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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (22 page)

BOOK: La Casa Corrino
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—¿Tal vez suficiente para compartirlo con vuestros hombres? Si lo deseáis, me encargaré de que vos y vuestros Sardaukar recibáis tanto como necesitéis.

El hombre miró sin pestañear a Ajidica.

—¿Me estáis sobornando, señor?

—No pido nada a cambio, comandante. Ya conocéis nuestra misión aquí, convertir en realidad los planes del emperador. —Ajidica sonrió—. Esta sustancia procede de nuestros laboratorios, no de Arrakis. Nosotros la hemos fabricado, convertido la esencia líquida en forma sólida. Nuestros tanques de axlotl están funcionando a pleno rendimiento. Pronto, la especia correrá como el agua… para quien lo merezca. No solo para la Cofradía, la CHOAM o los inmensamente ricos.

Ajidica se apoderó de un paquete, lo abrió y engulló la muestra.

—De esta forma, os demostraré que la sustancia es pura.

—Jamás he dudado de vos, señor.

El comandante Garon abrió una de las muestras y olfateó con cautela el material quebradizo procesado del destilado líquido original. Lo tocó con la lengua, y después comió. Un estremecimiento recorrió sus nervios, y su piel pálida enrojeció. Era evidente que le apetecía más, pero se contuvo.

—Después de que haya sido analizado a conciencia, me encargaré de que sea distribuido equitativamente entre mis hombres.

Cuando Ajidica salió del complejo de oficinas, satisfecho, se preguntó si aquel joven comandante Sardaukar le sería de utilidad en el nuevo régimen. Era delicado confiar en un extranjero infiel, un
powindah
. De todos modos, a Ajidica le caía bien el sensato soldado, siempre que pudiera ser controlado. Control. Tal vez la especia artificial le permitiera alcanzarlo.

Satisfecho con sus grandiosas visiones, Ajidica entró en un coche cápsula. Pronto huiría a un planeta prometido en el que se haría fuerte, siempre que pudiera mantener a distancia al emperador y a Fenring, su perro de presa.

A la larga, tendría que enfrentarse al depuesto Shaddam, y a los corruptores tleilaxu que habían distorsionado la Suprema Creencia. Para retos tan vitales, Ajidica necesitaría sus propios guerreros santos, además de los leales espías y servidores Danzarines Rostro. Sí, tal vez estas legiones imperiales le fueran útiles…, una vez las convirtiera en adictas.

30

Entre los seres sensibles, solo los humanos se esfuerzan por obtener lo que está fuera de su alcance, aun a sabiendas. Pese a los repetidos fracasos, continúan insistiendo. Esta característica facilita que algunos miembros de la especie alcancen grandes logros, pero puede provocar graves problemas a aquellos que no alcanzan su propósito.

Conclusiones de la Comisión Bene Gesserit, «¿Qué significa ser humano?».

Jessica no había visto nunca una residencia más grande que el palacio imperial, el hogar del tamaño de una ciudad del emperador de un Millón de Planetas. Permanecería meses aquí, al lado de lady Anirul Corrino, en teoría como nueva dama de compañía…, aunque sospechaba que la Bene Gesserit tenía otros planes en mente.

Generaciones de la familia imperial habían acumulado los prodigios materiales del universo, y alquilado el talento de los mejores artesanos y constructores. El resultado era un país de hadas hecho realidad, un único, inmenso edificio con tejados de dos aguas, vertiginosas alturas y chapiteles enjoyados que se alzaban hacia las estrellas. Ni siquiera el Castillo de Cristal de Balut podía acercarse a tal nivel de ostentación. Un emperador anterior, arrogante en su agnosticismo, afirmaba que ni tan solo Dios habría podido residir en una morada más placentera.

Jessica se sentía inclinada a darle la razón. En compañía de la reverenda madre Mohiam, se esforzaba más de lo habitual en controlar sus emociones.

Mohiam y ella, vestidas con prendas conservadoras, entraron en un majestuoso salón cuyas paredes estaban incrustadas de piedras soo de valor incalculable. Tonos arco irisados bailaban sobre sus superficies lechosas. El roce de un dedo provocaba que las piedras cambiaran temporalmente de color.

Una mujer alta salió a recibirlas, acompañada por guardias Sardaukar. Vestía un traje elegante con un collar de perlas negras, y se movía con la gracia fluida de una Bene Gesserit. Cuando sonrió con afecto a la joven visitante, diminutas arrugas se formaron alrededor de sus grandes ojos de cierva.

—No se parece en nada a la Escuela Materna, ni es frío y húmedo como Caladan, ¿verdad? —Mientras hablaba, lady Anirul paseó la vista por la extravagancia imperial, como si reparara en ella por primera vez—. Dentro de una o dos semanas, no querrás marcharte. —Avanzó y apoyó la mano sobre el vientre de Jessica sin la menor vacilación—. Tu hijo no podría nacer en un lugar mejor.

Daba la impresión de que Anirul estaba intentando comprobar la colocación o el sexo del feto mediante su tacto.

Jessica retrocedió. Mohiam la miró de una forma extraña, y Jessica se sintió desnuda, como si su preceptora, a la que amaba y detestaba al mismo tiempo, pudiera leer sus pensamientos. Disimuló su rechazo con una apresurada cortesía.

—Estoy segura de que disfrutaré de mi visita y de vuestra generosidad, lady Anirul. Me complacerá serviros en las tareas que consideréis adecuadas para mí, pero en cuanto nazca mi hijo debo regresar a Caladan. Mi duque me espera.

Se reprendió por dentro.
No debo demostrar que le quiero.

—Por supuesto —dijo Anirul—. La Hermandad os lo puede conceder, durante un tiempo.

En cuanto la Bene Gesserit se apoderara del bebé Harkonnen-Atreides, tanto tiempo esperado, ya no se preocuparía más por los asuntos o deseos del duque Leto Atreides.

Con Mohiam a su lado, Anirul guió a Jessica por un laberinto mareante de salas cavernosas, hasta que llegaron al apartamento del segundo piso que le habían asignado. Jessica caminaba con el mentón erguido y una enorme dignidad, aunque una sonrisa errática iluminaba su rostro.
Si voy a ser una dama de compañía más, ¿por qué recibo un tratamiento tan espléndido?
Sus habitaciones estaban cerca de los aposentos ocupados por la esposa del emperador y la Decidora de Verdad imperial.

—Has de descansar, Jessica —dijo Anirul, y miró de nuevo su estómago—. Cuida de tu hija. Es muy importante para la Hermandad. —La consorte de Shaddam sonrió—. Las hijas son tesoros incomparables.

El tema incomodaba a Jessica.

—Tal vez por eso habéis tenido cinco.

Mohiam miró a Jessica. Todas sabían que Anirul solo había dado a luz niñas siguiendo las instrucciones de la Hermandad. Jessica fingió cansancio a causa del largo viaje, el espectáculo prodigioso del palacio y las asombrosas experiencias. Anirul y Mohiam se marcharon, absortas en su conversación.

En lugar de descansar, Jessica se encerró en sus aposentos y escribió una larga carta a Leto.

Aquella noche asistió a una suntuosa cena en la Casa de Té de la Contemplación. El edificio, situado en los jardines ornamentales, era amplio, con grabados en boj de flores, ciruelos y animales míticos en las paredes. Los camareros llevaban peculiares uniformes, de corte largo y angular, con puños grandes como bolsillos y campanillas colgadas de cada botón. Los pájaros volaban en libertad dentro del edificio, y pavos reales bien alimentados se contoneaban bajo las ventanas, lastrados por sus largas y coloridas plumas.

Como pavos reales, el emperador y su esposa Bene Gesserit exhibían su propio plumaje. Shaddam vestía una chaqueta escarlata y oro con una banda roja en diagonal sobre la pechera, adornada con cordoncillos dorados y el león dorado Corrino. Anirul llevaba una banda similar, aunque más estrecha, sobre un reluciente vestido de fibra de platino.

Jessica lucía un vestido de noche de gasa amarillo que le había regalado Anirul, parte de todo un guardarropa nuevo, junto con un collar de zafiros azules de incalculable valor y pendientes a juego. Tres de las hijas de Shaddam (Chalice, Wensicia y Josifa) tomaron asiento al lado de Anirul, en tanto la pequeña Rugi se quedaba con su nodriza. La hermana mayor, Irulan, no había acudido a la cena.

—Lady Anirul, me siento más como una invitada de honor que como una simple dama de compañía —dijo Jessica, mientras tocaba sus joyas.

—Tonterías. En realidad, eres nuestra invitada, de momento. Ya habrá tiempo para tareas tediosas más adelante.

Anirul sonrió. El emperador no les hacía caso.

Shaddam estuvo silencioso durante toda la cena y bebió una buena cantidad de vino tinto inimaginablemente caro. Como resultado, los demás comensales hablaron poco, y la cena fue breve. Anirul habló con sus hijas, comentó temas interesantes que sus maestros les habían enseñado, o juegos que habían practicado con sus niñeras en diversos parques.

Anirul se inclinó hacia la joven Josifa, con los ojos abiertos de par en par, aunque sus labios conservaban la diminuta curva de una sonrisa para demostrar que estaba bromeando.

—Cuidado con tus juegos, Josifa. Me han dicho que, hace tiempo, una niña, una niña de tu edad, según creo, quiso jugar al escondite en el palacio. La niñera dijo que el palacio era demasiado grande para eso, pero la niña insistió. Corrió por los pasillos, en busca de un lugar donde esconderse. —Anirul se secó la boca con la servilleta—. Nunca más se supo de ella. Supongo que algún día nuestros guardianes encontrarán un diminuto esqueleto.

Josifa se quedó asombrada, pero Chalice protestó.

—¡Eso no es verdad! No puede ser verdad.

Wensicia, la mayor después de Irulan, hizo preguntas a Jessica sobre Caladan, el castillo ducal, la riqueza que el planeta podía generar. El tono de la muchacha era seguro e incisivo, casi desafiante.

—El duque Leto posee todas las comodidades que necesita, así como el amor de su pueblo. —Jessica escudriñó el rostro de Wensicia y descubrió una enorme ambición—. La Casa Atreides es muy rica.

El emperador no prestaba atención a sus hijas ni a su esposa. Ni siquiera se había dignado reparar en la presencia de Jessica, excepto cuando habló de Leto, si bien dio la impresión de que su opinión no le importaba.

Después, Anirul condujo a todos hacia un pequeño auditorio situado en otra ala del palacio.

—Venid, venid todos. Irulan ha estado ensayando durante semanas. Hemos de ser un público atento para ella.

Shaddam les siguió, como si se tratara de otra fastidiosa obligación de su cargo.

El auditorio tenía columnas de Taniran talladas a mano y adornos con volutas, así como techos altos con filigranas de oro y paredes cubiertas de cuadros que representaban cielos nublados. Sobre el escenario descansaba un inmenso piano de cuarzo color rabí procedente de Hagal, provisto de cuerdas de cristal monofilamen-tosas.

Criados con uniforme guiaron a los invitados hasta una fila de asientos privados que ofrecían la mejor vista del escenario, en tanto un pequeño grupo de elegantes dignatarios desfilaban hacia asientos no tan bien situados, orgullosos de haber sido incluidos en una reunión tan selecta.

Después, la hija mayor del emperador, la princesa Irulan, de once años, atravesó el escenario con la espalda muy recta, una visión encantadora con su vestido azul de seda merh. Era una chica alta de largo pelo rubio y rostro de belleza clásica. Miró a sus padres, sentados en el palco imperial, y les dedicó una breve reverencia.

Jessica estudió a la hija de Shaddam y Anirul. Todos los movimientos de la muchacha eran precisos, como si planeara cada uno con mucha antelación. Al haber sido educada por Mohiam con los métodos Bene Gesserit, Jessica descubrió la impronta de la Hermandad en Irulan. Anirul debía estar adiestrándola en los principios de la Hermandad. Se decía que la niña poseía un intelecto superior, con talento para la literatura y la poesía, lo cual le permitía componer sonetos complejos. Su aptitud para la música la había convertido en un prodigio desde la edad de cuatro años.

—Me siento muy orgullosa de ella —susurró Anirul a Jessica, sentada a su lado—. Irulan llegará muy lejos, como princesa y como Bene Gesserit.

La princesa sonrió a su padre, como si esperara provocar una reacción en su rostro impenetrable, y después se volvió hacia el público. Se sentó con delicadeza en el banco de cuarzo color rubí, y su vestido resplandeciente descendió aleteando hacia el suelo del escenario. Se quedó inmóvil un segundo, y por fin sus dedos bailaron sobre las teclas incrustadas de piedras soo, produjeron notas melodiosas que danzaron en el aire. La acústica perfecta del auditorio transmitió una selección de grandes compositores.

Mientras los magníficos sonidos fluían a su alrededor, Jessica experimentó una oleada de tristeza. Tal vez la música estaba manipulando sus sentimientos de manera visceral. Era irónico estar en Kaitain, donde nada la llamaba, mientras que la primera concubina de Leto, Kailea, tan ansiosa siempre de lujo y espectáculos, nunca había podido pisar el palacio.

Jessica ya añoraba al duque con un dolor que henchía su pecho y pesaba sobre sus hombros.

Vio que la cabeza del emperador se inclinaba cuando se adormeció, y observó la mirada de desaprobación de Anirul.

No todo reluce en Kaitain
, pensó Jessica.

31

La Hermandad no necesita arqueólogos. Como reverendas madres, nosotras encarnamos la historia.

Doctrina Bene Gesserit

El calor al rojo vivo de una fundición bañaba el rostro apergaminado de la madre superiora Harishka. Los olores acres de aleaciones metálicas, impurezas y componentes eléctricos se revolvían en el interior de la masa fundida contenida en el enorme crisol.

Una procesión de hermanas se acercó al horno, cada una cargada con un componente de la nave Harkonnen siniestrada. Como isleñas de la antigüedad que llevaran ofrendas al dios de un volcán, arrojaron piezas rotas al iracundo crisol.

La nave secreta se estaba transformando poco a poco en una sopa viscosa que parecía lava. Los generadores térmicos industriales vaporizaban el material orgánico, destrozaban polímeros y fundían metales, incluso las planchas del casco, templadas por el espacio. Hasta el último fragmento debía ser destruido.

Las hermanas habían trabajado como hormigas vestidas de negro. Desmontaron la nave pieza por pieza, plancha por plancha, utilizando cortadores láser para convertir las secciones en piezas manejables. La madre superiora estaba convencida de que sería imposible descubrir pistas en aquellos fragmentos, pero insistió en terminar el trabajo.

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