Reffa solo deseaba que le dejaran pensar en lo que debía hacer. Si bien nunca había sido agresivo o violento, el ataque a Zanovar le había cambiado. No tenía experiencia en exigir justicia. Un odio inmenso hacia Shaddam crecía en su interior, y también se odiaba a sí mismo.
Yo también soy un Corrino. Lo llevo en la sangre.
Exhaló un profundo suspiro, se hundió más en su asiento, y después se levantó para lavarse las manos una vez más…
Antes del brutal ataque, Reffa había estudiado la historia de su familia, se había remontado siglos hasta llegar a la época en que los Corrino eran el modelo ético del Imperio, hasta el reinado preclaro del príncipe heredero Raphael Corrino, tal como se le retrataba en el drama
La sombra de mi padre.
Glax Othn había convertido a Reffa en el hombre que era. Ahora, sin embargo, no tenía alternativa, pasado ni identidad.
«La ley es la ciencia definitiva». Este gran concepto de justicia, verbalizado hacía mucho tiempo, resonaba con amargura en su mente. Se decía que estaba escrito sobre la puerta del estudio del emperador en Kaitain, pero se preguntó si Shaddam lo había leído alguna vez.
En manos del actual ocupante del trono, la ley cambiaba como las arenas movedizas. Reffa estaba enterado de las misteriosas muertes ocurridas en su familia. El hermano mayor de Shaddam, Fafnir, el mismísimo Elrood IX, y hasta la propia madre de Reffa, Shando, abatida como un animal en Bela Tegeuse. Nunca podría olvidar tampoco los rostros de Charence, el Docente o las víctimas inocentes de Zanovar.
Tenía la intención de reintegrarse a su antigua compañía de teatro, bajo la tutela del brillante maestro Holden Wong. Pero si el emperador descubría que Reffa seguía con vida, ¿correría también peligro todo Jongleur? No osaba revelar su secreto.
Un leve cambio en el zumbido de los motores Holtzmann reveló a Reffa que el crucero había salido del espacio plegado. Al cabo de poco rato, una voz femenina wayku anunció la llegada y recordó a los pasajeros que compraran recuerdos.
Reffa extrajo todas sus posesiones de cinco compartimentos situados sobre su cabeza. Todas. Había pagado mucho por el espacio suplementario, pero desconfiaba de enviar directamente los objetos especiales que había comprado antes de abandonar Taligari.
Seguido por una hilera de maletas ingrávidas, se encaminó hacia la salida. Incluso mientras los pasajeros esperaban a la lanzadera, los vendedores wayku seguían intentando endosarles sus mercancías, sin mucho éxito.
Cuando Reffa entró en la terminal del espaciopuerto de Jongleur, su humor cambió. El lugar estaba lleno de gente alegre y sonriente. La atmósfera era relajante.
Rezó para no poner en peligro a otro planeta.
Paseó la vista a su alrededor, pero no vio al maestro Holden Wong, que había prometido ir a recibirle. Era muy probable que la antigua compañía de Reffa actuara aquella noche, y Wong siempre insistía en supervisarlo todo personalmente. Como vivía inmerso en su mundo de la farándula, el maestro prestaba escasa atención a los acontecimientos del mundo real, y lo más seguro era que ni siquiera se hubiera enterado del ataque a Zanovar. Daba la impresión de que se había olvidado de su invitado.
Reffa conocía bien la ciudad. Había un muelle contiguo al espaciopuerto, desde el cual un taxi acuático transportaba pasajeros hasta Ichan City, atravesando un ancho río cubierto por una alfombra de algas lavanda. Reffa se quedó en el puente, llenó sus pulmones de aire fresco y húmedo. Tan diferente del humo acre y la tierra chamuscada de Zanovar.
Ichan City apareció entre la bruma del río. Era un batiburrillo de edificios destartalados y modernos rascacielos, atestado de rickshaws y peatones. Oyó risas y la música de un cuarteto de cuerda (baliset, rebec, violín y rebaba) en el camarote de abajo.
El taxi acuático aminoró la velocidad y atracó. Reffa bajó con los demás pasajeros al viejo muelle de la ciudad, una robusta estructura de madera cuya superficie de tablas estaba sembrada de escamas de pescado, conchas aplastadas y patas de crustáceo. Entre puestos de marisco y pastelerías, joviales grupos de contadores de cuentos trabajaban junto con músicos y malabaristas, daban muestras de su talento y entregaban invitaciones para actuaciones nocturnas.
Reffa observó a un mimo que interpretaba el papel de un dios barbudo que surgía del mar. El mimo se acercó más, efectuó extrañas contorsiones faciales. Su sonrisa pintada se ensanchó todavía más.
—Hola, Tyros. A pesar de todo, he venido a recibirte.
Reffa se recuperó de la sorpresa.
—Holden Wong, cuando un mimo habla, ¿imparte sabiduría, o revela su locura?
—Bien dicho, amigo mío.
Wong había alcanzado el rango de Actor Supremo, por encima de todos los Maestros Jongleurs. De pómulos protuberantes, ojos rasgados y barba apenas esbozada, tenía más de ochenta años, pero se movía como un hombre mucho más joven. Ignoraba los orígenes de Reffa, así como el precio que había puesto Shaddam a su cabeza.
El anciano rodeó con el brazo a Reffa, y dejó marcas de pintura blanca en su ropa.
—¿Asistirás a nuestra representación de esta noche? Verás todo lo que te has perdido estos años.
—Sí, y además, espero volver a encontrar un sitio en vuestra compañía, maestro.
Los profundos ojos castaños de Wong bailaron.
—¡Vaya, volver a contar con un actor de talento! ¿Para la comedia? ¿El folletín?
—Yo preferiría tragedia y drama. Mi corazón está demasiado resentido para la comedia o el folletín.
—Bueno, estoy seguro de que encontraremos algo para ti. —Wong golpeteó la cabeza de Reffa, y esta vez dejó en broma una marca de pintura en el cabello teñido de negro—. Me alegro de que hayas vuelto con los Jongleurs, Tyros.
Reffa se puso más serio.
—He oído decir que estás preparando una nueva producción de
La sombra de mi padre
.
—¡En efecto! Estoy fijando las fechas de los ensayos para una representación importante. Aún no hemos completado el reparto, pese a que partimos hacia Kaitain dentro de pocas semanas para actuar ante el mismísimo emperador.
El mimo parecía encantado con su buena suerte.
Reffa entornó los ojos.
—Daría mi alma por interpretar el papel de Raphael Corrino. El maestro estudió al hombre y detectó un profundo fuego en su interior.
—Ha sido seleccionado otro actor…, aunque carece de la chispa que exige el papel. Sí, tú podrías hacerlo mejor.
—Tengo la sensación de que… nací para encarnarlo. —Reffa respiró hondo, pero disimuló la expresión de odio con el talento de un actor consumado—. Shaddam IV me ha proporcionado toda la inspiración que necesito.
¿Qué puedo decir sobre Jessica? Si le dieran la oportunidad, intentaría utilizar la Voz con Dios.
Reverenda madre G
AIUS
H
ELEN
M
OHIAM
No parecía muy apropiado que un duque respetado y su concubina hicieran el amor en una despensa atestada, pero el tiempo volaba y Leto sabía que la echaría de menos con desesperación. Jessica partiría hacia Kaitain en el crucero que se encontraba en órbita alrededor de Caladan. Se iría a la mañana siguiente.
A pocos pasos, los cocineros trabajaban en la cocina, movían sartenes, abrían mejillones, cortaban hierbas. Uno de ellos podía aparecer en cualquier momento en busca de especias o un paquete de sal. No obstante, después de que Jessica y él entraran subrepticiamente en la habitación, cada uno con una copa de clarete seco, requisado previa incursión en la bodega, Leto había atrancado la puerta con varías cajas de latas de bayas amargas importadas. También consiguió llevarse la botella, que descansaba sobre una caja en un rincón.
Dos semanas antes, después de la boda de Rhombur, esos insólitos encuentros habían empezado como un capricho, una idea sugerida por su inminente partida a Kaitain. De hecho, Leto quería hacer el amor con Jessica en todas las habitaciones del castillo, excepto en los roperos. Aunque estaba embarazada, Jessica se mostraba a la altura de las circunstancias, y parecía divertida y complacida al mismo tiempo.
La joven dejó su copa sobre un estante, y sus ojos verdes centellearon.
—¿Te citas aquí con las criadas, Leto?
—Apenas me quedan energías para ti. ¿Para qué voy a agotarme más? —Apartó tres tarros polvorientos de limones en conserva de lo alto de una caja—. Necesitaré unos cuantos meses de soledad para recuperar las fuerzas.
—Ya me gustaría, pero creo que esta será la última vez por hoy. —El tono de Jessica era suave, casi de reprimenda—. Aún no he terminado de hacer las maletas.
Besó su mejilla y le quitó la chaqueta negra que llevaba. Dobló la prenda con cuidado y la dejó con la insignia del halcón hacia arriba. Después, le despojó de la camisa, que deslizó sobre sus hombros para dejar su pecho al descubierto.
—Permitid que os prepare una cama adecuada, mi señora.
Leto abrió la caja y sacó una hoja de plaz de burbujas usado para envolver objetos frágiles. La extendió sobre el suelo.
—Me ofreces todas las comodidades que necesito.
Jessica apartó la copa de vino a una distancia prudencial y le demostró de lo que era capaz incluso en una despensa reducida, sin nada más que plaz de burbujas debajo de ellos…
—Las cosas serían diferentes si yo no fuera duque —dijo Leto después—. A veces, me gustaría que tú y yo pudiéramos…
No terminó la frase.
Jessica escudriñó sus ojos grises y leyó en ellos el amor que sentía por ella, una grieta en su armadura de orgullo y hosquedad. Le tendió su copa de clarete y bebió del suyo.
—Yo no te pido nada.
Recordaba el resentimiento que había consumido a Kailea, su primera concubina, que nunca parecía agradecer lo que el duque hacía por ella.
Leto empezó a vestirse con desgana.
—Quiero decirte tantas cosas, Jessica… Siento haber apretado un cuchillo contra tu garganta el día de nuestro primer encuentro. Solo fue para demostrar a la Hermandad que no podían manipularme. Nunca lo habría utilizado contra ti.
—Lo sé. —Le besó los labios. Aun con la punta afilada apretada contra su yugular, no se había sentido amenazada por Leto Atreides—. Tus disculpas son más valiosas que cualquier chuchería o joya que pudieras regalarme.
Leto acarició su pelo de color bronce. Estudió la perfección de su diminuta nariz, boca sensual y figura elegante, y apenas pudo creer que no fuera de origen noble.
Suspiró, pues sabía que nunca podría casarse con aquella mujer. Su padre lo había dejado muy claro.
Nunca te cases por amor, muchacho. Piensa primero en tu Casa y en su posición en el Imperio. Piensa en tu pueblo. Se elevará o caerá contigo.
Aun así, Jessica llevaba un hijo de él en sus entrañas, y se había prometido que ese niño llevaría el apellido y la herencia Atreides, pese a otras consideraciones dinásticas. Un varón, esperaba.
Como si leyera sus pensamientos, Jessica apoyó un dedo sobre sus labios. Comprendía que, pese a su dolor y preocupaciones, Leto no estaba preparado para el compromiso, pero la confortaba verlo luchar con sus emociones, como le pasaba a ella. Un axioma Bene Gesserit se inmiscuyó en sus pensamientos:
La pasión nubla la razón.
Odiaba las limitaciones que imponían admoniciones. Su maestra Mohiam, leal y severa, la había educado bajo la estricta guía de la Hermandad, y a veces se había portado con dureza, no obstante, Jessica sentía cierto afecto por la anciana, y respetaba lo que la reverenda madre había logrado con ella. Más que cualquier otra cosa, Jessica no quería decepcionar a Mohiam…, pero también tenía que ser sincera consigo misma. Había hecho cosas por amor, por Leto.
El duque acarició la piel de su abdomen, todavía liso, sin que se notara todavía la curva de la preñez. Sonrió, bajó sus defensas, lleno de amor. Reveló sus esperanzas.
—Antes de irte, Jessica, dime una cosa… ¿Es un varón?
Jessica jugueteó con su cabello oscuro, pero apartó la vista. Tenía miedo de hablar demasiado.
—No he permitido al doctor Yueh que me sometiera a ningún análisis, mi duque. Tales interferencias desagradan a la Hermandad.
Leto la miró con ojos apremiantes, y la regañó.
—Venga, eres una Bene Gesserit. Permitiste un embarazo después de la muerte de Victor, y nunca sabré expresarte mi agradecimiento. —Su expresión se suavizó y transparentó el evidente amor que sentía por ella, un sentimiento que pocas veces mostraba ante los demás. Jessica avanzó con paso vacilante hacia él, con el deseo de estrecharle en sus brazos, pero Leto quería respuestas—. ¿Es un varón? Lo sabes, ¿verdad?
Jessica sintió que le fallaban las piernas y se sentó sobre una caja. Su mirada la atemorizaba, pero no quería mentirle. —No puedo decíroslo, mi duque.
Leto se quedó desconcertado, y su buen humor desapareció.
—¿No me lo puedes decir porque no sabes la respuesta…, o no me lo quieres decir por motivos solo conocidos por ti?
Jessica no quería disgustarse, y le miró con sus límpidos ojos verdes.
—No puedo decíroslo, mi duque, y os ruego que no hagáis más preguntas.
Cogió la botella de vino y le sirvió una copa, pero él la rechazó. Leto se volvió hacia ella, tirante.
—Bien, he estado pensando. Si es un hijo, he decidido llamarle Paul en honor a mi padre.
Jessica tomó un sorbo de vino. Pese a la vergüenza que sentiría, deseaba que un criado entrara en la despensa y les interrumpiera.
¿Por qué tiene que hablar de esas cosas ahora?
—Vuestra es la decisión, mi duque. No conocí a Paulus Atreides, y solo sé de él lo que vos me habéis contado.
—Mi padre era un gran hombre. El pueblo de Caladan le amaba.
—No me cabe la menor duda. —Desvió la mirada, mientras recogía sus ropas—. Pero era… rudo. No estoy de acuerdo con muchas cosas que vuestro padre os enseñó. Personalmente, yo preferiría… otro nombre.
Leto alzó su nariz aguileña, y su orgullo y dolor se impusieron a cualquier deseo de hacerle concesiones. Con independencia de lo que deseara, había dominado el arte de erigir murallas alrededor de su corazón.
—Olvidas tu posición.
Jessica dejó la copa sobre la caja con tal violencia que el delicado cristal estuvo a punto de romperse. Se balanceó sobre la caja y derramó su contenido. Jessica se volvió con brusquedad hacia la puerta de la despensa, lo cual sorprendió a Leto.