún no lo había visto,
al bajar y girar los grandes males,
que se acercaban de diversos lados.
Como el halcón que asaz tiempo ha volado,
y que sin ver ni señuelo ni pájaro
hace decir al halconero: «¡Ah, baja!»,
lento desciende tras su grácil vuelo,
en cien vueltas, y a lo lejos se pone
de su maestro, airado y desdeñoso,
de tal modo Gerión se posó al fondo,
al mismo pie de la cortada roca,
y descargadas nuestras dos personas,
se disparó como de cuerda tensa.
Hay un lugar llamado Malasbolsas
en el infierno, pétreo y ferrugiento,
igual que el muro que le ciñe entorno.
Justo en el medio del campo maligno
se abre un pozo bastante largo y hondo,
del cual a tiempo contaré las partes.
Es redondo el espacio que se forma
entre el pozo y el pie del duro abismo,
y en diez valles su fondo se divide.
Como donde, por guarda de los muros,
más y más fosos ciñen los castillos,
el sitio en donde estoy tiene el aspecto;
tal imagen los valles aquí tienen.
Y como del umbral de tales fuertes
a la orilla contraria hay puentecillos,
así del borde de la roca, escollos
conducen, dividiendo foso y márgenes,
hasta el pozo que les corta y les une.
En este sitio, ya de las espaldas
de Gerión nos bajamos; y el poeta
tomó a la izquierda, y yo me fui tras él.
A la derecha vi nuevos pesares,
nuevos castigos y verdugos nuevos,
que la bolsa primera abarrotaban.
Allí estaban desnudos los malvados;
una mitad iba dando la espalda,
otra de frente, con pasos más grandes;
tal como en Roma la gran muchedumbre,
del año jubilar, alli en el puente
precisa de cruzar en doble vía,
que por un lado todos van de cara
hacia el castillo y a San Pedro marchan;
y de otro lado marchan hacia el monte.
De aquí, de allí, sobre la oscura roca,
vi demonios cornudos con flagelos,
que azotaban cruelmente sus espaldas.
¡Ay, cómo hacían levantar las piernas
a los primeros golpes!, pues ninguno
el segundo esperaba ni el tercero.
Mientras andaba, en uno mi mirada
vino a caer; y al punto yo me dije:
«De haberle visto ya no estoy ayuno.»
Y así paré mi paso para verlo:
y mi guía conmigo se detuvo,
y consintió en que atrás retrocediera.
Y el condenado creía ocultarse
bajando el rostro; mas sirvió de poco,
pues yo le dije: «Oh tú que el rostro agachas,
si los rasgos que llevas no son falsos,
Venedico eres tú Caccianemico;
mas ¿qué te trae a salsas tan picantes?»
Y repuso: «Lo digo de mal grado;
pero me fuerzan tus claras palabras,
que me hacen recordar el mundo antiguo.
Fui yo mismo quien a Ghisolabella
indujo a hacer el gusto del marqués,
como relaten la sucia noticia.
Y boloñés no lloró aquí tan sólo,
mas tan repleto está este sitio de ellos,
que ahora tantas lenguas no se escuchan
que digan "Sipa" entre Savena y Reno;
y si fe o testimonio de esto quieres,
trae a tu mente nuestro seno avaro.»
Hablando así le golpeó un demonio
con su zurriago, y dijo: « Lárgate
rufián, que aquí no hay hembras que se vendan.»
Yo me reuní al momento con mi escolta;
luego, con pocos pasos, alcanzamos
un escollo saliente de la escarpa.
Con mucha ligereza lo subimos
y, vueltos a derecha por su dorso,
de aquel círculo eterno nos marchamos.
Cuando estuvimos ya donde se ahueca
debajo, por dar paso a los penados,
el guía dijo: « Espera, y haz que pongan
la vista en ti esos otros malnacidos,
a los que aún no les viste el semblante,
porque en nuestro sentido caminaban.»
Desde el puente mirábamos el grupo
que al otro lado hacia nosotros iba,
y que de igual manera azota el látigo.
Y sin yo preguntarle el buen Maestro
«Mira aquel que tan grande se aproxima,
que no le causa lágrimas el daño.
¡Qué soberano aspecto aún conserva!
Es Jasón, que por ánimo y astucia
dejó privada del carnero a Cólquida.
Éste pasó por la isla de Lemmos,
luego que osadas hembras despiadadas
muerte dieran a todos sus varones:
con tretas y palabras halagüeñas
a Isifile engañó, la muchachita
que antes había a todas engañado.
Allí la dejó encinta, abandonada;
tal culpa le condena a tal martirio;
también se hace venganza de Medea.
Con él están los que en tal modo engañan:
y del valle primero esto te baste
conocer, y de los que en él castiga.»
Nos hallábamos ya donde el sendero