«Finalmente ocurrió lo inevitable. Cerca del Maidan, Sanjay intentó atravesar en un cruce a tres filas de coches que llegaban de frente. Un policía metropolitano saltó del gigantesco neumático de tractor desde el que dirigía la circulación y alzó la mano para indicar que nos detuviésemos. Por un horrible segundo tuve el convencimiento de que Sanjay iba a atropellarlo. Luego éste apretó con ambos pies el freno y tiró del volante hacia atrás con fuerza, como si estuviera tratando de sujetar a un potro desbocado. Nuestro vehículo derrapó de uno a otro lado, estuvo a punto de volcar y se detuvo exactamente a dos palmos de la mano alzada. El motor se paró. Uno de los cuerpos colocados en la parte trasera se corrió hacia delante hasta que uno de los pies descalzos asomó entre el asiento del conductor y el mío. Hubo suerte, ya que el sudario seguía envolviendo ambos cuerpos. Tiré presuroso del lienzo para cubrir el pie en el preciso momento en que el furioso policía de tráfico aparecía junto a Sanjay. Se asomó por la ventanilla derecha y su cara era todo un espectáculo de ira.
»—¿Qué coño cree que está haciendo? —El gran casco del agente se agitaba a cada grito. Di gracias a todos los dioses de que no fuera un sij. Nos chillaba en un dialecto de Bengala Occidental. Subrayaba sus gritos golpeando con su pesada porra lathi la portezuela de Sanjay. Un sij, y la mayor parte de la policía metropolitana suele ser sij, hubiera utilizado la porra sobre nuestras cabezas.
»Antes de que Sanjay hubiera podido decir palabra o poner de nuevo en marcha el motor, el policía había retrocedido un paso y se llevaba la mano a la cara.
»—¡Puaf! —vociferó— ¿Qué mierda lleváis ahí?
»Me hundí en el asiento. Todo estaba perdido. La policía nos detendría. Nos encarcelarían de por vida en la terrible prisión de Hooghly, pero sólo sería por unos días porque en seguida los Kapalikas nos matarían.
»Sin embargo, Sanjay se asomó por la ventanilla con una amplia sonrisa.
»—Ah, muy honorable señor, ¿seguro que ha reconocido este vehículo, señor? —Golpeó con la palma de la mano la abollada portezuela.
»El policía frunció el ceño iracundo, pero retrocedió otro paso.
»—¡Puaf! —dijo a través de la mano.
»—Sí, sí, sí —exclamó Sanjay sonriendo estúpidamente—. ¡Es propiedad de Gopalakrishna Nirendrenath G. S. Mahapatra, jefe de los Maestros Mendigos del Sindicato de Chitpur y Chittaranjan Superior! Y en la parte trasera viajan seis de sus leprosos más lucrativos y lastimosos. ¡Unos mendigos realmente lucrativos, honorable señor! —Sanjay puso en marcha el motor con la mano izquierda al tiempo que con la derecha trazaba un arco en dirección a la trasera del vehículo—. Voy, con una hora de retraso, a devolver la propiedad del patrón Mahapatra al local donde comen y duermen, mi respetado señor. Pedirá mi cabeza. Pero si usted nos arresta, honorable policía, tendré al menos una excusa para mi indigna tardanza. Por favor, si desea detenernos abriré para usted la parte de atrás. Los leprosos, señor, aunque lucrativos, ya no pueden andar, así que tendrá que ayudarnos a sacarlos. —Sanjay movió la manecilla de la portezuela como dispuesto a salir.
»—¡No! —gritó el agente. Sacudió la porra
lathi
sobre la inquieta mano de Sanjay—. ¡Largaos! ¡De inmediato! —Y al punto dio media vuelta, dirigiéndose rápidamente al centro del cruce.
»Una vez allí empezó a agitar los brazos y a tocar su silbato a la aullante y caótica masa de vehículos que había bloqueado tres calles en el corto período de tiempo que había estado ausente de su neumático.
»Sanjay puso el camión en marcha, condujo bordeando la alborotada jauría de vehículos, atravesó el césped del Plaza Park y, avanzando en dirección contraria a la circulación que llegaba de frente, enfiló por Strand Road South.
»Aparcamos lo más cerca posible del almacén. La calle estaba muy oscura, pero en la trasera del camión había una linterna. Sanjay hubo de encenderla para que pudiésemos desenredar nuestras ofrendas de los cordones del sudario de mi cadáver. Según mi reloj, regalo de Sanjay, faltaban diez minutos para la medianoche.
»Bajo el súbito fogonazo de luz de la linterna pude ver que lo que Sanjay había traído fue una vez un viejo empleado del crematorio. El cadáver no tenía dientes, tan sólo una leve mecha de pelo y cataratas en los dos ojos. Estaba enredado en la maraña de cordones de mi cadáver.
»—¡Maldición! —farfulló Sanjay—. Parece un apestoso paracaídas. Mira, hay una maldita red trabada con el lienzo.
»Finalmente hubo de recurrir a los dientes para romper el cordón.
»—¡Deprisa! —me dijo—. Quítale la tela al tuyo. No los quieren cubiertos.
»—Pero no creo...
»—¡Hazlo, maldita sea! —exclamó Sanjay, presa de una terrible furia. Parecía como si los ojos fueran a saltársele de la congestionada cara. La linterna chisporroteó y vaciló— ¡Mierda, mierda, mierda! —explotó finalmente—. ¡Debería haberte utilizado como lo planeé al principio! ¡Maldito si no hubiera sido más sencillo! ¡Mierda!
»Sanjay, cogiendo el cuerpo por debajo de los brazos lo levantó rabioso y empezó a apartar de él los cordones rotos.
»Permanecí allí en pie, atónito, paralizado. Ni siquiera cuando empecé a desatar lentamente los nudos finales y apartado a un lado los cordones, me di cuenta de lo que hacían mis manos. "Te diré algo, Jayaprakesh. Eres una víctima de la injusticia social. Tu empeño me conmueve. Te rebajaré el alquiler de doscientas rupias al mes a cinco. Si necesitas un préstamo para los dos o tres primeros meses, estaré encantado de facilitártelo!"
»Sentía las lágrimas correrme por las mejillas y caer sobre el lienzo. Allá en la lejanía oí a Sanjay gritar que me apresurara, pero mis manos se movían lenta y metódicamente para desatar los últimos cordones enmarañados. Recordé mis lágrimas de gratitud cuando Sanjay me aceptó como compañero de habitación, mi sorpresa y gratitud cuando me incluyó en su iniciación Kapalika.
»"Debería haberte utilizado como lo planeé al principio."
»Me limpié bruscamente los ojos y aparté el sudario arrojándolo a un rincón del fondo del camión.
»—¡Aaaay! —Pareció que me arrancaran aquel grito. Retrocedí de un salto y topé con la pared del camión, y casi estuve a punto de caer sobre aquella "cosa" descubierta ante mí.
»—¿Qué pasa?
»Sanjay hubo de volver corriendo junto al camión. Se detuvo de golpe y agarró la portezuela.
»-¡Aggh!
»La cosa que yo había traído del crematorio como si de una novia se tratara tal vez algún día había sido humana. Pero ya no. No quedaba ni rastro. El cuerpo estaba hinchado hasta haber adquirido dos veces el tamaño de un hombre... más parecía una estrella de mar gigantesca y putrefacta que un hombre. El rostro carecía de forma, era tan sólo una masa blanca con agujeros arrugados y hendiduras hinchadas donde una vez hubiera ojos, boca y nariz. Aquella cosa era un repulsivo simulacro de forma humana, toscamente moldeado con excrecencias supurativas y carne muerta y distorsionada.
»Era blanco... todo él blanco... un blanco como el de los vientres de las carpas muertas que flotan en el Hooghly. La piel tenía la textura del caucho podrido y aclarado, como algo arrancado y formado con la parte inferior de un sapo venenoso. El cuerpo presentaba una hinchazón tensa, inflado por la espantosa presión interna de gases en expansión y órganos tumefactos a punto de estallar. En aquella masa esponjosa aparecían visibles aquí y allá costillas astilladas y huesos fracturados como palos clavados en una masa que estuviera fermentando.
»—¡Ajjj! —jadeó Sanjay—. Un ahogado.
»Como confirmando las palabras de Sanjay nos llegó un tufo a apestoso cieno del río, y algo reptante apareció por el oscuro hueco de uno de los ojos. Unas antenas relucientes probaron el aire de la noche y luego se retiraron de la luz. Sentí el movimiento de otras muchas cosas en aquella masa hinchada.
»Me apreté contra el costado del camión deslizándome hacia la puerta trasera. Quería pasar junto a Sanjay y correr a hundirme en la acogedora noche, pero él me interceptó y me empujó de nuevo hacia el angosto hueco con aquella cosa.
»—¡Cógelo! —dijo Sanjay.
»Me quedé mirándolo. La linterna derribada proyectaba entre nosotros sombras extrañas. Yo sólo podía mirarlo.
»—Cógelo, Jayaprakesh. Disponemos de menos de dos minutos antes de que comience la ceremonia. Cógelo.
»Entonces debí de haberme arrojado sobre Sanjay. Le hubiera apretado el cuello con gusto, hasta que por su garganta mentirosa salieran los últimos hálitos de vida. Pero vi la pistola. Apareció en su puño al igual que una flor de loto surge de súbito de la palma de un inteligente mago ambulante. Era una pistola pequeña. Apenas parecía lo bastante grande para ser real. Pero lo era. No lo dudé ni un instante. Y el círculo negro de su cañón me apuntaba directamente entre los ojos.
»—Cógelo.
»Nada en toda la tierra hubiera podido obligarme a coger aquella cosa que había en el suelo detrás de mí. Nada, salvo la absoluta certeza de que si no obedecía estaría muerto en cuestión de segundos. Muerto. Como aquella cosa de la furgoneta. Yaciendo junto a ella. Sobre ella. Con ella.
»Me arrodillé, enderecé la linterna antes de que se apagara o prendiera fuego al sudario y rodeé aquella forma con los brazos. Pareció agradecer mi abrazo. Una mano se deslizó por mi costado semejante a la caricia furtiva de una amante tímida. Mis dedos se hundieron más profundamente en lo blanco. La carne resultaba fría y elástica al tacto, como caucho, y estaba seguro de que de un momento a otro mis dedos la romperían. Unas cosas suaves se movían y agitaban en su interior mientras yo salía de espaldas de la furgoneta y daba un paso. La cosa se desplomó sobre mí y por un segundo tuve la horrible certeza de que el cuerpo iba a licuarse e inundarme como la arcilla húmeda del río.
»Levanté el rostro hacia el cielo nocturno y avancé tambaleante. Detrás de mí Sanjay se echó al hombro su propia carga helada y me siguió al interior del templo de los Kapalikas.»
Sa etan panca pasún apasyat purusam, asvam, gam, avim, ajam...
Purusam prathaman alabhate, puruso hi prathamah pasunamm...
«Cantamos las palabras sagradas del
Satapatha Brahmana
.
»"Y el orden del sacrificio será el siguiente... Primero hombre, luego caballo, toro, morueco y cabra... El hombre va antes que los animales y es el que más place a los dioses..."
»Nos arrodillamos delante de la
jagrata
Kali. Nos habían vestido con sencillos
dhotis
blancos. Estábamos descalzos. Nuestras frentes estaban marcadas. Nosotros, los siete iniciados, nos arrodillamos en semicírculo más cerca de la diosa. Detrás teníamos un arco de velas y el círculo exterior de Kapalikas. Ante nosotros yacían los cuerpos que trajéramos como ofrendas. Sobre el vientre de cada cadáver un sacerdote Kapalika había colocado un cráneo blanco. Los cráneos eran humanos, demasiado pequeños para haber pertenecido a adultos. Sus cuencas nos contemplaban con la misma intensidad que los ojos hambrientos de la diosa.
El mundo es dolor
Oh, mujer terrible de Siva
Estás masticando la carne.
»La cabeza de nuestro octavo iniciado seguía colgando de la mano de Kali, pero ya el rostro juvenil aparecía blanco como la tiza y tenía los labios contraídos en un rictus. Sin embargo el cuerpo había desaparecido de su lugar en la base del ídolo y el pie de la diosa con su ajorca se mantenía alzado en el aire.
Oh, terrible mujer de Siva
Tu lengua está bebiendo la sangre,
¡Oh Madre oscura! ¡Oh Madre desnuda!
»Apenas sentía nada mientras me encontraba allí arrodillado. En mi mente resonaba todavía el eco de las palabras de Sanjay. "Debería haberte utilizado." Yo era un loco provinciano. Peor aún que eso, era un loco provinciano que jamás volvería a su casa en el campo.
»Cualesquiera que fueran los acontecimientos de esa noche sabía que había dejado atrás la sencilla realidad de la vida en Anguda.
Oh, amada de Siva
El mundo es dolor.
»El templo quedó en silencio. Cerramos los ojos en
dhyana
, la contemplación más profunda, posible tan sólo en presencia de una
jagrata
. Llegaron ruidos intrusos. El río susurraba sílabas perceptibles a medias.
»Algo se deslizó por el suelo cerca de mi pie descalzo. No sentía nada. No pensaba en nada. Al abrir los ojos vi que la lengua carmesí del ídolo sobresalía más de la boca abierta. Nada me sorprendía.
»Otros Kapalikas se adelantaron hasta que cada uno de nosotros tuvo a un sacerdote arrodillado delante, frente a frente, por sobre los obscenos altares que habíamos aportado. Mi brahmán era un hombre de aspecto amable. Tal vez un banquero. Alguien acostumbrado a sonreír a la gente para ganarse la vida.
Oh Kali, oh Tú la terrible,
Oh Chinnamasta, la que está decapitada,
Oh Chandi, del más fiero aspecto,
Oh Kamaski, devoradora de almas
Escucha nuestra plegaria, oh terrible mujer de Siva.
»Mi sacerdote me levantó la mano derecha con la palma hacia arriba como si tuviera intención de leerme el porvenir. Su otra mano desapareció entre los pliegues de su
dhoti
. Al sacarla de nuevo vi el rápido centelleo del acero afilado.
»El más alto sacerdote descansó la frente sobre el pie alzado de la diosa. Su voz era muy suave.